Locas (Comics)

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Otro hueco imperdonable en mi formación como lector de cómics que solvento: Locas. Yo podía conocer y asumir la importancia de la obra de los hermanos Hernández en el cómic independiente. Pero hasta que no los he leído no he sabido de verdad qué significan, cuánto han aportado, cuánto le deben tantos y tantos autores. Tanto de Beto Hernández como de su hermano Jaime, pero creo que especialmente de éste.

Porque Locas es el slice of life canónico y casi me atrevería a decir que definitivo. Tras unos inicios titubeantes en los que Jaime va tocando palos, marcado por los cómics que había leído toda su vida —superhéroes, ciencia ficción, viajes exóticos, cohetes—, deja a un lado todo lo accesorio y se centra en sus personajes, especialmente en los femeninos. Locas es la vida, sin más. Es la historia de unas personas que se comen la vida a bocados, con ansia desesperada, con una vitalidad inconsumible, y contagiosa. Los dos personajes centrales, Maggie Chascarrillo y Hopey Glass, son sin lugar a dudas dos de los más importantes que ha dado el cómic americano, dos mujeres de carne y hueso, adorables, insoportables, duras, débiles… como todos nosotros. Es imposible no enamorarse un poco de ambas, aunque yo confieso que me quedo, por poco, con la mala leche de Hopey y esas cejas tan atractivas. Hay más, claro. El protagonismo de Locas es coral, como no podía ser de otra manera dada su extensión. Está Rena Titañón, aventurera y reina de la lucha libre femenina, o la cabeza loca de Penny Century. Todas mujeres, sí; quizás el punto débil de Locas sean los personajes masculinos, meros comparsas, desdibujados casi siempre, de débil carácter en muchas ocasiones, o estereotipos como el unidimensional Rand Race. No llega Jaime al extremo de su hermano Beto, cuyos personajes varones casi siempre son negativos o desencadenantes de tragedias, pero no le interesan demasiado. Tampoco al lector, todo hay que decirlo: no es algo que se eche en falta.

Cuando uno lee del tirón los tres tomos de Locas publicados por La Cúpula, se le viene encima todo el peso de los años, la sensación de estar leyendo una saga que supone el trabajo de toda una vida para el autor. Hablamos de diez años de tebeos. Es algo parecido a lo que siento leyendo Alec, de Eddie Campbell. Jaime Hernández además va in crescendo, cada historia es mejor que la anterior, se beneficia de todo el trasfondo creado y gana en intensidad. La historia de amor-amistad entre Hopey y Maggie adquiere fuerza conforme van haciéndose adultas. Además, Locas es un recorrido por la escena musical de la costa oeste, desde el punk hasta el grunge, gracias a los diferentes grupos en los que va participando Hopey.

La particular narrativa de Hernández es otro de sus enormes atractivos. Conscientemente renuncia a los cartuchos de texto explicativos y por tanto a la localización espacial o temporal de la acción, dejando que sea el dibujo y los diálogos los que situen al lector. Se crea así una sensación de continuidad muy interesante entre los fragmentos que se nos van contando, incluso aunque haya meses o años entre ellos. Con el paso de los años, además, aprende a equilibrar la proporción texto-dibujo, que empieza descompensada a favor del primero demasiado para acabar con una más moderna, con un cómic más visual —es lógico, el tebeo evoluciona, no es lo mismo el inicio de los ochenta que el final de los noventa—. De su dibujo, poco malo puede decirse. Es un maestro, con un trazo elegante y un dominio del blanco y negro que crece año tras año. Cada personaje tiene un aspecto diferenciado y su propia gestualidad, sus tics y expresiones características. No es nada fácil hacer esto en un cómic así, pero Hernández lo consigue con naturalidad asombrosa.

Pope del cómic independiente junto a sus hermanos, Jaime Hernández es el inspirador de toda una corriente, un pionero en la autoedición y en el cómic que cuenta historias más o menos cotidianas. Por ejemplo, no sé si hoy habría un Adrian Tomine sin Jaime. O por supuesto, un Terry Moore; anda que no le debe Strangers in Paradise a Locas. Antes de Francine y Katchoo, existieron Hopey y Maggie.

Todo un descubrimiento, en definitiva, aunque hace un par de años leyera La educación de Hopey Glass, al que no encontré la gracia, claro, por no conocer a los personajes. Ahora toca ir leyendo, poco a poco, la ingente cantidad de material que ha dibujado este maestro.

Por thewatcherblog

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