Capítulo 1
Después de nuestro viaje a Barcelona, nuestra actividad sexual, si bien se acortaba a momentos puntuales dadas las circunstancias del trabajo y de convivencia con nuestros hijos, en cada ocasión que se nos presentaba era plena. Pero a principios del pasado año a Rober le diagnosticaron una enfermedad que, no siendo grave, entre los efectos adversos de uno de los medicamentos que le pusieron en el tratamiento, figuraba la posibilidad de que pudiera presentar disfunción eréctil. Y así resultó
Nuestro hijo Gonzalo, que ya contaba con 19 años, siempre ha sido muy cariñoso conmigo. Desde pequeño, cuando llegaba del cole, o más tarde del instituto, o en la actualidad de la Universidad, si estoy en casa, lo primero que hace es acudir a buscarme y darme un abrazo y un beso, y si no estoy, cuando llego, soy yo la que va a buscarle. Con su padre es un poco más esquivo. Por el contrario, nuestra hija, su hermana, es más suya, no exterioriza tanto el cariño, ni con su pareja a pesar del tiempo que llevan juntas. El caso es que siempre le había visto como a mi niño, pero un día, al hacer la colada aprecié como una de mis bragas estaba “especialmente” manchada. Precisamente aquellos días Rober había estado de viaje, así que no me cabía ninguna duda de cuál era el origen. En principio no lo hablé con nadie, pero sí me empecé a fijar en detalles alrededor de mi hijo. Y efectivamente me percaté de que algo estaba sucediendo, cuando avisaba cada vez que entraba al baño supuestamente a hacer sus necesidades al objeto de no ser molestado, o su cambio de actitud hacia mí en los últimos meses que cada vez era más cariñosa.
Recordaba entonces lo vivido en aquel viaje a Barcelona, después de la noche que pasamos con Oriol, el “amigo” de mi querida Susana, y comencé a verle con otros ojos. Pensaba en ello y me propuse de alguna manera empezar a mantener distancia. Y el punto de inflexión llegó el día en el que me pidió que le diera unas friegas con aceites por unos dolores que tenía en la pierna y espalda. Era a principios de verano y hacía mucho calor. Aunque durante el día siempre procuramos guardar las composturas y ser respetuosos con la vestimenta, a ciertas horas y en ciertos instantes, como en el momento de levantarnos o a la hora de acostarnos, siempre íbamos más ligeros de ropa, sobre todo en verano. A mi me gusta estar cómoda, y en esta época del año visto ropa ligera para estar en casa. Me gusta ponerme una camisola holgada y lo suficientemente larga que me tape hasta casi las rodillas, prescindiendo de cualquier otra prenda en la parte inferior, salvo la braguita, y liberada del sostén. Como decía, aquella noche al entrar en su habitación, me lo encontré ya acostado boca abajo en su cama, vestido únicamente con sus boxer. Cogí un aceite de masaje y una toalla, me senté junto a él, y echándome un chorro de aceite en la palma de la mano, comencé a frotarle la espalda. Después de un rato largo, en el que mi hijo soltó algún gemido fruto de dolor e imagino que mezclado con placer, comencé a hacer lo mismo con su pierna izquierda, que era en la que tenía las molestias, que por mi posición era la que más alejada me pillaba. Al rato le pedí que se girara, que se diera la vuelta, para hacer lo mismo ya por la parte delantera. Cuando lo hizo cerró los ojos y yo comencé desde el tobillo hacía arriba. Apretaba con las manos a la vez que hacía presión con las yemas de los dedos, y cuando había pasado la rodilla, cuando subía hacia arriba hacia los muslos, sin querer, dos o tres de mis dedos se introdujeron bajo la parte inferior de su boxer, lo que provocó un movimiento ligero y seguramente inconsciente por su parte, acompañado de una respiración profunda. Eso provocó en mí cierto grado de agitación, y volví a repetir el movimiento, ya de manera consciente, intentando llegar un poco más allá y fijándome en su entrepierna, apreciando como poco a poco aquello crecía de manera considerada hasta que alcanzó un cojín y se tapó con él. No pude evitar reírme, y tumbándome sobre él, le dí un beso en la frente deseándole buenas noches y despidiéndome de él hasta el día siguiente.
Al acostarme, no me podía quitar la idea de ver a mi hijo, no como a un hijo, sino como a un joven. Me venían a la cabeza relatos que ya había leído por aquí de madres que habían tenido relaciones con hijos, muchos de esos textos seguramente fantasías imaginadas, pero por qué no, alguno real de personas que se atrevieron a dar el paso de saltar esa barrera que, por la manera de educarnos, impide tener relaciones entre familiares. Yo empezaba a creer, empezaba a sentir que no habría nada de malo, si las dos partes quieren, si las dos partes lo tienen claro, si las dos partes fijan hasta donde se puede llegar. Podía ser inmoral, pero en España ya no era delito. Y me excitaba. Me calentaba fantasear con estar con mi hijo cuerpo con cuerpo, como muchas veces habíamos estado, pero hacerlo sin ropa, tal como vinimos al mundo. Me encendía al recordar que ya lo hice con Oriol, aquella espléndida noche, meses antes. Me preguntaba si Gonzalo estaría igual de dotado. Y lo peor… o lo mejor de todo…: me calentaba. Me sentía sucia, culpable, pero lo estaba gozando. Busqué la mano de Rober, a pesar de que estaba casi dormido, y la lleve a mi entrepierna, no tardando en comprobar lo mojada que estaba… metió la mano y empezó a frotar sobre mi vagina…
- ¿Qué pasó? ¿Has tenido sesión de lectura? – preguntó
- Calla y haz que me corra. Lo necesito. Ya te contaré
Cuando ya empezó a hacerlo sobre mi clítoris, no tardé en correrme, en tener un orgasmo de esos que te hacen sentir calambre por todo el cuerpo, y lo hice fantaseando con mi hijo. Imaginándome cuerpo a cuerpo los dos, disfrutando él de mí, y yo de él. Y esas imágenes eran cada vez más constantes. Quería entenderlo y buscaba una explicación que justificara mi actitud.
Como decía al principio, meses antes de esa noche, a Rober le diagnosticaron una enfermedad cuyo tratamiento le provocó disfunción eréctil. Al principio lo asumimos, aunque por momentos yo le animaba a que fuera al especialista y si fuera necesario pidiera que le recetaran la pastillita azul, pero él se resignaba. Nuestra actividad se limitaba a la práctica de sexo oral, a tocarnos, y masturbarnos mutuamente, ayudados en ocasiones de algún juguetito.
Pero las cosas son como son. Todas las vivencias de los últimos años habían reactivado mi apetito sexual, y no dejaba de pensar en la edad, que como decía mi amiga Susana, la vida son dos días y yo quería aprovecharlos. Quería sentirme activa, plena… quería sentir dentro de mí algo más allá que un trozo de material artificial. Pero no quería llegar al punto de buscarlo fuera. Como de sentirme una guarra o algo así, poniendo los cuernos a mi marido, ni aunque fueran consentidos. Habían sido solamente cuatro ocasiones para deleite suyo y he de reconocer que placer mio. Aquellos días posteriores me empecé a plantear que lo que necesitaba, lo tenía en casa, en la habitación de al lado. Necesitaba tiempo para tenerlo realmente claro, y por supuesto planteárselo a Rober, pues esa siempre fue condición indispensable para llevar a cabo prácticas liberales, buscar un momento y ver cómo se lo iba a plantear. Luego ya sería ver si mi hijo iba a querer tener algo con su madre. Me cortaba, pero ciertos relatos me animaban a seguir adelante o al menos intentarlo.
Un día llamé a Rober para vernos y comer fuera de casa a la salida de nuestros trabajos. Fué en la comida cuando le conté lo que me estaba rondando por la cabeza. No podía esperar más, no quería que se enfriara, y quería hacerlo antes de dar cualquier paso, hacia adelante o hacia algún lado.
- Si te soy sincero, no me sorprende lo que me estás contando. Incluso alguna vez lo he pensado. Sabes que te he abierto las puertas para que busques lo que yo no te puedo dar. Y si lo encuentras dentro de casa, pues mejor que mejor. Pero es muy complicado. Que va a ser del día a día. Quitando la noche que pasamos con Juan Carlos, el resto de encuentros también han sido puntuales, pero con desconocidos. Pero hacerlo con Gonzalo, con nuestro hijo… no se como vamos a llevarlo.
- Sí, yo tengo sentimientos encontrados, pero son sentimientos de deseo y placer. El del amor como madre nunca va a desaparecer y siendo franca contigo, necesito encontrarme activa, hacer algo más que masturbarme. Quiero que seas tú, que vayas al médico a pedir ayuda, pero te sigues negando. Y necesito mirar por mí, y cada vez lo empiezo a llevar peor.
Tras una pausa, retomé la palabra:
- Desde hace cuatro años me propusiste lanzarme a una aventura con la idea de mejorar nuestra relación sexual, hemos hecho cosas que tiempo atrás, solo habrían pasado, como mucho, en sueños. Al principio lo hice por tí, cedí por tí, y es cierto que no me arrepiento para nada, pues todo esto, todo lo que hemos pasado me ha reactivado, me ha hecho sentir más joven, más plena, sin dejar de quererte y de amarte en ningún momento. Desde el primer instante pusimos que por delante siempre tenía que haber confianza y tener el consentimiento de la otra parte. Y ahora te lo estoy pidiendo. No te quiero ocultar nada.
- Estoy de acuerdo en todo lo que dices, y yo soy el primero que no quiero perderte por este tema. Solo digo que tenemos que hacerlo, o mejor dicho, tienes que hacerlo con cautela… porque en esta ocasión creo que lo mejor es que yo me aparte. Eso sí, solo te pido que me lo cuentes.
- Sí, le he estado dando vueltas y también creo que es mejor que no estés delante, pero te aseguro que si sucede algo, lo sabrás.
- Pues nada, lo dejo todo en tus manos.
El primer paso estaba dado, y ahora tocaba ir a por él. Tenía que seguir moviendo ficha y no tardé en hacerlo. Rober volvió al trabajo y yo fuí para casa. Al llegar Gonzalo estaba en su habitación viendo una serie, y cuando me acerqué le di un beso lo más cercano a la comisura de sus labios y le pregunté por sus molestias
- Estoy mejor, parece que las friegas que me has dado estos días algo me han hecho.
- ¿Si? Pues si quieres ponte cómodo, que me voy a dar una ducha, me cambio y te vuelvo a dar otro masaje – le dije.
Mientras me duchaba no dejaba de pensar qué podía hacer para provocarle y se me ocurrió que de primeras, vestir un poco más ligera de ropa, así que cuando salí, me puse una braguitas de encaje blancas y una camiseta bastante fina, de las más cortas que tenía, que apenas me cubría los glúteos, tapando mis pechos liberados. Empezaba a estar nerviosa pero, aún así, cogí aire y agarrando una toalla y el aceite de masajes, me dirigí a su habitación. Se había quitado la camiseta y ya estaba tumbado en la cama
- ¿Por dónde quieres que empiece?
- La espalda, por favor – me respondió
Comencé a extender el aceite por la espalda, subiendo desde los hombros hasta la cintura, hasta donde me dejaba su pantalón corto vaquero. Lo hacía con más suavidad, más ternura. Desplazaba mis manos acariciando sus costados, con calma, sin prisa… sentía su respiración y mis pulsaciones se aceleraban, con miedo a cualquier respuesta de rechazo, con temor a equivocarme, con pánico a que el camino que estaba tomando afectara a nuestra relación madre-hijo. Tenía que buscar una señal que me diera luz verde a dar otro paso. Le pregunté
- ¿Qué tal, cariño?
- Muy bien…. estoy en la gloria.
- Anda, gírate y quítate el pantalón, que sigo con la pierna.
- No, pero sigue por detrás…
- A ver, si no te quitas el pantalón no puedo seguir ni por delante, ni por detrás.
- Vale… espera un poquito.
Seguí acariciándole e instintivamente me incliné para besarle la espalda. Cuando lo hice su cuerpo se estremeció, pero yo seguí…
- Y esto, ¿te gusta?
- Mucho mamá, me gusta mucho.
- Venga, date la vuelta.
- No puedo
- Pero …¿por qué?
Sin cortarse, se dio la vuelta, y me dijo
- Mira,.. lo siento.
No pude evitar sonreir, y mirándole a los ojos directamente, dirigí mis manos a desabrocharle el pantalón, a la vez que levantaba la cadera para ayudarme a quitárselo. empecé a acariciar su pierna poco a poco, hasta tocar la tela de su boxer, y en un par de movimientos introducir los dedos buscando sus ingles y algo más.
- ¿Y esto es por mí? ¿o por qué estás pensando en alguna chica?
- Sé que no está bien, pero sí mamá, es por ti. Me excita que me toque una mujer y más de la manera que lo estás haciendo. Lo siento, no se como evitarlo
- No, no está bien, pero si queda entre nosotros, puedo ayudar a aliviarte – fui directa.
- ¡Mamá!
- Cariño, es normal a tu edad, no te tienes que avergonzar. A ver si te crees que no se que te masturbas. Quizás sea yo la que te tenga que pedir perdón.
- ¿Por?
- Pues porque ya te veo como todo un jovenzuelo que eres, guapo, con ese cuerpo que te estás forjando en el gym y eso también llama la atención de una mujer.
Acto seguido comencé a besar su pecho, suave y lentamente, hasta que sentí que una de sus manos comenzó a acariciar mi pelo, lo que me dio pie a seguir hacia arriba a buscar su cara, rozando mis pechos contra su cuerpo, únicamente separados por la tela de la camiseta, hasta encontrar sus labios, juntándose con los míos. En ese momento di otro paso más y puse mi mano sobre su miembro, presionando ligeramente hacia arriba y abajo, justo cuando sentimos como se introducía una llave en la cerradura de la puerta del piso. Por acto reflejo, me repuse, y antes de salir de su habitación le dí un último beso en los labios:
- Lo siento, hoy tienes que volver a terminar tú.
Esa noche, cuando me encontraba preparando la cena, en un momento que nos encontramos solos en la cocina, me dio un abrazo acercándose por detrás, sin disimular como buscaba el contacto físico de su pene contra mi culo. Me gustó, porque me daba a entender que estaba dispuesto a seguir hacia adelante pero no podía permitirlo,al menos en ese momento en el que no estábamos solos en casa.
- Gonza, por favor, ahora no. Mañana hablamos
Durante la cena cambió su actitud, se mostraba un poco retraído y en cuanto terminó se fue a su cuarto. Pasé a darle un beso de buenas noches, y le vi distanciado.
- ¿Qué te pasa?
- Nada, que hay cosas que no entiendo.
- ¿Como?
- Lo de esta tarde.
- Ya te he dicho que lo hablamos mañana. Tranquilamente y con toda confianza en cuanto llegue de trabajar, que no estarán ni tu padre ni tu hermana.
Me despedí de él, y me fui a acostar. Ya en la cama comenté la situación con Rober. Necesitaba su comprensión y su beneplácito. Yo estaba dispuesta a seguir pero todavía existía la opción de cortar por lo sano.
- Si tú estás segura, hazlo.
Me abrazó, empezamos a acariciarnos y a besarnos, y no pude por menos que agradecérselo con una buena mamada en la que no tardó mucho en correrse excitado por el morbo. Cuando terminamos le respondí- Pase lo que pase, que sepas que te quiero.
Al día siguiente fui la primera en levantarme y salir de casa para ir al trabajo. Durante toda la mañana estaba muy nerviosa, preguntándome a mi misma si realmente estaba dispuesta a dar aquel paso. A media mañana escribí un mensaje a Gonzalo diciéndole que preparara algo de comer para los dos, ya que llegaría con la hora muy ajustada. Cuando entré en casa, y tras nuestro saludo cariñoso, le dije que me diera unos minutos y me esperara para comer, que me iba a dar una ducha rápida. Me pusé un conjunto de sostén y braguitas semitransparente de color blanco, y una camiseta, de las más cortas que tenía.
Nos sentamos a comer. Lo hacíamos en silencio, silencio que rompí entrando directamente al grano:
- ¿Terminaste lo que quedó ayer pendiente? – sonreí con gesto pícaro.
Se sonrojó y bajó la mirada.
- A ver, cariño. A tu edad esas cosas son de lo más normal del mundo. Quizás lo inusual fue mi actitud, y si te molesté, te pido mil perdones. Me pudo la situación, los pensamientos, el deseo, el verte ya no como a un hijo, si no como a un hombre.
- Ya, y yo desde hace un tiempo tampoco te veo como a mi madre… pero es que eres mi madre y además está papá. ¿Es que no estáis bien?
- Me ves como a tu madre que soy, pero bien te masturbas con mi ropa ¿no?
Guardó silencio y continué.
- ¿Ves? también tienes pensamientos, y de verdad, no por ello me voy a alarmar. Para nada. Es más, te entiendo y lo puedo llegar a comprender. Con tu padre está todo bien, con una salvedad. Le quiero, nos queremos y tenemos un proyecto que hemos construido en común, con el que queremos seguir mucho tiempo, pero…. hay cosas que ni tu hermana ni tu sabéis.
- Cosas ¿cómo?
Me acerqué a él, le cogí de la mano y le confesé:
- Mi amor, tu padre y yo estamos bien, pero desde hace unos meses, cuando estuvo de médicos, pues uno de los tratamientos que le pusieron le limita en cierta actividad. Y yo tengo ciertas necesidades que él no me puede dar. Yo quería resignarme, y lo hemos hablado muchas veces, y él está dispuesto a que esa necesidad la busque fuera, siempre desde el respeto. Hace unas semanas me di cuenta de que lo que necesito lo tengo en casa. A quien necesito es a tí. Por eso te digo que los pensamientos ayer me llevaron a hacer lo que hice. Llámame egoísta, llámame lo que quieras.
Noté como le brillaban los ojos y noté como se le aceleraba la respiración. Tendí unas de mis manos a su cuello y continué:
- Sé que no es normal, que puede estar mal visto, al menos por gran parte de la sociedad. He buscado información y he leído bastante al respecto, también de algunos casos reales. Mi amor como madre jamás va a cambiar. Eso sí, no haré nada que no quieras que pase, y lo entenderé perfectamente.
- Entonces ¿anoche en la cocina?
- Cuando estábamos en la habitación estábamos los dos solos en casa, Y creeme si te digo que si no llega a llegar tu hermana a casa, no sé hasta dónde hubiera llegado, pero por la noche, con ellos en casa, no. Pero repito, yo estoy dispuesta.
Me acerqué a su cara y junté mis labios a los suyos. Se separó por un momento…
- ¿Y papá?
- De tu padre solamente te tienes que preocupar de que no nos vea juntos. De lo demás me encargo yo. Y confía en mí.
Volvió a besarme al mismo tiempo que me cogía una mano y la llevaba contra su pene, que estaba comenzando a ponerse bastante duro.. Entre susurros te dije- Hasta donde tu quieras cariño
Y ahí se desató. Comenzó a buscar mi lengua. Con las dos manos le bajé un poco el pantalón deportivo que vestía liberando aquella hermosa polla, de un tamaño considerable, más larga y algo más gruesa que la de su padre, y empecé a pajearla. El momento de excitación iba in crescendo, así que me levanté, de pié frente a él, le agarré la cabeza y la llevé entre mis senos. Llevó sus manos a mi cuerpo, acariciando mi cintura, ascendiendo por dentro de la camiseta cuando escuché:
- ¿Puedo?
- Claro que puedes
Me deshice de la camiseta, quedando solamente en ropa interior ante él, ayudándole a quitarse también la camiseta. Estaba dispuesta a todo pero a la vez quería marcar tiempos. Me acariciaba, me apretaba los pechos sobre la fina tela que dejaba ver la oscuridad de mis pezones en punta.
- Será mejor que vayamos a tu habitación cariño – le dije.
Así hicimos, recorriendo el corto trayecto él tras de mí. Desde atrás me abrazó llevando sus manos nuevamente a mis pechos, y comenzando a darme besos en el cuello. Le invité a que me quitara el sujetador y cuando lo hizo, me di la vuelta y nos fundimos en una abrazo. Quería que sintiera mis senos contra su pecho, como otras veces pero sin telas de por medio. Comencé a saborear su cuerpo, a besarlo de arriba a abajo, a ayudarle a desprenderse del pantalón que vestía y de su ropa interior a la vez, sin dejar de mirarnos a los ojos, continué descendiendo hasta que quedé de rodillas sobre un cojín, ante él, y ante aquel mástil lleno de fortaleza y repleto de juventud, que cogí con la mano iniciando un sube y baja mientras acercaba mi boca sacando la lengua con la que comencé a saborear su vigoroso glande y bajando a su zona genital. Con sutileza y delicadeza, y sin perder contacto, hice que se sentara en el borde de su cama y comencé a mamar aquel tronco que no era capaz de meter entero en la boca. Dejó caer su espalda sobre la cama, y continué un rato, un buen rato hasta que avisó de que iba a correrse
- Mamá, ya, ya, yaaaa….
- Hazlo, córrete sobre tu madre
Me separé y seguí unos segundos con las manos, con más intensidad, mientras me incorporaba un poco para que proyectara todo su líquido sobre mis pechos. Yo estaba mojada, me quité las braguitas, y las pasé por su miembro terminando de limpiarle unas gotitas, y luego limpié su corrida sobre mi cuerpo. Me acerqué a él, le dí un ligero beso en los labios y con voz baja le dije:
- Solo si tu quieres, seguimos adelante, pero eso sí, tiene que ser nuestro secreto. No se puede enterar nadie… ni tu mejor amigo, y por supuesto, ni tu hermana.
- Mamá..
- Dime…
- Lo estoy deseando desde hace tiempo
- Lo vamos viendo, mocetón – y le volví a dar otro beso.
Sobra decir que ese primer día quise parar ahí, pero tuve que continuar y auto satisfacerme en mi dormitorio, a puerta cerrada, disfrutando en soledad de aquel momento, aquel sabor, aquellos olores.. Ya llegaría el momento de compartir más con él. Los pasos estaban dados, y lo más importante la puerta abierta y con luz verde.
Capítulo 2
Puse al tanto a Rober, quien me confesó que realmente le gustaba que todo quedara en casa, y fué quien me propuso hacer una escapada con mi hijo a la casa familiar que tenemos en un pueblo en la Sierra de Gredos. Era la casa de mis padres hasta que fallecieron. Desde entonces los inviernos apenas vamos, pero llegado el verano, siempre me gusta ir a desconectar, buscando la tranquilidad y temperaturas más frescas, aunque es cierto que a Rober cada vez le apetece menos porque, por su trabajo, necesita estar conectado y por la disposición de la casa, allí apenas hay cobertura para hablar por teléfono y en el mejor de los casos la conectividad de datos en muy pésimas condiciones. Además, no son muchos los fines de semana que coincidimos libres. A parte, a los chicos según han ido creciendo, les pasa igual. Como mucho les gusta pasar allí dos o tres días, no más.
Estábamos en verano, y mi turno de trabajo me iba a permitir disfrutar de algo más de dos días libres, se lo propuse a Gonza con la excusa de que me tenía que ayudar a darle una vuelta a la casa, pues no habíamos encontrado hasta entonces el momento para dejarla lista para la temporada estival. En principio no le hizo mucha gracia pero cedió cuando le repliqué que había que hacerlo, que ni su padre ni su hermana podían acompañarme por obligaciones laborales, que en esa ocasión no me apetecía ir sola y que si terminábamos pronto volveríamos a casa.
Llegó el día, entre semana, creo recordar que era martes o miércoles. Salimos de viaje pronto, como a las siete de mañana, ya con compra hecha para llegar en menos de dos horas a nuestro destino. Al entrar en la casa vimos que estaba todo en orden y abrimos para ventilar, y lo primero que hice fue ponerme ropa cómoda para empezar con las labores de orden y limpieza. No se nos dio mal, pues a la hora de comer, entre los dos, habíamos puesto en orden la casa. Antes de comer me pegué una ducha, y volví a salir con ropa de estar por casa. Cuando me vio, comentó:
- Dijiste que cuando termináramos, podríamos volver a Madrid.
- Cierto, pero mira la hora que es, y no nos vamos a ir sin comer. -Y aquí entró mi lado pícaro.- Además, después del madrugón de hoy y la paliza que nos hemos dado, antes de salir me gustaría descansar un ratito, ¿no crees?.
Y parece que captó la indirecta. Terminamos de comer, recogimos y fui a tumbarme a mi cama. Lo hice sin pantalón, solamente con las braguitas y la camiseta que llevaba puesta. No tardaría mucho en quedarme traspuesta, cuando en un momento, estando de costado, comencé a sentir unas manos que muy suavemente acariciaban mi muslo, y mi trasero. Era él. Lejos de sobresaltarme, me alegró porque realmente era lo que estaba deseando, era a lo que verdaderamente había ido al pueblo, y en esta ocasión era él quien estaba dando el paso, pero seguí haciéndole creer que estaba dormida. Quería ponerle a prueba y ver hasta donde estaba dispuesto a llegar. Yo gemía ligeramente, me gustaba la delicadeza que estaba poniendo, y de manera muy sutil, movía mis caderas y le ofrecía mi cuerpo, como queriendo enviarle una señal de aceptación. Seguía cada vez más pegado a mi espalda, ya con las manos por el interior de mi camiseta, explorando mi cuerpo, y buscando mis pechos aun vestidos. Y yo… apretaba ya mi culo contra él, buscando sentir su bulto, hasta que finalmente coloqué mi mano entre ambos para palpar su miembro, buscando sentirlo piel con piel, carne con carne, ya en el interior de su ropa, a la vez que ofrecía mi cuello para ser besado, mordido, saboreado, que es lo que más me pone. Me di la vuelta, nos abrazamos y nos besamos. Sin articular palabra, los dos estábamos invadidos por el mismo deseo, el de poseernos el uno al otro, sin tapujos, sin barreras de por medio como dos amantes dispuestos a todo, lo que nos llevó a desnudarnos por completo dejando a su merced mi cuerpo, porque seguía siendo él el que llevaba las riendas y me encendía. Y comenzó a besar mi cuerpo, los labios, la cara, los hombros, los pechos, deteniéndose por un momento en los pezones, y continuando por el vientre. Se detuvo, se incorporó ligeramente y mirándome a la cara, comenzó a tocarme la vagina con movimientos suaves y delicados que daban a intuir que sabía qué y cómo lo hacía, que no era la primera vez, y ese pensamiento mío me agitaba aún más. Obteniendo mi permiso, solamente con la mirada, me dejé hacer, me dejé penetrar por sus dedos que buscaban mi zona G. Estaba siendo increíble, parecía todo un experto. Hasta que sacó la mano y llevó los dedos a su boca, chupando mis flujos… ¡joder!. Acerqué mi mano a su cabeza y lo empujé hacia abajo indicándole el camino de lo prohibido. Solo tuve que decir:
- Sigue amor mío, no pares.
Buscó con su lengua mis labios vaginales, de arriba a abajo, lentamente, de un lado a otro, en círculos sin seguir ningún patrón que me hiciera adivinar qué era lo que venía; sus manos en mis caderas, sujetándome para atacar ya con su lengua el interior de la vagina.
- Sigue, pero date la vuelta, ponte encima – le susurré.
Volví a meterme su verga en la boca, no sin antes chupar su zona genital. El placer de lo prohibido hacía que nuestros movimientos fueran cada vez más intensos, hasta que después de no mucho rato noté como su cuerpo se contraía, y de manera instintiva me la saque, y girando mi cabeza hacia un lado, le ayude a proyectar su semen sobre un lado de mi cara. Y yo…, tuve un orgasmo colosal, por primera vez, mi primera vez con mi hijo, mi joven macho.Le pedí que se retirara, me levanté y fui al baño a limpiarme la cara, cuando regresé no dejaba de mirarme y me acosté junto a él.
- No es la primera vez que has estado con una mujer ¿cierto?
- No
- Que calladito te lo tenias. Cuéntame entonces ¿estás saliendo con alguien?
- No
- Joder Gon, que seco eres. Creo que ya tenemos más que la confianza entre madre e hijo ¿no? ¡Cuéntame!
- ¿Qué quieres que te cuente? Me has preguntado, te he respondido.
- La manera de cómo me has hecho lo que me has hecho no es de principiante.
- Mamá, no tengo pareja. Ocasionalmente tengo encuentros con una compañera de la uni, y sí, de vez en cuando me acuesto con ella.
- ¡Anda! y yo sin saber nada
- Se llama Claudia, la conocí el primer año, pero como te digo, no somos pareja.
- Sigue, cuéntame.
- Es muy atractiva, tiene buen cuerpo, mejorando lo presente, y si algo tiene claro al igual que yo, es que no queremos compromiso. No me quiero ver como mis amigos, que algunos viven por y para sus chicas. Quiero ser libre, hacer lo que me plazca, cuando y con quien me dé la gana, sin tener que dar explicaciones a nadie. Cuando nos apetece, quedamos para ir al cine, cenar, y luego acabamos follando. Perdona por la palabra, pero es que es eso lo que hacemos, follar.
Yo había comenzado a acariciar su cuerpo, y bajé hasta coger su miembro que ya empezaba a coger firmeza de nuevo.
- Cuéntame más … ¿Y de dónde es? ¿Dónde vive? ¿Cuántos años tiene?
- ¿Me estás sometiendo a un interrogatorio?
- Jajajaja… ya ves, cosas de la profesión
- Ya que estamos en total confianza, es de Málaga pero está viviendo en Madrid por estudios. ¿Y su edad? pues bueno… algo mayor que yo, pero no me importa nada, tiene 25 años. Como te digo, no voy a comprometerme con ella. Nuestra relación se basa en la amistad y el sexo. Además…
- Además, ¿qué?
- Ella tiene pareja, un chico italiano. Desde el primer día que nos enrollamos me lo dijo, hablamos las cosas y queremos vivir esta relación así, sin ataduras.
En ese momento me alarmé, pero enseguida me di cuenta que lo que él estaba haciendo era lo que veníamos haciendo sus padres en los últimos años. Estaba viviendo su vida como a él le apetecía y lo más significativo es que parecía tenerlo claro.
- Sois adultos, y aunque para una madre no es ese el tipo de relación que desearía para su hijo, si los dos tenéis claro lo que estáis haciendo me parece perfecto. Eres joven, tienes una larga vida por delante, y tienes que vivirla a tu manera.
- Como madre, tampoco creo que acostarse con tu hijo debiera ser lo más deseable
- ¡Tontorrón!
Me abalancé sobre su boca y comencé a besarla, a comer sus labios, a buscar su lengua.
- ¿Qué? ¿Nos vamos ya para Madrid? – musité
- Si el plan era para dos días, .. ¿para qué cambiarlo?
Antes de seguir, le pedí un minuto, para levantarme a coger un bote de gel lubricante. Esta vez cogí yo las riendas e intenté llevar la iniciativa. Me puse encima de él para cabalgar, comencé a frotar toda mi zona sobre su aparato, que estaba nuevamente en disposición, y el gusto y el placer por lo socialmente inaceptable ocasionó que yo no tardara en volver a lubricar por natura.
- Quiero que me folles, Quiero tenerte dentro de mi – le dije.
- Espera un momento, por favor, tenemos que tomar precauciones
- No te preocupes amor, no puedo quedar embarazada y quiero sentir plena esa carne de mi carne en el interior.
En ese momento fue cuando ayudada por una mano, le cogí y ayudé a introducirme por primera vez su polla en mi cavidad vaginal, dejándome caer, para comenzar con suaves movimientos, sintiendo esa temperatura y esa sensación que tenía olvidada desde hacía meses, sin premura, percibiendo cada roce en cada centímetro. Aunque el placer era máximo, pasado un rato tuve la necesidad de cambiar de posición, pasando a la posición de perrito. Los movimientos y los gestos lo decían todo. Sobraban las palabras. Él buscó la penetración directa logrando un alto grado de estimulación de mi clítoris, con unos movimientos más bruscos, más desenfrenados. Le pedí
- Aguanta amor, no te corras todavía.
- No voy a tardar mucho mamá.
Le empujé hacia atrás para tener el espacio suficiente que me posibilitara darme la vuelta, y permitir que me tumbara hacia arriba. Le pedí que se acercara, recibiendo su cuerpo sujetándolo con mis piernas apoyando mis tobillos sobre sus hombros y dejando a su disposición mi sexo para ser penetrado de nuevo. Sin separar nuestras miradas, sin distracción alguna, quería ser regada por su simiente, y quería hacerlo mirándole a los ojos, no tardando mucho en rematar este nuevo capítulo.
- Me voy a correr
- Siiiii….. hazlo
- ¿Segura?
- Siiii… ahhhi… siiiiiii…. seguraaaaa aahhhhhh.
- Yaaaaa!!!!!
- Siiiiiii !!!!
Fue oír sus palabras, sentir su semen dentro de mí y ver su mirada sincera, lo que provocó en mí llegar a un orgasmo muy diferente a los que había tenido nunca. Nos quedamos en silencio, mirándonos a la cara, dándonos algún que otro beso, acariciándonos, como si no hubiera mundo, no existiera el tiempo, hasta que nos dimos cuenta que eran algo más de las siete de la tarde. Me levanté yo primera y mientras me estaba duchando mi cabeza no paraba de dar vueltas a lo que había sucedido, pero para llegar a una conclusión clara, tenía que sentarme con mi hijo, y tener una conversación más que sincera. Lo que habíamos hecho, en parte provocado por mi, se salía de las reglas morales, pero ¿cuantas cosas en nuestra vida cotidiana lo hacen y no les damos importancia?
Nos vestimos y salimos a visitar a un tío mío y a mi prima Sofi, quien se vino a vivir con él desde que se separó hace unos años. Estuvimos cenando con ellos, y ya de noche volvimos a la casa.
Mientras paseamos tomé la palabra:
- Tenemos que hablar sobre lo de esta tarde. Bueno, sobre lo de esta tarde y lo del otro día en casa. Quiero que tengamos los dos claro en donde estamos y a dónde hemos llegado.
- Por mí no te tienes que preocupar.
- Si me preocupo. Eres mi hijo, y creo que esto no ha estado bien.
- ¿Que no ha estado bien? ¿Por qué?
- Pues por eso. Porque no es nada habitual, ni está socialmente reconocido una relación de este tipo entre madre e hijo.
- ¿Y eso quién lo sabe? Yo no se lo voy a contar a nadie, y sinceramente, me ha gustado mucho. Y te quiero como madre, y te quiero y me gustas como mujer.
- Ese es el problema.
- No mamá, no es el problema. Esta tarde, si te hubiera visto como mi madre, seguramente no estaríamos hablando de esto, por eso he querido observarte, verte, tocarte, sentirte como la mujer que eres. Y no me arrepiento para nada, ¿y tú? ¿Te arrepientes?
- Yo tampoco me arrepiento. ¿Cómo voy a hacerlo si soy yo quien te ha buscado? Soy yo la que he encontrado en tí algo que necesitaba. Y no es amor, porque tu amor lo tengo desde que naciste.
- Pues ya está, poco más hay que hablar. Lo único que ahora me preocupa es papá.
- Ya te dije que de él me ocupaba yo, y te voy a contar un secreto. Él ha sido quién me animo a que vinieramos al pueblo
En ese instante se paró:
- ¿Cómo?
- Mira cariño, desde hace unos años nuestra relación, en el aspecto más íntimo ha cambiado mucho, y hemos visto que para bien. Hemos hecho cosas, nada malo, que ahora mismo no estoy preparada para contarte. Pero ya sabes que desde hace meses hay algo que no funciona, y yo como mujer tengo unas necesidades que no quiero buscar fuera. Y en eso tu padre y yo estamos de acuerdo.
- Estoy flipando.
- Creo que ya te lo conté.
- No por eso, si no porque papá esté al tanto de que nos hayamos acostado, ya me entiendes.
- Bueno, al tanto no está todavía, pero ahora cuando lleguemos, se lo tengo que contar, es parte de nuestro acuerdo. Tener confianza plena entre nosotros. ¿Seguimos?
Continuamos andando, y retomé la conversación
- Ahora que ya he puesto las cartas sobre la mesa, juego mi última baza. Lo hecho, hecho está, no me arrepiento, y me ha encantado. Y me gustaría poder seguir teniendo sexo contigo, si tu estás dispuesto, y siempre y cuando no me entrometa en tu relaciones personales.
- Ya te he dicho lo que hay entre Claudia y yo. Lo de hoy ha sido lo más bonito que he tenido en mucho tiempo, y por mi, aquí me tienes las veces que quieras. Será un placer follarme a mi madre.
Continuamos andando en silencio, supongo que él, al igual que yo, tratando de organizar esas palabras en nuestro pensamiento, hasta que antes de llegar a la puerta de la casa, soltó:
- Entonces, ¿esta noche dormimos juntos? Le solté una ligera cachetada en su brazo, y con una sonrisa, le respondí.
- Anda, pasa para adentro.
En cuanto cerré la puerta, me cogió las manos y levantando mis brazos me apoyó contra la pared, me miró a los ojos, y lentamente se acercó a besar mi cuello, susurrándome en el oído
- Esta noche quiero pasarla contigo.
Recuerdo que cerré los ojos, y dejé volar mi imaginación, y mi yo interior también lo deseaba. Era mi niño, le quería, le amaba, y desde estaba dispuesta a dejarle ser también mi amante. Cuando se dispuso a acariciar mi cuerpo bajo la ropa que vestía, reaccioné y le invité a que se duchara y me esperara en la cama, que enseguida iría yo, tras lo cual me dirigí al patio interior de la casa para escribir algunos mensajes a Rober. El más importante aún lo conservo. Eliminando texto, corrigiendo palabras, me costó escribirlo:
“Gracias x dejarme vivir esta locura tan bonita con tu hijo, con nuestro hijo.En él he encontrado justo eso q me faltaba, sin tener que buscarlo fuera 💛Lo hemos hablado todo y creo q los dos lo tenemos claro…Mañana, ya en casa, lo hablamos tranquilos 🙏Yo quiero seguir adelante, de verdad… pero solo si tú también quieres ❤️Te quiero con el alma ♾️”
Después me metí en la ducha, dejando que el agua caliente deslizara por mi cuerpo, tratando de calmar la intensidad de lo que acababa de escribirle a Rober. Su respuesta resonaba en mi mente:“Si tu eres feliz, yo soy feliz. Disfruta de esta locura nuestra con tu hijo”
Era consciente de todo lo que estaba en juego… y aún así, no podía parar.
Al salir, me envolví con una toalla, sin prisa. Caminé descalza hacia la habitación, donde Gonzalo me esperaba tendido, semidesnudo, bajo la sábana. Cuando abrí la puerta, me miró con deseo. Sin decir palabra, me deshice de la toalla y me senté sobre él, a horcajadas.
Sus manos recorrieron mis muslos, subiendo lentamente, y sus labios encontraron mis pezones erectos. Cerré los ojos. Ya no había dudas, ni preguntas. Solo deseo. El suyo. El mío. El nuestro.
Nos entregamos con una intensidad que no podía explicarse. Su cuerpo joven, fuerte, vibraba bajo el mío. Yo guiaba sus movimientos, marcando el ritmo, el compás de una danza prohibida que ya no quería detener. Su pene, duro y firme, se alineó perfectamente con la entrada de mi sexo. Lo deseaba dentro, como jamás había deseado nada.
Y entonces lo hice. Me deslicé sobre él, dejando que me llenara con una suavidad inusitada, con una conexión que iba mucho más allá del morbo o la lujuria. Era un acto de entrega, de transformación. Gonzalo gimió entre mis senos, sus manos aferrándose a mis caderas, marcando cada embestida con una fuerza contenida.
- Mamá…- susurró, con la voz quebrada.
- Shhh… – le dije mientras le besaba los labios. – Ahora solo soy una mujer… una mujer que te desea.
Le hice cambiar de posición, me tumbé mirando hacia aquel techo testigo de lo prohibido, y comenzando por mis pies comenzó a lamer mi cuerpo, suavemente, con mucho cariño, con la delicadeza de alguien que no quiere hacer daño alguno ni a nada ni a nadie, hasta que llegó a mi monte de venus, pasando su lengua por mis labios, saboreando mis líquidos que salían de aquel lugar donde antes se había metido. Agarré su cabeza y apreté. buscando alcanzar un orgasmo sin penetración, solo sintiendo la humedad caliente de su lengua y el tacto de sus dedos que exploraban alternativamente mi vagina y mi ano. Cuando se percató de mis convulsiones, apretó más aún si cabe, y no dejó la ocasión de aprovechar aquellos líquidos que expulsó mi cuerpo para usarlos de lubricante natural, ayudar a dilatar mi ano e introducir algún dedo en él, sin poner reparo alguno por mi parte.
- Me gustaría hacértelo por detrás – me susurró.
No le dí respuesta, yo seguía gozando, moviendo cadera y culo, y contrayendo de manera intermitente mi esfínter, con el fin de disfrutar del agrado que me producía aquella mezcla de placer y el dolor. Y él seguía.- ¿Puedo? – me preguntó
- Déjame que me de la vuelta. ¿Tienes preservativo?
Se levantó, y como todo joven precavido, cogió de su cartera un condón.
- Póntelo, y métemela.
Ya sabía lo que era sentir ser penetrada por atrás, y en ese momento estaba dispuesta a repetirlo. Me penetró desde atrás mientras continuaba jugando con sus dedos sobre mi ano, hasta que sacándola, cogió su herramienta y empezó a apretar sobre mi ojete. Volví a sentir algo de dolor, pero quien lo ha probado, ya sabe que el placer lo anula. Que mezcla tan extraña y placentera. Poco a poco, marcando yo los tiempos, mientras lo hacíamos, susurrando me preguntó:
- ¿Te lo han hecho alguna vez por aquí?
Y como pude contesté:
- Siiii…. sigue…..
En ese momento aumentó su agresividad en el empuje… hasta que sentí su orgasmo dentro de mí, profundo, caliente, mientras el mío me sacudía el alma. Nos amamos con furia, con ternura, con todas las contradicciones que caben en un cuerpo que ama y arde, moviéndonos a un único compás, sincronizando cada empujón, cada embestida. No olvidaré aquellas sensaciones de esa primera vez, de sentir aquellas convulsiones en el interior de mi ano.
Y así nos quedamos por unos minutos, hasta que se separó de mí y se acostó a mi lado. Nos abrazamos sudorosos, jadeantes, y nos quedamos así, unidos, sin decir nada, hasta quedar dormidos.
A la mañana siguiente, la habitación aún conservaba ese aroma a sudor, deseo y piel. Las sábanas enredadas hablaban por sí solas. No había música, ni reloj, ni voces fuera: solo el murmullo del silencio compartido.
Cogí el móvil, y tenía un mensaje de Rober:
“¿Y?… ¿Ha pasado? Cuéntamelo todo, sabes que quiero saberlo.”
Sonreí, y empecé a escribir:
“Sí. Pasó. Fue real, intenso, sincero. Lo hice con todo el amor del mundo, y también con todo el deseo que tenía acumulado. No sé si ha sido una locura… pero ha sido perfecto.Lo hablamos cuando llegue. Te quiero.”
Sabía que la historia no terminaba ahí. Había abierto una puerta que ya no se cerraría tan fácilmente.
Me senté en la cama, desnuda, recogiendo mi cabello con una pinza, sin apuro. Gonzalo se despertó y se quedó observándome. Su expresión era serena, pero en sus ojos se movía algo más profundo: un conflicto, una certeza, una pregunta que no se atrevía a formular. No me cubrí. No con él. No después de lo que había sucedido.
- ¿Estás bien? – preguntó con suavidad, como si no quisiera romper nada.
Asentí, y me giré para mirarlo.
- No sé si es la respuesta es adecuada… pero sí. Estoy… aquí.
Sonrió. Bajó la mirada unos segundos. Sus dedos jugueteaban con la sábana.
- Yo tampoco sé cómo explicarlo. No quiero que pienses que esto fue un impulso, una locura de una noche… aunque quizás lo fue. Pero no fue vacío. No para mí.
Me acerqué. Acaricié su rostro. Había algo en su voz, en su forma de buscarme con los ojos, que me hacía olvidarlo todo: los prejuicios, los límites, incluso mi propio juicio.
- Gonzalo, cariño -dije, acariciándole la mandíbula-. Anoche fuiste un hombre. No mi hijo, no un muchacho confundido. Un hombre que me miró, me deseó, me tocó… como nadie lo había hecho en años. Y sí, fue inesperado, pero deseado. Fue intenso. Pero fue real.
Él tomó mi mano y la colocó sobre su pecho.
- Yo no sabía que podía sentir esto contigo. Pero cuando ocurrió… no sentí vergüenza. No sentí miedo. Sentí paz. Sentí que te estaba dando algo que ni siquiera sabía que guardaba.
Me humedecí los labios, buscando las palabras correctas.
- Lo que pasó no cambia el amor que te tengo. No borra que soy tu madre. Pero tampoco quiero negarlo ni ocultarlo. No fue un error. Y no me avergüenzo. ¿Tú sí?
- No -contestó rápido-. Solo me da miedo lo que viene después. No quiero que nos hagamos daño, ni arrastrarte a algo que nos supere.
- No me arrastras. Caminamos juntos, paso a paso. Esto no tiene nombre, Gonzalo. No se trata de encajar en una etiqueta. Se trata de escucharnos… de no mentirnos.
Hizo silencio. Luego:
- ¿Y papá…?
- Tu padre lo sabe. Y me ha dado algo que pocas personas se atreven a dar: libertad. Confianza. Lealtad desde un lugar diferente.
Gonzalo se incorporó, aún desnudo, sin cubrirse. Nos miramos desde la misma altura. Su respiración se sincronizó con la mía.
- Entonces… si te dijera que quiero volver a besarte, que quiero volver a hacerte el amor… sin miedo, sin culpa… ¿te quedarías?
Apreté sus manos entre las mías. Las llevé a mis labios.
- Si me lo pides así… no solo me quedo. Me entrego.
Nos abrazamos. Desnudos. Sinceros. El deseo estaba allí, palpitante, pero no teníamos prisa. Por primera vez, nos habíamos hablado desde lo más profundo. Nos volvimos a dejar llevar, volviendo a tener sexo en aquella primera hora de la mañana, y posteriormente al ducharnos juntos.
Después de aquellos dos días, aquellas intensas horas de lujuria, en el que atravesamos lo que la sociedad considera prohibido, los dos sabíamos que, después de eso, nada volvería a ser igual. Pero tampoco tenía por qué ser peor.
Desde entonces, cuando nos apetecía y se daban las circunstancias, siempre con la complacencia de su padre, pero sin él, continuamos manteniendo encuentros ocasionales, bien en casa, o en alguna escapada a la casa del pueblo.
Por Aniusky