Peculiares clases particulares

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PRÓLOGO

Mi nombre es Silvia y, aunque avergonzada, me gustaría aprovechar la oportunidad que se me presenta para relatar algunos acontecimientos que sucedieron escasos años atrás, en una época en la que me ganaba la vida como profesora particular. Aquellos hechos me marcaron para siempre, cambiaron mi forma de ser y recordarlos me produce excitación y vergüenza a partes iguales.

Por aquel entonces me encontraba en el último año de carrera y tenía cuatro chicos en mi bolsa de clientes o, dicho de otro modo, bolsa de alumnos. Me anunciaba por internet con la intención de aumentar esa cifra y siempre me las ingeniaba para compaginar estudio y trabajo, para así ganar el dinero suficiente y costear mi vida.

Una tarde de primavera, me llamó una mujer para consultar si podía dar clases al que iba a ser mi quinto alumno, su hijo, el cual se convertiría en el de mayor edad y único adulto. Este se encontraba en el primer curso de mi misma carrera, lo cual era perfecto ya que me sabía al dedillo todo el temario y podría intuir las dudas que él pudiera tener.

En la misma llamada agendamos una visita a su casa para conocer al nuevo alumno e impartir la primera clase. Así fue como dio inicio la decadencia de mi dignidad.

CAPÍTULO 1: NUEVO ALUMNO

Llegado el día de conocer a mi nuevo alumno, encontrándome en la puerta de su domicilio, me recibió el padre de este y muy amablemente me invitó a pasar.

—Encantada, me llamo Silvia. —dije al encontrarnos todos sentados en la mesa del salón.

Con todos me refiero a Rubén, mi nuevo alumno y el único que estaba sentado en el momento que accedí al salón, los padres de este y yo.

Durante la charla previa a la primera sesión de estudio, su padre llevaba la voz cantante y me explicaba que el objetivo de las clases era que su hijo remontara ya que no estaba por la labor y las primeras calificaciones del primer semestre habían sido, palabras textuales, lamentables. Durante la misma les expliqué la metodología que iba a seguir y consensuamos objetivos razonables que debíamos lograr a corto plazo.

Tras varios reproches del señor Juan hacia su hijo y absoluto silencio por parte de Rubén, seguí los pasos de este último hacia su habitación hasta estar a solas con mi nuevo alumno para así dar comienzo a la primera clase.

Al seguirle, me fijé que tenía un físico corriente: constitución atlética más bien tirando a delgada y destacaba por ser alto. En ese momento no habría sido capaz de dar más detalles puesto que sólo lo veía como un alumno más, un chiquillo que tendría que aguantar largas y aburridas sesiones de estudio por imposición de sus padres. Otro motivo por el que no analicé su físico fue mi desinterés por los chicos a excepción de Carlos, mi novio, con el que llevaba tres años de relación y algunos meses de convivencia.

La habitación de Rubén no era muy grande pero hábilmente aprovechaba todo el espacio que ofrecía. Había un armario nada más atravesar la puerta, a mano izquierda, y al fondo a la derecha un escritorio en el que íbamos a caber los dos algo apretados. Al fondo a la izquierda estaba su pequeña cama de un metro de ancho. Por último, todas las paredes estaban repletas de estanterías con libros, videojuegos y figuras frikis que llamaron mi atención.

Nos sentamos y la clase transcurrió con normalidad. Me percaté que le costaba concentrarse o ser constante con alguna lectura, pero era lo habitual en las primeras sesiones, tal vez porque los chicos se cohibían ante una desconocida.

Por esa razón, dediqué la mayor parte de la sesión a hablar amistosamente sobre nuestros gustos para así empezar a conocernos. Durante la conversación me confesó que tanto las clases de refuerzo como la carrera que estaba cursando fueron idea de su padre, y no era una especialidad que a él le motivara. Por sus palabras, me dio la sensación de que el señor Juan era una persona estricta.

Fue pasando el tiempo y con él nuestras clases semanales. En ellas, traté de alentar a Rubén poniéndole tareas fáciles al mismo tiempo que alababa sus progresos. Mi labor no sólo consistía en enseñar, sino también en motivar. Además, no podía permitir que dejara la carrera y con ello perder esos ingresos tan apreciados y necesarios.

Entre sesión y sesión fuimos cogiendo confianza entre nosotros. Antes de dar inicio cada clase, hablábamos de lo que había hecho cada uno desde la anterior vez que nos habíamos visto y, pese a que no me considero una persona extrovertida, esas conversaciones transcurrían con gran interés y fluidez por parte de ambos.

Gracias a las anécdotas que me relataba, me di cuenta de que era bastante gamberro, o macarra, y que le gustaba salir de fiesta con los colegas, pero, sobre todo y como él decía, zumbarse a todas las que podía.

El día en el que se iba a producir el quinto encuentro, salí antes de lo esperado de una de las clases previas y me afané para ir a la siguiente: la de Rubén. Llamé a la puerta, pero nadie contestó por lo que decidí no insistir ya que todavía quedaban unos minutos de la hora acordada. Deduje que no había nadie en el domicilio y que alguno de sus residentes estaría al caer. Me equivoqué.

—Ostras Silvia, que pronto llegas. Pasa. —dijo Rubén, tras abrir la puerta, con el pelo mojado y una toalla atada a la cintura como única prenda a la vista.

Era evidente que la razón por la que no me abrió, en un primer momento, fue porque estaba en la ducha, o dándose un baño. Fuimos hasta su habitación y me informó que sus padres habían salido.

—Con tu permiso, voy a cambiarme. ¿O prefieres que me quede así? —dijo Rubén tras acceder ambos a su cuarto.

—No hace falta que te responda a eso —dije con rostro serio tratando de ser tajante con sus intenciones—. Si te vas a cambiar aquí, me salgo. Avísame cuando te hayas vestido.

—No seas tonta, si hay confianza. —Rubén se quitó la toalla y rápidamente me giré para darle la espalda, no sin antes apreciar, aunque fuera brevemente, lo que me pareció un prolongado miembro colgando de su entrepierna.

—Joder Rubén, tápate.

—¿Qué pasa? ¿Nunca has visto una polla?

—¿Sabes qué? No me voy a ir de tu cuarto, me voy de tu casa.

—Vale, está bien, está bien, no te pongas así. Pensaba que había confianza.

—No confundas las cosas. No hace falta que te explique donde está el límite, ¿o sí?

Ajena a sus acciones, y mientras le daba la espalda, se vistió durante la conversación y por fin pudimos iniciar la clase sin darle importancia a lo ocurrido.

En las clases anteriores había notado una rápida y gran mejora por parte de Rubén, por lo que deduje que sus malas notas no eran producto de su capacidad, sino de su desinterés o dejadez.

Ese día, por alguna razón, no estaba lúcido y me preocupaba. Se acercaba el primer examen y me había comprometido a lograr una mejoría en sus notas con tal que siguieran contando con mis servicios. No podía desaprovechar la oportunidad ya que era un alumno en el primer curso de una materia que dominaba y por delante quedaban cuatro largos años de ingresos asegurados si jugaba bien mis cartas.

—¿Se puede saber que te pasa hoy? Venga, estoy segura que lo sabes, concéntrate.

—No puedo. Tengo la cabeza en otra parte.

—Bueno, no te preocupes, días malos los tenemos todos. Cuéntame, ¿Qué te pasa?

—Nada. Tonterías mías.

—¿Y dónde está esa confianza de la que hacías gala hace un momento?

—Está bien, tú ganas. Resulta que este fin de semana no he mojado y he intentado desahogarme mientras me duchaba, pero cierta persona me ha interrumpido y ahora…

—Y ahora estás cachondo perdido, ¿no? —interrumpí sabiendo como iba a acabar su frase— ¿Y encima tengo yo la culpa? De haber querido habrías terminado, ¡si me has tenido un buen rato esperando fuera!

—Pero ya no podía sabiendo que estabas afuera, esperando. Y sí, es culpa tuya que siga así, mira como vienes. —y con esta frase justificó el repaso que me hizo de arriba a abajo con su mirada.

Lo cierto es que no consideré que llevara ropa sugerente o provocativa. A decir verdad, no enseñaba nada de carne con mi camiseta sin escote y mis jeans largos, aunque debo reconocer que ambas prendas eran bastante ajustadas lo cual provocaba que mis pechos, sin considerarlos grandes, destacaran sobre mi silueta con su talla ochenta y cinco. Mi cintura se apreciaba estrecha y tras la también estrecha cadera se marcaba un precioso culo respingón con el tamaño justo para ser agarrado con toda la extensión de una mano por cada nalga.

—Pero si voy más tapada que una monja. Déjate de tonterías y estate por lo que tienes que estar.

—Pues menudo polvazo tiene la monja. En serio, con esa ropa se te ve un cuerpazo espectacular y me juego lo que quieras que eres de las que ganan al desnudo.

—Por lo que veo, sí que va a ser necesario que te explique donde está el límite. ¿Voy a tener que hablar con tu padre?

—Okey. Ya paro.

La cosa no fue a más y pudimos volver al temario del que se iba a examinar en el siguiente examen. La clase transcurrió con normalidad y nos despedimos como dictaba la costumbre: con un simple adiós.

Debo confesar que salí del domicilio con una sonrisa provocada por la sensación de sentirme deseada, y más al venir de alguien con tanto éxito con las chicas como Rubén. Lo cierto es que nunca me habían faltado los pretendientes, aunque estos no eran precisamente modelos, pero jamás me había considerado de las más atractivas de clase.

Por aquel entonces, mi autoestima no estaba en su mejor momento y la escasa actividad sexual con mi pareja no ayudaba.

Dispuesta a mantener el estado de ánimo que me provocó Rubén, me propuse cuidar un poco más mi imagen y la primera víctima en sufrir las consecuencias fue mi cabello castaño. Opté por un look, que jamás me atreví a llevar hasta ese momento, que consistió en recortar mi larga melena para dejarlo escalado a la altura de los hombros. Mi rostro no fue menos y desde ese día comencé a retocarme. Decidí maquillarme para resaltar los rasgos de mi moreno rostro, empezando por mis grandes ojos castaños, pasando por mis pronunciados pómulos y acabando en mis carnosos labios de mi pequeña boca que escondía una bonita y alineada sonrisa.

También decidí enterrar algunas prendas y desempolvar conjuntos más sugerentes, algunos incluso demasiado provocativos con los que me invadía la indecisión, aunque ya no la inseguridad.

Mi renovada imagen no pasó inadvertida ante los ojos de mis conocidos y resto de personas con las que me cruzaba por la calle. Tal y como me propuse, surtió el mismo efecto en Rubén y, fruto de la agradable sensación de sentirse objeto de deseo, algo me invitaba a pensar que aquello era solo el principio.

Pronto adquirí mayor confianza con mi alumno y también conmigo misma, lo que provocó el nacimiento de cierto desparpajo por mi parte. Sus indirectas ya no recibían la negativa de días anteriores y en ocasiones se las devolvía en menor grado o, en caso de no saber que responder, me limitaba a sonreír y a cambiar de tema.

Por un lado, me asustaba el camino inmoral y progresivo, con rumbo indecoroso, por el que estaban transcurriendo los acontecimientos, pero, por otra parte, y tratando de convencerme a mí misma, no estaba haciendo nada malo y tenía la firme certeza de que iba a seguir siendo así. Me consideraba una chica fiel y por mi mente no pasaba la idea de cambiar esa cualidad. Sólo era un juego inocente en el que nadie salía perjudicado, o al menos es lo que me decía a mí misma.

A una de las clases acudí con un conjunto oficinista con camisa azul cian y falda negra que tapaba la mayor parte de mis muslos. No se podía considerar provocativo ni sugerente, pero debo reconocer que tenía un buen grado de morbo.

Como solía ser habitual, me abrió la puerta el señor Juan, el cual me recibió con su habitual sonrisa y en ocasiones, como en aquel día, con miradas mal disimuladas hacia mi pecho, las cuales recibía con orgullo.

Ya en la habitación de Rubén, observé que estaba sentado en su silla y, tras acceder, cerré la puerta como de costumbre para tener privacidad durante la sesión de estudio.

—Que formal vienes hoy. ¿Vienes de una entrevista de trabajo o algo así? —se interesó él.

—Pues no, pero la semana que viene tengo una. ¿Crees que iría bien así? —mentí con la excusa de lucirme en trescientos sesenta grados.

—Si te desabrochas dos botones más de la camisa, te contratan fijo.

—Ojalá fuera tan fácil… Bueno, empecemos.

La clase dio inicio y no requerí mucho tiempo para descubrir que Rubén no estaba inspirado a la hora de completar los ejercicios. Lo advertí distraído y, poco después, juguetón.

—¿Te he dicho alguna vez que tienes unas piernas preciosas?

—Unas cuantas veces. Por favor, no empieces y sigue a lo tuyo.

—Me cuesta concentrarme a tu lado, en serio.

—Pues no me mires. Si lo prefieres puedo ponerme detrás tuyo y sentarme en la cama para que no me veas, para evitarte distracciones.

—¿Tú en mi cama? Pfff, no, mejor no. Eso lo empeoraría. Pero se me ocurre algo.

—Miedo me das. A ver, dispara, aunque ya te adelanto que la respuesta va a ser un no.

—Por cada pregunta que responda correctamente, te desabrochas un botón de la camisa. —al domicilio había accedido con tres botones desabrochados, aunque no se vislumbraba nada sugerente.

—Ni hablar. Además, no tiene ningún sentido. Te distraerías más.

—Eso me motivaría. Estudiar tendría que ser divertido, no algo monótono. Además, es un buen método para grabarme las respuestas a fuego en el cerebro.

—Creo que no son las respuestas lo que grabaría tu cerebro, pero está bien, acepto. Tres preguntas, a mi elección, y si fallas sólo una, te comprometes a dedicar todos tus sentidos a la clase y te olvidas de mí, de mis piernas y de mi camisa.

—Trato hecho, pero las preguntas tienen que ser de este tema. —cerró el trato golpeando con su pulgar, en dos ocasiones, en una de las páginas del libro abierto que tenía ante él.

Dispuesta a jugar con él, empecé con una pregunta fácil para así darle emoción a la dinámica. Confieso que me atraía la idea de exhibir lentamente mi canalillo ante la atenta mirada de aquel joven admirador.

Primera pregunta, primer acierto y primer botón desabrochado. Al hacerlo, separé ampliamente cada lado de la tela para dejar ver el inicio de la deseada hendidura de mi pecho. Rubén no decía nada, sólo admiraba la imagen que le ofrecía.

Con la intención de poner fin a mi exhibicionismo, preparé una segunda pregunta más complicada y que fuera en la misma línea de las que estaba errando esa tarde. Sin embargo, y dándole emoción con un largo silencio por parte de Rubén, acertó por segunda vez y mi corazón empezó a palpitar con fuerza.

Desabroché el segundo botón y, debido a la gran separación que había entre ellos, exhibí todo mi canalillo y parte del sujetador. La imagen seguía sin ser indecente, pero si sus padres accedían a la habitación podrían tacharme de pervertida. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho.

—¿Has jugado conmigo? —le recriminé.

—De ningún modo. Un trato es un trato.

—¿Y por qué de repente te sabes el temario?

—Por pura y absoluta casualidad, o suerte tal vez. —dijo pavoneándose y celebrando la segunda victoria.

—Pues tu suerte se acaba aquí.

Cogí su libro y, tras analizar algunas páginas, preparé la tercera pregunta. Era compleja y la respuesta requería de una extensa explicación. De nuevo un largo silencio, con gran tensión esta vez, y de nuevo una respuesta correcta. Me quedé en silencio durante unos segundos, mirándolo, mientras él sonreía. Me sentía engañada y furiosa por haber sido tan estúpida de haber caído en una trampa tan infantil.

—Lo sabía. ¡Has jugado conmigo! Serás bastardo…

—Oye, no te pongas así, que yo no te he obligado a nada. Deberías estar feliz. Si las he acertado es gracias a ti y creo que me he ganado un premio.

Debido a la vergüenza no pude mirarle a la cara mientras me desabrochaba el tercer botón. Al hacerlo, mi sujetador se mostró en todo su esplendor y también la parte superior de mi plano abdomen.

—Ese sujetador dice mucho de ti: negro, de encaje… y tus pechos se ven muy comprimidos ahí dentro.

—No dice nada de mí. ¿Ya has tenido suficiente? Volvamos a la clase. Y ya puedes borrar esta imagen de tu mente. —dije mientras me disponía a abrocharme los botones de la camisa, de abajo a arriba.

—De eso nada —dijo Rubén, frenándome tras cogerme una mano—. Esta escena la voy a recordar bien, igual que recuerdo tus palabras cuando dijiste que si fallaba tendría que olvidarme del tema y volver a mis libros. Resulta que no he fallado y quiero seguir disfrutando del merecido premio.

—¿Estás loco? Como entren tus padres me da algo y, además, sería el fin de las clases.

—De acuerdo, no te falta razón, pero quiero algo a cambio.

—Joder, no más tratos ni juegos. Esto se acaba aquí y ahora.

—Pero si no sabes lo que te voy a proponer.

—Te conozco lo suficiente como para saber por donde van los tiros.

—Eso es verdad. Bueno, abróchatelos si quieres, pero igualmente te diré lo que podemos hacer: como el objetivo es aprobar exámenes, por cada uno que apruebe te podré pedir algo a cambio.

—Ni de coña. Aprobarás porque es lo mejor para ti, para tu futuro, y lo harás para evitar la ira de tu padre. Ni más ni menos.

—Venga Silvia, necesito motivación extra. Te juro que no te pediré nada del otro mundo y, por supuesto, nada que tú no quieras.

Lo cierto es que me invadía la curiosidad, y algo más que no sabía describir. Sea por el motivo que fuera, me gustaba la propuesta y no quería dejar de sentirme atractiva y deseada, sin olvidar el riesgo de ser descubierta por sus padres, lo cual me aterrorizaba, pero dicho peligro me hacía sentir viva.

También, algo que motivó mi permisividad, fue la convicción de que los hechos que habían sucedido aquel mismo día los interpretaría en el futuro como una travesura que siempre recordaría con una sonrisa pícara.

—No te voy a decir que no, pero tampoco que sí. Deja que al menos me lo piense.

—Eso suena a no.

—Si tú cumples tu parte, intentaré cumplir con la mía, pero te lo advierto: como te pases de la raya, ya puedes ir mentalizándote que dejaré de darte clases y a tus padres les pasaré referencias de un profesor, no profesora.

—¡Ay! ¿Desde cuándo eres una chica mala? No sabía que tenías uñas —dijo cachondeandose justo antes de soltar una carcajada.

—Olvídalo. No se puede hablar en serio contigo.

—Vale, no te alteres, era una broma. Acepto los términos y condiciones. Seré todo lo bueno que tú quieras que sea.

El resto de la clase transcurrió con la normalidad esperada.

Al cabo de unos días, en la siguiente sesión, no hubo juegos. Rubén se lo tomó en serio y comprobé que tenía bien memorizada la mayor parte del temario. Era fácil intuir el motivo: al día siguiente tendría un examen e iba a por todas con tal de lograr su objetivo, aunque algo me decía que este no estaba directamente relacionado con su carrera o su futuro a largo plazo.

A la semana, me llamo el señor Juan para agradecer mi labor y darme la buena noticia: su hijo había aprobado. Al colgar me invadió la impaciencia y la inquietud. ¿Qué tendría planeado aquel depravado?

CAPÍTULO: EL PACK COMPLETO

Tras largos días de nervios, provocados por la noticia de que Rubén había aprobado el examen y con ello le daba derecho a hacerme una petición a su elección, aunque no exenta de mi negativa a realizarla, llegó la esperada tarde en la que los dos nos íbamos a reencontrar. Conociéndolo, este no iba a desaprovechar la oportunidad y dicha petición tendría un elevado porcentaje de morbo o tinte indecoroso.

Por miedo a lo que la retorcida mente de mi alumno hubiese podido maquinar, ese día me presenté en su casa con un conjunto de lo más corriente: pantalón y camiseta no ajustados, sin botones y sin mostrar demasiado.

—Vaya, vaya. ¿Te voy a tener que llamar empollón a partir de ahora? —dije tras acceder a su habitación sin que Rubén se percatara de mi presencia.

—¡Un ocho y medio nada menos! —me informó exaltado dirigiéndose hacia mí con una sonrisa.

Al llegar a mi posición, me elevó a medio metro del suelo. Para hacerlo, se ayudó de ambas manos sobre mi trasero y, pegados el uno al otro, giramos trescientos sesenta grados.

—¿Era esto lo que tenéis en mente?

—¿Qué? —dijo extrañado— Ostras no, perdona, con la emoción no me he dado ni cuenta.

—Ya, pues controla tu emoción. Pero oye, ¡enhorabuena! Menuda notaza. —traté de no aguar la fiesta y el subidón. Aquello era muy bueno para él, para afrontar el largo camino que le quedaba por delante.

—Habrá que celebrarlo, ¿no? —su sonrisa se amplió.

—Pues sí. Lo celebraremos estudiando a tope para el siguiente. Que el ritmo no pare.

—No me vaciles. Sabes a qué me refiero.

—Sí, lamentablemente lo sé, pero lo dejaremos para el final. Lo primero es lo primero: a estudiar.

Obedeció sin rechistar y, tras algunos ejercicios y explicaciones por mi parte, de algunos conceptos, llegó la hora de dar por finalizada la clase.

—Bueno, acabemos con esto. Vamos a ver, ¿qué es lo que tu retorcida cabeza ha pensado? —dije nerviosa tratando de mostrar serenidad.

—Algo tan simple e inocente como un beso. Como me digas que es pasarme, apaga y vámonos.

—¿Un beso? Sabes que tengo novio, ¿verdad?

—Sí.

—Y que soy fiel.

—Joder, eres peor que mi madre. ¿Qué tiene de malo un beso? Ni que te estuviera pidiendo fotos en bolas.

—Está bien, allá va.

La verdad es que me esperaba algo más atrevido, pero me gustaba hacerme de rogar.

Sin levantarnos de las sillas, nos aproximamos el uno al otro, le di un tierno beso en los labios y me alejé.

—No, espera. Quiero un beso de verdad. —reclamó Rubén.

—¿Es que acaso ha sido de mentira?

—Ha sido un beso de madre y lo que quiero es algo más… más apasionado.

—Pues es lo que hay.

—Lo que yo te diga, puritana a más no poder. No me jodas Silvia, que es un ocho y medio, y sabes que me lo he currado. Me he ganado un buen premio. —trató de convencerme.

—Sabes que el objetivo de las clases y tus exámenes no es este, ¿verdad?

—Pero, ¿me vas a dejar que te enseñe lo que es un buen beso para que veas la diferencia?

—Espero que seas igual de persistente con tus estudios que con tus perversiones. Está bien, acabemos con esto cuanto antes que a este paso no me voy a ir nunca.

De nuevo se redujo la distancia entre nuestras bocas y Rubén ladeó su cabeza para tener el mejor ángulo posible. Cerré los ojos y noté como su labio superior se posaba sobre el mío, cerca de mi comisura, y me obsequió con continuados besos de lo más sensuales. Estos empezaban con su boca entreabierta y su labio inferior se encargaba de casi todo el trabajo. Yo sólo me dejaba llevar y trataba de replicar la intensidad que él imprimía.

A partir del cuarto o quinto beso aquello dejó de ser tierno e inocente. Durante aquel breve momento me abstraí de todo y mi calentura no podía hacer más que aumentar. Rubén ayudó a que no decayera al sujetarme el rostro, posando cada palma de sus manos en mis mejillas, para aplicar más fuerza y permutar la orientación de nuestras cabezas.

Su juguetona lengua hizo acto de presencia. Al principio de forma tímida, pero poco después enlazamos ambas, con frenesí, en el interior de nuestras bocas.

Aquellos besos fueron espectaculares y lo que sentí fue indescriptible. Noté una especie de ardor dentro de mí que me pedía devolver aquellos besos los cuales deseaba que no cesaran jamás.

Casi me da un infarto, y estoy segura que a Rubén también, al vernos sorprendidos por el señor Juan tras acceder a la habitación. Por suerte, fuimos ágiles para cesar aquella actividad.

—¿Cómo vais? —consultó el señor Juan.

—Bien, hemos acabado. Ya me iba.

—Muy bien. Rubén, acuérdate que hoy tienes las pruebas.

—Okey papá. —dijo antes de que su padre cerrara la puerta y nos dejara a solas de nuevo.

—¡Joder! ¡Me va a dar algo! —exclamé.

—¿Me lo dices o me lo cuentas?

—No nos ha pillado, ¿no?

—No, no lo creo. Tranquila.

—¿Y qué es eso de unas pruebas? ¿Estás enfermo? —le provoqué a Rubén una carcajada.

—¡Qué va! Voy a probar en un nuevo equipo de fútbol que me quiere fichar.

—Anda, pues tienes que ser muy bueno. Te deseo suerte. Bueno, pues ya tienes lo que querías, aunque han sido unos cuantos besos más de los que habíamos pactado.

—No puedo esperar al siguiente examen.

—¿Crees que aprobarás?

—Oh, por supuesto.

—¿Y si te dijera que esta es la última recompensa de este tipo que vas a recibir por mi parte?

—Pues sería un bajón terrible.

—Me lo suponía. Joder Rubén, que tengo novio. Estoy aquí para ayudarte de otro modo, no soy un objeto y mucho menos un premio carnal, ¿lo entiendes?

—Pues claro que lo entiendo. Te aseguro que, por mucha recompensa que haya, estaría perdido sino fueran por tus clases y tus explicaciones para dummies como yo. No tiene nada de malo divertirse y hacerlo más interesante. Además, apostaría a que te está gustando tanto como a mí y estás deseando que llegue el siguiente examen —acertó —, que por cierto, es la semana que viene.

—Te lo tienes muy creído. Demasiado. En fin, nos vemos la semana que viene. Mucha mierda y céntrate. —me despedí apretando la uña de mi dedo corazón contra la yema del dedo pulgar para imprimir fuerza en el toque que le di en la frente.

Diría que casi todo lo que me aportaba mi relación con Rubén era positivo y bien recibido. Me sentía realizada porque ese alumno, con el que en un inicio parecía que no habría nada que hacer, estaba aprobando y además con magníficas notas. Además, recibía un buen dinero a cambio y sus padres estaban satisfechos con mi labor, cosa que me podría generar más alumnos el día de mañana con el “boca a boca”. Y hablando de boca a boca, no hay que pasar por alto los sucesos lascivos que habían acontecido, los cuales me estaban aportando una experiencia que jamás olvidaría.

No la olvidaría para bien ni para mal. Para mal porque, después de cada clase, al volver a casa y encontrarme con mi novio, me invadía un sentimiento de culpabilidad terrible, el cual desaparecía en cuanto ponía un pie en casa de Rubén. Era como si fuera una persona diferente, con vidas diferentes, pero la cruda realidad es que estaba obviando mi compromiso hacia la persona a la que debía respeto.

Esa misma noche, cenando en casa con Carlos, este me preguntó si me pasaba algo y me hizo saber que estaba muy rara últimamente, como ausente. En ese momento, estuve a punto de derrumbarme y ponerme a llorar, pero en lugar de eso, no sé si por miedo a perderlo, por sentimiento de culpabilidad o simplemente por la calentura que aún mantenía, me abalancé sobre él y le otorgué un apasionado y húmedo beso. Le rodeé el cuello con mis brazos, me senté sobre sus piernas y traté de repetir las mismas acciones bucales que había practicado escasas horas antes con Rubén.

Las acciones eran muy similares, pero la sensación y el morbo estaban muy lejos de replicarse. Comprendí que la excitación radicaba en el morbo de lo prohibido: infidelidad, relación profesora y alumno, hacer cosas prohibidas con una persona más joven mientras sus padres estaban en la habitación de al lado… Todos los clichés habidos y por haber otorgados por una sola persona. El pack completo.

En ese momento, mientras besaba a mi novio, no podía quitarme a Rubén de la cabeza. Recordaba los apasionados besos de esa misma tarde y mis pensamientos llevaron mi mano a su entrepierna para palpar su erecto miembro sobre la tela. Carlos, sin cesar los continuados besos, me agarró del culo con ambas manos para elevarme del suelo con el objetivo de llevarme directa al dormitorio.

Al llegar a este, me dejó cuidadosamente sobre la cama y se quitó rápidamente la camiseta. No pude evitar comparar su cuerpo con el de Rubén. Comparando los torsos de uno y otro, no cabía duda de que mi chico estaba mucho más musculado y definido.

Mientras yo me quitaba la parte superior del pijama, él me ayudó a desvestirme quitándome la parte inferior. Del mismo modo me deshice de la ropa interior para encontrarme totalmente desnuda frente a él, con la respiración agitada.

—No. —dije al percatarme de su intención de arrodillarse para saborear mi sexo.

Se incorporó extrañado y, sin mediar palabra, me senté en el borde de la cama dejando mi rostro a la altura de su ombligo. Con ambas manos le quité pantalón y ropa interior en una sola acción.

No sabría explicar la negativa a recibir placer para otorgárselo a la otra persona. Creo que estaba tan excitada que me poseyó el morbo, o quería generarlo sintiéndome utilizada como si fuera un objeto sexual, y mi mente me pedía hacer las acciones más lascivas posibles.

Con ese deseo, me metí su falo erecto en la boca, sin preámbulos, y succioné con ansia su grueso miembro. Mis labios se imantaron a su venosa piel, mi cuello marcaba el ritmo y una de mis manos se encargaba de masturbar mi coño húmedo al mismo tiempo que la otra estimulaba mis pezones erectos.

Una desconocida faceta en mí encerró a la tierna y dulce Silvia que yo conocía. Se apoderó de mí y orquestaba mis acciones. Obediente a ella, entonaba un ritmo constante y horizontal con mi cabeza para así otorgar el mayor placer posible a través de mi caliente cavidad. Con los ojos cerrados, fantaseaba que aquel miembro pertenecía a Rubén y gemía notoriamente, tal vez como no lo había hecho nunca.

Mi vagina suplicaba ser perforado y, estando de acuerdo con ella, dejé el sexo oral para posicionarme en el centro de la cama. Apoyé las palmas de las manos y las rodillas en el colchón dándole la espalda, o mejor dicho el trasero, a Carlos. Este no tardó en aceptar la invitación y, tras apoyar sus rodillas en el espacio libre que había entre mis piernas, comenzó a frotar la punta de su falo por toda la extensión de mi rajita.

Con un sutil gesto me introduje algunos centímetros de su férreo mástil. Notaba como Carlos trataba de ser delicado por miedo a hacerme daño, pero, lejos de querer florituras, cogí las riendas para marcar el ritmo y la intensidad. De nuevo con los ojos cerrados, fantaseaba con Rubén, imaginaba que era suya la polla que tenía dentro, y de nuevo volvieron los gemidos, pero esta vez eran más escandalosos.

Carlos apenas se movía ya que era yo quien llevaba la iniciativa en las reiteradas idas y venidas. La parte inédita de mi quería más y mis movimientos empezaron a ser más ágiles y firmes. Lamentablemente, esto fue demasiado para Carlos y noté como se vino dentro de mí a los pocos minutos.

—Madre mía —dijo sin aliento—, ha estado bien, muy bien.

No expresé mi frustración al no llegar al orgasmo, pero Carlos se ofreció a proporcionarmelo por la vía que yo decidiera. Rehusé, dije que estaba bien. No me había desahogado pero el deseo se había apaciguado con el prematuro desenlace.

Pese a eso, y ya acostada en la cama dispuesta a dar por finalizado el día, mi entrepierna se humedecía al fantasear con diferentes acciones con personas que no fueran mi pareja.

Algo había germinado en mí.

Por Lure Noire

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