Me llamo Luis, cuando esto pasó, yo tenía 42 años. Hace años que soy masajista en un centro holístico de esos a los que acuden quienes desean reconectar con sus sentidos y que tienen pasta a raudales.
Empecé siendo quien doblaba las toallas que usaban para dar masajes y poco a poco me fui interesando por esta actividad. Era yo un chaval y no encontré mejor manera de poder acariciar los cuerpos de las mujeres hermosas que llegaban al centro que esa. Claro, a veces tocaba masajear cuerpos masculinos pero lo acepté como un precio que pagar por la posibilidad de tocar a esas bellas damas.
Con el paso de los años fui aprendiendo algunas zonas claves en los cuerpos femeninos que hacían a las huéspedes relajarse y permitirme tocar de más de su anatomía. Con más de una tuve sexo en los salones y varias más me invitaban a sus habitaciones. Siempre guardando la discreción necesaria para conservar mi empleo que también era mi fuente de diversión sexual.
Físicamente me conservo bien y podría decir que mi polla no es nada fuera de lo normal pero con lo que encantaba a todas las mujeres era con mis manos y la manera que tengo de usar los dedos. Más de una mujer casada logró su primer orgasmo en la punta de mis dedos, nunca mejor dicho.
Al no tener esposa ni hijos logré juntar una buena cantidad de dinero en el banco pensando en que algún día me retiraría de la actividad de masajista y quería montar mi propio negocio, ya que con el tiempo, las mujeres que caían en mis manos no me despertaban el mismo deseo que al principio así fue que aproveché un periodo de vacaciones que tuve en el centro en el que trabajaba para volver a la provincia de la que soy natal y en la que aún vivía mi hermana con sus dos hijas. Y ahí es donde inicia lo divertido de la historia.
Hablé con mi hermana, a quien le llevo dos años, por teléfono para comentarle mi intención de visitarlas por mi periodo vacacional y ella y las niñas estaban encantadas ya que solíamos tener conversaciones pero nos veíamos poco, por no decir nada.
Fue así que preparé las maletas y el lunes tomé el tren que me llevaría de regreso a la mejor aventura de mi vida.
Al llegar a la estación me esperaba Nerea, mi hermana, ya que de ahí al lugar del que somos hay que tomar transporte y viajar dos horas más en carretera así que ella se ofreció a esperarme.
Al salir de la estación me la encontré sentada en una banca. De inmediato reconocí esa cara perfilada y los ojos color avellana que brillaban de manera especial. Los labios gruesos de siempre me llamaron por mi nombre y me encaminé hasta donde estaba; ella se puso de pie y por primera vez pude contemplarla completamente. Ella era más pequeña que yo; mientras yo mido un metro ochenta ella llegara al metro sesenta. Ese día usaba un conjunto deportivo ya que el clima aún era frío y al momento de abrazarnos sentí esa sensación de un abrazo real. Ella y yo habíamos sido bastante unidos cuando éramos unos críos e incluso fui a su boda con el padre de mi primer sobrina, Lidia, que nació cuando ella cumplía veinte años; aunque él la dejó dos años después cuando se enteró que le había sido infiel y estaba embarazada nuevamente. De ese suceso nació mi segunda sobrina, Isabel. De mis dos sobrinas poco conocía ya que, como dije anteriormente, casi no teníamos mucho contacto.
En el camino de la estación de trenes a la casa nos íbamos poniendo al día en lo que era de nuestras vidas. De lo más destacado de la plática fue cuando ella me contó que acababa de terminar una relación con un hombre pero no me quiso decir los motivos, yo por mi parte no quise indagar y le conté que yo no había nacido para eso del matrimonio y que estaba muy bien cómo me encontraba.
El camino fue bastante tranquilo y descubrí que el paisaje poco había cambiado en mis años fuera.
Al llegar a la casa que había sido de nuestros padres, en la que ambos crecimos, me golpeó un poco la nostalgia al ver que seguía igual en el frente. Al entrar el aspecto era otro. La pintura de la pared se encontraba en mal estado y un tanto sucia, en algunas zonas se veían las manchas de humedad que le daban un toque de abandono. Al ver la parte trasera, donde estaba la piscina en la que había aprendido a nadar comprobé que su estado no era mejor que el resto de la casa.
-¿Hace cuánto que no usas la piscina?
-Creo que fue cuando Isa cumplió cinco o seis.
Más de diez años sin usar la piscina, aquello era algo impensado para la que suponía que sería la vida de mi hermana. Me fije con mayor atención en su rostro, aunque ella tenía cuarenta años tenía algunas líneas de expresión en su rostro que le daban un toque más avejentado. Su cabello no podía estar impoluto e intuí que se lo teñía. Tal vez fuese por su estatura que le daba cierto aire juvenil pero al observarla con mayor detalle se podía apreciar la vida dura que llevaba.
-¿Quieres tomar algo? –Preguntó mientras abría la nevera.
-¿Qué tienes?
-Un par de cervezas, vodka y vino.
-Con cervezas estoy bien.
Sacó una cerveza de la nevera y me la dio mientras ella tomaba un vaso corto y se servía una mezcla de vodka con un jugo de piña. La miré mientras se servía y cuando tuvo su vaso listo volvió a la mesa para sentarse a mi izquierda.
-Por los años que han pasado. –Dijo mientras levantaba su vaso para brindar.
Choqué su vaso con mi envase de cerveza y le di un trago.
Continuamos con la charla banal de lo que había pasado en nuestras vidas y me di cuenta que ella omitía algunas cosas, supuse que de las vivencias con su pareja así que no quise abrir más la herida.
Cuando yo iba por la tercer cerveza y ella por su segundo vaso de vodka se me ocurrió preguntar.
-¿Dónde voy a dormir?
-¿Cuánto tiempo te vas a quedar?
-Mi periodo vacacional cubre dos semanas.
Ella se lo pensó un poco antes de responder.
-En el cuarto de las niñas, es el que era el mío, yo duermo en el que era de papá y mamá. Ellas no vuelven hasta el viernes. Y ya el fin de semana te puedes quedar en el sofá de la sala.
Aquella me pareció buena idea. Ella me había comentado que mis sobrinas estaban ya estudiando en la universidad en la ciudad y vivían ahí durante la semana pero solo volvían los finde.
La charla se fue extendiendo, las cervezas se fueron acabando al igual que el vodka que ella tomaba.
-¿Qué le ha pasado a la casa? –Pregunté curioso.
-Es el resultado de la falta de un hombre. –Arrastraba las palabras y se notaba que el alcohol comenzaba a hacer estragos en ella.
-Pregunté por la casa, no por tu vida.
Ella me lanzó una servilleta que tenía a su alcance y rio por mi ocurrencia.
-Eres un bobo, pero mi vida está peor que la casa, créeme.
Se le notaba un tanto triste pero eso no le impidió servirse otro vaso más.
No notamos el paso del tiempo mientras hablábamos como dos chiquillos y reíamos de tanto en tanto.
-Tengo que ir al baño. –Le anuncie.
-Sigue en el mismo lugar. –Dijo claramente ebria.
Caminé hasta el cuarto del baño, conocía esa ruta perfectamente y mientras orinaba recordaba tiempos lejanos de mi niñez. Debo decir que debido a mi trabajo, era común que alguna socia del centro donde me desempeñaba como masajista me invitara alguna copa que siempre declinaba por una cerveza, así que mi aguante a las bebidas era considerable. Me eché agua en el rostro y volví hasta donde mi hermana.
-Ayúdame a levantarme. –Su estado era ya de embriaguez completo. –Yo también necesito ir al baño.
Le tendí una mano y la sujetó pero le costó bastante incorporarse por lo que tuve que ayudarle y sujetarla de la cintura para llevarla a su destino.
-Tú esperas afuera. –Dijo mientras cerraba la puerta.
Nunca había visto a mi hermana de otra manera que no fuera eso, mi hermana. Tal vez porque cuando dejé de verla aún éramos unos críos y el día de su boda iba bastante arreglada pero aún era el cuerpo de una niña para los que yo ya había tenido la oportunidad de catar. Aproveche el momento para tomar un trago de su bebida y comprendí porque ya estaba ebria. Aquello era muy fuerte, incluso para mí.
Estuve sentado en la cocina mientras esperaba a que volviera pero ya habían pasado varios minutos y no se escuchaba nada por lo que comencé a preocuparme. Me levanté de la silla y volví al baño, la puerta estaba cerrada y pegué mi oído a la puerta pero seguía sin escuchar sonido alguno. Llamé con los nudillos.
-¿Nerea? ¿Estás bien?
Espere unos segundos pero no hubo respuesta. Temiendo que estuviera mal, me animé a abrir la puerta y lo que vi me sorprendió.
Primero estaba el olor a vómito que inundaba el lugar y después estaba su cuerpo tirado en el piso de una manera completamente extraña. El escusado quedaba de frente a la puerta por lo que esperaba encontrarla sentada frente a mí pero en lugar de ello estaba tirada en el suelo apuntando a la puerta con sus nalgas desnudas. Me moví rápido para verla y descubrí que estaba dormida, al menos seguía viva y eso me tranquilizó. La traté incorporar pero estaba completamente noqueada por la bebida, la sudadera de su conjunto deportivo estaba llena de vómito y los pantalones a media pierna. La cargué pero al estar levantándola del piso toque, sin darme cuenta, sus nalgas. Fui consciente de ello hasta que estaba caminando hacia su habitación. En mi cabeza se creó una contradicción ya que una parte de mí sabía que mi hermana, pero otra parte sabía que eran las nalgas de mi hermana.
Al llegar a su habitación la recosté en su cama y me dirigí a su ropero para sacar ropa y poderla cambiar. Afortunadamente no me costó trabajo encontrar un conjunto deportivo como el que vestía y eso fue lo que tomé. Al volver con ella pude verla completamente y mi polla dio un respingo. Sus piernas estaban bien torneadas y las coronaba un pequeño ensortijado de cabellos negros, no tan largos, en forma de triángulo que me dejó petrificado un instante. Nunca había visto a mi hermana de aquella manera, pero no podía evitar seguir mirando.
Fue por puro instinto que llevé mi mano izquierda hasta aquella zona e introduje el dedo índice entre los labios de su concha, encontrando algo de humedad entre ellos. Llevé el dedo hasta mi nariz y aprecié el olor a hembra que emanaba de aquella gruta mezclado con olor a orina.
Recordé que se trataba de mi hermana y me apresuré a quitarle la ropa que tenía vomitada y descubrí su torso por primera vez.
Había cambiado demasiado a como la recordaba. Tenía un buen par de tetas que sin llegar a ser gigantes tenían el tamaño perfecto para caber en mis manos cada una. Me entretuve masajeando esas dos maravillas y me pregunté cómo era posible que estuvieran tan firmes después de haber tenido dos partos. Pronto sus pezones se endurecieron y ella soltó un gemido que me hizo recordar que se trataba de mi hermana y me apresuré a cambiarle y vestirla nuevamente para dejarla dormir.
Fui hasta la habitación en que me dijo que dormiría y al entrar me invadieron sensaciones extrañas. Esa habitación era por mucho lo mejor de la casa. Estaba bien cuidada, no había manchas de humedad en las paredes y el enorme tocador con sus dos espejos coronaba una pared. Muchos productos de aseo femenino estaban en esa área y las dos camas acomodadas de tal manera que no interferían en la vida de la otra. El olor dulce de esa estancia era sensacional. Me quité la ropa para poder dormir pero al dejar mis prendas en una silla algo llamó mi atención. Era el cesto de la ropa sucia y por el día supuse que era la ropa que habían usado mis sobrinas ese fin de semana y que mi hermana aún no lavaba. Hasta arriba de toda la ropa estaban unas braguitas de color negro, enrolladas en la típica forma que adquieren esas prendas al salir por las piernas de quien las porta. Yo seguía un tanto caliente por haber visto el cuerpo de mi hermana así que tomé aquella prenda entre mis manos y la revise con atención. Era de un tamaño mediano, de acuerdo a la etiqueta, no podía saber de cual de mis sobrinas se trataba pero instintivamente lleve la tela que estaba en contacto con su concha a mi nariz. Aquel aroma me enloqueció. Ese olor a hembra, diferente al que emanaba de la concha de mi hermana pero similar en ese tono de almizcle y sudor solo hicieron que mi polla adquiriera una dureza que me hacía doler. Una parte en mi ser quiso más de ese aroma y rebusqué entre las prendas encontrando otras bragas. En total pude sacar cinco diferentes y las olí sin miramientos, las coloqué sobre la cama y las ordené de acuerdo a los olor las que eran similares y supuse cuales pertenecían a cada una de mis sobrinas.
Sabía que aquello no estaba bien. No era correcto pero no podía evitar sentir esa calentura y ese deseo de follar que se adueñó de mi cerebro cuando olí la concha de mi hermana.
Ya tenía la polla de fuera de mis calzoncillos pero el estimulo de las bragas de mis sobrinas no era suficiente y recordé a mi hermana.
Tomé la braga que más olía a hembra y volví a su habitación sin pensarlo, de haberlo hecho me habría arrepentido.
Al entrar pude verla dormida plácidamente en la misma posición en que la había dejado bajo las cobijas. No iba a follarla, sabía que eso seguramente me traería problemas al despertar así que solo acerque mi polla a su boca y le introduje la punta en ella. Supongo que en un acto reflejo comenzó a mamar y sentí un morbo que nunca había sentido.
Ni siquiera la vez que follé a la esposa de un alto ejecutivo sobre la mesa de masajes, mientras nos separaba solamente una cortina de la camilla donde se encontraba su esposo, me había dado ese subidón de lívido. Aquello era una verdadera pasada.
Había dos cosas que ansiaba hacer en ese momento pero me contuve.
La primera era tocar el cuerpo de mi hermana y proporcionarle uno de esos orgasmos que solía brindarles a las mujeres que masajeaba.
La segunda era enterrar toda mi polla en su garganta sin miramientos.
Me contuve porque cualquiera de las dos opciones la podía despertar y aquello se convertiría en un verdadero problema y solamente disfrute de la mamada que le daba a mi capullo.
Cuando estaba ya a punto de correrme, quité mi capullo de la boca de mi hermana y puse la braga de mi sobrina sobre la cabeza cuando comenzaba a expulsar todo el semen que estaba contenido.
Miré a Nerea que seguía dormida y comencé a sentir remordimiento por lo que había hecho. Volví a mi habitación sintiéndome un enfermo por lo que acababa de hacer pero también tenía una excitación como nunca la había tenido. Aquello era morbo en su estado más puro y mi polla volvió a endurecerse. Me casqué una paja, ahora sin volver a su habitación y terminé de nuevo en las bragas de mi sobrina para quedarme dormido por esa noche.
Me sentía mal por lo que había hecho con mi hermana y ese remordimiento me exigia reparar lo que había hecho, de alguna manera.
Fue de esa forma que aproveché que mi hermana tenía que salir todos los días a atender su tienda de ropa para darle mantenimiento a la casa. Solamente tuve que salir un día para comprar alguna herramienta que necesitaba y me puse manos a la obra.
Nerea insistía que eso no era necesario y que si ya había soportado tanto tiempo la casa, unos días más no le harían daño pero yo seguía con esa sensación de culpa que me empujaba a dejar casi la piel de las manos en las tareas que estaba realizando.
Para el día jueves ya había terminado con la humedad en las paredes aunque aún no pintaba, lo cual le daba una vista peor de cómo estaba a mi llegada. Ella no decía nada pero se notaba que estaba molesta.
-Mañana vuelven las niñas. Asegúrate de dejar su habitación limpia.
Sus palabras me hicieron recordar que había pasado la semana y me había enfocado tanto en los arreglos de la casa que había olvidado por completo la braga que había llenado de semen. Esperaba al día siguiente tener un momento para lavarla y dejarla con el resto de la ropa que mi hermana ya había limpiado pero la mañana del viernes, cuando me disponía a salir para lavar la dichosa prenda me encontré de frente a mi hermana y solo pude guardar aquel pedazo de tela en el bolsillo de mi pantalón.
-¿Qué haces aquí? –Pregunté realmente asombrado.
-Los viernes no voy a la tienda para poder esperar a mis hijas. ¿Tú qué llevas ahí? –Dijo señalando el bolsillo donde acababa de guardar la braga.
-No es nada, es solo el pañuelo que utilizo para el sudor. –Dije y avancé hasta la cocina para servirme una taza de café.
-Si quieres que lo lave, me lo das. Los lunes lavo la ropa que dejan mis hijas y lo que sale en la semana.
-Muy bien. Te lo dejo con la ropa el lunes, entonces.
El día transcurrió con relativa normalidad pero no hubo un solo momento en que pudiera guardar aquella tela que parecía pesar de más en el interior del bolsillo de mi pantalón. Para la tarde, justo antes de la hora de la comida de mi hermana escuchamos las risas joviales de mis dos sobrinas.
-Llegaron. –Dijo ella y caminó hasta la puerta.
Las escuché saludarse de manera efusiva entre las tres y también escuché cuando mi hermana les dijo que su tío estaba aquí de visita.
Al verlas entrar quedé sorprendido al percatarme de lo mucho que había pasado el tiempo.
Lidia era casi una copia de mi hermana a su edad. Sus tetas pequeñas, su cintura delgada y ese par de nalguitas redondas me hacían recordar el día de la boda de Nerea. Por su parte Isabel era la más alta de las tres; a sus dieciocho años tenía unas tetas que eran sin dudas las mayores de ellas, su abdomen completamente sin un gramo de grasa incuso marcando un poco de tabletilla y dos nalgas redondas que coronaban unas piernas gruesas. No voy a mentir y acepto que mi imaginación deseaba que fueran de ella las bragas que había usado la primera noche que me quede en casa y que descansaban en mi pantalón.
Al principio le costó trabajo aceptarme, ya que como he dicho, casi no habíamos tenido contacto previo a mi visita.
Lidia por su parte era la que se mostraba más contenta con mi presencia.
-¿Qué pasó aquí? –Preguntó Isabel al ver el estado de las paredes.
-Tú tío que quiso arreglar la casa.
-¿Vienes del país al revés? –Dijo Lidia divertida. –Esto está peor de como la habíamos dejado.
Tras decir eso soltó una risa pero no se mostraba enfadada a pesar del reclamo, la cara de Isabel era todo lo contrario.
-Solo hace falta una mano de pintura. –Traté de defender mi obra.
-¡Que guay! –Gritó Lidia. -¿Me dejas pintar contigo?
Su reacción me extrañó de sobremanera y Nerea se dio cuenta.
-Mi hija es una apasionada de la pintura. –Dijo mientras se encogía de hombros.
-Si tú quieres. –Dije.
No termine bien la frase cuando ya tenía su cuerpo pegado al mío y me daba incontables besos en las mejillas. Se notaba que estaba emocionada, pero ese abrazo me hizo sentir algo que no había sentido jamás y no fue la única emocionada en ese momento. Debajo de nuestros cuerpos mi amiguito había decidido incorporarse para presentarse. Yo moría de vergüenza y traté de romper el abrazo pero ella lo único que hizo fue reír más y acomodar su cuerpo para que mi erecto pene quedara entre sus piernas, en contacto con el sitio donde debía de estar su raja solamente separados por las prendas que vestíamos.
-Muchas gracias, tito. Estoy segura que nos vamos a divertir pintando.
Tras sus palabras rompió el abrazo y se giró para darme la espalda, aun así su cuerpo tapaba mi erección a la vista de mi hermana y su otra hija.
-Lávense las manos, vamos a comer. –Ordenó Nerea.
Ella e Isabel se giraron para encaminarse a la cocina y aunque Lidia avanzó un par de pasos de inmediato se volvió hacia mí para tomarme desprevenido y colocar su mano directamente sobre mi polla que seguía en su máxima dureza.
-No te olvides de traer a tu amigo cuando pintemos, tío.
Su voz había cambiado, sonó completamente como una mujer adulta y resuelta, resuelta a jugar con mi polla, sin importarle el parentesco. Me dio otro beso en la mejilla pero esta vez muy cerca de la comisura de los labios, se giró y se fue detrás de su hermana y su madre cantando que iba a pintar con el tío Luis.
La comida fue intrascendente para mí, Lidia no me veía de más no hacía comentarios en doble sentido, como pensé que haría. Las dos hablaban más con mi hermana contándoles lo pesado de la escuela esa semana y lo que habían vivido, por su parte descubrí en varias ocasiones que Isabel me miraba como si sospechara que algo me traía entre manos pero traté de no demostrar nada. Una vez culminada la cena Lidia dijo que tenía trabajos que hacer y mi hermana quiso sentarse con su otra hija a ver una película en la televisión.
Salí para ver la vieja piscina que estaba ahí solamente acumulando hojas viejas de los árboles. Esa era mi objetivo desde el principio de mis trabajos de remodelación y me senté en una de las sillas para ver el estado en que se encontraba pero mi mente no dejaba de regresar al momento en que Lidia había acomodado su cuerpo sobre mí y la manera que tuvo de provocarme. En mis cuarenta y dos años nunca había tenido esa sensación.
Para tratar de distraerme comencé a hacer una lista de lo que iba a necesitar para arreglar la piscina y sirvió durante un tiempo en que me puse a acomodar algunas cosas. El sudor comenzó s escurrir por mi frente y en un acto reflejo metí mi mano al bolsillo y palpe la braga que estaba ahí, la extraje y la utilicé para quitarme el sudor. Sonreí al pensar que de esa manera al menos no estaba mintiendo cuando dije para que era.
A pesar de estar completamente seca y de que había pasado prácticamente una semana, aún podía distinguir el aroma femenino que desprendía esa tela. Y de nuevo me empalme.
Ya era de noche cuando volví al interior de la casa y al menos esta vez no llevaba una erección marcándose en mis pantalones.
-Te he dejado un par de cobijas nuevas. –Dijo Nerea mientras señalaba el sillón.
-¿Tus hijas? –Pregunté curioso.
-Ya se han ido a su habitación. Esas dos niñas, se la viven toda la semana juntas, y aun así necesitan más tiempo para platicar entre ellas.
Me quede inmóvil al escuchar aquello que acababa de decir mi hermana y las dudas comenzaron a surgir en mi mente pensando en que Lidia podía decirle algo a su hermana.
Nerea llegó hasta mí, se levantó sobre la punta de sus pies y me dio un suave beso en la mejilla.
-Descansa.
Diciendo esto se fue a su habitación y yo me quede como un bobo sin poderme menear.
Me recosté en el sillón pero no pude conciliar el sueño pensando en lo que estaría hablando en aquella habitación. Estuve tentado a ir hasta la puerta y espiarlas pero me contuve porque no había posibilidad de justificar mi presencia en aquel lugar si alguien me descubría.
Cuando por fin logré quedarme dormido no pasó mucho tiempo cuando escuché el alboroto a mi lado.
-Vamos, tito. Despierta ya. –Era Lidia que trataba de levantarme del sillón. –Tenemos que ir a comprar la pintura.
Me levanté aun procesando lo que estaba pasando. No fue la intención pero al ponerme de pie las cobijas cayeron dejando mi erección matutina a la vista de mi sobrina. El calzoncillo vedaba la visión de mi polla pero era obvio que los ojos de Lidia estaban enfocados en mi pedazo de carne que parecía un dedo acusador apuntando a su rostro.
-Discúlpame. –Dije e inmediatamente traté de taparme.
Ella se incorporó y se dio media vuelta. Supuse que se habría molestado pero se detuvo a medio camino de la puerta.
-Vamos, tío. Se hace tarde.
Hicimos el camino a la tienda de pinturas a pie, ya que no quedaba lejos de la casa y no se requería de muchas cosas para pintar. Con un par de brochas y unos botes de pintura sería suficiente.
Durante todo el camino ella actuaba como si nada hubiera pasado y eso me descolocaba pero decidí que si ella no le quería dar importancia, yo tampoco lo haría.
Le permití elegir el color de la pintura y tras pagar volvimos a la casa. Al entrar mi hermana nos llamó a desayunar antes de que iniciáramos con la pintura.
Estábamos comiendo lo que había preparado mi hermana cuando dijo.
-Aprovechando que ustedes van a pintar nosotras iremos a la ciudad. Isabel tiene que comprar unas cosas y mientras dejamos que se salga el olor al solvente.
-Las nuevas pinturas no usan solvente. –Dije mientras pasaba un bocado.
-No importa, yo no soy fanática del aroma de pintura. –Al parecer Nerea no iba a cejar en su plan de salir de la casa y yo deje de insistir.
Cuando se marcharon de inmediato comenzamos a pintar como si nada de lo pasado hubiese sucedido y entre nosotros solo existiese la relación tío sobrina entre nosotros. La verdad es que la actividad de pintar las paredes logró mantenernos enfocados en algo diferente que no fuera de índole sexual. En solo tres horas ya habíamos terminado de pintar y era momento de tomar algo para aliviar la fatiga física y ella trajo dos vasos con agua de la cocina. Nos sentamos en el sillón para beber y quitarnos la sed.
-No quiero que pienses mal de mí, tío. –Comenzó a hablar. –No soy una fácil y aún no logro explicarme qué es lo que me pasa pero ayer cuando te vi algo en mi interior se despertó como nunca antes. –Sus ojos comenzaban a dejar salir algunas lágrimas. –Sentí algo que jamás había sentido y cuando te abracé y sentí tu dureza casi tengo un orgasmo en ese instante.
Ella mantenía sus ojos clavados en el suelo y ya las lágrimas estaban haciendo un charco a sus pies. No entendía que pasaba con ella pero yo me sentía igual de perdido ya que había sentido algo en el primer abrazo.
-Te entiendo. –Dije y me puse de pie.
Ella cuando se percató que me había levantado enderezó su cabeza para verme de frente.
-¿Qué vas a hacer? –Preguntó cuándo me vio encaminarme a la puerta.
-Debo de salir de aquí. –Di un par de pasos pero ella me alcanzó sujetando mi muñeca.
-¿Te vas?
-Creo que es lo mejor.
Ella rompió en llanto. Cada lágrima que caía por su mejilla era como un golpe directo a mi estómago. No toleraba verla así.
-No me dejes tío. –Logró decir entre lágrimas.
-Es que esto no es normal. –Sus lágrimas seguían fluyendo. –No es normal que un tío sienta esto por su sobrina.
El llanto paró de golpe y levantó su mirada para verme a los ojos. Hubo una conexión cuando nos vimos reflejados en los ojos del otro.
-¿Hablas en serio? –Dijo incrédula.
-¿Tú crees que tengo erecciones cada que alguien me abraza? –Dije tratando de quitarle peso al asunto.
-Sé que no te conozco y sé que somos familia pero en este momento no puedo vivir sin ti.
Sus palabras eran reflejo de lo que yo sentía así que la abracé. Quería fundir su cuerpo con el mío y ella vio la oportunidad para darme un tímido beso en los labios. Beso que respondí también de manera tímida.
Por primera vez, en todas las que había estado follando con una mujer, sentí miedo de perder a aquella que estaba abrazando. Pero los besos siguieron y cada vez iban subiendo más y más la intensidad. Mis manos de inmediato se fueron a sus tetas mientras ella besaba mi cuello. Su respiración agitada mientras sobaba su cuerpo sobre la ropa. Mis manos tomaron la blusa y ella levanto los brazos para que pudiera despojarla de esa prenda quedando con un sujetador color negro que resaltaba el tamaño de sus tetas, tetas que eran perfectas para mis manos. Ella se puso de pie y se quitó el pantalón deportivo que había usado para pintar. Pude verla en su ropa interior y debo admitir que su cuerpo me volvía loco. No podría decir qué era pero algo tenía que me hacía enloquecer así que comencé a besarla nuevamente mientras ella trataba de quitarme el pantalón.
Yo estaba con el torso desnudo y me puse de pie a su lado para seguir besándonos con un hambre inédita para ambos. Y termino por bajarme el pantalón.
Me lanzó al sillón para que mi polla quedara dura apuntando al techo de la habitación y fue ella quién haciendo la tela de su braga a un costado guío mi vástago hasta la entrada de su cueva…