El sacerdote y su madre

El sacerdote y su madre

En este momento estás viendo El sacerdote y su madre

Cuando estoy escribiendo esto yo tengo 55 años y mi madre 74 y seguimos viviendo juntos desde que sucedió lo que os voy a contar

Yo nací en un pueblecito de Extremadura, una región de la España profunda, en 1970.

Mi padre trabajaba en la agricultura y mi madre lo ayudaba en algunas faenas, principalmente en las recogidas de las cosechas y ejercía de la clásica ama de casa, de aquellos tiempos.

Solo me tuvieron a mi de hijos, porque al parecer, mi madre tuvo problemas en el parto, porque era muy joven (Tan solo tenía 19 años) cuando me tuvo y quedó estéril.

Mi padre era tío segundo suyo y cuando se casaron, mi madre tenía 18 años y mi padre 40, osea, que era 22 años mayor que ella. 

Ese tipo de matrimonios entre familiares de segundo y de tercer grado era algo muy habitual en aquellos tiempos en los pueblos pequeños, porque, prácticamente, casi todos los vecinos eran familia lejana. 

Al ser su único hijo, ellos querían lo mejor para mi, pero como no tenían posibles, con la ayuda del cura del pueblo me mandaron a un seminario, para que pudiera estudiar gratis, a la vez que me daban techo y comida.

Esto era algo muy común en aquellos tiempos, en familias pobres, como la mía, porque era una buena salida para todos.

Luego muchos de esos niños, cuando se hacían mayores abandonaban el seminario y se integraban en la vida seglar, pero ya con un nivel de formación importante.

Yo fui de los que seguí adelante, hasta el final y con 24 años, que era la edad mínima requerida, fui ordenado sacerdote.

Me destinaron como adjunto al párroco de una ciudad, donde había varias parroquias y allí ejercí durante tan solo unos meses, porque quedó vacante la parroquia de un pequeño pueblo de la diócesis, por la muerte prematura del párroco titular y me destinaron allí. 

El año siguiente murió mi padre de forma repentina, con tan solo 65 años, así que, mi madre se quedó viuda con 43 años y se vino a vivir conmigo, cosa que era muy habitual por entonces, que con los curas viviera alguna mujer mayor de la familia, normalmente, tías solteronas o madres, como era mi caso.

Cuando mi madre se vino a vivir conmigo era la clásica mujer de pueblo y vestía como tal.

En su caso, como además era viuda, pues con ropa de negro, para guardar el luto, con lo que, su apariencia era la de una mujer de lo más vulgar, sin ningún tipo de atractivo físico.

La casa parroquial era una casita modesta anexa a la iglesia, que tenia dos pequeños dormotorios, una cocina grande que hacía también de sala de estar y un baño, al que se accedia desde un lateral de la sala de estar.

Cuando me fui a vivir allí yo usaba el dormitorio más grande, porque era en el único que había un armario para guardar la ropa.

Pero, cuando se vino a vivir mi madre conmigo, le cedí ese dormitorio y yo me fui al otro dormitorio, que carecía de armario.

Estando así las cosas, nuestra convivencia se nos hizo muy difícil al principio, porque, realmente, mi madre y yo habíamos convivido poco tiempo juntos y no teníamos la confianza que se supone que tienen los hijos que pasan toda su juventud en casa de sus padres. 

Pero es que, además, la convivencia de dos personas de distinto sexo en un espacio tan reducido, teniendo que compartir el único baño y con toda la ropa en un único armario, lo hacía realmente complicado. 

Y, por si todo eso fuera poco, yo era “cura” y debía relacionarme lo menos posible con el sexo opuesto, para no caer en la tentación de romper mi voto de castidad (El celibato). 

Y aunque la mujer con la que conviva era mi madre, no dejaba de ser una mujer. 

Cuando nos fuimos acostumbrando a convivir y nos fuimos relajando, empecé a ver a mi madre más como mujer, porque ella empezó a actuar con más naturalidad y a tomar menos precauciones, para evitar situaciones incómodas para los dos y esto hizo que empezaran a pasar cosas, que antes tratábamos de evitar que pasaran, pero que al haber bajado la guardia los dos, pues era inevitable que pasaran, en un espacio tan reducido. 

Y así, nos vimos en paños menores más de una vez al salir del baño o al cambiarnos de ropa en la habitación en que estaba el armario.

Y según fueron pasando los días, ya estas cosas empezamos a vivirlas con toda naturalidad. 

Hasta que un día que llegué a casa a buscar unos papeles que necesitaba y mi madre no me esperaba, me la encontré totalmente desnuda en su dormitorio, con la puerta abierta, porque se acababa de duchar y como estaba sola se había ido, liada en la toalla a vestirse al dormitorio.

Ella no me había sentido entrar, porque estaba con la toalla en los pies y secándose el pelo con el secador eléctrico delante del espejo del armario.

Esto lo hacía habitualmente, para no ocupar más tiempo de lo necesario el baño y lo hacía así ya por costumbre, pero siempre con la puerta cerrada.

Con el ruido del secador no me había oido entrar, así que cuando la vi así, totalmente desnuda (Era la primera vez en mi vida que veía una mujer desnuda) me quedé pasmado, sin dejar de mirarla y sin reaccionar.

Bueno, sin reaccionar yo, porque mi pene reaccionó de inmediato, ya que sentí como se me puso duro de forma automática.

Ahí comprobé, por primera vez, qué las exigencias de mi condición de “cura” iban en una dirección contaría a la naturaleza y que la naturaleza tenía sus propias reglas.

No solo no pude evitar mi erección, sino que me quede allí parado mirando y admirando cada detalle del cuerpo de mi madre.

En ese momento lo primero que pensé es que no esperaba que debajo del triste atuendo con el que vestía mi madre, se pudiera ocultar un cuerpo tan hermoso.

Porque mi primera impresión fue que mi madre tenía un cuerpo hermoso, por darle un calificativo romántico. 

Yo la estaba viendo de lado y con el brazo de ese lado levantado, porque era con el que estaba manejando el secador.

Así que desde esa posición veía perfectamente una de sus tetas, la tenia de buen tamaño y nada caída, supuse que porque tenía ese brazo levantado.

El pezon de su teta sobresalia claramente, con un color oscuro qué destacaba con la piel muy blanca del resto de su cuerpo. 

Su culo era firme y no tenía celulitis, ni en el culo ni en las nalgas y cuando se giró un poco pude apreciar una abundante mata de vello púbico en la parte baja de su vientre.

Mi madre es pequeñita de estatura y de constitución ni gorda ni delgada, con lo que viéndola allí desnuda, me pareció la mujer más deseable del mundo.

Lo cual no era de extrañar, porque era la primera mujer desnuda que había visto en mi vida… Jajaja

Ya fuera de bromas, a mi la visión del cuerpo desnudo de mi madre me impresionó y me excitó mucho.

No sé el tiempo que estuve allí parado mirándola, supongo que serian dos o tres minutos, pero esa visión cambió mi forma de ver a mi madre y por ende, también cambió mi vida para siempre.

Ella no me vio a mi, ni se enteró que había estado allí, entré en mi cuarto, cogi los papeles que había ido a buscar y salí de casa, cerrando la puerta con cuidado para no hacer ruido.

Pero ya la imagen del cuerpo desnudo de mi madre se me había quedado grabada en mi mente y se convirtió en mi obsesión.

Por de pronto mi primera preocupación era que me había excitado viendo por primera vez el cuerpo desnudo de una mujer, a pesar de que esa mujer era mi madre, lo que me hizo pensar que, el que fuera mi madre, era algo totalmente secundario para mi.

O, dicho de otra manera, que mi madre me excitaba tanto o más que cualquier otra mujer, y digo tanto o más, porque yo creo que el hecho de que fuera mi madre, aumentó mi excitacion, precisamente por el morbo de ser mi madre.

A partir de ese día empecé a darle vueltas a la cabeza, sabía que tenia que hacer algo, pero dada mi total y absoluta inexperiencia con las mujeres, no sabía que hacer.

Mientras tanto, mi madre, ajena a todo, se paseaba por la casa ligerita de ropa, porque estábamos en verano y hacia mucho calor.

Dejó de usar sujetador para estar en casa y se ponía un vestido de tirantes de tela fina, a través del cual se le notaban las bragas cuando se agachaba o hacia algún movimiento qué tensara la tela del vestido.

Todas estas cosas, a mi antes, me pasaban totalmente desapercibidas, pero ahora me calentaban y me pasaba todo el tiempo que estaba en casa con ella, excitado y con miedo a que mi madre se diera cuenta, porque, dependiendo de la ropa que llevara puesta, había veces, que el bulto que formaba mi pene, cuando se me ponía duro, era bastante visible, porque, para más inri, resulta que yo, por suerte o por desgracia, tengo un pene bastante grande.

Evidentemente en el terreno sexual yo era un neofito, así que decidí abordar el tema desde el terreno que dominaba, el terreno religioso, para ver como “respiraba” mi madre.

Ya decidido, un día por la tarde, cuando estábamos los dos sentados en la salita, charlando, como hacíamos habitualmente, le dije a mi madre:

– Mamá, tengo que hacer prácticas como Director Espiritual de alguien y he pensado que quien mejor que tu para hacerlas, si tu no tienes inconveniente.

A lo que ella, ilusionada, me contestó:

– Pues claro, cariño, cuenta conmigo para lo que sea.

– Gracias mamá, no esperaba menos de ti, pero tienes que saber que cuando estemos practicando, tu tienes que olvidarte que eres mi madre, tienes que seguir todos mis consejos, obedecer mis órdenes y responder con absoluta sinceridad a todas mis preguntas, porque lo que digas y hagas yo tengo la obligación de mantener el secreto de confesion.

– Por supuesto cariño, haré todo lo que tu me digas que haga, sea lo que sea.

– Pues si te parece podemos empezar desde ya mismo.

– Por mi estoy dispuesta.

– Muy bien, pues a partir de este momento tu me diras a mi PADRE y yo te diré a ti HIJA.

– De acuerdo

– A ver, hija, vamos a empezar por una confesión de todos tus pecados y para hacértelo más fácil, yo te iré haciendo preguntas y tu me las contestaras con toda sinceridad ¿De acuerdo, hija?

– De acuerdo, Padre.

Yo, lógicamente, centré mis preguntas en el terreno sexual, que era el que a mi me interesaba. 

– ¿Has tenido relación carnal con algún hombre distinto de tu marido?

– No Padre, solo he tenido relaciones con mi esposo.

– Bien, hija ¿Y las relaciones con tu marido eran con la intención de procrear o por placer?

– Por mi parte fueron con la intención de procrear, hasta que tuve mi primer y único hijo.

– ¿Y después?

– Pues después, como sabia que no podía tener más hijos, solo tenía las relaciones qué me demandaba mi marido.

– ¿Y en esas relaciones que tenias sabiendo que no eran para procrear, sentías placer?

– No Padre, no sentía ningún placer, porque mi marido solo buscaba su propio placer y lo conseguía rápidamente.

– Entonces ¿Nunca has disfrutado teniendo relaciones con tu marido?

– Solo durante los primeros meses de matrimonio, hasta que quedé embarazada.

– Bien, por hoy hemos terminado, creo que has sido muy sincera, hija, puedes ir con Dios.

Di por finalizada la práctica y ya como hijo le pregunté que qué tal lo había hecho, ella me dijo que lo había hecho muy bien, porque en ningún momento la había hecho sentirse incomoda con mis preguntas.

La dí las gracias y le dije que el día siguiente haríamos algún ejercicio de obediencia.

A lo que ella me dijo que le parecía muy bien.

Al día siguiente hicimos el mismo simulacro por la tarde, yo en el papel de su Director Espiritual y ella en el mismo papel del día anterior, pero antes de asumir nuestros papeles le dije:

– A ver mamá hoy vamos a hacer un ejercicio de obediencia, yo, como tu Director Espiritual, te voy a pedir que hagas algo y tu lo tendrias que hacer, pero quiero decirte, antes de empezar, que si algo de lo que te pida, te resulta incómodo, como esto solo son prácticas, te puedes negar y intentariamos otra cosa.

A lo que ella sonriendo me dijo:

– No te preocupes hijo, tu solo dime lo que quieres que haga y yo lo haré con mucho gusto. 

– ¿Sea lo que sea? 

– Sea lo que sea. 

– Pues bien, vamos a ello. 

Hija, hoy quiero probar tu obediencia. 

– Bien Padre dígame que quiere que haga y lo haré. 

– Muy bien hija, pues quiero que te pongas de pie frente a mi y te quites el vestido. 

Mi madre, sin hacer nigun gesto de desagrado, se levantó y con toda tranquilidad se quitó el vestido, lo dejó sobre una silla y se plantó allí, delante de mi con tan solo las bragas puestas. 

Ahora tenía sus dos tetas allí de frente a un metro de mi. 

Mi pene se me puso duro al momento, ufff, 

No me lo podía creer, vaya par de tetas que tenia mi madre, bien puestas, con sus areolas marrón claro y unos pezones increíbles, que sobresalian como la punta de uno de mis dedos, de un color marrón oscuro.. 

Me había causado tal impacto que me había olvidado que mi madre estaba allí de pie esperando mi siguiente orden, así que reaccione rápidamente y le di la siguiente orden que ya tenia pensada. 

– Muy bien hija, ahora date la vuelta y quítate las bragas también. 

Mi madre sin titubear se dio la vuelta, se desprendió de las bragas y las puso sobre la silla, encima de su vestido. 

Uffff, mi pene casi atraviesa mis pantalones, ¡Qué culo tenía mi madre! ¡Increíble! 

Nunca hubiera pensado que mi madre con su edad tuviera un cuerpo así. 

Me coloqué mi pene para que se me notará lo menos posible y le dije a mi madre:

– Muy bien hija, ahora date la vuelta. 

Ella, sin decir nada se giró y pude ver todo su cuerpo desnudo, de frente… ¡Impresionante! 

Sus tetas, la mata de vellos rubios de su pubis y una sonrisa en su cara, con lo que me daba a entender que no tenía ningún reparo en estar así delante de su hijo, aunque lo hubiéramos hecho en el plan que lo habíamos hecho… 

Yo totalmente excitado y muy nervioso le dije:

– Muy bien, hija, ya te puedes vestir, has pasado la prueba de obediencia. 

Ella se puso las bragas y el vestido y se sentó en la mesa conmigo, como si no hubiera pasado nada. 

Yo ya tenia claro que mi madre haría todo lo que le pidiera que hiciera, pero no quería ir muy deprisa, para no asustarla, así que le dije:

– Hija, mañana haremos un ejercicio en el que tiene que participar tu hijo. 

El ejercicio consistirá en que, volverás a desnudarte, tu hijo acariciara tu cuerpo durante unos minutos y luego yo te haré algunas preguntas que tendrás que responder con toda sinceridad ¿Estas de acuerdo, hija? 

– Si Padre, haré todo lo que me ordene. 

– Bien, pues por hoy hemos terminado la práctica Hija, lo estás haciendo todo muy bien. 

Luego ya como su hijo le dije:

– Gracias mamá, me estas ayudando mucho, pero te vuelvo a decir lo que ya te he dicho, más veces, si en algún momento no te sientes cómoda, damos por terminadas las prácticas. 

– No te preocupes, hijo, yo me siento muy feliz pudiendo ayudarte, soy tu madre y seguiré haciendo todo lo que me pidas, sea lo que sea, confío totalmente en ti. 

Al día siguiente por la tarde, a la hora habitual, mi madre se levantó de la silla y se volvió a quitar toda la ropa, quedándose de nuevo desnuda delante de mi. 

Yo me levante también, me situé detrás de ella y comencé a acariciar su cuerpo. 

Agarré sus tetas con mis manos, se las masajee y pellizque suavemente sus pezones, durante un par de minutos. 

Ahí mi madre emitió un ligero gemido y os podéis imaginar como se me puso a mi el pene, al tocar por primera vez en mi vida unas tetas de mujer… Ufff

Luego bajé mis manos acariciando su vientre, hasta llegar a la mata de vellos de su pubis, se lo acaricié y era suave, muy suave. 

Despues baje mi mano derecha y la metí entre sus muslos, ella los abrió para facilitarme el acceso donde suponía que quería llegar. 

Llegué a la entrada de su vagina y con la torpeza propia de un neofito, comencé a mover mis dedos, metiéndoselos un poco. 

Estaba muy mojada, se los metí un poco más y comencé a moverlos, mi madre comenzó a gemir más seguido. 

Continué moviendo mis dedos en todas direcciones durante unos minutos y entonces mi madre dio un gemido muy fuerte y yo comencé a sentir como su vagina palpitaba y mi mano se empapaba de un líquido viscoso y caliente, mientras mi madre jadeaba y emitía unos fuertes gemidos. 

Ahí casi eyaculo yo, ufff… Por primera vez en mi vida tenía mis dedos dentro la la vagina de una mujer y la sensaciónes que sentia eran algo increíble, tuve que hacer un enorme esfuerzo para no eyacular. 

Seguí moviendo mis dedos un rato más, hasta que mi madre dejó de gemir, aunque seguía jadeando como si le faltara el aire. 

Saqué mi mano totalmente empapada de los fluidos de mi madre, los olí, después los lamí con mi lengua y finalmente me chupé los dedos, saboreando el resultado del placer de mi madre y me gustó, me gustó mucho. 

Le dije a mi madre que se vistiera, ella lo hizo, nos volvimos a sentar los dos y ahí le dije, ya de nuevo en mi papel de su Director Espiritual:

– Lo has hecho muy bien hija, ahora tengo que hacerte unas preguntas. 

– Gracias Padre, estoy preparada para contestar a sus preguntas. 

– Bien hija, lo primero que quiero preguntarte es si te has sentido incomoda en algún momento de la prueba. 

– No Padre, no me he sentido incomoda en ningún momento. 

– Bien hija, pues la segunda pregunta es si te ha gustado la prueba, si has disfrutado con ella. 

– Si Padre, me ha gustado mucho la prueba y he disfrutado con ella. 

– ¿Dirias que has sentido placer? 

– Si Padre, he sentido mucho placer. 

– ¿Te gustaria hacer otras pruebas de este tipo con tu hijo? 

– Si Padre, estoy dispuesta a seguir haciendo todas las pruebas de este tipo que considere necesarias, con mi hijo. 

– ¿Aunque eso suponga acabar con su castidad ? 

– Si Padre, aunque eso suponga acabar con su castidad. 

– ¿Entonces permitirías que tu hijo se acueste contigo, ambos desnudos, en la misma cama? 

– Si padre, lo permitiría 

– Bien hija, pues a mi solo me queda ya decir: Hágase la voluntad del señor y que el bendiga vuestros actos. 

Yo, como os podéis imaginar, tenía ya un calenton enorme, así que, sin más pérdida de tiempo, me levanté, agarré a mi madre de la mano y le dije:

– Ven conmigo mamá que voy a seguir acariciando tu cuerpo desnudo, acostados en tu cama y que sea lo que Dios quiera. 

Mi madre solo dijo:

– Hágase la voluntad del Señor. 

Se levantó de la silla y me siguió hasta su dormitorio. 

Nadamas entrar yo comencé a quitarme la ropa y ella hizo lo mismo. 

Cuando nos quedamos los dos desnudos, os podéis imaginar como tenia yo mi enorme pene. 

Vi la cara de sorpresa que puso mi madre al vermelo y temí que se hubiera asustado. 

Pero, sin dejar de mirarme lo, me dijo:

– ¿Puedo acariciarte yo a ti también? 

A lo que yo, ya más tranquilo, le dije:

– Claro mama, ahora todo mi cuerpo te pertenece y puedes hacer con el lo que quieras. 

Ella se sentó en la cama y yo me acerqué, poniéndome a su alcance, me agarró el pene con una mano y los testiculos con la otra y comenzó a acariciarme ambas cosas. 

Me miró a la cara sonriendo y me dijo:

– Qué bien dotado estas, hijo mio, nunca hubiera imaginado que escondieras algo así bajo tu sotana. 

Yo, captando su ironía, le dije:

– Ni yo podía imaginarme el hermoso cuerpo que tu escondes bajo tu anodino atuendo. 

Estas palabras de ambos acabó relajando la tensión y ambos nos reímos de lo que habíamos dicho, con lo que ya establecimos un ambiente más distendido. 

Mi madre, que sabía mejor que yo, a lo que estábamos, ya totalmente metida en su papel de hembra deseosa de sexo, tiró hacia atrás de la piel de mi pene y en cuanto sacó mi glande, se lo metió en la boca y comenzó a chuparmeló como si se lo quisiera comer… Ufffff

Yo ya no pude aguantar más y lanzando un fuerte gemido comencé a eyacular en la boca de mi madre. 

Ella seguía chupandomela, tragaba todo lo que podía y el resto la escurría por la comisura de sus labios, cayendo sobre sus tetas… Uffff

Mi madre me miraba con sus ojos vidriosos y cara de hembra sedienta de sexo. 

Sacó mi pene de su boca y con sus dedos fue recogiendo el semen qué había caído sobre sus tetas y se los chupaba mientras seguía mirándome, como buscando mi aprobacion. 

Yo estaba como en las nubes, pero de pronto reaccioné y fui consciente de que yo me había desahogado, pero que mi madre necesitaba más, así que la agarré de sus manos y la giré mirando hacia la cama. 

Ella comprendiendo lo que quería que hiciera, se puso de rodillas en el borde de la cama y se apoyó en sus brazos, poniendo su trasero a mi entera disposición. 

Yo pensaba que se iba a tumbar en la cama, para que yo me echara encima de ella, que era como creía que se realizaba el coito matrimonial, pero al ver su culo de aquella manera, comprendí lo que debía hacer, porque así es como copulan los animales. 

Mi pene, que se me había ablandado un poco después de eyacular en la boca de mi madre, ante aquella visión, se me volvió a poner duro de inmediato. 

Me aproximé a ella y cogiendo mi pene con una mano lo acerqué a la entrada su vagina y enseguida noté su humedad. 

Apreté un poco con mis caderas y mi glande resbaló dentro de la vagina húmeda y caliente de mi madre. 

No pude evitar, pensar en aquel momento, que por allí me había parido y ahora yo estaba metiendo una parte de mi cuerpo dentro del cuerpo de mi madre, por el mismo sitio que salí.. Uffffff

Ese pensamiento me produjo un morbo y un calenton increible, así que, agarre sus caderas con mis dos manos y de un solo empujón, se la metí entera hasta dentro… Uffff

Mi madre dio un grito, supongo que de sorpresa o de placer, porque, seguro que ella habría pensado lo mismo que yo y estaba disfrutando también el morbo de sentir que su hijo acababa de entrar dentro de ella, por donde salio y esto debe ser una sensación de placer increíble para una madre. 

Yo empecé a moverme en un movimiento de de mete y saca, qué me producía un placer como nunca había sentido en toda mi vida. 

La vagina de mi madre era suave, húmeda y caliente y mi pene, supongo que por su tamaño, entraba muy ajustado, por aquel estrecho conducto. 

Mi madre gemía y jadeaba sin cesar, lo que me indicaba que lo estaba disfrutando tanto o más que yo. 

De pronto mi madre dio otro grito, aun más fuerte que el anterior, noté unas fuertes contracciones de su vagina en mi pene y sentí como se mojaban mis testiculos del líquido caliente y viscoso qué salía de su vagina cada vez que tenia un orgasmo… 

Yo, como había eyaculado hacia solo unos minutos, aun no sentía la necesidad de volver a hacerlo, así que seguí dándole a mi madre, mientras ella se corría, acrecentando su placer. 

Mi madre gemía muy fuerte, pero poco a poco fue bajando la intensidad de sus gemidos. 

Yo seguía moviéndome, dándole y dándole y, supongo que debido al fluido qué había salido de la vagina de mi madre al correrse, se oía una especie de chapoteo, cada vez que mis testiculos chocaba con el culo de mi madre, cuando se la metía hasta el fondo… 

Plas.. Plas.. Plas… 

Despues de un buen rato noté que me volvían las ganas de eyacular, agarré con fuerzas sus caderas, se la metí hasta el fondo y comencé a descargar todo el contenido de mis testiculos en lo más profundo de su vagina, llenando con mi semen el útero de mi madre… Uffff

En ese momento pensé que, de ser mi madre fértil, la podía estar embarazando y esto me volvió a producir un morbo y un placer increíble… Ufff

Mi madre, por su parte, al sentir el calor de mi semen entrando dentro de su cuerpo, estalló en otro orgasmo, aun más escandaloso que el anterior y aquí se ve que ya no pudo contenerse y entre gemidos y jadeos, comenzó a gritar:

– Siiiii, siiiii, correte dentro de tu madre, hijo mioooo… Lléname con tu semen y que Dios nos perdoneeeee… Que sea lo que Dios quieraaaa.. Ahahah… Ahahah

En ese momento fui consciente de que mi madre deseaba lo que estábamos haciendo tanto o más que yo, de qué había puesto su cuerpo a mi disposición voluntariamente, sabiendo que íbamos a “pecar” y que ahora, una vez consumado nuestro “pecado” se encomendaba a Dios, para que nos perdonara en su infinita misericordia… 

Yo era la primera vez en mi vida que tenía sexo con una mujer, lo que ya de por sí, era una falta muy grave, porque había quebrantado mi voto de castidad, pero es que, además, al haberlo hecho con mi madre, habíamos cometido los dos el pecado de incesto, lo que era aún más grave desde el punto de vista de la religión de la que yo era uno de sus ministros. 

Cuando terminamos de corrernos los dos, nos tumbamos en la cama agotados, pero sin dejar de besarnos y acariciar nuestros cuerpos desnudos.

Luego una vez que nos tranquilizamos comenzamos a hablar, empecé yo diciendola:

– Mamá, perdóname por todo lo que te he hecho hacer. 

A lo que ella, mirándome con su cara sonriente, me dijo:

– No tengo nada que perdonarte, hijo mio, porque me has hecho la mujer más feliz del mundo. 

Por primera vez en mi vida he sentido el verdadero placer, que además, ha sido mucho más intenso, porque me lo ha proporcionado mi hijo, que es el hombre que mas quiero y que más me quiere a mi en este mundo. 

– Gracias por verlo así, mamá, como hijo, me alegro muchísimo de que, por fin, hayas podido disfrutar del placer del sexo y de que haya sido yo quien te haya proporcionado ese placer, pero, por otra parte, como sacerdote, no tengo más remedio que lamentar haberte empujado a “pecar”. 

– Pues no lo lamentes hijo mio, porque tu no me has obligado a nada, yo he sido plenamente consciente desde el primer momento de donde tu querías llegar y también, desde el primer momento, decidí darte lo que querías, porque eres un hombre joven que necesitas una mujer y como, por tu cargo no puedes tenerla y yo soy una mujer, pues por el amor que te tengo como hijo, decidí poner mi cuerpo a tu disposición, para que pudieras cumplir tus deseos. 

Y… Sí, hemos pecado los dos, pero, gracias a Dios, nuestra religión nos permite pecar y después, mediante la confesión, perdonar nuestros pecados. 

Como tu eres sacerdote, yo me confesaré contigo y perdonarás mis pecados en nombre de Dios y tu por tu parte solo tienes que hacer un acto de contriccion y Dios, en su infinita misericordia, tambien perdonará tus pecados. 

Claramente los dos estábamos arrepentidos de haber pecado, pero, como dice la canción de Joaquín Sabina:

“Nuestro arrepentimiento duró

lo que duran dos peces de hielo

en un güisqui on the rocks”… jajaja 

Porque aquella misma noche durmimos juntos, en la misma cama y seguimos teniendo sexo, hasta que caímos rendidos por agotamiento.

Mi madre resultó ser una hembra insaciable, se volvía loca con mi semen, hizo que eyaculara otras tres veces y ella no sé los orgasmos que tuvo… Ufff

Después de tanto tiempo de abstinencia y habiendo tenido un sexo marital tan poco gratificante, al encontrase ahora con un pene como el mio, que ella no tuvo ningún rescató en decirme que era mucho más grande que el de mi padre, pues se volvía loca y lo quería tener constantemente dentro de su cuerpo y además, también me dijo que el hecho de haber sido ella la que lo había estrenado y saber que su vagina era la primera que lo había tenido dentro y la primera que había llenado con mi semen, la volvía loca de felicidad. 

Hasta me dio las gracias por haberle entregado a ella mi virginidad. 

Y, por mi parte, pues os lo podéis imaginar, era la primera vez que tenia sexo con una mujer, que metía mi pene en una vagina y que eyaculaba dentro de ella y además, siendo esa vagina, la vagina por donde salí a la vida, la vagina de mi madre, uffff

Al día siguiente la decisión ya estaba tomada, abandonaría el sacerdocio y viviría una vida de pareja con mi madre. 

Eso fue lo que hicimos y aquí seguimos, tan felices, tantos años después. 

Por TPRECIADOS2000

Deja un comentario