Capítulo 1
Me siento un poco extraña al escribir, pero cuando vi que Jaime estaba escribiendo nuestras aventuras, decidí que no podían quedarse con su versión de la historia. Originalmente planeaba escribir sus mismos relatos desde mi perspectiva, pero cambié de opinión.
Sus relatos son exactos en todo lo importante. Hay momentos en los que no tiene ni idea de lo que pasaba por mi cabeza, pero en general está bien.
Soy Inés y les voy a contar por qué me presté de buena gana al jueguito de Jaime.
Como ya me presentó Jaime, soy morena, mido 1.65 de estatura y mantengo en buena forma. Tengo ojos castaños, nariz afilada, labios generosos y algunas pecas. Mi trabajo duro me permite mostrar un cuerpo muy bien proporcionado. Desde muy joven, la danza es mi pasión y actualmente doy clases de danza árabe y de pole dance.
Siempre he tenido mucho éxito con los hombres e incluso con algunas mujeres. Desde que era una niña me han perseguido y acosado mucho porque representaba más edad de la que tenía. Como se imaginarán, también he tenido mis aventuras y la mejor es mi matrimonio con Jaime.
Jaime es muy apasionado y se carga una herramienta impresionante. La verdad es que nadie me ha hecho correrme como él. Cada vez que comete alguna pendejada (lo que es frecuente) y me enojo con él, basta con que se desnude y la mayoría de las veces se me quita el enojo y me empiezo a mojar.
Pero me estoy desviando del tema. Les voy a contar el por qué accedí a los juegos sexuales de Jaime. Pónganse cómodos porque voy a remontarme a mi infancia y adolescencia. Creo que les gustará.
A ver… ¿Por dónde empiezo? ¡Ya sé!
Soy la más chica de 5 hermanos. Mi hermana mayor es 13 años más grande que yo y mi hermano más cercano, me lleva 6 años. Así que soy la hija que nadie esperaba. También soy prematura ya que nací a los siete meses… ¡Oh! Y soy gemela, pero mi gemelo no sobrevivió. De hecho, estuve bastante enferma durante mi primer año de vida y no había muchas esperanzas de que lo lograra. Por eso entré un año tarde a la escuela. Yo le llamo mi “periodo de prueba” ya que es como si ese año no contara.
Creo que todo empezó cuando era una niña… En serio. Parece que estoy con el psicoanalista, pero es la verdad.
Cuando era niña, cada vez que me compraban calzones nuevos, me encantaba presumirlos, porque, la verdad ¿Qué chiste tiene tener ropa interior bonita si nadie puede verla? Entonces, yo se los enseñaba a mis hermanas y a sus novios.
A mis hermanas les daba risa, pero a alguno de sus novios los incomodaba mucho y hasta se sonrojaban
—Inés, no deberías mostrarle los calzones a la gente—me decía uno.
—¿Por qué? ¡Si están muy bonitos! ¡Mira! ¡Son de dálmatas!
Recuerdo que me divertía mucho notar su incomodidad. Por desgracia, mi hermana y ese chico terminaron y durante un tiempo no fue divertido mostrarle los calzones a nadie porque los otros se limitaban a ignorarme. Tiempo después, mi hermana llegó con otro novio que se llamaba Eduardo. Él mostró un interés inusual. Yo estaba muy chica para darme cuenta, pero cuando estábamos solos solía preguntarme:
—Inés ¿Te cambiaste de calzones?
—¿Por qué? Estoy de vacaciones y no me hice pipí.
—¿En serio no te los cambiaste? A ver…
Entonces yo me subía la falda o el vestido y él fingía no poder ver bien.
—No alcanzo a ver bien, súbete más los calzones por favor.
Yo me los subía más y entonces él acercaba su rostro.
—¿Segura que no te orinaste? Huele a pipí
—¡Claro que no me oriné! ¡Mira bien!
Él no me trataba como una bebé ni me ignoraba y creo que eso me gustaba. El jueguito terminó cuando mi hermana nos sorprendió. Jamás volví a ver a Eduardo.
Tengo la mala costumbre de saltar de una idea a otra sin ton ni son, y eso a Jaime, lo vuelve loco. Se desespera tanto que a veces se me olvida lo que quiero decir. Eso puede hacer que mi narración sea un poco confusa, pero estoy haciendo mi mejor esfuerzo por ser coherente.
Mientras escribo, me estoy percatando de muchas cosas y atando muchos cabos sueltos que parecían no tener relación, pero sí que la tienen.
Como todos los niños, tenía ropa favorita. Por ejemplo, mis calzones de los 101 dálmatas. También tenía un vestido que adoraba, y lo mejor: unos shorts de mezclilla que mi hermana me regaló. Me encantaban y los usaba hasta para dormir.
Al principio me quedaban grandes y mis piernas parecían palillos, pero cuando pasé a 6to año de primaria, comencé a crecer y me costaba trabajo ponérmelos porque se me metían y me apretaban. Pero, ya que eran mis favoritos, estaba empecinada en ponérmelos todo el tiempo.
Cuando eres la hermana menor y tienes tanta diferencia de edad con tus hermanos, te conviertes en la niña de los mandados. Si mi mamá tenía antojo de una soda, me mandaba a la tienda, si alguno de mis hermanos necesitaba algo de la papelería, me mandaban a mí. Si no había tortillas ¿Adivinen a quién enviaban?
Así que salía a diversos mandados todo el tiempo. Ahí fue cuando comencé a notar las miradas disimuladas del señor de la tienda; del repartidor de agua; de desconocidos que iban caminando por la calle… También comenzaron los piropos. Al principio eran inocentes, pero hubo un día que me topé con unos muchachos que estaban ayudando a desmontar los puestos de un tianguis o mercadillo que se ponía por la cuadra los lunes.
Los 3 jóvenes me rodearon
—¿A dónde vas bonita?—dijo uno.
—A las tortillas
—¿Quieres que te acompañemos?—dijo otro
—No gracias—dije un poco nerviosa.
—Ándale, no seas mala, con ese culazo que te cargas, seguro algún cabrón te va a faltar el respeto—dijo el tercero.
—Mira nada más que buen culo tiene y además se le notan los pezones—dijo el segundo.
En ese entonces, yo no usaba sostén, solo corpiños para niña. Estaba confundida y un poco asustada porque no entendía mucho de lo que estaban diciendo. Confusamente comprendí que les gustaba mi cuerpo ya que no dejaban de verme la entrepierna y los pechos.
—¿Está todo bien?—escuché una voz familiar.
Cuando volteé, vi a mi hermano. Llevaba en la mano un machete que solíamos tener de adorno en una de las paredes de la sala.
Los tres tipejos vieron a mi hermano y desaparecieron de inmediato al tiempo que decían:
—¡No! ¡No pasa nada! ¡Ya nos vamos!
Sin decir palabra, mi hermano sonrió y me acompañó a la tortillería. Les recuerdo que esta historia sucedió en la colonia El Retiro en Guadalajara, México. Nuestras tortillas son de maíz.
Más tarde en mi habitación, recordaba una y otra vez lo sucedido. Sí, me había asustado mucho, pero también me había sentido muy emocionada. Cada vez que repasaba lo que había ocurrido, mi corazón latía más rápido. Me preguntaba lo que habría pasado si mi hermano no hubiese llegado a tiempo. ¿Me habrían abrazado? ¿Me habrían besado? Trataba de imaginar cómo sería un beso de alguno de ellos, y al hacerlo, me sentía extraña. Sentía mucho calor y un hormigueo en la entrepierna. También noté que me estaba mojando un poco y eso me extrañó ¿Me estaba haciendo pipí? No se sentía como si me orinara, era diferente.
Fue en ese momento que me di cuenta cabal de que atraía mucho la atención de los hombres cuando me vestía con ropa ajustada.
Recuerdo que para esas fechas llegó mi primer periodo. No podía creer que las mujeres sangráramos por ahí todos los meses ¡Era injusto! ¡Los niños no tenían que pasar por eso!
El tiempo pasó y el enojo fue disminuyendo. Yo aún sentía mucha curiosidad y justamente el día de mi graduación de 6to año ocurrió algo interesante.
En Guadalajara tenemos la costumbre de escribir dedicatorias en el uniforme durante la despedida del último de día de clases. Es una tradición muy antigua y la idea es guardar esas prendas para recordar a nuestros compañeros después.
Yo acababa de escribir varios mensajes a mis amigas, cuando llegaron 3 compañeros. Dos de ellos eran amigos míos e incluso habían ido a mi casa en alguna ocasión, al otro no lo trataba tanto.
—¡Inés! ¡Déjanos escribirte algo!—dijo uno de mis amigos llamado Daniel.
—¡Sí!
Daniel se acercó buscando un lugar disponible y se dio cuenta de que ya casi no tenía espacio en la blusa. Pasaron unos minutos mientras él me recorría con la mirada una y otra vez buscando un lugar donde escribir.
—No hay espacio—dijo al fin un poco nervioso—cre… creo que sólo queda lugar aquí—dijo señalando mi pecho.
—¿En serio?—contesté nerviosa ya que no se me había ocurrido que ya no cabrían más mensajes.—Busca bien.
—Ya busqué por todos lados, pero no hay lugar ni en la falda.
Los demás habían guardado silencio.
Pasaron los minutos y yo me sentía un poco nerviosa, al final dije:
—Está… Está bien. Puedes escribir aquí.
—¿En serio?
—Sí.
Daniel se sonrojó hasta las orejas, pero no se amilanó. Con un ligero temblor en la mano acercó la punta del marcador a mis senos.
Yo comencé a sentir un calorcito que me era familiar. Mi respiración se hizo entrecortada, cerré los ojos y saqué más el pecho para que pudiera escribir. La dureza de mis pezones se transparentaba en mi corpiño de niña y Daniel lo notó.
Apoyó su mano abierta directamente en mi seno derecho. Noté un ligero temblor en su mano.
—No te muevas
—Okay
Lentamente escribió su dedicatoria en mi seno derecho marcando bien las letras y pasando varias veces para que el trazo fuera más claro. La punta del marcador repasó varias veces sobre mi pezón provocando sensaciones desconocidas en mí. Al principio me retiré ligeramente por acto reflejo, pero Daniel me tenía sujeta por el seno derecho y apretó un poco la mano para retenerme.
Yo sentía que me sofocaba y estaba muy sonrojada. Daniel se tomó su tiempo y cuando terminó, Esteban pidió ser el siguiente.
—Solo hay espacio ahí—dijo mientras señalaba mi seno derecho.
—Está bien—contesté—Escribe.
Nuevamente levanté el pecho y Esteban colocó su mano izquierda en mis costillas, justo en donde comenzaba mi seno. Lentamente fue subiendo la mano para apretarlo de costado. Una vez que estuvo cómodo, comenzó a escribir su mensaje. También se tomó su tiempo y mientras escribía, podía notar que su mano izquierda jugueteaba con mi pezón.
Yo cerré los ojos con fuerza mientras respiraba agitadamente y sentía que me humedecía.
—¡Listo!—dijo Esteban—déjame ver cómo quedó.
Se separó un poco, tomó mis pechos con ambas manos y estiró la blusa.
—Quedó muy bien ¡Gracias Inés!
—¡Eh! ¡Yo también quiero escribir!—dijo el otro.
—Pero ya no hay lugar—dije nerviosa—Hasta mi falda tiene mensajes por todos lados.
—¿Y si te escribo en la parte de adentro de la falda?
Me quedé muda, pero solo dudé unos segundos.
—¡Va! ¡Está bien!
El chico se acercó y lentamente subió mi falda hasta descubrir mi ropa interior. Ese día yo llevaba puesto un conjunto de corpiño y unos bóxers cacheteros muy cómodos.
Los tres chicos guardaron silencio mientras me veían. Yo podía sentir sus miradas en mí. Sentía un ligero entumecimiento en mis piernas, mis manos temblaban y parecía que el corazón se me iba a salir del pecho.
Después de más de un minuto, el chico comenzó a escribir la dedicatoria en la parte interna de mi falda. Como los otros, se tomó su tiempo mientras yo sentía que me iba a desmayar de la emoción.
—¡Listo!—dijo al fin de lo que me pareció una eternidad.
Lentamente bajó la falda hasta que volvió a su posición original. En ese momento volví a la realidad y me di cuenta de que habían hecho “casita” para que nadie más pudiera vernos. Como estábamos junto al muro perimetral y yo no soy alta, fue más sencillo ocultarme.
Claro que tuve que escribirles dedicatorias también porque debe ser algo recíproco e intentaron convencerme de hacerlo en sus pantalones, a lo que me negué rotundamente. Al final, se conformaron con un pequeño mensaje en las camisas.
Me negué a escribir en sus pantalones porque pude apreciar lo abultado que se veían sus entrepiernas. Tuve pánico de acercarme y de que quisieran hacerme algo. Por poco salgo corriendo, pero ellos lo notaron y no insistieron.
El miedo que había pasado me duró bastante tiempo. Casi seis meses después ya estaba yo asistiendo a la secundaria cuando ocurrió algo que me hizo reconsiderar lo que pensaba y en cierta forma, me regresó al camino del exhibicionismo.
Resulta que nos habían pedido comprar algunos materiales de papelería y el mejor lugar en Guadalajara es en la zona centro, por las calles de Contreras Medellín y Pedro Moreno. Una amiga y yo quedamos de vernos por ahí para comprar las cosas para nuestro equipo. Mi papá me dejó en la casa de mi amiga Alma para que nos llevara la mamá de ella porque él tenía trabajo por la tarde.
Alma tenía un hermanito de 9 meses y su mamá estaba muy estresada porque el bebé no dejaba de llorar y no encontrábamos estacionamiento disponible. Así que nos dijo:
—Niñas, el bebé está muy inquieto ¿Por qué no van entrando a las papelerías a comprar las cosas y nos vemos en el autoservicio que está en la esquina de Enrique González Martínez y Juárez?
—Está bien—respondimos a coro.
La calle Enrique González Martínez está a unas cuadras de Contreras Medellín, así que no se nos hizo complicado. Fuimos y compramos todo lo que necesitábamos y nos encaminamos al punto de encuentro. Cuando íbamos por la calle Donato Guerra, escuchamos que un hombre nos llamaba.
—¡Niñas! ¿Pueden ayudarme?—dijo mientras nos hacía señas para que nos acercáramos.
—Sí—respondimos—¿En qué le podemos ayudar?
Cuando nos acercamos, me di cuenta de que el hombre traía puesta una gabardina y fue abriéndola discretamente.
—¿Me ayudan a encontrar una dirección?—dijo mientras sacaba un papel del interior de la gabardina.
Al principio, mi atención estaba enfocada en el papel, pero cuando escuché la agitación del hombre, volteé a verlo directamente y me di cuenta de que no traía nada de ropa debajo de la gabardina.
Me quedé muda mientras mi vista iba bajando lentamente desde su pecho hasta detenerme en su pene erecto. Se veía grueso y lleno de venas. Tenía poco vello y se notaba un brillo en la punta. Se veía enrojecido y palpitante. Con cada pulsación se movía como un segundero en un reloj. Estúpidamente pensé que sería muy fácil tomarle el pulso en ese garrote.
Mientras mi atención estaba en su pene, pasaron dos cosas: primero, escuché gritos provenientes desde atrás de nosotros y segundo, el hombre eyaculó una cantidad enorme de semen. Yo estaba tan sorprendida, que no atiné a quitarme y sentí en mi muñeca izquierda como escurría parte de ese líquido blanquecino y caliente.
Quien gritaba era una señora que venía corriendo en nuestra dirección. El hombre se cubrió y salió corriendo como alma que lleva el diablo.
—¿Están bien?—preguntó la señora
—Ssí, sí—respondimos
—¡Ese puerco! ¡Ya tenía varios días con actitud sospechosa y ya había acosado a otras muchachas! ¡La pinche policía no vale para pura madre!
—¿Qué pasó o qué?—preguntó Alma
—¿No se dieron cuenta? ¡Bendito Dios! ¿Pues qué no tienen ojos? ¡Deben estar alertas!
Yo me quedé callada. Preferí que pensaran que no me había fijado, a que supieran que me había quedado como tonta viendo su pene.
Mientras caminábamos al encuentro con la mamá de Alma yo froté el semen en mi muñeca para que no lo viera nadie. Noté su textura ligeramente pegajosa y su olor a cloro. Su aroma me recordó al agua de ciruelas amarillas que hacía mi mamá, mi abuelita solía decirle agua de jobo.
Al llegar la noche, no dejaba de repasar lo sucedido. Recordando el pene del tipo sentía un cosquilleo en mi entrepierna. Ya había hablado con suficientes niñas mayores para saber lo que sentía y más: ya sabía lo que debía hacer.
Junto a mi cama había un espejo de cuerpo entero y lo acerqué para poder verme mientras estaba acostada. Lentamente, me quité la ropa interior y comencé a frotarme la entrepierna. Fui acariciándome torpemente al principio, pero poco a poco me dejé llevar. Mi vagina se humedeció y facilitó la caricia, mientras movía lentamente mis dedos índice y mayor desde mi perineo hasta mi pubis.
Poco a poco, con delicadeza fui abriendo mis labios mayores e introduje mi dedo medio justo hasta llegar a la entrada de mi vagina. No me atreví a entrar más, pero jugueteaba en los bordes. Me sentía en el cielo.
Podía sentir que mis fluidos mojaban mi mano y un sonoro jadeo me sorprendió. Era yo que no podía contener mi voz. Me vi en el espejo y noté la cara de deseo en mi rostro. Vi lo rosado de mi vagina y lo hinchado de mi Vulva.
—¡Mmmmm!
Escucharme me excitó aún más y empecé a hablar en voz alta.
—¿Te gusta mi vagina?—dije con voz ronca a mi reflejo— ¡Métemela hasta el fondo! ¡Mírame!
Subí mi mano hasta la parte inferior del clítoris y lentamente fui acariciando en círculos concéntricos.
Mis amigas ya me habían dicho que estimular el clítoris era delicioso, pero jamás imaginé cuánto. Sentía oleadas de placer y una especie de entumecimiento en las piernas. Poco a poco acerqué las puntas de mis dedos a mi botoncito y dejé de pensar.
Mi respiración se hizo entrecortada y comencé a jadear. Me imaginaba al exhibicionista mostrándome su hermosa verga mientras yo le enseñaba mi coñito. Abría las piernas para que él pudiera ver todo completo y me abría los labios y me acariciaba la entrada a mi vagina. Después él me dejaba tocar su enorme garrote y yo podía sentir que se venía en mi pecho…
—¡Mírame por favor!—le dije al espejo casi sin aliento.
Justo en ese momento me vino el primer orgasmo de mi vida. Sentí una explosión de placer recorrerme por completo. Las oleadas no se detenían, cerré mis piernas atrapando y oprimiendo mi clítoris con fuerza mientras largos gemidos inundaban mi habitación. Sentí violentas contracciones en mi coño y, sobre todo, En el espejo ya no vi a una niña mirándome. Vi a una mujer.
Una mujer con cara de deseo.
—¡Aaaaaah! ¡Mmmmmhh! ¡Sssí!
Me quedé sin fuerzas, completamente agotada y con la mente en blanco.
Al día siguiente me levanté renovada. Me sentía llena de energía y feliz.
Durante las clases en la escuela, mi mente recordaba constantemente lo que había sentido durante la noche anterior. Ahora era mucho más consciente de las miradas disimuladas de mis compañeros y de algunos maestros.
Me gustaba que, cuando volteaba rápidamente y hacía contacto visual, solían desconcertarse y desesperadamente trataban de disimular. Los ponía nerviosos.
Comencé a hacer lo que varias de mis amigas ya hacían. Me enrollé la falda en la cintura para acortarla. Aunque sólo era una vuelta, la falda subía casi 5 cm y literalmente se les salían los ojos a mis compañeros, a algunos maestros y al prefecto de disciplina.
Comencé a disfrutar sus miradas. Me hacía la distraída y entreabría las piernas mientras estaba sentada para darles un flashazo de mi ropa interior.
Un ventoso día de abril, me paré de espaldas al barandal del primer piso y lentamente me fui acercando hasta que lo toqué con el trasero, entonces “noté” que tenía desamarrado el cordón de uno de mis zapatos. Sin flexionar las rodillas doblé mi cintura para atarlo y mientras estaba agachada pasó lo que yo sabía que pasaría: el viento levantó completamente mi falda dando un espectáculo a todo alumno que estuviera mirando desde el patio. Yo tenía preparada mi actuación y había tomado del cajón de mi hermana una diminuta tanga de hilo dental que mostraba mi culo y mi entrepierna.
Me mojé al pensar en sus gordas vergas. Me preguntaba cómo serían mientras aguantaba el mayor tiempo posible sin bajar mi falda.
Una amiga mía llegó y me bajó la falda con fuerza.
—¡Bájate la falda Inés! ¡Se te ve todo!
—¡Perdón! ¡No me di cuenta!
—No tienes remedio pinche descuidada.
Me volví adicta a la masturbación. En cuanto llegaba de la escuela, pasaba como un rayo por la entrada mientras le decía a mi madre qua iba a cambiarme el uniforme. Una vez en mi habitación, me desnudaba completamente y me acariciaba hasta hacerme venir.
Después de una semana con esa rutina, comencé a buscar diferentes formas de hacerlo. A veces usaba una bufanda que me habían regalado hacía mucho y que nunca me había puesto. La pasaba entre mis piernas de atrás hacía adelante como si montara a horcajadas y la jalaba rozándome la entrepierna hasta que me venía. En otras ocasiones aprovechaba que mi cuarto comunicaba directamente a la azotea y salía en ropa interior a buscar la ropa tendida en los lazos. Tenía la ventaja de que mi azotea tenía celosías de ladrillo en todo el perímetro y además era la casa más alta de la manzana. Eso impedía las miradas indiscretas de los vecinos.
La primera vez que lo hice fue para sentir el sol y el viento en mi piel, pero no contaba con que en plenas 3 de la tarde el sol caía a plomo en los techos y estaban muy calientes. Me quemé los pies y me dolió mucho.
Pero como ya les dije, estaba en busca de emociones fuertes. Así que después de una semana, tomé una toalla y la extendí como un tapete en la azotea. Me acosté para sentir el calor del sol y me quité el sostén. Podía sentir como mis senos se iban calentando por los rayos solares y mis pezones erectos estaban muy calientes. Estaba muy excitada y sentía mi entrepierna mojada. Jalé hacia arriba el calzón ciñéndose agresivamente en mis labios vaginales. No fue suficiente y mi afiebrada mente quería más. Fui moviendo poco a poco la toalla del suelo hasta hacer un hueco lo suficientemente amplio para sentar mi trasero en el piso de la azotea. Me senté e hice fuerza con mis brazos levantando mis nalgas. Después las fui bajando con lentitud acercándolas al piso caliente. De hecho, estaba un poco menos caliente porque tenía la toalla, pero aun así podía sentir la temperatura en mis nalgas. No lo pensé más y me dejé caer de sentón y de inmediato sentí un ardor intenso.
Mi primer impulso fue quitarme de ahí, pero no lo hice. Dejé que el dolor recorriera todo mi trasero y lo dejé fluir. Eso aumentó mi excitación y tuve un increíble orgasmo por todo lo que estaba pasando: por el morbo de hacerlo al aire libre y principalmente por el dolor.
Acababa de descubrir que el dolor me podía producir placer.
Entonces, salir y sentarme en el piso ardiente se volvió parte de mi repertorio de masturbación, aunque no siempre salió bien. Una vez que estaba más excitada que lo normal, vi el tanque estacionario de gas que teníamos para la casa y tuve una idea. Estaba en pleno sol y era enorme. De 180 litros.
En esa ocasión, mi mirada se centró en el tubo alimentador que conectaba el tanque con la instalación de la casa. Es un tubo que sale paralelo al piso y después tiene un codo para conectarse a la toma de gas. Me acerqué y pasé una pierna por encima quedando con el tubo justo entre mis piernas, pero sin tocarlas. Con mis dedos recorrí a un lado mi ropa interior y acerqué mis labios. Justo como la vez que me había sentado en la azotea, la excitación me venció y me senté directamente en el tubo. El dolor fue tan intenso, que mi cuerpo se movió por sí mismo y me hizo saltar. Toda la excitación se esfumó de inmediato y corrí hasta el baño de mi habitación. Me mojé los labios vaginales con agua fría mientras las lágrimas escapaban de mis ojos. Se me formó una ampolla enorme justo en la parte exterior de la vulva. Confusamente agradecí mentalmente de que no me había abierto los labios como era mi plan originalmente. Como resultado, estuve toda una semana sin jugar con mi chochito.
Sin embargo, después de 4 días de abstinencia busqué otros medios creativos de darme placer y uno de esos medios vino en forma de desodorante.
Ese día había sido muy difícil. Mi herida estaba casi totalmente cicatrizada y por eso ya no dolía mucho, dolía lo suficiente como para que en vez de llorar o lamentarme, me excitara. Cuando llegué a la casa, de nuevo me fui a mi cuarto casi corriendo. Ya teníamos esa rutina en casa: llegaba de la escuela, saludaba y me iba directamente a mi cuarto hasta la hora de comer. Eso me daba aproximadamente una hora.
Cuando llegué a mi habitación, sentía ese familiar cosquilleo en mi entrepierna y no sabía cómo quitármelo. Primero usé mis dedos, pero aún me lastimaba y desistí. En ese momento, mi mirada se posó en un desodorante roll-on que estaba en el tocador. Lo tomé y lo pasé por mi vagina, pero se atoró al deslizarlo. Le escupí un poco para lubricarlo y ahora se deslizaba mejor.
Lo deslicé gentilmente desde mis heridos labios vaginales hacia mi perineo. Ahí presioné con un poco de fuerza y la sensación llegó a mi vagina por dentro. Volví a escupir en el desodorante y subí de nuevo hasta mi clítoris, en donde masajeé ligeramente concentrándome en sentir, solo sentir.
Volví a bajar al perineo, y esta vez seguí hasta la orilla de mi ano. Ahí sentí una especie de comezón directamente en el ano y moví el desodorante en esa dirección mientras intentaba mantener mis piernas cerradas firmemente. Me puse en cuatro cerrando las piernas y con el culo levantado. Estaba con mi cara en la almohada y el trasero al aire.
Moví el desodorante en las orillas del ano mientras apretaba y soltaba el esfínter y sentía presión en mi clítoris. Empecé a empujar en las orillas del ano en dirección al perineo para intensificar la sensación. Era una sensación novedosa y poco a poco fui aumentando la fuerza mientras pujaba un poco, apretaba y aflojaba el esfínter. Salieron unos pocos gases, pero no me importó y aceleré mis movimientos. Empujaba el desodorante en la orilla de mi ano y mi perineo cada vez con más fuerza y en forma más descontrolada.
Sentía como una ola que me iba elevando cada vez más alto y… cuando no podría subir más… ¡Zas! El desodorante entró en mi culo casi hasta la mitad. Sentí un dolor intenso y eso detonó un orgasmo que me dejó viendo luces artificiales.
—¡Aaaaaahhhh!
No atiné a moverme. Me quedé totalmente quieta mientras las oleadas y la intensidad iban desvaneciéndose. Después de unos minutos escuché la voz de mi madre
—¡A comer!
—¡Ya voy! —grité casi sin aliento y siendo consiente de ese objeto en mi culo.
Muy despacio, me moví y fui jalando el desodorante, pero me dolía mucho y me llevó más tiempo del que esperaba.
—Dice mi mamá que ya te vengas a comer—dijo mi hermana a través de la puerta haciéndome saltar de sorpresa.
Cuando escuché que movía la perilla de la puerta, me puse de pie como un rayo y me metí al baño en un parpadeo.
—Huele feo—dijo mi hermana—¿Estás bien? Huele como a pedo.
—Me duele un poco el estómago—respondí desde el baño—ya voy
—Apúrate que se enfría
—Sí. No me tardo
Mi hermana se fue y cuando terminé de extraer el desodorante, noté rastros de excremento. Lo lavé y me limpié adecuadamente. Después me fui a comer, pero dejé las puertas abiertas para ventilar el cuarto.
Capítulo 2
Cada vez me siento con mayor facilidad al escribir y creo que voy mejorando.
Para los que no me conocen, me presentaré: soy Inés y voy a continuar con mi viaje de recuerdos de mi adolescencia.
Como ya me presentó Jaime, soy morena, mido 1.65 de estatura y mantengo en buena forma. Tengo ojos castaños, nariz afilada, labios generosos y algunas pecas. Mi trabajo duro me permite mostrar un cuerpo muy bien proporcionado. Desde muy joven, la danza es mi pasión y actualmente doy clases de danza árabe y de pole dance.
En mi último relato hablé sobre cómo me aficioné a la masturbación y en el exhibicionismo… Ahora les contaré mis inicios en el masoquismo.
No hay mucho que contar en unos meses…. ¡Oh! Sí. Un par de cosas.
Me di cuenta de que masturbarse diario no es tan satisfactorio como esperar algunos días antes de hacerlo. Poco a poco, fui espaciando mis episodios de placer y aprendí a contener y a canalizar mi calentura. Me inscribí en gimnasia y en clases de baile. Les prometí a mis padres que no iba a bajar mi rendimiento en la escuela y logré convencerlos.
El ejercicio me ayudó mucho y además mejoró mi figura. Seguía vistiendo ropa provocadora, pero ya era menos obvia y estaba aprendiendo a andar en autobuses para viajes cortos ya que no siempre alcanzaban a recogerme a la salida de gimnasia o de la academia de danza.
Un par de ocasiones tuve que volver a casa en transporte público. Cuando eso era necesario, no me cambiaba de ropa. Me iba con las mallas o leotardo que estuviera usando en los ensayos o entrenamiento. Cuando mucho, me ponía un short. Era mucho más rápido y no quería perder el autobús porque tenía un pequeño margen para abordar.
Una de esas veces, el minibús iba atestado y de repente sentí que me rozaban el trasero. Instintivamente busqué con la mirada, pero estaba tan lleno que no atinaba a ver quién lo había hecho.
Volví a sentir que me tocaban las nalgas, pero esta vez fue un poco más prolongado y fue cuando mi otra yo tomó el control. Cerré los ojos y abrí un poco las piernas esperando el siguiente toque. Cuando llegó, paré las nalgas un poco para animarlo. Al principio se alejó, pero después me hizo una larga caricia en toda mi nalga derecha. Yo me paré de puntitas mientras levantaba aún más mi trasero, dando a entender que me gustaba. La mano se volvió más atrevida y se movió hacia mi espalda para bajar de nuevo por debajo del short. Ese día yo vestía un leotardo sin ropa interior, porque en gimnasia se debía entrenar así. La mano recorrió mi nalga mientras movía el leotardo hacia el interior de mis nalgas. Mis pezones comenzaron a marcarse a través de mi leotardo mientras esa mano me apretó con fuerza y lentamente se movió en dirección a mi vagina.
Abrí las piernas para facilitarle el acceso y él movió el leotardo dejando libres mis labios vaginales. Yo sentía que estaba chorreando de excitación y la mano no fue sutil. Ensartó un dedo directamente en mi vagina.
Yo todavía era virgen y sentí un dolor ardiente, pero eso me excitó más todavía y bajé mi trasero haciendo que el dedo entrara todavía más profundamente. Sentí una presencia junto a mi hombro izquierdo y escuché un ligero jadeo en el oído
—No te muevas—susurró
Yo asentí y obedecí mientras sentía ese dedo invasor hurgando mi vagina mientras se movía en forma circular como si la estuviera ensanchando. Yo estaba en el cielo con todas las sensaciones: el dolor de mi vagina; el morbo de estar en público, además de la indefensión y la adrenalina de estar a merced de un desconocido. El sujeto tomó mi mano izquierda, la bajó hacia su cintura y pude sentir su verga palpitando y caliente en mi mano. Era la primera vez que tocaba una verga y eso me disparó un orgasmo increíble.
El desconocido sintió que mi vagina se contraía con fuerza y sintió mi piel erizarse.
—¿Te gustó?—dijo en mi oído
Yo solo asentí mientras seguía con su verga en mi mano. Con su guía, movía de arriba abajo mi mano haciéndole una paja. Pronto entendí de lo que se trataba y lo hice por mi cuenta. El tipo me volteó para verme a los ojos y vi que era un señor de mediana edad que se veía normal. No tenía nada extraordinario ni se veía como un pervertido. Al tenerme de frente se acercó y me robó mi primer beso. Tenía sabor a café y su lengua hurgó en mi boca mientras eyaculaba en mi regazo. Me soltó y se fue de inmediato dejándome con la mano llena de semen y las piernas temblorosas.
No volví a saber de él, aunque yo lo buscaba con insistencia cada vez que me subía cualquier autobús.
Así pasaron los meses y pronto ya estaba por pasar a segundo de secundaria. Me había vuelto una experta en masturbación y poco a poco me descubría como masoquista y exhibicionista.
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Para contar mis aventuras en la escuela haría falta otro relato, pero para mantener el ritmo, voy a contar lo que me pasó en casa.
Había descubierto que el sexo anal me gustaba mucho y a partir de entonces me masturbaba usando el desodorante en turno, Ya entraba completo y no me dolía. También aprendí que debía limpiarme antes para no ensuciar todo. Como aún no sabía lo que era un enema, lo que se me ocurrió fue usar una botella de plástico desechable.
Iba a la regadera y llenaba la botella hasta que se desbordaba. Con cuidado introducía la boquilla en mi culo y comprimía con fuerza la botella forzando el agua a mi intestino. Cuando sentía que no entraba más, apretaba el esfínter al sacar la botella dejando el líquido adentro y lo aguantaba durante 30 segundos. Después me sentaba en el inodoro y expulsaba todo. Lo repetía hasta que el agua salía limpia.
Esa rutina de limpieza se volvió un hábito. Lo hacía tres veces al día siempre y cuando estuviera en mi casa: por la mañana antes de bañarme, al regresar de la escuela antes de comer y después de cenar. A veces lo movía y lo hacía cada vez que iba al baño. Me obsesioné un poco y confieso que llegué a considerar llevar una botellita conmigo por si tenía que ir en la escuela.
Un viernes que estaba particularmente sensible y con mucho estrés acumulado, llegué deseando usar mi nuevo desodorante. Era diferente a los otros porque en vez de ser roll-on, era spray. O sea que era más grueso y más largo que los anteriores.
Desde que llegué noté algo diferente: en la puerta de la casa estaba estacionada una camioneta con tierra, ladrillos y materiales de construcción. Al entrar, mi mamá me interceptó antes de que fuera a mi cuarto.
—Inés, allá arriba están los señores que van a construir el tejabán.
—¿El qué?
—El tejabán, hija ¿Cómo no te acuerdas? Para la terraza.
Entonces lo recordé: Mis papás iban a construir una terraza en la azotea. Según sus planes iban a construir un tejabán para resguardar una barra, un fregador y el asador. También iban a comprar reposeras, y muebles de jardín. La idea era organizar reuniones familiares, comidas y asados en ella.
La idea original era que fuera una extensión de mi propio cuarto, pero me opuse firmemente alegando falta de privacidad. Al final, mis padres cedieron y movieron su terraza a la parte más frontal de la casa, a pie de calle por así decirlo. Mi habitación estaba hasta el fondo.
El primer paso era la construcción del tejabán.
—Ok—respondí pensando en que había suficiente espacio entre los albañiles y mi cuarto.
Fui a mi cuarto y me hice una limpieza profunda. No era tan necesario ya que el hábito de hacerlo a diario, me mantenía limpia.
Acababa de hacer mi enema casero, cuando mi otra yo se presentó como un pensamiento intrusivo ¿Por qué no dejar que me vean “accidentalmente”?
Me quité la blusa y me puse una camiseta muy ligera y como de costumbre, no llevaba brasier. Me quité el resto de mi ropa interior y me dejé la falda que enrollé un poco más para hacerla más corta.
Salí a la azotea a recoger parte de mi ropa que estaba colgada y noté las miradas de los trabajadores que estaban subiendo material desde el frente de la casa. Me incliné levantando las nalgas mientras intentaba tomar un vestido en un gancho que estaba colgado más alto. Vi cómo se agachaban un poco para poder verme y levanté ligeramente una pierna para hacer patente que no traía ropa interior. Cuando logré bajar el gancho tuve una idea y tomé varias pinzas para ropa. Unas de plástico y otras de metal.
Regresé a mi cuarto con el corazón latiéndome a mil por hora.
No pude resistir más. Me acosté en mi cama y me froté la vulva que tenía muy inflamada y caliente. Tomé el desodorante (Rexona) y lo pasé por mis labios vaginales una y otra vez para lubricarlo con mis propios jugos. Mientras lo hacía, lo acercaba a mi entrada vaginal y presionaba ligeramente hasta sentir resistencia. Después lo deslizaba hacia mi perineo y mi ano y hacía lo mismo. Mientras lo hacía, pujaba abriendo el esfínter e introducía un poco del desodorante. Lo repetí varias veces mientras me pellizcaba los pezones.
No era suficiente, necesitaba más y en un momento de desesperación, tomé una de las pinzas y la abrí acercándola a mi pezón derecho. Lentamente coloqué el pezón entre las piezas de agarre y poco a poco fui soltando la pinza.
El dolor era exquisito. Sentía como si me recorrieran cables eléctricos desde mi pecho hasta mi vagina. Cuando lo solté por completo casi me corrí por la intensidad de lo que sentía. Sin embargo, yo quería más porque aún no había logrado introducir el desodorante en mi culo. Me relajé para dejar que el dolor me recorriera completamente y entonces coloqué el extremo del desodorante y presioné firmemente hasta que sentí que mi ano se abría con un ardor en la parte de arriba y abrazaba la punta redondeada de ese tubo metálico. Lo estaba sosteniendo con el culo y tomé otra pinza de ropa, esta vez de metal y sin pensarlo mucho la abrí y la solté de golpe atrapando mi otro pezón.
¡Increíble! ¡Sentí mil descargas eléctricas! ¡El dolor me recorría como si me fuera a romper! En cuanto solté la pinza, me senté erguida. Esto hizo que el resto del desodorante se introdujera violentamente en mi culo. Entró casi por completo y me vine a chorros. Mis gemidos y jadeos eran casi animales.
Con la mirada borrosa, distinguí que uno de los albañiles en la ventana, el jefe. Se agachó rápidamente, pero en lugar de preocuparme, aumentó el placer.
Quedé así por algunos minutos hasta que las pinzas de ropa me molestaron. Con lentitud, me quité una pinza metálica y después la otra. Mis pezones estaban hinchados y rojos. El izquierdo se veía un poco amoratado, pero no se veía dañado. En cuanto al desodorante, no me molestaba en lo absoluto. Es más, lo sentía cómodo. Poco a poco, lo fui extrayendo hasta que salió por completo haciendo un sonido de vacío. Noté rastros de sangre y me limpié con papel. No se ensució nada y quedé acostada exhausta.
—¡A comer!—gritó mi mamá
—¡Ya voy!
Me vestí con unos jeans y otra playera y así, sin ropa interior, bajé a comer. Por la tarde, me enfoqué en hacer mi tarea y no puse atención a lo demás. Esa noche dormí como una bebé.
*************************
Al día siguiente era fin de semana y tuvimos actividades familiares.
Cuando regresé de la escuela el siguiente lunes, vi de nuevo la camioneta fuera de la casa y puse en práctica el plan que se me había ocurrido el domingo.
—Mamá ¿Crees que los señores tengan sed?—pregunté en tono casual
—Creo que sí—respondió mi mamá—ofréceles algo de beber hija.
Serví refresco en unos vasos y los coloqué en una bandeja. Así subí a la azotea.
Yo aún estaba vestida con mi uniforme de la secundaria y solo hice una escala en mi cuarto para quitarme el suéter y desabrochar un botón de mi blusa para que se viera mejor el nacimiento de mis senos, que como ya he dicho estaban sin sostén.
—Buenas tardes—dije—¿No tienen sed? Aquí les traigo un refresquito.
En cuanto me vieron, dejaron de trabajar y don Cruz, el maestro albañil, se acercó a tomar la bandeja mientras les decía a sus dos ayudantes:
—¡Vénganse a tomar un refresco muchachos!
Al tomar la bandeja, su manó rozó “accidentalmente” mi pecho, pero yo no hice nada que demostrara que me había dado cuenta.
Don Cruz era un señor moreno entrado en años de esos que no tienen la edad que aparentan. Se veía de unos 50 años, pero bien podría haber tenido cinco menos o diez más. Era de estatura promedio, unos 170 cm de estatura de complexión delgada y recia. Se veía curtido y tenía profundas arrugas en el rostro. Su mandíbula era cuadrada y sus manos eran ásperas y grandes. Su mirada era directa y honrada, aunque podía verse amenazador si se ponía serio. Sus dientes eran blancos y totalmente rectos. Eso le daba una sonrisa deslumbrante.
Sus ayudantes eran un par de hermanos que parecían gemelos. Eran más altos que Don Cruz. Como de unos 180 cm y eran más corpulentos. Ambos tenían ojos castaños y el cabello negro rizado.
—¡Muchas gracias señorita!—dijo Don Cruz
—No me diga señorita, dígame Inés
—Muchas gracias Inés. Casi no hay jovencitas que sean tan amables como tú.
Sonreí y miré lo que estaban haciendo.
—¿No se marean al subirse la escalera? Se ve muy alto
—Para nada—contestaron
—¿Puedo subir a ver?—pregunté sonrojada
—¿No te caerás Inés?—preguntó Don Cruz
—Usted sosténgame para que no me caiga ¿Sí?
—Está bien—contestó de inmediato. Demasiado rápido. Creo que él ya sabía lo que yo quería.
Apoyó la escalera en la celosía y me dijo:
—Súbete
Obedientemente, subí poco a poco la escalera. Conforme iba subiendo, todos podían echar un vistazo debajo de mi falda para ver mi bikini entremetido entre las nalgas. Al llegar a la mitad, sentí las manos ásperas de Don Cruz tomándome de las pantorrillas.
—Déjame ayudarte—dijo
—Gracias Don Cruz—dije mientras subía otro peldaño.
Don Cruz no dijo nada, pero sus manos fueron subiendo por mis piernas hasta que me tomaron firmemente de las nalgas. Literalmente me levantó del trasero abriéndome ligeramente y metiendo más el bikini entre mis nalgas.
—No me vaya a soltar Don Cruz—dije mientras sus manos recorrían libremente todas mis piernas desde las nalgas, hasta los tobillos—Agárreme bien por favor.
Al escuchar esto, Don Cruz me apretó las nalgas con fuerza.
—¿Te subo más?—dijo
—Sí por favor, Don Cruz. Quiero llegar hasta arriba
Don Cruz subió uno de los peldaños y me levantó un nivel más. Después otro más y otro más hasta que llegué casi hasta el borde de la celosía
Movió su mano derecha entre mis piernas y me sostuvo casi directamente del coño. Puso su mano de lado, de canto levantando el pulgar y la colocó cerca de mi mojada rajita.
—¿Así?En otra ocasión, estaba subiendo a uno de los árboles que estaban en la acera justo fuera de la secundaria. Traía mi falda del uniforme y por más que lo intentaba, no podía asirme de una de las ramas bajas. Una amiga ya lo había logrado y yo sólo había obtenido raspones en las rodillas.
—Más arriba—dije—Súbame toda
Ni corto, ni perezoso, Don Cruz levantó más su mano y me levantó del coño. Podía sentir su pulgar en medio de mis nalgas a través de la tela del bikini.
—Espéreme Don Cruz—dije—Todavía siento que me puedo resbalar.
Con mi corazón acelerado, apoyé mis pies firmemente en uno de los peldaños y me abrí las nalgas mostrando mi culo a Don Cruz. Después, tomé su pulgar y lo guie hacia mi ano y fui introduciendo con lentitud la primera falange.
Don Cruz se quedó inmóvil por unos segundos y después dijo:
—Necesitas asegurarte más.
Acto seguido, levantó su mano y me metió todo su gordo pulgar en el culo. Mi piel se erizó del placer y solo cerré los ojos.
—Gracias Don Cruz. Así me siento mucho más segura—dije mientras bajaba más mi culo para que entrara más profundo.
Don Cruz apoyó su mano en uno de los peldaños y yo poco a poco fui levantando mis pies de donde estaba parada para quedar sujeta solo del dedo ensartado en mi culo.
—Muchachos—dijo Don Cruz—Ayúdenme un poco y sosténgala
Los ayudantes, se acercaron y metieron sus manos por debajo de la blusa y cada uno me tomó de un seno con fuerza y literalmente me levantaron hasta quedar suspendida sostenida por el dedo en mi culo y las manos fuertes aprisionando mis pechos. Sentí como se alejaban de la escalera y me tenían levantada vilo.
—Vamos para que veas más cerca—dijo Don Cruz.
Me llevaron hasta el borde del perímetro y me elevaron aún más. Yo no podía hablar y solo dejé que me pasearan por toda la azotea. Sentía el dedo de Don Cruz removerse en mi culo y entrar aún más profundo. A estas alturas, tenía el canto de la mano entre mis labios vaginales y podía notar cómo su índice frotaba mi clítoris. Los pechos me dolían, pero eso acrecentaba el placer.
Después de lo que me pareció una eternidad, me bajaron y Don Cruz sacó su dedo de mi culo. Me quedé a gatas en suelo con la falda levantada.
—Don Cruz—dije jadeando—¿Me puede mostrar algo?
—¿Qué, Inés?
Le hice seña para que se acercara y le susurré al oído:
—¿Me puede enseñar su verga?
—Sí, pero sácala tú—dijo sonriendo.
Torpemente me acerqué, le bajé la cremallera del pantalón y finalmente su calzón. Tenía una verga que en ese momento me pareció lo más hermoso del mundo. La saqué y lentamente empecé a pajearla. Cuando volteé ya tenía las vergas de los dos ayudantes apuntando a mi cara.
—Chúpaselas—dijo Don Cruz
—No sé cómo se hace—dije, pero de inmediato me metí una a la boca. Sabía salado y estaba caliente.
—No uses los dientes—dijo el joven—métela hasta donde puedas y lame todo.
Me esforcé y casi pude metérmela completa en la boca. Después lo hice con el otro ayudante que la tenía un poco más grande que el primero. Este sabía diferente, un poco ácida y yo sentía una babita que le salía de la punta. No sabía mal, pero me dejaba como una capa en la lengua.
Empecé a chupar esas tres vergas y en un momento, Don Cruz me dijo
—Tómate mi leche Inés.
Me acerqué abriendo la boca y eyaculó en mi cara, en mis pechos y en mi boca. El sabor era raro y me dio asco. Tuve arcadas e intenté alejarme, pero en ese momento eyacularon los dos ayudantes y acabé bañada en semen. Noté que el sabor era diferente en cada uno y poco a poco se me pasaron las arcadas.
—¡A comer!—gritó mi mamá
—¡Voy!—contesté mientras me levantaba
—¿Al rato vienes por la charola Inés?—dijo Don Cruz—Te podemos enseñar otra vez la vista
—¡Sí!—exclamé entusiasmada y me fui corriendo a lavarme la cara y a cambiarme de ropa
Comí rápidamente y subí corriendo a mi cuarto. Una vez ahí, me quité el bikini y salí buscando a Don Cruz
—¡Qué rápida!—Dijo Don Cruz riendo—Ven
Me acerqué y vi que se sacaba la verga. No hubo necesidad de que me dijera nada. Me la metí en la boca y empecé a chupársela mientras lo pajeaba suavemente hasta que se le puso durísima.
—Siéntate en mi verga
Obedientemente me paré y coloqué la punta de su verga en mi culo. Después introduje la punta que era mucho más gorda que el desodorante y presioné poco a poco. Lentamente fue entrando y yo sentí como mi culo se volvía a romper, pero el dolor me excitaba aún más. Cuando terminé, no podía creer que estuviera toda en mi interior. Sentía mi ano estirado, tirante y a punto de rasgarse, estaba completamente llena y entonces los ayudantes acercaron sus vergas a mi cara. Empecé a chupar con frenesí.
Don Cruz me levantó de la cintura y me dejó caer un poco. El dolor fue intenso y sentí nuevas rasgaduras, pero eso me impulsó a hacerlo por mi cuenta. Me daba sentones en la verga de Don Cruz mientras se la chupaba a sus ayudantes.
Uno de ellos tenía unas pinzas de mecánico que usaban para trenzar alambre y me agarró un pezón.
—Aprieta más por favor—supliqué
Él se lo tomó en serio y me apretó duro
—¡Mmmmm!—gemí y susurré—Así, así, así. Levántame
Él empezó a elevar las pinzas con mi pezón atrapado y terminé con mi pecho izquierdo jalado hacia arriba. El otro ayudante me tomó el otro pezón y lo retorció sin piedad. Eso me hizo apretar con fuerza la verga de Don Cruz y ya no pudo aguantar. Se vino en mi interior mientras a mí me llegaba un orgasmo increíble. Descubrí que amaba sentir el semen en mi interior.
Cuando los jóvenes notaron que había acabado, me soltaron los pechos y dejaron que me levantara de la verga de Don Cruz para sacarla de mi culo. Cuando lo hice, me acerqué y los seguí chupando incrementando mi velocidad hasta que volvieron a venirse en mi cara. Esta vez traté de tomarme todo el semen posible. Poco a poco le iba perdiendo el asco.
Me levanté con las piernas temblorosas, recogí la bandeja y los vasos para llevarlos a la cocina.
A partir de ese día, en cuanto llegaba de la escuela, me aseaba y les llevaba bebidas a los trabajadores. Se turnaban para meterme la verga y yo estaba encantada. Al principio, me dolía, pero poco a poco mi culo fue dando de sí y al final, entraban con facilidad. También me tomaba hasta la última gota de semen. Además, Don Cruz me enseñó a apretar mi esfínter para que no se me aflojara el ano y para dar más placer. A veces, me metía el mango del martillo hasta donde podía y una vez, durante mi paseo por la azotea, me sostuvo con el índice en mi vagina y el pulgar en el culo.
En mis próximos relatos contaré mis aventuras en la escuela… Son mucho más heavy
Capítulo 3
Hola, soy Inés y continuaremos con mis recuerdos.
Me imagino que más de alguno viene de relatos previos, pero por si las dudas, me describiré de nuevo: soy morena, mido 1.65 de estatura y mantengo en buena forma. Tengo ojos castaños, nariz afilada, labios generosos y algunas pecas. Mi trabajo duro me permite mostrar un cuerpo muy bien proporcionado. Desde muy joven, la danza es mi pasión y actualmente doy clases de danza árabe y de pole dance.
Siempre he tenido mucho éxito con los hombres e incluso con algunas mujeres. Desde que era una niña me han perseguido y acosado mucho porque representaba más edad de la que tenía. Aquí estoy contando mis aventuras.
Estas son las aventuras en la escuela.
Empecé a ir sin ropa interior a la escuela, hasta que un día me llamaron de la oficina del prefecto. Ya estaba en segundo año y era la primera vez que tenía problemas con la autoridad escolar.
—Inés—dijo el prefecto—Escuchamos algunos chismes sobre ti y quiero averiguar si son verdad.
Él sabía perfectamente que eran verdad porque era uno de mis admiradores. Siempre que podía, trataba de ver por debajo de mi falda o a través de mi blusa. Me imagino que lo estaban presionando un poco o alguna de mis compañeras había ido con el chisme.
—¿Cómo cuáles?—pregunté fingiendo inocencia.
Los efectos del ejercicio eran mucho más evidentes ahora y aunque no era muy alta, tenía todo en su lugar. Mis pechos eran más grandes y firmes, mis nalgas tenían más volumen y mi cintura se acentuaba, ya casi no tenía esa barriguita que tienen las niñas de secundaria menor.
—Me dijeron que… ejem… que no traes ropa interior—dijo con un poco de turbación.
—Es que no me gusta usar—dije con un puchero—¿Está mal? No dice nada en el reglamento.
Yo sabía que no estaba establecido en el reglamento, así como no estaba establecido que estaba mal orinar en público. Se daba por sentado.
—¿Y si me bajo la falda para que nadie lo vea?—pregunté
—No… —se quedó pensativo y dijo—déjame ver
Me turbé porque estábamos en su oficina y podía entrar alguien. Además, estaba en mis días y se alcanzaba a ver el hilo del tampón que usaba.
—¡Noo! ¿Y si entra alguien?
Entonces tomó la iniciativa y se acercó. Yo me quedé inmóvil y el prefecto comenzó a subir lentamente mi falda hasta que reveló que, efectivamente no tenía puesta ropa interior. Mi otra yo tomó el control, sostuve la falda elevada y caminé hasta su escritorio.
Me senté en el escritorio y abrí las piernas sin decir nada. Subí los pies hasta quedar completamente abierta y expuesta. El hilo del tampón era perfectamente visible
—Estás en tus días y ni así usas calzones.
—Empecé hoy muy poquito y me lo puse por si las dudas. Siempre me excito cuando pasa—dije—¡Mírame por favor!
—Enséñame tu culo—dijo
Me bajé y me incliné sobre el escritorio hasta quedar con el cuerpo flexionado hacia el frente con el culo al aire y me abrí las nalgas con las manos. Aún era temprano y tenía el ano reluciente. Me lo había limpiado por la mañana.
Se acercó y sin aviso, me hizo una caricia larga y obscena desde mi coño hasta mi culo. Se sentó en su silla y me tomó de la mano hasta que me metió debajo de su escritorio.
Se sacó una verga gorda y jugosa. Era más grande y gruesa que la de Don Cruz. No esperé a que me lo pidiera. En automático me acerqué y empecé a chupar. Esta verga tenía un sabor mucho más delicioso que la de Don Cruz y sus ayudantes. No sé si sería por cuestiones de higiene o por que el prefecto no se dedicaba a la albañilería, pero me fascinó su sabor.
Tocaron a la puerta
—Buenos días, Martín—dijo el profesor de biología—estoy buscando a Inés ¿La has visto? Me dijeron que estaba contigo, tengo clase en 10 minutos y no la he visto.
—Cierra la puerta Robert y ponle seguro por favor. Ven
Yo no dejé de chupar en ningún momento.
El profesor se acercó y me descubrió chupando. Sé que debería de avergonzarme, pero era tanta mi calentura que solo seguí chupando.
—Así que aquí estabas—dijo el profe—Tengo clase ¿Tardará mucho, Robert?
—No. Estoy por terminar. Si quieres esperar, no me tardo.
—Ok
Me excitó más sentirme observada e hice contacto visual con el profesor mientras engullía ese pedazo de carne. Pronto, sentí que se tensaba y el profe me dijo
—Jálale los huevos hacia abajo—dijo—le va a encantar.
Obedecí y justo cuando estaba por eyacular sentí que los huevos se le subían. Los tomé con mi mano y los jalé hacia abajo con firmeza. El prefecto inhaló con fuerza mientras dejaba salir chorros de semen directo a mi garganta. Bebí con gusto porque tenía un sabor ligeramente dulce. Lo tragué todo y no dejé escapar ni una gota.
—¡No mames Robert! ¿Cómo sabías eso?
—Una puta me lo hizo hace años y me volví adicto. Esta putita también debe aprender.
Escuchar que se refería a mí como “putita” debería de haberme ofendido, pero me sentí halagada.
—¿Estás lista para ir a clases putita?—dijo el profesor—tenemos examen y no te voy a aprobar, aunque me la mames.
Soltó una risita y me ayudó a pararme.
—Deberías llevarla a las reuniones de maestros, Martín
—¡No se me había ocurrido! ¿Te gustaría Inés? De seis a diez maestros para ti solita
Solo de imaginármelo me mojé aún más
—¡Sí!—respondí entusiasmada
—De acuerdo. En dos semanas hay reunión de comité, ve pidiendo permiso porque ese día no hay clases.
—Está bien—dije
—¡Oh!—exclamó el profesor—tienes que tomarte unas pastillitas para evitar tener bebés. Yo las puedo conseguir. Son microdosis, así que no te preocupes.
—Bájate la falda—agregó el prefecto—y cámbiate el tampón.
Obedecí y me fui a clases.
Al día siguiente, el profe de biología me dio unas pastillas Yasmin
—Tómatela siempre a la misma hora hasta que se acabe—dijo
Me la tomé de inmediato.
*************************
Investigué un poco sobre los efectos secundarios de las pastillas, pero no tuve ninguno. Les dije a mis padres que estaba en grupo de estudio y que teníamos reunión con maestros de uno en uno una vez al mes para mejorar nuestro rendimiento y les encantó la idea. Sobre todo, porque era cierto. Los maestros sí tenían un comité que monitoreaba el rendimiento de los alumnos deportistas. Hasta el momento eran solo alumnos niños y yo era la primera niña.
Mi rutina diaria continuó como siempre: Me despertaba, iba al baño y me aseaba a conciencia para tener el culo siempre limpio; iba a la escuela y daba flashazos siempre que podía, aunque ahora me cuidaba un poco más. De hecho, con frecuencia me iba al gimnasio de usos múltiples y lejos de las miradas indiscretas, me sentaba en las gradas a platicar con mis seguidores. Yo me sentaba arriba y me abría de piernas mostrando todo. Absolutamente todo a los niños que se sentaban abajo.
Yo tenía control absoluto sobre los asistentes y pegaba un cartelito escrito a mano cuando había “reunión” en el gimnasio. Un par de veces se la chupé a algunos de mis amigos hasta que se vinieron en mi boca, pero era absolutamente secreto o no se las volvería a chupar.
Al regresar a casa, dependiendo de mi estado de ánimo, iba con Don Cruz y sus ayudantes que ya estaban por terminar la terraza. Me cogían delicioso y me reventaban el ano. Ya no tenía pudor con ellos. Llegaba con los refrescos y ellos se sacaban las vergas para que se las chupara. Era una hermosa rutina que me encantaba porque me excitaba ver sus vergas pidiendo mi atención.
Me encantaba el sabor del semen. Lo podía comer a cualquier hora. Una vez le rogué a Don Chuy que eyaculara en un sándwich y me lo comí.
Cada vez que evacuaba, me hacía limpieza a fondo para estar siempre lista para una enculada.
Así pasaron dos semanas y un buen día me dijo el prefecto:
—Inés, mañana tenemos reunión del comité de maestros ¿Quieres venir?
Mi pulso se aceleró
—Sí, claro
Avisé en casa de la reunión. Era durante el último consejo técnico del año por lo que no había clases regulares.
No era necesario hacer nada extraordinario, me iban a llevar y a recoger exactamente igual que en clases diarias.
Cuando llegué a la escuela, estaba muy nerviosa y emocionada ante lo desconocido. Me extrañó ver todo desierto. No había nadie, creo que ni los jardineros, los señores de mantenimiento o de intendencia estaban ahí.
Me recibió el maestro de deportes. El profe Ramón.
—¡Inés! ¡Qué bueno que pudiste venir! Pásate por favor, me dijeron que te pusieras un uniforme.
¿Uniforme? Ya llevaba el uniforme de la escuela… Seguí al profe Ramón hasta los vestidores.
Me pasé y vi el “uniforme”. Era una especie de uniforme de sirvienta o “maid” con todo descubierto. Excitada, me vestí y seguí al maestro.
—A partir de ahora, solo puedes contestar “Sí señor” y aceptar todo lo que te digamos. La palabra de seguridad es “peluche” ¿Entendido?
—¿Palabra de seguridad?
—Sí. A veces las cosas pueden subir mucho de intensidad y si en algún momento te sientes incómoda o prefieres no hacer algo, sólo debes decir “peluche” varias veces ¿Entiendes?
—Sí señor
—¿Cuál es la palabra de seguridad?—preguntó
—Peluche
—Buena chica. Recuerda que estás aquí porque tú lo quieres. Si dices la palabra de seguridad, no forzaremos nada, pero si no la dices, haremos lo que queramos… No te vamos a forzar a menos que tú lo quieras ¿Entendido?
—Sí señor
Caminamos por el patio y pude ver que sí había personal de mantenimiento y de limpieza. Me vieron desde todos los ángulos posibles mientras caminaba prácticamente desnuda. Ya me estaba humedeciendo.
Llegamos a uno de los salones del comité y entré.
Había seis hombres en total: Roberto, el maestro de biología; Gilberto, el de matemáticas; Ramón, el de deportes; Manuel, el de química; Javier, el de historia y el prefecto Martín.
—Pasa Inés, por favor chúpasela al profe Roberto.
—Sí señor
Me acerqué al profe y de inmediato se sacó la verga del pantalón. Esa pareció ser la señal, porque todos se desnudaron quedando en chancletas o descalzos. Me agaché y tomé la verga del profe Roberto. Era de tamaño normal, delgada y rica. Tenía prepucio y lo bajé para chuparla. Me sorprendió su sabor, era más ácida, pero muy buena. Se acercó el profe de matemáticas con su verga grande y gorda. El de historia la tenía circuncidada y muy limpia y de un tamaño ligeramente mayor al de mate.
Todos se acercaron, incluyendo al prefecto cuya verga me encantaba por gorda. Pero la sorpresa fue el profe Ramón. Tenía una verga enorme y gruesa, llena de venas y con prepucio. Empecé a chupar con ganas todas esas deliciosas vergas y solo se escuchaban mis gemidos, jadeos y ruidos de succión.
Yo estaba muy caliente.
—¡Alguien cójame!—dije
—Shhh… cállate putita, debes pedirlo como toda una puta…
—Por favor—dije suplicante—¿Alguno quiere meter su verga en mi culo? ¡Por favor!
El prefecto me hizo levantar el culo y me escupió en el ano para lubricar. Colocó la punta de su gorda verga y empujó.
Como no estaba totalmente lubricado mi ano, me raspó y me ardió muchísimo, pero eso me gustaba, así que solo pude agradecer.
—¡Gracias! ¡Adoro las vergas!
Me la clavó sin piedad una y otra vez, eran tan fuertes sus embestidas que me levantaban del piso y en un momento dado, me alzó en vilo sostenida del culo por su poderosa verga. Quedé con las piernas al aire mientras me agarraba de los pechos para mantenerme recta. El profe Roberto se acercó y su boca se apoderó de mi pezón izquierdo.
—¡Muérdeme profe! ¡Por favor muérdeme!
Al escuchar eso, todos se volvieron locos. Me mordieron en todas partes: los pechos, las piernas, la espalda, las nalgas. Succionaban con fuerza hasta que me marcaban y eso me encantaba.
—¡Más fuerte! ¡Arráncame el pezón!
El profe de química mordió mi pezón con los dientes e hizo algo de fuerza. Sentí un dolor recorrerme y me encantó. Mientras esta levantada y ensartada en la verga de Martín, Javier se acercó y puso su verga en la entrada de mi vagina. Yo no dije nada y solo me preparé.
Me la metió de un solo impulso y entró apretadamente pero bien lubricada por todos los jugos que estaba secretando. Estaba empalada por ambos agujeros y se sentía genial. Me dolía la vagina porque entraba demasiado profundo, pero eso lo hacía aún mejor. Me bombearon violentamente hasta que ya no pudieron aguantar y se corrieron dentro de mí. Como me encantaba sentir el semen en lo más profundo de mi vagina y de mi culo, se disparó mi primer orgasmo.
Me bajaron y de inmediato me acerqué a las vergas que estaban más próximas. El profe Roberto se vino en mi boca y me tragué todo con deleite. En cuanto salieron de mi interior, se acercó el profe Ramón y puso su enorme verga en mi culo.
—¡No profe! ¡Por favor métemela por la puchita! ¡Desgárrame!
El profe, se sorprendió porque por lo regular, las mujeres no le piden que las taladre, pero se alegró y me la metió violentamente haciéndome chillar de placer. Sentí que me había desgarrado y seguramente estaba sangrando. Eso me excitó aún más.
—¡Dame! ¡Párteme en dos! ¡Así!
Ramón me acostó y empezó a bombearme con fuerza y yo sólo podía gemir. Chupaba cada verga que estaba a mi alcance y sentía que me mordían en todo el cuerpo. El profe Ramón se detuvo y se acostó boca arriba.
—Ensártate puta
Me paré y me dejé caer en esa verga inmensa. Sentí una punzada de dolor en lo más profundo de mi vagina. Ahora sé que era en mi útero. Subí y volví a dejarme caer para volver a sentir ese dolor. Me movía con violencia para sufrir el mayor dolor posible. El profe Manuel se acercó por detrás y me la clavó en el culo y volví a la doble penetración. Sentí como ambas vergas casi se tocaban en mi interior, era como un pellizco interno que me producía mucho, mucho dolor, así que me moví aún más fuerte para que me doliera aún más.
No duró mucho porque ambos se vinieron dentro de mí y yo tuve mi tercer orgasmo. Intenté parar, pero cuando volteé, vi que Don Carlos, el encargado de mantenimiento se acercaba con la verga al aire.
Me volteó y me la metió sin piedad. Como yo estaba sensible por el orgasmo aún estaba ocurriendo, sentí dolor de nuevo y un placer extendido. Don Carlos me estuvo bombeando desde atrás por cinco minutos hasta que se vino dentro. En cuanto se quitó, otra verga tomó su lugar y volvimos a empezar. Mi culo y mi vagina no estaban nunca desocupados. En cuanto uno salía, otro entraba. Perdí la cuenta de mis orgasmos y al final solo quedaba el dolor-placer. Eyacularon en mi cara incontables veces y yo me comía todo el semen que podía, incluso si caía al suelo. Tragué el semen de todos y cada uno. Estaba exquisito.
Después de un rato, se organizaron y empecé a coger de a dos en dos para dar tiempo a que se recuperaran. Siempre me estaban penetrando dos vergas al mismo tiempo. Yo solo pedía más y agradecía todo el tiempo.
—¡Qué rico! ¡Gracias! ¡Me encanta la verga! ¡Dame más verga amor! ¡Falta una verga en mi culo por favor!
El profe Ramón me cogió varias veces y casi siempre por la vagina—Quiero que quedes bien abierta puta— me dijo
—¡Sí Ramón por favor! ¡Pero no olvides mi culo!
Después del frenesí inicial, seguimos cogiendo todo el tiempo y mi desesperación los invitó a hacer cosas más extremas.
Al ver lo excitada que estaba, se pusieron a experimentar conmigo mientras yo decía “Sí señor” a todo. Me insertaron todo tipo de cosas en el ano y vagina: Un martillo, palos de escoba, desodorantes de varios tamaños, un envase chico de jugo del Valle y un botellín Jumex, e incluso un frasco chico de aceitunas; alguien encontró pepinos y berenjenas en el refrigerador y una lata de Red Bull.
Todo esto mientras chupaba y chupaba verga.
Sobra decir que yo estaba totalmente excitaba y me desgarraron el ano, pero me encantaba sentir ese ardor en el culo, ese dolor quemante me motivaba a insertármelo con más fuerza. Mi meta era que me entrara la mano de alguien y poder sentarme en un frasco de conservas.
El profe tomó unas pinzas sujetapapeles que estaban uno de los escritorios. Tomó unas chicas y me las puso en los pezones. Grité de dolor y de placer. Me presionaban tanto que sentía que se me iban a caer los pechos. El dolor fue tan intenso que, perdí el sentido por unos minutos, pero eso no los detuvo. Continuaron violándome e insertando cosas en mi culo y vagina.
Cuando desperté, estaba acostada en una colchoneta. Al intentar moverme, noté que estaba inmovilizada y que tenía algo en el culo y en la vagina, pero mis pechos estaban libres. Al notar que había despertado. Martín se acercó y me puso la verga en la boca. De inmediato empecé a mamar hasta que se vino. Después vino el profe Ramón y después los señores de intendencia.
Les chupé la verga a todos y me tragué todo su semen. Después se acercó el jefe de mantenimiento y me mostró otras pinzas de papelería para papeles, pero grandes con un cordón colgando. De solo imaginar el dolor, me mojé aún más. Me amordazó y me las puso en los pezones.
¡Grité hasta quedar ronca! Solo era dolor y placer. Todo mi cuerpo era un nervio, me dolía tanto que tuve otro orgasmo. Cuando empezó a bajar el dolor. Colgó una llave inglesa en cada pecho. Eso elevó el dolor y yo estaba en éxtasis.
Me soltó y yo levanté mi pelvis para que me siguieran taladrando todos mis orificios. El profe Ramón me sacó la lata de Red Bull del culo y presionó para meterme cuatro dedos. Lo logró con un dolor quemante y levanté aún más la pelvis para que entrara mejor. Desesperada, lo tomé de la muñeca presionando para que entrara por completo. Hizo su mano en cuevita y presionó hasta que entró en mi culo con un dolor delicioso. Tuve un orgasmo más.
Sin darme cuenta, ya habían pasado cinco horas.
Todos me acompañaron a las regaderas para asearme. Con mucho cuidado, me lavaron y me secaron. Al final me hicieron curaciones en todas mis heridas, incluyendo las vaginales y anales.
Me sentía como si me hubieran pasado por una moledora de carne, pero increíblemente satisfecha. Al final de todo, se acercó el profe Javier. Llevaba en las manos una cajita.
Me la entregó
—De parte de todos nosotros. Nos disculpamos por todos los excesos, nos dejamos llevar un poco. Estamos sorprendidos de que nunca dijiste la palabra de seguridad.
Sonreí y abrí la cajita. Eran unos aretes hermosos eran como unos broqueles con piedras en los extremos.
—¡Qué bonitos aretes!
Mi comentario provocó risas entre todos.
—No son aretes—dijo Javier—son piercings por si te gusta la idea en un futuro ponértelos.
Sonreí sorprendida
—Todavía hay tiempo ¿No? No he dicho la palabra de seguridad…
Todos abrieron los ojos enormes por la sorpresa. El primero en recuperarse fue Martín. Fue por antiséptico y unas gasas.
—¿Estás segura?
—No he dicho la palabra de seguridad—repetí descubriendo mis pechos—¿Sólo son dos?
—Solo dos, putita— dijo el profe Ramón tiernamente—Eres la mejor putita del mundo.
Todos asintieron y repitieron: “nuestra putita hermosa”, “la mejor puta del mundo”.
No sé por qué, pero eso me enterneció y sentí amor por todos.
Martín tomó mi pezón, colocó la afilada punta del broquel del piercing y presionó con fuerza.
Sentí el dolor recorrer todo mi cuerpo y solo aguanté la respiración mientras me enderezaba para sentirlo más fuertemente. La sangre salió y me presionaron el pezón con la gasa y el antiséptico para colocar las piedras en los extremos. Me mojé de nuevo
Yo estaba impaciente para que lo repitieran en el otro pezón. Cuando lo hicieron, me volví a venir.
Todos estaban sorprendidos, y noté algunas erecciones. Me acosté y llamé a Martín.
—Vengan. Se me antoja mucho su semen, ¿Puedo chupárselas despacito de uno en uno? ¿Por favor?
Sonrieron y obedecieron.
—Esta putita resultó ser la que manda aquí—dijo Don Carlos mientras me besaba en la frente—Todos te amamos, putita. Nos ganaste.
Yo sonreí mientras se la chupaba lentamente a Martín.
Al final me tragué el semen de todos y me fui con el compromiso de estar siempre disponible en la escuela para ellos. Y ellos estarían disponibles para mí y mi antojo de semen.
Volví a casa agotada y adolorida. Pero inmensamente satisfecha.
Capítulo 4
Hola, de nuevo soy Inés y esta vez les contaré sobre la vez que tuve mi primera orgía lésbica… y cómo me acosté con el padre de mi mejor amiga.
En ese tiempo me estaba desarrollando muy bien y tenía un cuerpo muy armonioso. Todavía no tenía los senos de su tamaño actual, pero iba muy bien encaminada ya que el baile y la gimnasia estaban dando excelentes resultados.
Mido 1.65 m de estatura y me mantengo en excelente condición física porque soy maestra de pole dance y danza árabe. Tengo ojos castaños, nariz afilada, labios generosos y algunas pecas.
Esto ocurre en la escuela.
Estaba por terminar el ciclo escolar y atravesábamos las últimas semanas de exámenes, calificaciones y actos académicos. Así que no hubo mucha oportunidad ni ánimo para hacer cositas en la escuela y para colmo, Don Cruz ya había terminado la terraza y solo venía esporádicamente para detallar y limpiar la obra. Claro que me di algo de tiempo y me alimentaron de semen unas cuantas veces, sobre todo en la oficina de Martín.
Cada que tenía ganas de leche, lo buscaba en su oficina. Si tenía chance, me escondía debajo del escritorio y me dejaba mamar. Ahí escondida pude escuchar conversaciones con maestras, alumnas e incluso algunas mamás que se le insinuaban.
La vida era buena y esas semanas se pasaron volando. Mis heridas se curaron, mis marcas desaparecieron, aunque unas cuantas las maquillé un poco. El dolor persistía, pero ya era un remanente y un recordatorio feliz. Mi otra yo estaba saciada por el momento.
Así las cosas, pasé a tercero de secundaria con honores.
Seguía siendo pequeña, pero me veía mayor. Por mi cuerpo, cualquiera pensaría que tenía unos 18 años en vez de 15.
Ese era el tema del momento: mi fiesta de XV años.
Era la única niña de la secundaria que iniciaría tercer grado con quince años cumplidos.
Por cuestiones de logística, la fiesta sería dos meses después de mi cumpleaños. Eso aumentaba mi lista de invitados, porque mi cumpleaños es durante las vacaciones de verano y por eso no asistían todos mis compañeros de la escuela, pero en esta ocasión, vendrían muchos más considerando que estaríamos en clases y mi popularidad había aumentado.
Esto significaba locura.
Locura total y absoluta. Pruebas de vestido, degustaciones, pruebas de sonido, pruebas de decoraciones, ensayos… ¡Ensayos!
En México existe la tradición de festejar a las niñas cuando cumplen quince años porque se considera que dejan de ser niñas para convertirse en señoritas. Esa fiesta es para presentarlas en sociedad. Actualmente está cayendo en desuso, pero hace tiempo todavía era obligatorio bailar el vals con chambelanes y con la familia. Era el eje central de la fiesta.
Entonces hablaron con mi maestra de danza y ella aceptó crear la coreografía del vals, ensayarla conmigo y mis chambelanes; y estar listos para la fiesta.
El primer trabajo fue decidir quienes serían mis chambelanes, porque a diferencia de muchas niñas, a mí me sobraban prospectos y solo tenía lugar para cinco. Ya tenía más o menos claro a quienes iba a elegir, pero no quería herir a los otros que, por cierto, eran mis seguidores en mis sesiones del gimnasio de la escuela.
Mi madre se empeñó en que también llevara damas de honor. Eso fue mucho más fácil y pronto tenía a mis cuatro mejores amigas en complicidad para el baile. Me aproveché de eso y convencimos a nuestros padres de hacer una pijamada en la casa de Karla.
No fue fácil, pero trabajando en equipo logramos convencerlos a todos. Así que el viernes previo a los ensayos, la mamá de Karla pasó por nosotras a mi casa a las 9:00 de la mañana. Éramos cinco niñas en total: Karla, Ivanna, Lorenza, Majo y yo.
Karla era una niña rubia de ojos azules que practicaba voleibol. Era muy alta e intrépida; senos pequeños, trasero muy firme y abdomen marcado. Ivanna era nuestra experta en todo; cualquier cosa que le pudieses preguntar, la respondía. Era un poco más alta que yo y se veía un poco gordita, pero eso era porque tenía unos senos enormes que le avergonzaban y caminaba encorvada para ocultarlos. Tenía ojos cafés y cabello castaño rizado. Lorenza era la más enamoradiza, se enamoraba de un chico a la semana. Muchas veces, ni siquiera llegaban a andar, pero ella suspiraba por tener el novio perfecto. Yo creo que estaba enamorada del amor. Era de complexión media, senos generosos sin llegar a ser enormes y cabello rubio cenizo y ondulado. Finalmente estaba Majo. Majo era de mi estatura y era una morena de fuego. Practicaba patinaje sobre ruedas y era increíblemente ágil. Tenía el pelo afro… pero no un afro cualquiera, era un afro que, si se descuidaba, tendría cabello para dos cabezas. Su mirada era chispeante y una sonrisa deslumbrante. Además, tenía un cuerpazo.
Karla vivía en Ciudad Bugambilias. Un fraccionamiento fuera de los límites Guadalajara. Actualmente, la ciudad ha ido creciendo tanto que ya han alcanzado al fraccionamiento y hay diversas plazas y malls, pero en ese tiempo aún estaba muy lejos con muy pocos centros de entretenimiento o compras.
La casa era grande y con piscina, jardín, terraza, estudio, cuarto de juegos y cuarto de TV.
Llegamos y nos instalamos en la habitación de huéspedes. De inmediato nos pusimos trajes de baño y salimos a la alberca. Yo me puse una camiseta encima porque no quería que se dieran cuenta de mis piercings.
Pasamos el día haciendo bulla y riéndonos de todo. A las 7 de la noche llegó el papá de Karla con pizzas y botanas para todas. Nos fuimos a la habitación y el tiempo transcurrió entre chismes, películas, chistes y bromas.
A las 10 empezó una noche de juegos. La familia tenía la costumbre de jugar juegos de mesa los viernes. Jugamos Basta, Jenga y Twister con castigos para los perdedores. Fue muy divertido. Más o menos como a las 11:30 o 12 de la noche terminamos y nos mandaron a acostar. Por supuesto que nos fuimos a seguir con el chisme… era el momento de preguntas indiscretas, confesiones y cuentos de miedo. En un momento dado, estábamos averiguando quién nos gustaba y hasta dónde habíamos llegado con ellos. Karla tenía una idea aproximada de lo que hacía en el gimnasio con los chicos, así que preguntó.
—Inés, ¿Qué haces con los niños en gimnasio? Cuando les pregunto, no me quieren decir, cuando mucho, dicen que solo “platican”.
—¡Es que sí platicamos! ¡jajaja! Lo que pasa es que cuando platicamos, me siento en las gradas de arriba, abro mis piernas como por descuido y les dejo ver un poco…
—¿En serio?—preguntó Ivanna incrédula—¿Les muestras los calzones?
—¡Sí!… bueno, a veces… son mis seguidores y la verdad siento bonito cuando me ven—dije sonrojándome. No di más detalles.
Yo pensé que me juzgarían, pero soltaron la carcajada.
—¡Estás pesada!—terció Majo—Pero no me sorprende, ya te había visto enseñando en otras ocasiones.
—¿Cuándo? —preguntó Ivanna incrédula.
—¡Ay Ivanna! ¡No te fijas! Casi a diario lo hace
—Yo pensé que era accidental—respondió Karen—o sea que la vez que tenías la falda levantada…
—Fue a propósito—respondí sonriendo aliviada
—¡Aaah! ¿Cómo no se me ocurrió? —dijo Lorenza haciendo pucheros.
—No llores Lore… no quiere decir que esté enamorada de ellos o ellos de Inés.
—Es fácil decirlo, Majo… todos los chicos hacen fila para conocerte
—¿Qué sientes cuando te exhibes?—preguntó Ivanna que había guardado silencio.
Me tomó un poco por sorpresa, pero entendí que para ella era algo sin sentido porque se avergonzaba del tamaño de sus senos.
—Me gusta que me vean—dije—la verdad es que a veces me excita
—¡Inés!—exclamó Lorenza roja como un tomate
—¿Qué tiene de malo? ¿Ustedes nunca se han excitado?—terció Karla—Me acuerdo que, cuando estaba en primaria, me gustaba sentarme de caballito en las butacas porque me rozaba mi chochito y sentía rico.
Después de decir eso, se puso roja al igual que Lorenza.
—Una vez—continuó— hasta me mojé. Mi madre me regañó y me prohibió hacerlo de nuevo, pero a veces lo hago en mi cuarto.
Todas hicimos bulla festejando a Karla.
—¡Niñaaaas ya duérmanse!—se escuchó desde el otro extremo del corredor.
—¡Sí, mamá!—gritó Karla—ya casi nos dormimos.
Seguimos conversando en voz baja
—Cuando estaba en primaria, me empezaron a crecer los senos. Yo estaba en 4to y unos niños de 6to se acercaron y me apretaron los pechos—dijo Ivanna triste—los regañaron y suspendieron, pero desde entonces me da pena que sean tan grandes.
—¡Pero, Ivanna… todas envidiamos tus senos!—dijo Karla
—¿En serio?
—Sí—dije—¿Puedes pararte para verte mejor? Encendí la música en una playlist instrumental a volumen medio-bajo.
—No… me da mucha vergüenza
—¡Vamos!—dijo Lorenza con los ojos brillantes—sólo párate derecha sin encorvarte
A regañadientes, Ivanna se paró y se enderezó. Tenía unos senos muy grandes, perfectamente serían copa D o más.
—¡Wow!—exclamó Lorenza—¡Son hermosos!
Fue una respuesta tan espontánea e inocente que nos sorprendió a todas. Principalmente a Ivanna.
—¿Eso crees?
—Sí… son grandes, pero tienen una hermosa caída. Se ven muy firmes y… poderosos—Lore se sonrojó aún más.
—¿Poderosos?
Yo entendí a lo que se refería. Cuando Ivanna se erguía, se veía imponente. Tenía una cintura bien marcada, un trasero bien proporcionado y hermoso. Sus rizos se veían fenomenales e incluso, se veía casi de la estatura de Karla.
—¡Sí! Poderoso… tienes muy bonita figura. Date la vuelta por favor
Ivanna se dio la vuelta lentamente… Lore se acercó diciendo:
—Miren aquí, muchas niñas tienen estrías porque el peso les jala la piel, pero Ivanna tiene la piel tersa— tocó con los dedos la parte superior de uno de los senos de Ivanna y los fue deslizando hacia abajo—miren como la curva que tiene la caída del seno es armoniosa con su estructura.
Lore deslizó los dedos por todo el seno de Ivanna y siguió hacia la cintura, acariciándola suavemente.
—Ivanna tiene la cintura bien marcada y una piel muy suave y linda.
Ivanna no dijo nada, tenía los ojos cerrados y respiraba superficialmente. Me acerqué y recorrí el otro seno haciendo el mismo recorrido que había hecho Lore, pero con un poco más de presión.
—Es cierto—dije—su piel es muy suave y lisa—subí mi mano y lentamente, tomé el seno de Ivanna en mi palma. No lograba abarcarlo completo. Lo levanté un poco—Tienen el peso perfecto.
Ivanna aguantó la respiración cuando sostuve su seno, pero no dijo nada y le hice señas a Lore para que ella siguiera. Al principio negó con la cabeza, pero la tomé de la mano y lentamente la hice caminar hasta pararla atrás de Ivanna. Después conduje sus manos para que le tomara los senos desde atrás masajeando suavemente.
Lorenza estaba roja, pero yo había adivinado el por qué nunca duraba con los chicos y por qué estaba tan obsesionada con el novio perfecto.
Se quedó ahí… acariciando suavemente los senos de Ivanna. Karla y Majo estaban en shock, pero podía ver que también estaban disfrutando la situación.
—Tienes una figura envidiable Ivanna—dije—eres hermosa… tus ojos, tu pelo, tus senos. Toda tú eres hermosa
Conforme iba hablando, Lorenza, tomando la iniciativa acariciaba todo el cuerpo de Ivanna llegando a su espalda. Yo sabía lo que pretendía, pero no quería asustar a Ivanna.
—¿Podemos admirarte mejor?—dije
Ivanna solo asintió levemente y empecé a desabrochar los botones de su pijama muy lentamente. La respiración de Ivanna se fue haciendo más profunda. Cuando terminé todos los botones, me uní a la caricia de Lore y juntas, le quitamos la blusa. Lore desabrochó suavemente el brasier de Ivanna evitando soltarlo de golpe. Cuando al fin cayó el sostén, pudimos apreciar los hermosos senos de Ivanna.
Eran turgentes, suaves, firmes y elásticos… Karla y Majo no pudieron resistir. Se pararon y se unieron a la caricia grupal. Todas le decíamos lo hermosa que era mientras deslizábamos nuestras manos por su piel.
Lorenza besó suavemente el cuello de Ivanna y todas notamos cómo se le erizaba la piel. Yo deslicé mis manos por sus caderas bajando su pantalón en el proceso. Cuando volví a subir la tomé de las nalgas con suavidad.
—Eres hermosa—le repetía—tienes una piel hermosa y un cuerpo perfecto.
Lorenza fue quien terminó de desnudar a Ivanna, bajó sus pantis hasta que cayeron al piso e Ivanna solo suspiró. Me acerqué a Lore y la conduje para que quedara frente a frente con Ivanna. Una vez que lo hice. Las dejé continuar y alejé a Majo y a Karla tomándolas de las manos.
Lorenza fue acercando su rostro a Ivanna hasta que podían sentir su respiración mutuamente. Ivanna seguía con los ojos cerrados y se fue acercando a Lorenza… Lorenza fue quien culminó el acercamiento al besar suavemente los labios entreabiertos de Ivanna. Ivanna correspondió el beso y sus lenguas juguetearon. Las manos de Ivanna acariciaron a Lorenza y desabrocharon los botones de su pijama. Yo me acerqué a Lorenza desde atrás y suavemente le bajé los pantalones y la ropa interior hasta dejarlas desnudas. Las tomé de la mano y ambas abrieron los ojos con sorpresa, pero yo besé a cada una en la boca.
—Todo está bien—dije—vengan…
Las guie a la cama y las acosté juntas. Al principio sentí resistencia y un poco de temor por parte de Ivanna, pero Majo ya estaba ahí y también la besó en los labios para tranquilizarla.
—Todo está bien—repitió.
Lorenza metió su mano entre los muslos de Ivanna y ella abrió poco a poco las piernas dejándole acceso. Lore bajó besando el cuello de Ivanna hasta que llegó a sus senos. Los lamió lentamente mientras con la otra mano acariciaba los pezones erectos de Ivanna.
Ivanna abrió los ojos y los enfocó en Lorenza. Entonces la besó apasionadamente mientras la acariciaba. Ambas se estimulaban el clítoris una a la otra mientras se besaban. Con la otra mano se apretaban los senos mutuamente gimiendo con suavidad.
Poco a poco fueron aumentando la velocidad de sus movimientos. Lorenza siguió bajando por el abdomen de Ivanna hasta llegar a su vulva. Ivanna se abrió totalmente de piernas mientras Lorenza lamía y bebía de sus jugos. Lore fue girando su cuerpo hasta quedar son la vagina en el rostro de Ivanna, quien de inmediato empezó a lamerla y a acariciarla.
Fue en ese momento que llevé a Karla y Majo a la cama con ellas. Yo sabía que estaban muy excitadas y no se resistieron. Besé a cada una en los labios y con lentitud levanté a Lore hasta que quedó sentada en el rostro de Ivanna. Llevé a Majo a la vagina de Ivanna y sin que yo se lo indicara, empezó a lamer, chupar y a estimular el clítoris de Ivanna.
Por iniciativa propia, Karla fue al culo de Majo, le quitó el pijama y a gatas, le clavó el rostro en la vagina lamiendo y ayudándose con los dedos para estimularle el clítoris. Yo besaba apasionadamente a Lorenza mientras le acariciaba los senos con un poco de fuerza.
El silencio en el cuarto solo era roto por los jadeos y sonidos de besos. Lore movía sus caderas cada vez más rápido en el rostro de Ivanna… Curiosamente, yo estaba en mayor control y vi que nadie estaba haciendo sentir bien a Karla por lo que fui hacia ella, le quité toda la ropa y me acosté entre sus piernas con la cara hacia arriba.
Karla sintió mi aliento y de inmediato bajó las caderas. Olía diferente, era la primera vez que me comía un coño, pero pensé en lo que me hubiera gustado a mí si no fuera tan salvaje. Mi cara estaba en su vulva, mi nariz estaba literalmente su clítoris y mi boca en la entrada de su vagina. Mi lengua jugueteaba con su vagina. Podía sentir que su piel se erizaba cada que tocaba directamente con mis dedos empecé a jugar con su ano, pero noté un poco de resistencia, así que no insistí. En cambio, me ayudé con los dedos para estimular su entrada vaginal mientras lamía y chupaba.
Noté que Karla estaba por llegar al clímax cuando bajó completamente su cadera sobre mi cara casi asfixiándome. Con la lengua moví su clítoris y lo rocé suavemente con mis dientes… Karla incorporó su torso por completo bajando al máximo la cadera. En ese momento cambié y lo succioné con fuerza mientras lo movía fuertemente con la lengua. Lo mantuve por lo que me pareció una eternidad y sentí que se me caería la lengua.
Karla aguantó la respiración y se cubrió la boca con las manos para no gritar mientras me bañaba en líquido vaginal. Se tensó por completo temblando y de pronto su cuerpo se aflojó. No perdí el tiempo y con suavidad, me salí de entre sus piernas para seguir con Majo.
Pegué mi rostro a su vagina y estimulé firmemente su clítoris con mis dedos e introduje mi lengua todo lo posible en su vagina. Majo cerró sus piernas aprisionándome mientras se levantaba por completo jadeando aire. Aproveché que se estaba levantando para introducir mi índice en su culo y el dedo medio en su vagina mientras frotaba con fuerza su clítoris con los dedos restantes… Al sentir mis dedos, se sentó de golpe con un gemido largo y profundo que iba subiendo en volumen. Seguí moviendo mis dedos hasta que dejé de sentirlos.
Karla se levantó y aprisionó la boca de Majo con la suya para acallar el ruido.
Sentí una contracción que literalmente aprisionó mis dedos durante unos 30 segundos. Después se aflojó y palpitaba sin control.
Lore había regresado a la vagina de Ivanna y de repente, ambas se tensaron y dejaron escapar un grito sofocado mientras llegaban al clímax.
—¡Niñaaaas! ¡Ya duérmanse!
—¡Sí señora!—dije—¡Ya nos vamos a dormir!
Nos acostamos exhaustas en la cama… Una risita nos sorprendió.
Era Ivanna.
—¿De qué te ríes?—susurró Lore.
—Fue increíble… Jamás imaginé que yo te gustara. Pensé que, si te decía algo perdería nuestra amistad.
—Yo igual—dijo Lore—no sabía cómo acercarme a ti… Si no fuera por Inés… espera, Inés ¿Cómo supiste?
Todas voltearon a verme.
—Niñas, tengo experiencia en detectar cuando le gusto a alguien ¿Ustedes creen que no me daría cuenta de que todas nos gustamos?
Todas callaron pensativas
—Pero también me gustan los niños—dijo Majo
—Ya sé—respondí—pero no tiene nada de malo.
—Niñas… Siempre recordaré esta noche, aunque ustedes la nieguen
—¿Por qué la negaríamos, Karla? No la vamos a publicar, pero tampoco la vamos a negar—finalizó Majo.
Lore e Ivanna guardaban silencio acostadas y acurrucadas juntas. Ocasionalmente se besaban de piquito y se veían radiantes.
Poco a poco nos quedamos dormidas.
Desperté de golpe en medio de la noche. Las luces aún estaban encendidas y pude ver a mis amigas durmiendo. Era una vista hermosa: Karla y Majo estaban en la alfombra con las piernas abiertas y roncando suavemente e Ivanna y Lore seguían abrazadas en cucharita en una de las camas. Me levanté a apagar las luces y aproveché para taparlas con mantas ya que se sentían frías.
Todas estaban desnudas excepto yo. Me sentía un poco culpable al dirigir un poco las cosas, pero era obvio que Lore e Ivanna se gustaban. Además, Karla y Majo también daban señales de que les gustaban hombres y mujeres.
Salí al corredor y bajé por las escaleras rumbo a la terraza. Había mirado destellos de luciérnagas y quería verlos de cerca. Cuando llegué a la planta baja noté que la luz de la cocina estaba encendida.
Me quedé petrificada en mi lugar sin saber qué hacer. Como un venado deslumbrado en carretera. No logré hacer nada porque en ese momento salió de la cocina el papá de Karla. Llevaba en una mano un sándwich y en la otra un vaso con leche.
—¡Jesús!—saltó y por poco tira la leche.
—¡Perdón! No quise asustarlo
—Está bien… Inés verdad?
—Sí. Perdón… no pensé que hubiera alguien abajo
—Yo tampoco
El papá de Karla vestía solo bóxers y chancletas, sin camiseta o pijama y lo noté un poco avergonzado. Súbitamente me di cuenta de que yo solo vestía una camiseta corta de tirantes y unos pantis. Ambos estábamos en paños menores.
Se recuperó rápidamente y se esforzó en no mirarme de la cintura para abajo.
—¿Quieres un sándwich?
—No, muchas gracias, venía a ver las luciérnagas en la terraza
—¿Luciérnagas?
—Sí, se ven en el extremo más oscuro, en los arbustos del fondo.
—¿Puedo ir contigo a verlas?
—¡Ay señor! ¡Qué pena! ¡Es su casa! No tiene por qué pedirme permiso…
—Claro que sí… ¿Qué tal si querías verlas tú sola? ¿Puedo ir contigo?
—Claro, por favor
Miré al suelo y noté que se le había caído un pedazo de tomate por el susto. Me agaché a recogerlo y alcancé a ver como sus ojos me recorrían completa. Caminé hasta el bote de basura y podía sentir su mirada en mis nalgas, así que me agaché a recoger una basurita inexistente para que pudiera verme aún mejor.
Cuando regresé, noté un leve bulto en sus bóxers y me sentí halagada. Mis erectos pezones podían notarse por debajo de la delgada tela.
Caminamos hacia el extremo de la terraza y se podían apreciar las hermosas luces de las luciérnagas. Independientemente de mis depravaciones y mi actitud precoz, ahora me doy cuenta de que seguía siendo una niña.
Al verlas, me olvidé de todo y me puse a gatas en el pasto para acercarme sin asustarlas.
—Shhhh… No las vayas a espantar
El papá de Karla no respondió y se quedó atrás mientras yo gateaba hacia las luces. Avancé con cautela y mucha lentitud para no asustarlas. Cuando llegué a los arbustos en donde estaban los insectos, se detuvieron las luces. No dejé que eso me desanimara y me senté con movimientos pausados quedándome totalmente inmóvil unos minutos.
La oscuridad me rodeaba y mi ánimo iba decayendo conforme pasaba el tiempo sin ninguna luz. Me sentía totalmente desilusionada y al borde del llanto. Cuando estaba a punto de rendirme, comenzaron de nuevo las luces a mi alrededor.
Aún hoy me emociono al recordar el júbilo que sentí en esos momentos. Era como estar rodeada de estrellas… Alcanzaba a escuchar el ligero zumbido de sus alas al pasar cerca de mi cabeza. Me sentía en el cielo estrellado y las lágrimas de emoción brotaron de mis ojos suavemente.
Estuve ahí mucho tiempo, hasta que el frío provocado por la humedad del pasto me provocó temblores cada vez más fuertes y no pude aguantar más. Me alejé de los arbustos gateando mientras las luciérnagas se alejaban y la oscuridad me envolvía.
Al pararme, vi al papá de Karla. El vaso de leche estaba en el pasto y el sándwich guardaba un precario equilibrio encima de él a manera de tapa. Al notar que me moría de frío, se acercó, me pasó el brazo por los hombros y me llevó a la zona de la piscina, pero yo no estaba prestando atención hasta que me hizo sentarme en uno de las reposeras. Apenas iba a preguntarle qué ocurría cuando se alejó y de una cómoda que estaba en la parte de atrás de la barra del bar sacó dos enormes toallas afelpadas como las que usan en los hoteles. Me envolvió mientras me frotaba los brazos para hacerme entrar en calor y usó la otra para envolver mis piernas.
—Perdón, pensé que sería más rápido que ir hasta arriba por una manta.
—Muchas gracias—dije enternecida y con la voz temblorosa—No pensé que me fuera a dar tanto frío.
Él seguía ahí. Junto a mí, vestido solo con sus bóxers y chancletas sin camisa y seguramente con frío, pero su única preocupación era mi bienestar. Definitivamente era todo un padre. Se acercó y volvió a pasarme un brazo sobre los hombros mientras me frotaba los brazos con la otra mano.
—Deberíamos acostarnos… Espera… no… no quise decirlo así… Quiero decir que deberíamos irnos a la cama… ¡Chingado! Eso es todavía peor…
No pude evitar soltar una carcajada ahogada al notar lo avergonzado que se veía. Me soltó preocupado por lo que yo pudiera pensar y me apresuré a tomarlo de la mano para que no se alejara.
—¡No te preocupes! No me ofendí… Ni me molesta la idea.
Esto último lo dije lentamente y en voz casi inaudible.
—¿Perdón? No te escuché bien
—No… digo que no hay ningún problema en lo absoluto. En serio no me molesta.
Guardó silencio y volvió a sentarse junto a mí. Tomé su brazo y lo pasé sobre mis hombros.
—Así está perfecto, tengo mucho frío—dije mientras me acurrucaba y ponía mis manos en su pecho.
Dio un respingo involuntario porque yo tenía las manos heladas.
—¡Perdón! ¡Te puse mis manos frías!
—No te preocupes, no es mucho.
—¡Claro que sí!
Descubrí mis piernas y me giré poniéndolas sobre las suyas. Después nos cubrí con la toalla y como era grande, nos abrigaba casi desde el cuello. Tomé su mano libre con las mías. Era grande y cálida.
—Así entraremos los dos en calor—dije mientras le frotaba su mano.
Él no dijo nada, solo asintió y me apretó un poco más con su otro brazo. Entrelacé sus dedos con los míos mientras frotaba su brazo con mi otra mano.
Después de unos minutos, por fin dejé de temblar y fui entrando en calor. Bajé nuestras manos entrelazadas y me froté las piernas con su mano.
—Mis piernas siguen frías—susurré
—Ahora te caliento—dijo a mi oído suavemente
Me frotó las piernas para calentarlas. Al principio rápidamente y poco a poco fue ralentizando su movimiento, haciéndolo más suave, más ligero. Ya no estaba frotando, estaba acariciando mis piernas.
Lo dejé actuar con libertad abriendo un poco las piernas para que hiciera lo qué él quisiera. No dijo nada, pero su mano subía y bajaba despertando sensaciones deliciosas. Con suavidad pasó su mano entre mis muslos y abrí más las piernas para darle acceso, pero se detuvo antes de tocar mi entrepierna. Lo hacía una y otra vez acercándose poco a poco.
Yo estaba expectante esperando su mano, pero él se tomó su tiempo… Evitó mi pelvis y acarició mi abdomen recorriendo mi cintura y subiendo por mis costillas hasta tocar ligeramente la parte de abajo de mis senos. Yo pensé que seguiría subiendo, pero su mano se alejó de nuevo.
Esto era nuevo para mí. Jamás había escuchado hablar del jugueteo previo y estaba muy excitada. Al notar mi agitación, se levantó y me acostó boca abajo en la reposera. Con desesperante lentitud, me quitó los pantis y la camiseta.
Una vez ahí, sus manos me recorrieron son precisión, lentitud y suavidad. Me recorrieron completa sin dejar un milímetro sin tocar en mi espalda, nalgas y piernas. Sus manos estaban en todas partes y cuando sus dedos en mi espalda baja rozaron el hueco arriba del nacimiento de mis nalgas, no pude evitar un delicioso escalofrío. Cada toque de sus dedos erizaba mi piel. Creí que me volvería loca cuando sentí la calidez de su aliento en la espalda y su lengua recorriendo toda mi espina dorsal.
Su mano fue subiendo entre mis muslos y yo inconscientemente levanté las nalgas y abrí las piernas, con mucha lentitud, fue subiendo hasta que por fin tocó mi mojada vulva. Lo hizo con delicadeza, como si fuera un frágil tesoro. Acarició mis labios mayore separándolos con suavidad. Sus dedos me recorrían desde el ano, hasta el clítoris.
De pronto se detuvo.
Esperé a que me tocara de nuevo, pero no pasó nada. Volteé y vi que se estaba despojando del bóxer. Me tomó de un hombro y me volteó boca arriba. Iba a lanzarme sobre él, pero me detuvo con suavidad. Cerré los ojos mientras sus manos me acariciaban el abdomen y recorrían mi cintura. Parecían aleteos de mariposa recorriendo mi cuerpo entero. De nuevo, sus manos estaban en todas partes provocando sensaciones desconocidas y placenteras.
Sus manos tomaron mis senos. Con mucho cuidado, me acariciaba un seno con ambas manos como acunándolo. Cuando sus labios por fin tomaron mi pezón, lo hicieron sin violencia. Tiró suavemente del piercing mientras su lengua recorría todo mi seno y sus manos acariciaba el otro. Su cabeza fue bajando lentamente por mi abdomen hasta llegar a mi excitada vulva. Me dio lengüetadas como de gatito y me hizo gemir. Poco a poco su lengua fue recorriendo desde mi perineo hasta mi clítoris y al final su lengua se sentía enorme y plana provocando escalofríos y ondas de placer.
Subió hasta mi boca y me besó haciéndome probar el sabor de mis propios jugos. Mientras lo hacía, sentí la punta de su verga en la entrada de mi vagina y me preparé para embestida, pero esta no llegó. Con una maestría total, movió la cadera para que su verga me rozara el clítoris una y otra vez. Yo sentía que me iba a volver loca.
Metió la punta de la verga en mi vagina. Solo la punta una y otra vez. Entraba, salía y me rozaba el clítoris. Lo repetía, pero noté que empezó a ir más profundo sin llegar a entrar por completo. Yo levantaba la pelvis para que entrara, pero él me contenía tomando mis caderas.
Pasé mis brazos sobre su cuello, él se incorporó un poco levantando mis caderas y suavemente me la metió completa hasta la base. Sentí cada centímetro y me corrí. Me vine completamente solo por tenerla hasta adentro. No hubo gritos ni dolor. Solo placer que me recorría una y otra vez. Tuve incontrolables contracciones en la vagina mientras que él estaba completamente inmóvil forzándose a mantener la verga lo más profundo posible.
Cuando las contracciones y oleadas de placer empezaban a disminuir sin desaparecer del todo, comenzó a moverse de nuevo. Como yo seguía sensible, intenté detener su movimiento, pero dijo
—Deja que siga, yo aún no acabo
Él seguía durísimo, su erección no había bajado ni un ápice. Continuó entrando y saliendo, pero ahora lo hacía un poco más rápido y movía su cadera de un lado a otro tocando partes más sensibles dentro de mí hasta que me llevó a otro orgasmo aún más intenso que el primero. Contuve la respiración mientras sentía esas oleadas en mis entrañas.
En ese momento y sin salirse de mi interior, me levantó en vilo sosteniéndome con sus manos en la espalda y con su verga en la vagina. Instintivamente abracé su cuerpo con mis piernas. Se sentó en el pasto y quedamos sentados frente a frente.
Su boca se apoderó de la mía y sus manos me tomaron de las nalgas. Él estaba sentado estilo mariposa y con sus piernas y sus manos me hizo subir y bajar con mucha fuerza y velocidad penetrándome aún más profundo. Lo sentía tan adentro que no podía explicarme cómo no me había atravesado.
Sus movimientos eran casi los de una máquina. No se detenía y me levantaba como si fuera una muñeca. Sus manos me levantaban de las nalgas mientras las abrían y cerraban con fuerza. De pronto, extendió los dedos de ambas manos y me introdujo uno dedo de cada mano en el culo. Literalmente empezó a levantarme de las nalgas y el ano.
Sus dedos me jalaban abriendo mi ano; sus manos me apretaban las nalgas y su lengua jugueteaba en mi boca.
—¿Me puedo venir?—preguntó con dulzura en mi oído. Su voz no correspondía a las embestidas que me estaba dando.
—¡Siiii!—jadeé sin aliento.
Aceleró aún más sus movimientos y sentí chorros de semen en mi interior. Al sentirlo, me sobrevino el orgasmo más intenso que había tenido en corta vida.
No grité, no hice escándalo. Me congelé con todos los músculos contraídos; la piel completamente erizada; la boca abierta y los ojos desorbitados mientras clavaba mis uñas en su espalda.
Después de lo que me pareció una eternidad, lo solté y aflojé mis músculos. Me quedaba una especie de remanente y oleadas cada que me movía.
El papá de Karla me levantó gentilmente para sacarme la verga de las entrañas. Increíblemente seguía durísimo.
Se levantó y me llevó en sus brazos hasta llegar a la habitación principal. Como todavía estaba asimilando lo que había pasado, no me di cuenta sino hasta estábamos adentro y me estaba acostando junto a su esposa.
—¿Qué haces?—susurré con miedo
—¿Qué pasó mi amor?—Preguntó la madre de Karla
—Inés tenía pesadillas—respondió él—así que dormirá con nosotros.
La madre de Karla levantó las cobijas para recibirme y noté que también estaba desnuda. Aturdida, me dejé arropar y ella, al notar que yo no llevaba ropa sonrió y me abrazó.
—Duerme Inés, todo está bien.
El padre de Karla se acostó al lado de su esposa y la abrazó pasando su mano hasta mí.
Me giré hasta quedar frente a la mamá de Karla y noté que su papá la estaba penetrando… No podía creer lo que estaba pasando.
—Me encanta dormir con Víctor en mi interior—dijo— Amo dormir empalada.
Me arrulló y me quedé profundamente dormida.
Por Reivaj