Me pillaron haciendo una doble penetración

Me pillaron haciendo una doble penetración

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Hola a todos. Mi primera vez aquí contando una experiencia íntima.

Mi nombre es Cynthia, tengo 38 años, soy divorciada y madre de 3. Esteban, mi hijo mayor, recién cumplidos los 21 y en su etapa de rebeldía. Y luego mis hijas, Ángela y Carolina.

No voy a mentir, físicamente no estoy en mi mejor momento. He subido de peso en los últimos meses, así que mi cintura hace mucho tiempo que desapareció, jaja.

Soy una gordita madura y sexy. Y por más esfuerzos que hago en el gym, me cuesta bajar de peso.

Soy de rostro juvenil, morena con cabello largo y ya con algunas canas que cubro con un buen tinte de cabello rubio platinado. Mis amigas dicen que tengo una sonrisa hermosa y que cada vez que sonrío me hace ver mucho más joven de lo que soy.

Mi culo es grande, pero no por culona, sino más bien debido a mi sobrepeso. Lo que sí tengo son unas buenas tetas, no enormes, pero sí lo suficientemente grandes para presumirlas con escotes y cuando uso traje de baño en la piscina. ¡Y claro que me gusta presumirlas!

Y obvio, mis tetas son la parte de mi cuerpo que más les gusta manosear a los hombres.

Mi exesposo se fue de viaje la semana pasada, y se llevó con él a Esteban, mi hijo, dejándome sola con Carolina y Ángela.

Así que decidí ir de fiesta con mis amigas.

Les compré pizza a mis hijas y les dije que llegaría tarde a casa, que se duerman y no me esperen.

—Cualquier cosa, cualquier problema, me hablan al cel —les dije antes de salir.

—Ok, Mom —me dijo Carolina con ese desgano típico de los adolescentes. Ángela ni siquiera respondió.

—Y se portan bien, no vayan a meter a ningún chico a la casa —les dije en tono de broma.

—¡Tú, pórtate bien! —escuché gritar a Carolina antes de cerrar la puerta.

Tomé un Uber y me dirigí a nuestro bar de siempre. Llegué al bar y mis dos mejores amigas ya estaban ahí.

Ordenamos bebidas y empezamos a disfrutar del ambiente. Como suele suceder, no pasó mucho tiempo cuando dos hombres se acercaron a nuestra mesa.

Nos sacaron a la pista, dándose turnos para bailar con las tres. Luego de un tiempo, mis amigas estaban liándose con los dos hombres mientras yo estaba sentada sola.

Era nuestro ritual en cada salida. A veces solo yo agarraba un ligue, a veces ellas, a veces las tres. Parecía que esta noche la suerte era solo para mis amigas.

Seguí tomando sola, viendo TikTok en mi cel, cuando un rato después dos hombres se acercaron a pedirme algo de beber y decidí platicar con ellos, ya que no tenía motivos para negarme.

Uno de ellos dijo llamarse Manuel. Del otro ni siquiera recuerdo su nombre. Los dos rondaban mi edad.

Eran bastante divertidos, y la verdad, la estaba pasando muy bien. Una de mis amigas ya se había ido con uno de los hombres, supongo que a coger. Mi otra amiga aún permanecía en el bar, pero supongo que no tardaba en irse también. Yo seguía divertida y tomando alcohol con Manuel y el otro tipo.

La cantidad de alcohol que ingeríamos subía cada vez más, así como el tono de nuestra charla. Poco a poco las bromas pasaron a indirectas de tipo sexual.

Unas copas después, me preguntaron si quería que saliera con ellos a otro sitio y decidí ir, ya que no tenía nada mejor que hacer esa noche y mis amigas acababan de hacer lo mismo.

Nos enrollamos en un callejón detrás del bar, donde ambos se turnaron para besarme.

Manuel me sacó las tetas por encima del escote y chupaba mis erectos pezones y les daba pequeños mordizcos. El otro amigo había subido mi vestido y metía su mano por entre mi tanga, introduciendo dos o tres dedos en mí; no supe cuántos.

Solo sabía que me estaban dando una rica manoseada. Yo gemía como perra en celo y me turnaba para besar a uno y luego al otro. No era la primera vez que me enredaba con dos hombres al mismo tiempo.

—Dios, qué hermosas tetas tienes —me decía Manuel, agarrando mis pezones con sus dedos y jalando fuerte mis tetas hacia adelante, haciéndoles quedar en forma de cono.

Su amigo no decía nada, solo empujaba su mano tratando de meterla por completo en mi vagina. Abrí mis piernas para facilitarle la tarea. Tampoco sería mi primera vez recibiendo un fisting.

Nos encontramos con unos homeless (personas sin hogar), así que decidí que no era seguro hacerlo allí. Mis nuevos amigos no querían parar y la verdad, yo tampoco, pero me daba miedo que alguien nos fuera a pillar. Tuve que decirles que fuéramos a mi casa para convencerlos de irnos del callejón.

Tomamos un Uber con rumbo a mi casa, y en todo el camino no pararon de manosearme entre los dos. Hubo un momento en que el chofer casi choca por ir viendo por el espejo retrovisor cómo me tenían con las tetas de fuera.

Llegamos a mi casa, y ya para esa hora mis hijas ya estaban dormidas y pude colarlos en mi habitación.

—No hagan ruido, por favor, todo lo vamos a hacer en silencio, ¿ok? —les pedí, pero estoy segura de que ni me escucharon.

Era una locura lo que hacía, pero en mi defensa diré que me sentía muy alcoholizada.

¡Y muy caliente!

Llegamos los tres a mi habitación, pero los chicos olvidaron cerrar la puerta con llave. Me desnudaron por completo. Manuel me quitó mi tanga y se la quedó después de olerla un poco, mientras su amigo se entretenía viendo con curiosidad mi enorme brassier.

Me pusieron de rodillas en el piso y se sacaron sus vergas ya erectas. Empecé a chuparsela a Manuel y su amigo jugaba con mis tetas; creo que se había obsesionado con ellas. Las tengo grandes y caídas, un poco aguadas, la verdad. Las levantaba con sus manos para luego soltarlas y ver cómo caían por lo pesadas que son. Yo, mientras seguía mamando la verga de Manuel, de tanto en tanto le pasaba mi lengua por sus huevos.

Me tiraron en la cama y Manuel se montó encima de mí. Lentamente, deslizó su verga en mi agujero mientras me cogía suavemente. Unas cuantas embestidas después, cambió de posición y me puso encima para que el amigo también pudiera tener acceso a mi trasero.

—No, no, esperen. No vengo lista para hacer anal —les dije—, mejor solamente por la panocha un rato cada uno.

—No tengas miedo, no pasa nada —me dijo Manuel al mismo tiempo que me daba un rempujón de verga como para convencerme.

—Está bien —respondí—, pero si siento ganas de hacer del baño, me dejan ir.

Yo estaba gimiendo como loca mientras Manuel me la dejaba ir hasta que lo sentía en el útero; parecía que quería meterla con todo y huevos.

Su amigo se posicionó detrás de mí y me escupió el culo y sentí como embarraba su saliva en mi ano, para luego meter uno, luego dos y tres dedos en mi culo, queriéndolo ensanchar.

Duró un tiempo así, jugando con sus dedos dentro de mi culo, abriéndolos y tratando de meterlos lo más dentro posible. Cuando los sacaba, los metía en mi boca y me obligaba a chuparlos. Opuse resistencia porque sabía que no estaban limpios, pero el cabrón jalaba mi cabello con tanta fuerza que terminaba levantando mi cara, y no podía hacer otra cosa que chupar sus dedos con sabor a caca.

De pronto tomó mi cadera y apuntó su glande a la entrada de mi ano para luego comenzar a empujar su miembro en mi interior haciendo presión. Me la fue metiendo poco a poco mientras yo pujaba suavemente. Sólo se detuvo hasta que sus vellos púbicos tocaron mi culo.

Se te fue toda, bien fácil —me dijo aquel tipo.

-¡Es que ya me la han dado muchas veces por el culo! ¡Aaaah! —le contesté sintiendo cómo empujaba su barra de carne con fuerza.

Comenzamos a coger. El amigo me la dejaba ir hasta el fondo mientras yo trataba de estimularlo apretando el recto. Manuel, por su parte, seguía pompeando también con fuerza y apretujaba mis colgantes tetas.

—¡Qué rico me la meten! —le susurraba a mis machos tratando de no hacer ruido.

—¡Aprietas bien rico, perra! ¡Te vamos a dejar bien abierta! —decía Manuel bien excitado.

—¡Ahhh, me parten en dos! Aaahhhh! ¡No me la saquen, por favor! —gemía al sentir sus embistes—¡No paren!

No hubo suaves caricias; todo era sexo intenso y despiadado. Empezaron a jalarme el pelo y a penetrarme en ambos agujeros sin parar. Estaban siendo tan duros con mi cuerpo que ya no podía contener mis gemidos y gritos.

—¡Partanme en dos con sus vergotas! —les gritaba—. ¡Las tienen bien gordas! ¡Aaah! ¡Bienvenidas y… gruesas! ¡Así como me gustan! ¡Aaah!

Me la dejaban ir hasta el fondo, Manuel queriéndole meterla hasta con todo y huevos y el amigo estirando mi recto.

-¡Eres una puta! ¡Una ramera! —me decía Manuel mientras jalaba fuerte del cabello—. Eras la putita más hermosa de todas en el bar, por eso te invitamos el trago.

—Carajo, qué bien mueves esas nalgas —decía el amigo—. Qué rico es reventarte en tu propia casa, se ve que te encanta ser puta.

-Si, si! Me gusta mucho la verga —les decía casi llorando—. ¡Soy bien puta! Aaaah! Aaah! ¡Aflojo bien fácil!

-¡Hija de perra! ¡Te encanta andar dando las nalgas, puta!

—¡Aayy! ¡Me encanta que me usen! ¡No paren, culeros, no paren, por favor!

Pronto oí que se abría la puerta y allí estaba mi hija Carolina, mirando lo que estos dos tipos me hacían. En cuanto la vieron, empezaron a cogerme aún más fuerte.

—Ve a tu cuarto, Carolina. ¡Vete, por favor! —le decía a mi hija entre gemidos.

Carolina no decía nada, solo miraba sin articular palabra. No sé si era porque estaba aún medio dormida o por la sorpresa de verme así.

Los dos tipos, enardecidos por la situación, empezaron a darme más fuerte, haciéndome daño en cada penetración. Yo seguía diciéndole a mi hija que se fuera, pero poco se entendían mis palabras, pues mis gemidos habían pasado a ser gritos, en una combinación de placer y dolor.

Sentí cómo mi mejilla recibía un par de bofetadas de parte de Manuel, seguido de un escupitajo. El amigo tomó mi cabeza y me forzó a voltear en dirección a donde estaba Carolina para que tuviera una vista completa de mi rostro y mis muecas.

Mi hija se fue en cuanto vio eso.

La combinación de vergüenza y placer que sentí al saber que mi hija había sido testigo de cómo me degradaban esos tipos fue demasiado y empecé a correrme y a gritar como una vulgar puta.

-¡Échamelos! ¡Échamelos dentro! —¡Por favor, lléname el culo de mecos! —le gritaba al amigo que me perforaba por detrás.

Sentí cómo sus chorros se vaciaban en mí, batiéndose con el excremento de mi intestino.

¡No pares! —¡No pares! —le decía ahora a Manuel—. ¡Lléname de leche!

Él hizo lo que le dije y sus gritos se hicieron más desesperados, como si cogerme le estuviera causando dolor. Así siguió hasta que explotó dentro de mí, llenándome también de semen.

Salieron de mí lentamente, y casi de inmediato mi cuerpo empezó a expulsar todo el semen recibido, dejando las sábanas de mi cama arruinadas de desechos corporales.

Lo último que puedo recordar es que antes de irse se pusieron de pie frente a mí y me hicieron una lluvia dorada. Traté de abrir la boca para recibir su orina y, sinceramente, es todo lo que recuerdo antes de quedar dormida. Es la primera vez en mi vida que pierdo el sentido después de coger.

Al día siguiente que desperté revisé y no faltaba nada en mi casa. Por lo menos no eran ladrones.

Traté de hablar con Carolina y de mala manera me dijo que no era necesario explicarle nada. Por fortuna, Angela no se dio cuenta de lo que pasó.

Desde ese día, la situación se puso bastante incómoda entre mi hija y yo. Ambas intentamos fingir que no había pasado nada.

Por Cynthia4

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