Empezaba una nueva etapa en mi vida -después de un verano atípico estudiando para recuperar el COU- llegaba a la universidad y a cambiar de ciudad. El dinero de mis padres era el justo y me llegaba a duras penas para pasar el mes. A la vez, intentaba buscarme algo de pasta, posando e intentando entrar en el mundo de modelo. No era un adonis, pero los genes y la pinta de escultura griega -según mi abuela- ayudaban. Lo clásico, un chico mediterráneo y casual que nunca había tenido problemas para llamar la atención de las chicas, pero que transitaba en una fase de poca actividad tras una relación algo tormentosa.
Eran los primeros días de buscar piso, donde debía completar la matrícula y hacerme con una ciudad enorme para mí. Jornadas que no fueron precisamente fáciles, aunque me sirvieron de aprendizaje para desenvolverme solo.
Tras mucho buscar -con poca suerte- encontré un anuncio de alquiler de piso cerca de la facultad y decidí llamar. El anuncio ponía:
Piso para estudiantes. Se alquila habitación libre para compartir con dos inquilinas. Sólo chicas.
Ya sé que era chico y no me aceptarían pero llevaba 2 semanas buscando y mirando sin éxito alguno. La desesperación era tanta que no podía dejar de intentarlo.
“Hola…”
-“Sí, soy Marcos, llamaba por un anuncio de alquiler de una habitación que vi en la facultad de historia…”
“Ah sí, aún no tenemos la habitación ocupada… pero debe ser una chica”
-“Ah entiendo, bueno quédate con mi numero por si cambiáis de opinión. Parece que está todo lleno y no encuentro nada”
“Vale, pero ya te digo buscamos chica…”
Ahí quedo la conversación, una opción menos y a seguir buscando. Hice llamada a más números, visité casas inhabitables, con gente raras, abuelos y familias. Un calvario que me tenía en una pensión que pagaba a precio de oro.
Tanto era así, que mis padres me dijeron que era demasiado exquisito y que no podía estar más en la pensión.
Pero ese día sonó mi móvil -con un número extraño- pero no estaba para rechazar opciones.
-“Sí, ¿Quién es?”
Hola, ¿Marcos? soy la chica del piso que llamaste el otro día. No hemos encontrado inquilina y nos gustaría hablar contigo, si sigues interesado”.
-“Sí, ¿Cuándo me puedo pasar?
“Esta tarde estará mi novio y mi compañera, ¿te vendría bien a las 5?
-“Ok, perfecto, allí estaré”
Colgué algo confuso por lo del novio. Me iban a hacer un interrogatorio y con el novio allí. En fin, quizás no tenía muchas opciones y acepté.
Me duché y me puse una camisa celeste de rayas, unos Levi´s gastados y unas zapatillas de deporte. Y así, casual, me dispuse a la búsqueda del piso
Di con el edificio fácilmente y a simple vista no parecía mal. Subí y llamé a la puerta. No me equivocaba, cuando quien abrió fue el novio y su rostro de condescendencia. Un chico de unos 24 años y con acento de pueblo, desgarbado, desaliñado y que apretaba mi mano -mientras se presentaba de manera más que intimidante-. Tras el saludo, me dijo que pasase y me sentara en el salón.
Un salón soleado y amplio, donde aparecieron las dos chicas. Marta la novia de Juanjo -también del mismo pueblo- pero más refinada, morena muy blanca, voluptuosa y vestida con un vestido cortito. Por otra parte Laura, una chica rubia, delgadita que vestía vaqueros y un polo rosa. Ambas eran de primer año en la facultad y de 18 años al igual que yo.
Me senté con los tres y sin más comenzó lo que me esperaba. El chico quería marcar su territorio como un león, mientras las chicas escuchaban mirándole como el jefe de la tribu. Yo movía la cabeza e intentaba encajar palabra, explicando que la única intención era alojarme y que no era un mal chico.
En un momento dado, el chico dijo que debían ir los tres a la cocina a deliberar la decisión. Las chicas se miraron entre ellas sonrientes -camino de la cocina- y eso me hizo pensar que mi pinta le gustaría cero al novio de Marta. Allí, apartados, se hablaban mientras yo miraba al infinito esperando al veredicto. Era como un juicio, donde pude escuchar y soportar la falta de respeto del muchacho:
“¡Juanjo joder, qué celoso eres!” que decía Marta, mientras Laura respondía tímida: “A mí no me parece mal”. Respuestas que no convencian a Juanjo: “Joder no hay tías en la universidad y tiene que venir un guaperillas de poca monta…”
Yo me tragaba mi orgullo -sin pensar en los comentarios del novio de Marta- y guardando silencio. Salieron de la cocina y se sentaron. De nuevo -y bastante desafiante- comenzó a hablar Juanjo: “Mira chavalito, te voy a dar una oportunidad y que sepas que no voy a pasar una”. La forma de tratarme no me agradaba, pero debía aguantar a aquel mal educado para poder quedarme de inquilino.
Me levanté y les dije: “Gracias, no os fallaré…” y me dispuse a ver el cuarto – mientras ellos murmullaban en el salón-. La habitación era lo justo que podía pedir y sabía que Juanjo me miraría con lupa, no obstante la decisión de quedarme estaba tomada. Total, Juanjo sólo iba los findes y días sueltos.
Me instalé esa misma tarde y fui haciéndome con la casa poco a poco. A los dos días las chicas ya estaban solas y la convivencia no era mala, siendo Marta por desgracia la que mejor se llevaba conmigo y cuestión que debía disimular para que su novio no me expulsara de su piso.
Cada vez que venía el trato que tenía con Marta cambiaba, como si fuéramos dos desconocidos -a la vez que Laura se reía viendo el machismo reinante-. Juanjo me trataba con la punta del pie y yo hacía que no me afectaba. –
“Niño te veo hacer poco en casa y mi princesa no es esclava de nadie”.
-“Guaperillas no mires tanto con la cara de atontado”.
-“Menudo señorito eres con tanta foto y tanta mierda no te harás un hombre nunca…”.
Juro que más de una vez se me saltaban las lágrimas y me dieron ganas de liarla, pero me aguanté. Las noches en mi habitación eran un refugio dentro de ese ambiente tenso, mientras Laura me sugería que no les echara cuentas. Al dormir tenía que aguantar los cinco minutos de sexo de ellos dos tras la pared. Gemiditos reprimidos y los bufidos de Juanjo que duraban menos que una pompa de jabón.
Todas las noches eran iguales cuando estaba él: ambiente tenso, su ración de sexo y la discusión de celos de los dos que retumbaba en la pared de forma insoportable.
Una noche, yendo al baño, él se cruzó en mi camino y me reprochó mis formas de pasearme por la casa. Puedo asegurar que llevaba unos calzoncillos largos y una camiseta, teniendo el baño al lado no creo que debiera arreglarme más. Él aprovecho para insultarme de forma descarada y yo me defendí como pude. Toda la crudeza de trato que le daba a Marta, pero utilizada conmigo de manera soez.
A la mañana siguiente, Juanjo se fue al pueblo y me levanté a desayunar. Marta se levantó y me pidió perdón por cómo me había tratado su novio, llorando con un vestido camisero sin sujetador (no lo necesitaba) y sus redondos pechos hinchándose cada vez que sollozaba. Yo iba vestido como la noche anterior y me daba palo abrazarla, pero como un gesto de cariño -y para calmar su tristeza- la abracé y le dije: “Marta no te preocupes, no deberías llorar, ya sabes que él es así, además no me gusta verte triste”. Para salir de ese engorro, donde permanecíamos abrazados, le comencé a hacer cosquillas y cambió el llanto por la risa…mientras yo la abrazaba por detrás haciendo cosquillas en su costado. No puedo negar que me gustó la situación y me alegraba ver que nos llevábamos mejor que bien -pese al ogro de su novio-. En ese momento, Laura llegó mirándonos y riéndose, diciendo flojito: “Qué bien os veo tortolitos”. Paramos y disimulé el péndulo que se había creado sin querer en mis calzoncillos, diciendo que iba a ducharme y ausentándome. Creo que fue desde ahí, cuando dejé de ver a Marta de forma inocente y como la novia de Juanjo. Ella estaba muy buena y su delgadez con formas redondas eran realmente sugerentes. Toda aquella belleza reprimida, unido al miserable machismo que le proporcionaba su novio, me comenzó a motivar y a ver la situación de distinto modo.
Pasaron los días -y ya nada era igual-. Quizá, la complicidad había crecido con mis dos compañeras.
Laura se reía cuando hablábamos a solas e imaginaba cómo le sentaría a Juanjo mi cercanía a Marta. Todos los días hacíamos las tareas en común de casa sin ningún problema y nos complementábamos como buenos compañeros de piso. Todo era genial y se rompía tan sólo cuando aparecía Juanjo en casa, dando la nota y alterando la calma. Yo había aprendido a interpretar un papel para pasar desapercibido -distinto al habitual- y que ponía en práctica los días que llegaba el novio opresor.
Laura, un día de copas, me confesó que Marta estaba encantada conmigo y a mí se me fue la lengua, diciéndole que a mí me parecía que estaba muy buena y que no merecía un novio tan depravado. No sé si fue un error -o un acierto- pues fue evidente que se lo contó a Marta, pasando a un escenario de indirectas impensables días a atrás. Nos hacíamos bromas, empujones y risas todo el día.
En esa confianza, me contó que Juanjo era de una familia con mucho campo y dinero, relatándome que -pese a tener seis años más que ella- era el único novio que había tenido. Me contaba los miedos que le tenía, su frustración y la presión de todos en el pueblo para que continuaran de novios. Tanto es así, que ella me detalló todo el ajuar que le estaban preparando para casarse, estando decidida ya la casa que construirían para ellos cuando acabara la carrera. Algunas veces, cuando tomábamos vino en casa, ella confesaba la falta de ilusión que tenía y lo amargada que estaba.
Los días que él llegaba se repetían las broncas y los insultos. Reproches donde me nombraba, intentando que me picara y saltara. El iluso no era capaz de hacer feliz a su novia con esas maneras y a mi cada vez me atraía más.
Pero el colmo fue un día señalado, donde llegue a la hora de comer. Él – en la cocina- le gritaba, diciéndole que quién coño se pensaba que era para no obedecerle, que era una zorra y -a la vez- zarandeaba por los hombros. Yo dejé la carpeta en la mesa y no pude quedarme quieto. Lo separé y le dije que parara o llamaría a la policía. Tanta fue la tensión que Juanjo decidió irse, mientras desde la puerta amenazaba con contarle a los padres de Marta la mierda que era su hija. Unos gritos terribles -que retumbaban en todo el piso- al mismo tiempo que golpeaba las paredes.
Juanjo pegó un portazo y Marta quedó en el suelo llorando, con su pelo despeinado y su cara de incredulidad con lo que acababa de pasar. La agarré de las manos levantándola, abrazándola y susurrándole que ya había pasado, mientras acariciaba su espalda e intentaba relajarla. Ella llevaba una falda vaquera y una camisa donde caían sus lágrimas. Le ofrecí un poco de agua para aliviar el disgusto y le dije que era demasiado guapa para llorar por un imbécil.
Hice que se le escapara una sonrisa y nos abrazamos de nuevo mientras ella me susurraba: –
-“Gracias Marcos, siempre te hago pasar por mis malos ratos” y me dio un suave beso en la mejilla que a mí me supo a gloria.
Yo le respondí al oído:
-“Las niñas que están tan buenas siempre van a dar con los más tontos”.
Mientras susurraba eso -sin dejar de abrazarla- mis labios rozaron el lóbulo de su oreja, escapándosele otra sonrisa y diciéndome en tono jocoso:
-“Pero cabronazo, si tú te puedes liar con la que quieras” y me dio un beso cerca de la comisura de mis labios.
Me mordí el labio mirándola cerquita y le dije:
-“Quizás con alguna pero ¿y con Marta?” a la vez, con mi boca, mordí suave su mejilla -cerca de sus labios- mientras ella sonreía y decía rozando sus labios en mi cuello:
“Creo que es el día perfecto…” .
Sonriendo no tardamos ni un segundo en mordernos nuestros labios suavemente con suaves muerdos, mientras nuestras lenguas comenzaban a buscarse. Un beso lleno de deseo que crecía en ritmo volviéndose húmedo y caliente -por momentos desesperados- con jadeos que dejaban bien a la claras la atracción. Senté a Marta en el mostrador de la cocina, sin parar de besarnos, de forma que nos faltaba el aliento en cada muerdo. De vez en cuando, nos mirábamos sonriendo para darnos cuenta de que aquello estaba ocurriendo de verdad. Mis manos masajeaban su pecho por encima de camisa, eran realmente grandes, duras y apetecibles. Mis dedos comenzaron a abrir su blusa despacio, dejando al aire su sujetador celeste de encajes que me estaba haciendo enloquecer. Las amasaba suave, hasta donde me abarcaban mis manos, mis dedos jugaban con el filo de la copa del sujetador -pero no podía hacer mucho mas-. Marta se mordió el labio y me dijo: -“Quítamelo…”. Le quite la blusa y mis manos fueron a atrás desabrochando su sujetador. Sus tetas quedaron frente a mí, rotundas, con unos pezones grandes y rosa que no pude evitar lamerlos, morderlos con mis labios, paseando mi lengua por su aureola y la punta. Ella arqueaba su espalda y jadeaba con su respiración agitada.
Era tan genial que la novia del ogro fuera para mí, tanto que el morbo nos desbordaba a los dos. Marta me quitó la camisa y notaba sus tetas rozar contra mi pecho mientras acariciaba sus muslos. Ella agarraba mi culo apretándome contra ella. Sus piernas me abrazaban por la cintura y mi mano no tardó en bajar entre sus muslos, frotando suave por encima de su tanguita, notando que comenzaba a estar realmente empapada, a la vez que yo aprovechaba para rozar los labios de su coñito depilado que se salían por los laditos de la tela. Sus suspiros comenzaron a crecer, apartando a un lado su tanguita con mis manos, frotando con las yemas de mis dedos su clítoris hinchado y palpitante. Sus suspiros se convirtieron en gemidos, que se ahogaban en nuestros morreos. Con dificultad sus dedos abrieron el botón y la cremallera de mis vaqueros y empezó a jugar con sus dedos por encima de mis bóxers, haciendo círculos con sus dedos a la altura de mi glande y mojando la tela de mis líquidos.
La situación se iba calentando por momentos, atónitos por aquello que nos estaba sucediendo, pero sin dejar de jugar juntos. Uno de mis dedos comenzó a penetrarla su coñito -que emanaba flujo caliente- que resbalaba hasta su culito de niña buena y que yo masajeaba con mimo también.
Marta estaba cachondísima y ya no recordaba lo que le había ocurrido una hora atrás. Estiró mis bóxers sonriendo y dejando al aire mi miembro que apareció enorme, duro y con mis venas marcadas en el grueso tronco. Ella no dudo, agarrándola y pajeándola suave, descapullándola una y otra vez mientras la miraba mordiéndose el labio viendo mi capullo como un redondo fresón babeante… Me dijo:
-“Marcos, vámonos mejor a tu habitación, vaya a ser que vuelva ese cornudo de mierda…”.
Por el pasillo me pidió que fuera bueno con ella, que no sabía lo que le estaba pasando, pero que lo estaba gozando y mucho. Al entrar a la habitación se acomodó en la cama mientras yo -por sus piernas- sacaba su faldita vaquera y su tanguita celeste, quedando al aire sus torneadas extremidades de montar a caballo. Me deslicé y mi lengua rápido se puso a lamer su excitado clítoris, lo mordí con mis labios y comencé a lamerlo, a saborearlo mientras a la vez uno de mis dedos de nuevo se movia dentro de su coñito. Era un río de flujo y yo le lamía desde el culo al clítoris paseando mi boca por los labios del coñito. Mi barbilla, mis labios y mis mejillas brillaban empapados de flujo, mientras Marta suplicaba que parara o se correría y que era su turno.
Me tumbe en la cama desnudo, mientras susurraba:
-“A ver cómo lo hago, no estoy acostumbrada a un caramelo tan grande”. Al mismo tiempo, su mano bajó descapullándome -y mirándome a los ojos- me regaló un enorme lametón en mi capullo. Mis líquidos y su saliva se mezclaban, sacando hilos de babas de su boca. Con un leve movimiento bajó y mi polla entró entre sus labios de novia formal, arrastrando su lengua por la base de mi capullo, notando como los lametazos eran al ritmo de su mano. Su cara era preciosa y esa forma de mamármela era una locura -sin dejar de sonreír- la sacó de su boca y me dijo:
-“Marcos yo no he follado con otro chico que no sea mi novio…”. Ella puso la cabeza en la almohada y nos besábamos sin dejar de tocarnos, mientras susurraba:
-“Mejor hoy no Marcos…” a la vez que mantenía una pierna levantada y agarrando mi polla se frotaba mi capullo contra su clítoris, suspirando suave. Momento que yo le susurré:
-“Vale, no será hoy, pues no tengo condones…” y nos reímos a carcajadas.
Yo jugaba encima suya diciéndole que no se preocupara, que solo nos rozaríamos, moviendo mis caderas y ella abrazándome con sus piernas mi cintura. Mi polla chocaba contra su culo, lo cual le producía sensaciones desconocidas para ella, rozaba su clítoris, los labios de su coñito según me moviera. Cada vez que rozaba mi capullo los labios de su coñito daba un respingo, mientras yo seguía jugando y apretaba con mi capullo travieso (notando como se dilataba por momentos). Cada vez jugaba más a fondo muy travieso:
-“Por favor Marcos, no seas cabrón”, me decía Marta mientras mi capullo le estaba entrando un poco. Fue ahí que di un empujoncito más y ella murmulló:
-“Joder Marcos me estás follando…”, en el momento que mi capullo empezaba a penetrarla y el coñito de Marta se abría brotando flujo. Moví un poco más mis caderas -con decisión- y sin poder resistirme comencé a follármela.
Ella no pudo evitarlo y dio un gemido sonoro que hizo eco en la habitación y mi polla comenzó a bombear mientras ella gritaba:
-“Fóllame Marcos, que rico por favor”, arañando mi espalda y a la vez que mis pelotas daban en su culito con mi polla a fondo.
Volvió a parar y se subió en mi sonriente, sujetando mi miembro con su mano, enfilándola entre los labios de sus coñito y dejándose caer suave, atravesándole mi polla a fondo.
Estaba buenísima, con su pelo moreno que caía sobre la mitad de sus blancos hombros, con sus enormes tetas con los pezones duros como puntas de diamante y su cuerpo cuidado que comenzó a cabalgarme a su ritmo.
La miraba con deseo, con locura, con mis manos en sus caderas mientras gemía y gritaba:
-“Joder Marcos, no he follado a pelo jamás, ¡cómo me gusta tu polla¡”, saltando más y más deprisa. De momento, perdió el control y empezó a correrse sin previo aviso, con sus manos en su nuca y chillando literalmente. Noté que para ella eran nuevas sensaciones, que la dejaban por unos momentos ausente. Tras correrse, sacó mi miembro, mordiéndose sus labios y comenzando a comérmela intensamente. Yo apenas podía controlarme, mientra ellas murmuraba:
-“Lléname de leche la boca nene”.
Mi polla comenzó a da escupir leche, como una botella de champagne recién abierta que explotaba en sus labios, en su lengua y que caía por su barbilla. Me temblaron hasta las piernas de placer, mientras se lamía los labios sonriente.
Con su boca goteante murmulló:
-“He deseado que pasara esto desde que entraste en casa el primer día…”
Desde ese día cambió todo y -sin él saberlo- sobre el borde del novio comencé a mandar yo.
Continuará…
Por Marcos Sur