Mi profesora de piano

Mi profesora de piano

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Capítulo 1

Soy Karen, y nunca olvidaré esa tarde en la que la profesora Elena me convirtió en suya. Tenía dieciocho años, era mi primera experiencia real con el deseo, y ella era todo lo que veía en mis fantasías. Alta, con curvas que se marcaban bajo sus blusas ajustadas, cabello negro ondulado que caía sobre sus hombros, y unos ojos verdes que me perforaban cada vez que corregía mi postura en el piano. En las clases grupales, mis compañeros charlaban y reían, pero yo solo la miraba a ella: cómo sus dedos largos y elegantes danzaban sobre las teclas, cómo su falda se subía un poco al sentarse, revelando la piel suave de sus muslos. Me atraía como un imán; mi cuerpo se calentaba solo con su voz ronca diciendo “más suave, Karen, siente la música”.

Ese día, la clase terminó tarde para los demás. Yo era la menos hábil, siempre tropezando con las notas complicadas de Chopin. “Quédate un rato más, Karen”, me dijo Elena con una sonrisa que me hizo temblar. “Vamos a practicar solas”. Los otros se fueron, dejando el aula vacía, solo el piano de cola en el centro, iluminado por la luz tenue del atardecer que entraba por las ventanas. Me senté al teclado, nerviosa, mis manos sudadas sobre las teclas. Empecé a tocar, pero fallé en el mismo pasaje una y otra vez.

Elena se acercó por detrás, su perfume floral invadiendo mis sentidos. “Déjame ayudarte”, murmuró, y tomó mi mano derecha con la suya. Sus dedos se entrelazaron con los míos, guiándome sobre las teclas. Pero no era solo corrección; empezó a acariciar mis dedos, despacio, trazando círculos en mis nudillos, subiendo por las falanges. Sentí un cosquilleo eléctrico que me recorrió el brazo hasta el pecho. No dije nada; me quedé paralizada, el corazón latiéndome fuerte, mientras ella seguía, su otra mano rozando mi muñeca, luego mi antebrazo.

“Así, mi niña, relájate”, susurró, su aliento cálido en mi oreja. Sus caricias subieron por mi brazo, hasta el hombro, y luego bajaron por mi costado, rozando el borde de mi blusa escolar. No me resistí; al contrario, mi cuerpo se inclinó hacia ella. Sus manos exploraron mi cintura, subiendo hasta mis pechos pequeños pero firmes, apretándolos suavemente sobre la tela. Jadeé, pero no hablé. Ella sonrió contra mi cuello. “Eres tan receptiva… tan sexy”.

De repente, giró el taburete para que la enfrentara. Sus labios capturaron los míos en un beso hambriento, su lengua invadiendo mi boca, saboreándome como si fuera suya desde siempre. Gemí en su beso, mis manos aferrándose a su blusa. “Profesora…”, murmuré cuando se apartó un segundo, pero ella me silenció con otro beso, más profundo.

“Me vuelves loca, Karen. Siempre te miro en clase, con esa carita inocente y ese cuerpo que pide ser tocado”. Sus manos bajaron mi falda, exponiendo mis bragas blancas ya húmedas. Me levantó con facilidad y me sentó sobre el piano, las teclas frías contra mis muslos desnudos. “Te pareces tan sexy… mírate, toda mojada por mí”.

“Tú también me gustas, profesora… mucho”, confesé entre jadeos, mis mejillas ardiendo. “Siempre te deseo”.

Ella rio bajito, un sonido gutural que me excitó más. Abrió mis piernas, arrancándome las bragas de un tirón. El piano resonó con un acorde discordante cuando mis nalgas golpearon las teclas. Solo se escuchaba eso: el eco de las notas al azar mientras ella se arrodillaba entre mis muslos. Sus dedos, esos dedos expertos del piano, se clavaron en mí de golpe. Dos de ellos, duros y rápidos, entrando en mi vagina virgen, estirándome con fuerza. Grité, pero de placer, el dolor mezclándose con una ola de calor.

“¡Ah, profesora! Sí…”, gemí, mis caderas moviéndose solas. Ella los metía y sacaba con rudeza, curvándolos para golpear ese punto dentro de mí que me hacía ver estrellas. El piano sonaba con cada embestida: do, re, mi, un caos musical que acompañaba mis gemidos. “Más duro… por favor”.

“Buena chica”, gruñó, y bajó su boca. Su lengua lamió mi clítoris hinchado, chupando con avidez mientras sus dedos seguían follándome sin piedad. Lamía mi vagina entera, succionando mis labios, metiendo la lengua dentro junto a sus dedos. El sonido era obsceno: chapoteos húmedos mezclados con las teclas que pisaba yo al arquearme. Me corrí por primera vez, un orgasmo que me sacudió entera, chorros de placer saliendo mientras ella bebía todo.

Capítulo 2

Soy Karen, y después de esa tarde en el aula, no podía pensar en otra cosa que en Elena. Cada noche me tocaba recordando sus manos, su boca, el piano como testigo de mi rendición. Una semana después, me invitó a su casa. “Ven a practicar en mi Steinway, Karen. Solo tú y yo”. Su voz por teléfono era un susurro ronco que me mojó al instante. Llegué temblando, con una falda corta y sin bragas, como ella me había ordenado por mensaje.

Su casa era un loft antiguo en el centro, paredes de ladrillo, ventanales altos, y en el salón un piano de cola negro que brillaba bajo la luz de las velas. Elena abrió la puerta en bata de seda negra, el escote profundo mostrando sus pezones endurecidos. “Pasa, mi niña”, dijo, cerrando con llave. Me tomó de la cintura y me besó contra la puerta, su lengua invadiendo mi boca. “Mmmh… has venido sin bragas, ¿verdad? Buena puta”.

“Sí, profesora… ahh… para ti”, gemí contra sus labios, ya temblando.

Me llevó al piano, me sentó en el taburete y se arrodilló frente a mí. “Abre las piernas”. Lo hice, exponiendo mi coño depilado, ya brillante. Sus ojos verdes se oscurecieron. “Mírate, toda mojada antes de que te toque”. Sus dedos largos se deslizaron por mis labios hinchados, separándolos. “Tan rosadito… tan mío”.

De pronto metió dos dedos hasta el fondo, sin aviso. “¡Aaaahhh! ¡Sííí!”, grité, mi espalda arqueándose. Los movió rápido, curvándolos, golpeando mi punto G con fuerza. “¡Ohhh, joder, profesora! ¡Más fuerteee!”. El sonido era obsceno: plop, plop, plop, sus dedos entrando y saliendo de mi coño empapado.

“Tus gemidos me vuelven loca, Karen… canta para mí”. Añadió un tercer dedo, estirándome al límite. “¡Aaaarghhh! ¡Me rompes, Elena! ¡Sííí!”. Mis caderas se alzaban solas, persiguiendo sus embestidas. El piano vibraba con cada golpe de mis nalgas contra el borde.

De repente sacó los dedos y los lamió, mirándome. “Sabe a ti… a deseo puro”. Bajó la cabeza y su lengua atacó mi clítoris como un latigazo. “¡Uuuuhhh! ¡Sí, cómeme! ¡Ahhh!”. Lamía en círculos rápidos, succionando mi clítoris hinchado, metiendo la lengua dentro junto a sus dedos que habían vuelto a entrar. “¡Dios, Elena! ¡Me corrooo! ¡Aaaahhh!”. Mi primer orgasmo explotó, chorros de placer salpicando su cara. Ella bebió todo, gimiendo contra mi coño: “Mmmh… deliciosa”.

Pero no paró. Se quitó la bata, quedando desnuda. Sus tetas grandes, pezones oscuros, su coño depilado brillando. “Ahora tú, mi niña”. Me bajó al suelo, sobre una alfombra gruesa. Se tumbó y me abrió las piernas sobre su cara. “Siéntate en mi boca”. Obedecí, mi coño aún palpitando sobre sus labios. Su lengua me penetró de nuevo, lamiendo mi interior. “¡Ohhh, sííí! ¡Así, profesora! ¡Aaaahhh!”.

Mientras me comía, sus manos subieron a mis tetas, pellizcando mis pezones. “¡Uhh! ¡Me duele rico! ¡Sigueee!”. Mi segundo orgasmo llegó rápido, más fuerte. “¡Me vengo otra vez! ¡Aaaarghhh! ¡Sííí!”. Me temblaron las piernas, casi me caí, pero ella me sostuvo.

“Ahora juntas”, dijo, voz ronca. Se colocó frente a mí, abrió sus piernas y unió nuestros coños en tijeras. Nuestros clítoris se rozaron, resbaladizos. “¡Ohhh, joder! ¡Qué ricooo!”, gemí al primer contacto. Empezamos a movernos, caderas chocando, coños frotándose con fuerza. Slap, slap, slap, el sonido de carne húmeda llenando el salón.

“¡Mírame, Karen! ¡Mírame mientras te follo!”. Sus ojos verdes me taladraban. “¡Sííí, Elena! ¡Tu coño me quema! ¡Aaaahhh!”. Nuestros gemidos se mezclaban: “¡Uhhh! ¡Sí! ¡Más rápidooo!”. Sus tetas rebotaban, yo agarré las mías, pellizcándome.

El ritmo se volvió salvaje. “¡Voy a correrme otra vez! ¡Contigo! ¡Aaaahhh!”. Ella gritó al unísono: “¡Yo también, puta mía! ¡Aaaarghhh!”. Nuestros orgasmos explotaron juntos, coños palpitando, jugos mezclándose, cuerpos temblando. “¡Sííí! ¡Joder, sííí!”.

Caímos exhaustas, aún unidas, respirando agitadas. “Eres perfecta, Karen”, susurró, besándome el cuello. Yo solo pude gemir: “Mmmh… tuya… siempre tuya”.

Capítulo 3

Hola, soy Karen. Hoy les contaré el regalo de cumpleaños que me dio Elena, mi profesora de piano, el mismo día que cumplí 19 años**, apenas unas horas después de que mi hermana Daniela y su novio Marco me hubieran dejado rota, llena de semen y con el culo palpitando. Elena  Fue mi primera vez con una mujer, mi primera corrida real, mi primera ama. Y ahora, para mi cumpleaños, me había invitado a su departamento con una sola frase en el mensaje:  

**—Ven a las 7 p.m. Trae solo tu coño depilado y tu boca hambrienta.**

Llegué temblando. Llevaba un abrigo negro largo, nada debajo. Mis tetas de 19 años aún tenían marcas de los pellizcos de Marco, mi culo ardía por el arnés de Daniela, y mi coño… mi coño estaba hinchado, rojo, goteando desde la mañana. Toqué la puerta. Elena abrió vestida con una bata de seda negra, el pelo rubio suelto, los ojos azules brillando como si ya me estuviera follando.

—Pasa, puta —susurró, cerrando la puerta con llave.

El departamento era oscuro, solo velas rojas encendidas, olor a vainilla y sexo. En el centro del salón: **una cama curva de sexo**. De esas que se arquean para que te follen en ángulos imposibles, con correas de cuero en los bordillos, ganchos para atar, y un espejo en el techo para verte mientras te rompen. Encima de la cama, una bandeja con juguetes: dildos de todos los tamaños, un arnés negro con un dildo de 25 cm, un dildo doble de silicona flexible, vibradores, plugs anales, lubricante, pinzas para pezones, y una botella de champán abierta.

—Quítate el abrigo, Karen —ordenó Elena, sentándose en el borde de la cama curva—. Muéstrame lo que traes.

Me lo quité lentamente. Desnuda, con las marcas de la mañana aún frescas: moretones en las tetas, chupetones en el cuello, el coño hinchado y brillante de jugos. Elena lamió sus labios.

—Mira nada más… alguien ya te usó hoy —dijo, acercándose. Sus dedos rozaron mi coño, metiéndose entre mis labios—. Estás chorreando, zorra. ¿Quién te folló antes que yo?

—Mi… mi hermana y su novio —admití, temblando.

Elena rio, una risa baja y cruel.

—eres una maldita puta—dijo, y me empujó sobre la cama curva.

La superficie era fría, de cuero negro, se curvaba bajo mi espalda, levantándome el culo y abriéndome las piernas automáticamente. Elena me ató las muñecas a las correas laterales, los tobillos a los ganchos inferiores. Quedé expuesta, en forma de “V” invertida, el coño y el culo al aire, las tetas apuntando al techo.

—Primero vamos a calentar ese coño usado —dijo, tomando un vibrador plateado grueso.

Lo encendió. *BZZZZZZ*. Lo presionó contra mi clítoris.

—¡AHHHH! ¡JODER! —grité, arqueándome. El vibrador era brutal, vibración máxima, directo en mi clítoris hinchado.

—¡Cállate y toma, puta! —ordenó Elena, metiendo el vibrador en mi coño de un golpe.

*¡SQUELCH!* —entró fácil, gracias al semen de Marco que aún goteaba dentro de mí.

—¡AH! ¡SÍ! ¡FÓLLAME! —gemí, empujando las caderas.

Elena lo sacó y lo metió otra vez, más rápido, más profundo. *¡PLAP! ¡PLAP! ¡PLAP!* —el sonido húmedo de mi coño siendo follado por el juguete.

—Estás llena de corrida ajena, zorra —dijo, sacando el vibrador y lamiéndolo—. Sabe a puta bien usada.

Luego tomó un dildo de vidrio, helado, grueso, con venas marcadas.

—Ahora esto —dijo, metiéndolo en mi culo sin lubricante extra. Solo mis jugos.

—¡AHHHHH! ¡ME ROMPES EL CULO! —grité, lágrimas en los ojos.

—¡Toma, perra! —gruñó, follándome el ano con el dildo de vidrio, entrando y saliendo, estirándome.

Mientras, metió cuatro dedos en mi coño, fistándome casi.

—¡SÍ! ¡Follame E! ¡RÓMPEME! —grité, perdida.

Elena se quitó la bata. Desnuda, tetas grandes, pezones duros, coño depilado y brillante. Se subió a la cama curva, se puso encima de mí en **69 invertido**.

—Come mi coño mientras te follo, puta —ordenó, bajando su coño a mi boca.

Lamí como loca. Su clítoris duro, sus labios carnosos, metí la lengua profundo. Ella gemía contra mi coño, lamiendo el semen de Marco que goteaba.

—¡Mmm! ¡Sabe a corrida de hombre y a ti, zorra! —gruñó, chupando mi clítoris como si quisiera arrancarlo.

Yo lamía su ano, metiendo la lengua, chupando sus jugos. *¡SLURP! ¡SLURP!* —sonidos húmedos, obscenos.

—¡AH! ¡SÍ! ¡COME MI CULO! —gritó Elena, frotándose contra mi cara

—¡JODER! ¡SÍ! ¡FÓLLAME CON ÉL! —grité.

—¡TOMA, PUTA! ¡SIENTE CÓMO TE REVIENTO! —gruñó Elena.

Nos corrimos al mismo tiempo. Ella chorro en mi cara, yo en la suya. *¡SQUIRT! ¡SQUIRT!* —líquido caliente por todos lados.

Elena se levantó, jadeando. Tomó el arnés, se lo puso. El dildo era monstruoso: 25 cm, negro, venoso, con bolas.

—Ahora te voy a follar como mereces, zorra —dijo, untándolo de lubricante.

Me desató solo las piernas, me puso **de perrito** en la curva de la cama, el culo en alto, la cara aplastada contra el cuero.

—Pide que te folle el culo —ordenó.

—¡FÓLLAME EL CULO, AMA! ¡RÓMPEME! —supliqué.

Empujó el dildo en mi ano. *¡SQUELCH!* —entró hasta el fondo.

—¡AHHHHH! ¡SÍ! ¡MÁS DURO! —grité.

Embestía como un animal. *¡PLAP! ¡PLAP! ¡PLAP!* —sus caderas contra mi culo, el dildo entrando y saliendo.

—¡TOMA, PUTA! ¡TE VOY A DEJAR EL CULO ABIERTO! —gritó, azotándome. *¡SMACK! ¡SMACK!*

Yo gemía, babeaba, empujaba hacia atrás.

Luego me giró, me puso **de misionero** en la curva, las piernas en sus hombros. Metió el arnés en mi coño.

—¡AH! ¡SÍ! ¡FÓLLAME EL COÑO! —grité.

Follaba profundo, golpeando mi cervix. *¡PLAP! ¡PLAP!* —sus tetas rebotando, sudor goteando sobre mí.

Metió pinzas en mis pezones. Dolor exquisito.

—¡AH! ¡SÍ! ¡TIRA DE ELLAS! —pedí.

Tiró, mientras me follaba. Yo me corría una y otra vez.

Luego **tribbing salvaje**. Se quitó el arnés, se frotó coño con coño, clítoris con clítoris.

—¡FRÓTAME! ¡SÍ! ¡JODER! —gritamos las dos.

Nos corrimos chorro contra chorro.

Después **anal con los dedos**. Ella metió cuatro dedos en mi culo, fist anal.

—¡AHHHH! ¡SÍ! ¡FÍSTAME EL CULO! —grité.

Ella gemía, masturbándose con la otra mano.

Luego me hizo **lamer su culo** mientras se sentaba en mi cara, asfixiándome.

—¡COME MI ANO, PUTA! ¡MÉTEME LA LENGUA! —ordenaba.

Yo lamía, chupaba, metía la lengua profundo.

Pasamos horas. Posiciones imposibles gracias a la cama curva:

– **Ella encima, yo abajo, dildo doble en culos.**  

– **Yo de lado, ella detrás con arnés en coño, dedos en culo.**  

– **69 con vibradores en ambos agujeros.**  

– **Ella sentada en mi cara, yo lamiendo mientras ella me fistea.**  

– **Doble dildo en mi coño, ella follándome con otro en el culo.**

Cada corrida era más fuerte. Gritos, insultos, azotes, mordidas, arañazos. El cuero de la cama estaba empapado de jugos, sudor, lubricante.

Al final, exhaustas, nos desplomamos. Elena me desató, me besó con lengua, saboreando su propio ano en mi boca.

—Feliz cumpleaños, mi puta favorita —susurró.

Yo solo podía jadear, con el cuerpo temblando, el coño y el culo palpitando, llena de juguetes y amor.

Esa noche dormí en su cama curva, con un plug en el culo y su mano en mi coño.

Y supe que nunca olvidaría ese regalo.

Por Karen lesbi

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