Yo, Mafalda, y Valeria llevábamos dos años de relación cuando terminamos el instituto. Era una relación secreta porque ninguna de las dos nos atrevíamos a salir del armario. Nos conocimos en una actividad extraescolar de pintura mientras estábamos en 2º de BUP. Fue un flechazo. Yo me hice muy amiga suya y ella se hizo muy amiga mía. En un par de días, sin saber como llegamos a ello, ya nos estábamos besando. Desde entonces, para los demás éramos mejores amigas. Realmente lo éramos, aunque de una forma especial.
Las dos teníamos la mente muy madura y sábiamos lo que queríamos en la vida. Durante COU yo había empezado a trabajar como viñetista en el periódico de la comarca y Valeria hacía algunas veces de modelo de pintura. Decidimos retrasar un año nuestra entrada en la universidad para seguir trabajando y ahorrar algo (más) de dinero. Ese mismo verano nos plantamos en Madrid para buscar trabajos mejores. Yo quería dar el salto al periodismo nacional y Valeria quería ser actriz de publicidad.
Nos instalamos en la buhardilla del chalé de un hermano de mi padre. Mis tíos nos acogieron encantados porque así podrían encasquetarnos a mis primas pequeñas de vez en cuando. Mis primas me adoraban y también estaban muy contentas por mi presencia.
Días después, a mí no me contrataban en ningún sitio porque no era estudiante de periodismo y a Valeria no le salía ningún anuncio, por lo que a mitad de verano estábamos de bajón. Una tiraba de la otra hacia abajo y viceversa. Ana, la mayor de mis dos primas, nos propuso que nos escapáramos (Valeria y yo) un par de días para irnos de fiesta y despejar la mente. Le hicimos caso y organizamos un viaje exprés a Mallorca.
Valeria era más fiestera que yo, por lo que dejé que fuese ella la que eligiera el itinerario del viaje. Las dos éramos sibaritas y teníamos algo ahorrado, por lo que nos quedamos en un hotel de cuatro estrellas con pensión completa. El avión salía temprano y llegamos a la isla sobre las once de la mañana. Cogimos un taxi que nos llevó al hotel, que estaba en el centro de Palma y, como la habitación no estaría lista hasta las dos de la tarde, dejamos la maleta (compartíamos una para las dos) en recepción y nos fuimos a dar una vuelta por la ciudad. Volvimos a la hora indicada, tomamos posesión de nuestra habitación y, tras una breve visita al baño, bajamos a comer al restaurante. Allí vimos lo que había. Algún que otro guiri resacoso, pero sobre todo señores mayores que imaginábamos que habían ido a hacer turismo cultural. A nuestro lado se sentaba una pareja de chicos de nuestra edad.
– Estos son maricones. – Dijo Valeria por lo bajo.
– ¿Qué nos importa? – Respondí yo aún más bajo.
Aunque ninguno de los dos tenía pluma, yo estaba segura de que Valeria tenía razón. Valeria intentó crear una conversación entre los cuatro.
– Perdón, ¿sois gays?
– ¡Valeria! – Le reproché.
El que se sentaba al lado de Valeria sonrió y el que se sentaba a mi lado se rió descaradamente.
– Sí, claro. Me ofende que lo dudes. – Dijo el que se sentaba a mi lado.
Yo seguía mirando a Valeria reprochándole su falta de decoro.
– No me mires así, Mafi.
Yo seguía de morros.
– ¿Y sois novios? Porque nosotras sí somos novias. – Dijo ella.
Yo me sorprendí de que Valeria se atreviese a decir en público que éramos pareja, pero no me importó, ya que allí no nos conocía nadie.
– Sí, somos novios. – Respondió el que sentaba a mi lado.
Valeria y él, que se llamaba Pablo, hicieron buenas migas y estuvieron hablando todo el rato. El otro, Ignacio, y yo apenas interveníamos, pero también nos caímos bien. Los dos eran de estatura media y piel blanca, más o menos del mismo tono los dos. Pablo tenía el pelo algo más oscuro que Ignacio. Nos dijeron que vivían en Zaragoza aunque Pablo era de Teruel e Ignacio de Jaca. Ellos llevaban un par de días en Mallorca y habían ido con la intención de mezclar fiesta y cultura. Por la tarde, después de echarnos una siesta, nos sacaron a dar una vuelta para enseñarnos la ciudad. Por la noche nos llevaron de fiesta.
Durante nuestra estancia en Mallorca, Valeria y yo, sólo nos separamos de ellos para dormir y otras cosas que se hacen en la cama. El día siguiente se repitió lo mismo y el último día, al despedirnos (ellos se quedaban un par de días más) les dijimos que nos dieran un toque si se pasaban por Madrid.
Valeria, que no era tímida, había terminado de soltarse en cuanto a nuestra relación. No hacía grandes alardes en público, pero tampoco se escondía. Durante el vuelo de vuelta tonteó con una de las auxiliares de vuelo, la que vio más accesible emocionalmente, con la intención de que nos dejara pasar a un lugar más íntimo porque una de nuestras fantasías era follar en pleno vuelo. La auxiliar se mostró reacia en un principio, pero Valeria supo ganársela y acabó dejándonos acceder a la despensa que había al fondo del avión y que en ese vuelo no se estaba usando. La auxiliar se quedó vigilando mientras Valeria me hacía de todo y luego yo a ella. La invitamos a unirse a nosotras. Yo noté ganas en su cara, pero no se animó. Volvimos a nuestros asientos y ahí se acabó esa faceta. Al aterrizar en Madrid, nuestras relación volvió al cajón más profundo del armario.
Pasaron un par de semanas antes de que recibiéramos una llamada de Ignacio y Pablo. Nos contaron que les sobraban unos días de vacaciones y los iban a gastar en Madrid. Como yo era la que conocía la ciudad, sabía que me tocaría hacer de guía. Ellos se alojaron cerca del Retiro. Hicimos lo mismo que en Mallorca. Por el día museos y por la noche fiesta. Después de salir la primera noche, acabamos los cuatro en la habitación de hotel de los chicos. En la madrugada en la habitación Valeria se soltó de más.
– Sabes. – Le dijo Valeria, borracha, a Pablo. – Nunca he tocado una polla. En realidad nunca he visto una de verdad, salvo la de mi padre. Nada raro, ¿eh? Se la he visto alguna vez en el baño, de esto que entras y lo pillas meando o saliendo de la ducha.
– Yo tampoco. O sea, nunca he visto un coño. – Contestó él, también borracho.
Ignacio y yo, que no legábamos a estar borrachos (sólo achispados), observábamos en silencio compartiendo alguna mirada cómplice. Valeria se alzó la faldá y se bajó ligeramente las bragas para dejar su coño al descubierto. Pablo se bajó los pantalones y los calzoncillos y dejó su pene a la vista.
– ¿Puedo? – Preguntó Valeria amagando con tocarlo.
– Adelante, señorita. – Respondió él. – Pero sólo si después puedo tocar yo su coño.
– No lo dudes. – Dijo ella mientras se lanzaba a descubrir que se sentía al tocar un pene.
Fuese como fuese, Valeria acabó haciéndole una paja a Pablo. Pablo gemía desinhibido. Ignacio y yo nos mirábamos sin saber si unirnos al juego u ofendernos porque aquello se podía interpretar como que nos estaban poniendo los cuernos. Finalmente nos dejamos llevar y comenzamos a imitar los actos de nuestros respectivos.
Valeria y Pablo acabaron follando en la posición de perrito. Ignacio y yo hacíamos el misionero. Visto desde fuera resultaría ridículo, pues no había pasión, parecíamos robots. Valeria y Pablo, por lo menos, iban cocidos y exageraban todo fingiendo que eran actores porno, pero Ignacio y yo lo hacíamos por no quedarnos quietos en un rincón y por no sentirnos unos pringados viendo como nuestros novios se lo montaban entre ellos, ni siquiera lo hacíamos por curiosidad.
Al día siguiente, Valeria y Pablo recordaban la noche anterior borrosa, como si hubiese sido un sueño. Ignacio y yo la recordábamos perfectamente y como no queríamos ser los únicos en sufrir, les contamos todo, paso a paso con pelos y señales. Sus caras eran un poema y a mí me resultó gracioso ver como iban descomponiéndose un poco más cada vez que descubríamos un nuevo detalle. Yo realmente no me arrepentía de aquello, pero es verdad que me daba bastante asco recordarlo y más aun contarlo en alto.
Acompañamos a Pablo e Ignacio durante el resto de su estancia, pero ell ambiente no volvió a la normalidad, se quedó enrarecido. Cuando se fueron no volvimos a hablar con ellos hasta que unos meses después, cerca de Navidad, Valeria y yo decidimos que queríamos ser madres y ellos nos parecieron unos buenos candidatos a padres.
Para entonces vivíamos en un estudio en Alfonso XII. Yo había conseguido un trabajo como locutora en una tertulia cultural que se emitía de madrugada en una emisora de radio regional. No era la presentadora, pero no podía quejarme del sueldo. Valeria no tenía un trabajo fijo, pero de vez en cuando le salía algún anuncio. Con eso tirábamos y nos servía para poder plantearnos el tener hijos. Hicimos números y nos llegaba para tener, al menos, uno cada una. Llamamos a Pablo e Ignacio y les planteamos nuestra propuesta. Les ofrecimos que se limitasen a donarnos el semen y también les ofrecimos ejercer una paternidad compartida. Pablo no quería, pero Ignacio se mostró abierto a aceptar.
Tras semanas de deliberación decidieron ayudarnos. Ellos, que eran unos años mayores que nosotras, ya habían terminado sus estudios universitarios. Nosotras éramos unas niñas, acabábamos de cumplir los dieciocho. En un principio sólo iban a donarnos el semen y cuando consiguiesen instalarse en Madrid, ya asumirían el papel de padres. Ignacio, aunque había estudiado derecho y era pasante en un despacho de abogados, se puso a buscar trabajo de cualquier cosa. Pablo, que había estudiado económicas y estaba preparando unas oposiciones, se presentó en Madrid en vez de en Aragón.
No lo hablamos, pero lo cuatro asumimos desde el principio que Pablo dejaría embarazada a Valeria e Ignacio me dejaría embarazada a mí. Valeria y yo teníamos tantas ganas que yo me pedí unos días libres para, en nuestros días fértiles, ir a Zaragoza a acostarnos con ellos. Los chicos nos llevaron a su habitación. Acordamos que cada uno comenzara con su pareja para entrar en calor y luego cambiar, ya cuando ellos estubiesen a punto de correrse.
Valeria me masturbaba y yo a ella mientras observábamos como Ignacio le comía la polla a Pablo. Luego nosotras nos pusimos a hacer el sesenta y nueve mientras Pablo se masturbaba y le hacía una mamada a Ignacio.
– ¿Quién es el pasivo? – Preguntó Valeria.
– Nos turnamos. – Respondió Pablo.
– Pero yo más. – Aclaró Ignacio mientras se agachaba poniendo el culo en pompa.
Pablo empezó a follarlo y los dos nos pidieron que tijereteáramos. Valeria y yo cumplimos sus deseos, ¿qué menos con el favorazo que nos iban a hacer? Intentamos seguir la conversación, pero era imposible porque los cuatro gemíamos cada dos por tres. Cuando uno conseguía reprimir un gemido se le escapaba a otro.
Pablo nos comunicó que estaba a punto de correrse y Valeria pegó un salto para que le metiese la polla en la vagina. Entró a la primera. Ignacio le lamió los huevos a Pablo, lo que hizo que tardase aún menos en correrse. Yo le hacía una paja a Ignacio para facilitar su corrida. Valeria se quedó tumbada bocarriba con las piernas en alto porque estaba convencida de que aquello facilitaría el embarazo. Pablo comenzó a lamerle los huevos a su novio de la misma manera que Ignacio se los había lamido a él. Yo dejé de pajear a Ignacio, me puse a cuatro patas y me metí su polla en la vagina para asegurarme de que se corría ahí dentro. Yo me moría de ganas de que aquello terminara, pero Ignacio tardó unos cinco minutos más en eyacular dentro de mí. Me puse al lado de Valeria con la misma postura que ella por si acaso era verdad lo que ella decía. Igancio y Pablo tuvieron un par de asaltos más entre ellos.
Los tres días siguientes fue un no parar de follar. Pudieron caer unos veinte disparos de cada uno en total durante los cuatro días que Valeria y yo estuvimos en Zaragoza.
Por Lena Hache