Capítulo 1
Somos de Mariúpol. Ucrania. Ilya y Maksym. 22 años. Allí nacimos, vivimos y entrenamos los primeros años, y después perdimos todo. Incluido a nuestros padres. Nos evacuaron con lo puesto.
Fue una federación deportiva la que nos trajo a España hace poco más de tres años, cuando alguien vio nuestros vídeos saltando en un recinto de pésimas condiciones.
Desde entonces vivimos en el Centro de alto rendimiento de Alicante. Entrenamos cada día como animales. Somos extremadamente metódicos y exigentes. Saltamos sincronizados desde plataforma, diez metros de altura. Es técnica, fuerza, control… y sobre todo conexión.
Algo que solo se entrena con alguien que conoces hasta el alma. Como yo lo conozco a él. Como él me conoce a mí.
En estos tres últimos años lo compartimos todo: la habitación, la concentración, la ducha, la metodología, la presión, el porno. Nos hemos pajeado viendo lo mismo.
Tías, tíos, trans, tríos, cosas suaves, cosas sucias.Nos gusta todo. Nos calienta ver lo que calienta al otro.
Pero esta noche va a ser distinta.
Maksym lleva semanas hablando con una chica de Instagram.
Buena cara, cuerpo de vicio, sonrisa de las que no se fingen.
Le soltó una broma:
“Ilya y Maksym… jejeje Con unos gemelos así, hacía un trío sin pensarlo.” – bromeó sobre una foto que mi hermano le había enviado.
Él se lo tomó muy serio. Le propuso quedar de verdad. Ella dijo que sí. Y esta tarde, a las seis, nos espera en su piso.
Volvíamos por el pasillo después de los últimos saltos y entramos en nuestra habitación.
Maksym fue el primero en bajarse el bañador. Le cayó por las piernas y se lo quitó de una patada, como siempre.
Su cuerpo es una maldita escultura.
Pecho marcado, abdomen fino y duro, espalda ancha. Todo sin un solo pelo.
Se depila desde los diecisiete, cada dos días o tres días como un puto ritual. Es obsesión.
Su polla colgaba relajada, larga, con el mismo grosor desde la base.
No es que la tenga enorme, pero mide lo justo para que lo muestre con orgullo.
Y se nota.
Yo me desnudé detrás.
La ducha no es tan grande, pero nos duchamos juntos desde que tenemos memoria. Nunca nos ha parecido raro.
Lo raro sería hacer algo por separado.
Mi cuerpo es casi igual al suyo. Misma altura, misma complexión desde críos.
Pero yo tengo vello. Rubio, fino, natural.
En el pecho, el vientre, las axilas y las piernas. Solo me recorto un poco el pubis, lo justo para que no moleste. Y mi polla… es un centímetro más corta. Verificada con metro. Suficiente para que me lo repita a diario como si le tuvieran que dar un trofeo por ello.
—¿Me pasas la cuchilla? —me dice ya dentro.
—Ah, que hoy toca ritual completo.
—Hoy hay que entrar como Dios manda hermano. -bromeó.
Se embadurna el pecho, los brazos, la ingle.
Y empieza a pasarse la cuchilla con precisión, como si se afeitara para una cirugía.
Yo dejo que el agua me moje entero.
La piel se me eriza con el contraste del calor. Lo miro.
Él se apoya en la pared, separa las piernas.
Agarra la cuchilla y afeita sigilosamente sus huevos.
—Me ayudas —me dice estirando de una nalga.
—Nunca entenderé porque tienes que afeitarte hasta el ojete. -respondo mientras le ayudo a separar la otra.
-No querrás que vaya sin un pelo en el cuerpo y con la raja peluda no?
Nos reímos y le doy un cachete en la nalga cuando termina.
Ambos íbamos con el pantalón de chándal gris de la federación. Maksym llevaba una camiseta blanca corta que le marcaba el abdomen y una cazadora vaquera. Yo iba con camiseta negra y cazadora negra, más sobrio, más yo.
Cuando abrió la puerta, nos miró de arriba abajo como si acabara de ganar un premio.
Era más guapa aún en persona.
Pelo suelto, labios húmedos, camiseta sin sujetador y pantalón ajustado debajo.
—Entrad —dijo, con una voz que ya estaba cachonda.
Cerró la puerta, y antes de que dijéramos nada, se acercó a Maksym. Le puso las manos en el pecho y le besó en los labios, lento, con lengua. Luego se giró hacia mí, con la misma intención.
Yo la agarré por la cintura y la besé igual.
Su boca sabía a ansiedad dulce.
—¿Y si os besáis vosotros ahora? —preguntó, riéndose un poco.
Maksym y yo nos miramos.
—No va por ahí lo nuestro —respondí.
—Nosotros compartimos, no nos mezclamos —dijo él.
Ella sonrió, entendiendo perfectamente el juego.
Nos sentamos en el sofá, uno a cada lado.
Ella se arrodilló en medio, sin dejar de mirarnos.
Bajó el pantalón de Maksym y le sacó la polla, dura ya, larga, recta.
Se la metió en la boca como si la hubiera estado soñando.
La chupó lento, profundo, con las dos manos sujetando los muslos.
Después se giró hacia mí. Me bajó el pantalón también. Mi polla saltó libre.
La cogió y empezó a mamármela con la misma hambre.
Nos miramos por encima de su cabeza.
Ella pasaba de uno a otro. A veces alternaba. Otras, simplemente nos la chupaba al mismo tiempo, agarrando la base de cada una con una mano.
Nos pusimos de pie, frente a ella.
La tenía entre los dos, su boca recorriéndonos como si fuera parte del ritual.
—Siéntate ahí—le dije.
Ella obedeció. Se sentó en el centro del sofá, las piernas abiertas. Yo me arrodillé frente a ella, le quité el pantalón y la braguita que apenas tapaba nada y me lancé. Le abrí el coño con los dedos y empecé a comérselo sin pausas. Lento primero, después más rápido, metiendo la lengua, lamiéndola entera.
Maksym se subió al sofá, de rodillas, con la polla apuntándole a la cara. Ella no dudó.
Se la metió de nuevo en la boca. Se deleitaba. Después le chupó los huevos, uno a uno, mientras gemía entre jadeos.
Yo levanté la cara un segundo.Tenía el culo de mi hermano justo delante. Perfecto. Duro. Completamente depilado. Redondo, provocador sin querer.
Tuve una idea.
Agarré a Maksym por la cadera.
—¿Qué haces? —dijo entre dientes.
—Tsssss.
Lo empujé suave hacia abajo. Hizo equilibrio, pero se dejó. Se sentó sobre la cara de ella, el culo bien expuesto. Ella, excitada como estaba, ni lo dudó: le empezó a comer el culo sin parar.
Maksym soltó un gemido que no le había oído nunca. De puro placer. De sorpresa caliente. Por un segundo sentí ganas de que me lo hiciera a mi también.
Eso me encendió más. Volví a hundir la cara entre las piernas de ella. Le comí el coño más fuerte, con la lengua dura, con los dedos dentro. Ella no paraba. Maksym con los ojos cerrados, con la boca entreabierta, agarrándose al respaldo del sofá. Extasiado.
Ella soltó un grito ahogado, casi sin voz.
—¡Folladme ya, por favor! ¡Los dos!
Maksym se arrodilló frente a ella sin decir nada. Le abrió las piernas desde abajo y empezó a comerle el coño como si fuera su plato favorito. Despacio al principio, después con ritmo, lamiéndola entera, saboreando hasta la raíz.
Ella gemía suave, con la espalda arqueada.
Tenía la cara iluminada, los ojos entrecerrados, completamente entregada.
Yo me senté en el sofá, con las piernas abiertas, la polla dura apuntando hacia el techo. Ella vino hacia mí, desnuda, brillante, viva. Se subió sobre mí con las rodillas a cada lado, me agarró la polla con una mano, la frotó despacio por su raja empapada…
Y luego, empezó a bajarse. Poco a poco.
Sintiendo cada centímetro. Se la metió entera, hasta el fondo, gimiendo contra mi cuello. Sabía lo que hacía.
Maksym se quedó quieto un segundo, solo mirándonos. Desde abajo, tenía la vista perfecta: mi polla desapareciendo dentro de ella, resbalando suave entre sus labios hinchados. Estaba empapada. Me apretaba como una puta adicta.
Entonces Maksym se acercó más. Le apartó una nalga con la mano. Y le empezó a comer el culo.
Ella dio un respingo. Levantó la cabeza y soltó un gemido más fuerte, mientras se seguía empalando en mi polla. Yo le agarré la cintura y la mantuve firme.
Estaba ardiendo por dentro.
Maksym no paraba. Le lamía el agujerito con la lengua húmeda, lenta, profunda.
Estaba a escasos centímetros de mí.
De la base de mi polla que aún estaba enterrada dentro de ella.
Entonces, le metió un dedo. Despacio. Ella se estremeció, pero no se quejó.
—Joder… —murmuró él—. Esto va a ser más fácil de lo que parecía.
Le metió otro.
Ella se empujó hacia atrás, buscando más.
—¿Sí? —preguntó él.
Ella asintió, mordiendo su labio.
—Hazlo.
Maksym escupió en su mano, se empalmó aún más, y le apoyó la punta justo en el culo, donde ya la había preparado.
Yo seguía dentro de ella. La sentía latir. Sabía lo que venía. Y no me moví. Él empezó a empujar. Lento. Centímetro a centímetro. Hasta que se la metió entera por detrás.
Ella soltó un gemido ronco, con la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, empalada por los dos. Su cuerpo tembló.
Y el de nosotros también.
Dios… así… no paréis —gemía ella, temblando sobre nosotros.
Nos tenía a los dos dentro. Maksym en su coño. Yo en su culo. Su cuerpo atrapado entre nuestras caderas, entre nuestras respiraciones, entre dos pollas latiendo tan cerca que casi podían sentirse una contra la otra a través de ella.
Se movía lento, encajada, gimiendo sin pausa. Estaba empapada. Caliente. Tan dilatada que cada embestida la hacía gritar más fuerte.
—Baja la voz, princesa… —murmuró Maksym mientras le cubría la boca con la mano.
Ella gimió contra su palma, rendida, y se vino con un espasmo repentino, profundo.
Su primer orgasmo con nosotros dentro.
Pero nosotros no paramos. Seguimos bombeando, turnándonos el ritmo, empujando a la vez con más fuerza. Hasta que la tensión me subió a la espalda.
—Ahora quiero probar yo —le dije.
Ella jadeó.
Se colocó a cuatro patas, la cara contra el sofá, el cuerpo aún temblando. Maksym se quedó detrás metiéndola en su coño, y yo me monté sobre su espalda quedando entre los dos.
La abrí con las manos y volví a entrar en su culo, lento, firme. Ella se arqueó, gritó otra vez, el placer subiéndole de golpe.
Maksym apretó más. Yo le acariciaba la espalda, le besaba el cuello. Sentía cómo su cuerpo me recibía, cómo su interior se abría más con cada empujón. Estaba completamente entregada.
Ella volvió a correrse sin aviso. Una ola más, un gemido seco, el cuerpo sacudido otra vez.
—No sabía que podía… dilatar tanto… —susurró con la voz rota. Se llevó la mano entre las piernas, tocándose, explorándose.
—Quiero más. Quiero sentiros… a los dos..
Nos miramos.
No hizo falta decir nada.
Nos tumbamos juntos en el suelo, entrelazando las piernas, pegados, la punta de nuestras pollas alineadas.
Ella se sentó despacio sobre nosotros.
Despacito, controlando, bajando.
Costó. Pero entró.
—joderrrrrrr… —murmuró. Que puta gozada.
Nos tenía a los dos dentro. En su culo.
Apoyó las manos en el pecho de
mi hermano. lampiño y sudado. Acariciaba sus pezones. Cerró los ojos y empezó a moverse.
Sus caderas buscaban el ritmo exacto.
Nos apretaba a los dos. Y nosotros lo sentíamos. El calor, el roce, la presión.
Yo no sabía si era mi cuerpo o el suyo el que iba a explotar. Ella no paraba. Menuda cabalgada. Gemía como si lloriqueara.
—Te estás corriendo, ¿verdad? —le dijo Maksym con la voz rasgada. Ella solo asintió, sin palabras. Volteando los ojos a blanco.
Y entonces lo noté. El cuerpo de mi hermano se tensó. Su respiración se cortó.
Y lo sentí… una oleada ardiente dentro de ella.
Vaya corrida… Podía sentirla en mi propia polla, escurriendo entre los dos miembros buscando la salida. Esa sensación, esa cercanía, esa electricidad… Yo también me corrí.
Cayó sobre nosotros, sudada, temblando, rendida. Podía escucharse en todo el salón el sonido húmedo de su culo lleno. De dos pollas que entraban y salían… y de tanta leche como no había sentido nunca.
Capítulo 2
El polvazo del viernes pasado con la amiguita de Maksim había sido brutal. Todavía tenía marcas en la espalda de sus uñas. Pero este viernes decidimos algo más tranquilo. Una tarde de sol, descanso y piel al aire. Playa nudista de los saladares: A ver si por fin nos quitábamos la marca del slip.
El agua estaba fría, pero nos quedamos dentro un buen rato, hablando de tonterías, flotando. Cuando salimos, el sol nos lamía la piel con calor de verano tardío. Maksim caminaba delante de mí, goteando sal y luz. Su culo firme brillaba, y su polla colgaba aún floja, recién salida del agua.
Algunos mirones disfrutaban de la escena, al igual que yo. Me encanta ver como otros hombres miraban su polla y su culo. Se que a mi hermano también le encantaba exhibirse.
Se agachó, mostrando casualmente un primer plano de ese culo. Sus espectadores pudieron comprobar que no tenía ni un solo pelo. Se tumbó en la toalla, cerrando los ojos un momento.
—Voy a mear —le dije, echando un vistazo hacia los matorrales.
—Dale, yo me seco y le echo un vistazo a las cosas.
Me levanté y caminé desnudo entre la arena y las miradas. En Urbanova la gente no finge: miran, se dejan mirar. No hay vergüenza, y eso me gustaba.
Crucé hacia los arbustos secos, buscando un poco de sombra. Apunté al suelo. Empecé a mear tranquilo…un chorro potente almacenado durante horas y entonces la vi.
Primero oí el gemido. Luego los movimientos. Y ahí estaban.
Ella. Con curvas y tetas grandes desparramadas hacia los lados. Tumbada sobre una toalla oscura, las piernas abiertas como una flor madura, los ojos cerrados y la boca húmeda. Él, un tipo moreno con gorra negra y tatuajes por los brazos, agachado entre sus muslos, comiéndole el coño con hambre.
La escena era cruda. Real. Sonaba. Olía.
Yo no paré de mear, pero mis ojos ya estaban clavados en ellos. El hombre levantó la cabeza y me miró. No dijo nada. Solo me sostuvo la mirada. Después sonrió, despacio.
La mujer abrió los ojos. Me vio. Me sostuvo la mirada también. No se cubrió. Al contrario. Le abrió más las piernas al hombre. Me lo enseñó. Y yo, sin quererlo del todo, me empalmé. Terminó el chorro de orina. Me acaricié un poco, curioso, mojado, sin disimular.
—¿Ilya? —oí a mi espalda.
Era Maksim, de pie junto a nuestra toalla, mirándome desde lejos.
—¿Qué haces? ¿Estás empalmado?
Le hice una seña con la cabeza, sin decir nada. Vino hacia mí.
Y cuando llegó, lo entendió todo.
La mujer lo vio llegar. Sonrió.
—Vaya, vaya… ¿gemelos?
—Sí —dijo él, con media sonrisa.
—Entonces… qué tal uno para mí… y otro para mi boca? -ronroneó ella, sin quitar los ojos de nuestras pollas.
El marido se apartó en silencio. Solo nos miró. Como si nos estuviera regalando algo.
Yo fui el primero en moverme. Me arrodillé entre sus piernas y me hundí directo en su coño. Estaba caliente, salado, mojado como una fruta madura. Ella gemía de inmediato, arqueando la espalda, agarrándome la cabeza con fuerza.
Maksim se arrodilló junto a ella. Ella no dudó: le agarró la polla y se la metió en la boca con avidez. Empezó a mamársela como si llevara media hora esperándola. Hizo que se empalmara en segundos.
El marido miraba y se tocaba. Se acercó. Puso la mano en la nuca de su mujer y la empujó con fuerza hacia la polla de Maksim, haciéndola atragantarse un poco. Luego hizo lo mismo conmigo.
Me agarró fuertemente la cabeza con una mano apretando los dedos. Y me empujaba hacia ella. Me hundió más en su coño.
—Así. Que los sienta bien. Como a ella le gusta. – susurró.
Ella se retorcía entre nosotros, un gemido detrás de otro. Se movía como si fuera a estallar. Y su marido nos dirigía con las manos, con la mirada, con una calma sucia y perfecta.
Entonces se agachó junto a su bolsa, sacó un preservativo y se lo tendió a Maksim.
—Venga, cabrón. Follatela.
Maksim se lo puso con una rapidez que solo da la costumbre. Yo me aparté y sujeté a la mujer de las caderas, abriéndola para él. Ella jadeaba. Le brillaban las mejillas. El coño palpitaba.
Mi hermano la embistió de una, con un gruñido. Fuerte. Hondo.
—¡Sí! ¡Así! ¡Duro! —gritó ella, con los ojos cerrados y las uñas clavadas en la toalla.
El marido se colocó detrás de Maksim. Le agarró el culo con fuerza y lo empujó más adentro. Lo usaba. Sabía cómo moverlo. Sabía qué ángulo buscaba.
Ella se estremeció.
Maksim estaba realmente caliente. Podía verlo en sus ojos. El marido le apretaba el culo con violencia. Podían verse sus dedos marcados en las nalgas de mi hermano. Pero a ella parecía encantarle.
—¡Ahí! ¡Ahí joder! ¡Dios! ¡No paren!-
Me levanté. Me acerqué a su boca. Ella me agarró con ansia, me la chupó como una puta experta. Con lágrimas de gusto en los ojos.
Me lamia las pelotas. Por fuera. Una. Luego la otra. Se metía ambas en la boca mientras no soltaba mi polla de su mano. Se agitaba con ritmo. El ritmo que marcaba su marido en el culo de mi hermano.
Maks la follaba salvaje, su culo moviéndose con cada empujón. Y ese macho tatuado lo agarraba por detrás, empujándolo con fuerza como si usara su cuerpo para follarse a su mujer.
El tipo se tumbó en la toalla sin una palabra.
Ella se subió sobre él de espaldas, con las piernas bien abiertas, y le ofreció el coño directo a la cara. Él lo recibió con hambre. Le sujetó las caderas, le metió la lengua hasta el fondo, lamiéndola como si no le hubieran dado agua en días. Se pajeaba con la otra mano. Y ahí fue cuando lo vimos.
La polla del marido.
Gorda. Enorme. Negra como una sombra en el sol. No nos habíamos fijado antes.
Ni falta que hacía: ahora era imposible ignorarla.
Maksim se inclinó un poco y me susurró:
—Madre de Dios…
Ella gemía encima de él, restregando su coño en su cara, y mirándome por encima del hombro.
—Tú… fóllame. Ahora.
No lo pensé. Cogí otro preservativo de la bolsa. Me lo puse con rapidez, con las manos casi temblando. Me arrodillé detrás de ella, le sujeté las caderas y la apunté. La tenía empapada.
Entré de una sola embestida, con la polla palpitante.
A escasos centímetros de la cara de su marido.
—¡Hijo de puta qué bueno! —gritó ella, arqueando la espalda.
El tipo no paró de lamer. Incluso me rozó con la lengua la base de la polla mientras lo hacía. Estaba desatado. Completamente rendido a la escena.
Maksim se puso de pie delante de ella y le ofreció la polla.
Ella apoyó la frente en su abdomen, como si necesitara sostenerse. Estaba en trance, sacudida por placer desde todas las direcciones. Tenía la lengua de su marido, mi polla dentro, y la de Maksim rozándole los labios.
La follé más fuerte.
Entonces, en una de las embestidas, mi polla se salió.
Y antes de que pudiera reaccionar… él la agarró.
Se la metió en la boca. Hasta la garganta.
Me la chupó como un poseso, sin dudar, sin dejar de pajearse con su monstruo de carne.
La sostuvo dentro unos segundos.
Luego la sacó, la escupió con gusto, y la guió otra vez al coño de su mujer.
Lo miré. Él me miró.
Maksim, desde delante, vio todo.
Yo sonreí.
Él me guiñó un ojo.
La cogimos entre los dos. La bajamos de su cara y la ayudamos a colocarse sobre esa polla brutal que tenía su marido.
Ella temblaba. Jadeaba.
Cuando se la metió, gritó como si la poseyera un espíritu.
—¡Joder! ¡Me parte!
El marido empezó a embestir desde abajo, con ritmo de martillo.
Ella cabalgaba como una puta endemoniada.
Maksim se colocó a un lado. Yo al otro. Le ofrecimos nuestras pollas.
Ella, sin pensarlo, empezó a chupar una, luego la otra. Alternaba. Nos devoraba.
La cara enrojecida, la boca sucia, los ojos húmedos.
Entonces, el marido levantó la cabeza desde el suelo.
Y le lamió la polla a Maksim.
Despacio. Con lengua larga.
—Mira este cabrón… —solté, jadeando.
—Menudo mamón el machito- dijo Maksim, mirándolo desde arriba—. ¿Así te gusta, cabrón? ¿Chupar una polla mientras tu mujer se traga otra?
—Te encanta vernos llenarla, ¿eh? —le escupí—. Mírala. Está más nuestra que tuya.
El tipo gemía. Seguía lamiendo. No se detenía.
Y entonces los vimos.
Entre los matorrales, tres hombres miraban desde hacía rato.
El primero, calvo, con gafas oscuras, se estaba pajeando con la camiseta subida.
El segundo, joven, delgado, se mordía los labios mientras su polla chorreaba leche desde la punta.
El tercero, maduro, con barba, se frotaba con las dos manos a la vez como un animal.
Estaban embobados mirando a la mujer mamarnos al sol. A los dos. Dos gemelos dorados, marcados por el sol y el deseo.
Maksim me miró.
Le choqué el puño.
—Vamos.
Empezamos a pajearnos, de pie, al lado de ella.
Rápido. Firme. Sudados.
Yo acabé primero. Un chorro caliente y espeso en su cara, salpicándole el pelo, el cuello, los labios.
Segundos después, Maksim gruñó y se vino… en la cara del marido.
El tipo no dijo nada. Cerró los ojos. Recibió la leche de mi hermano como una ofrenda.
Los tres mirones se corrieron también, uno tras otro, algunos con gemidos, otros en silencio, con los ojos fijos en nosotros.
El marido empezó a temblar. Su polla palpitaba dentro de ella.
Y se corrió. Fuerte. Brutal.
Ella jadeaba. Y mientras él respiraba agitado, ella se inclinó…
Y le lamió la cara.
Le lamió nuestra leche de la piel.
Del ojo. De la comisura. De la frente.
Y sonrió.
Como una reina sucia.
Por Moura10