Mi marido, mi hija y mi cuñado

Mi marido, mi hija y mi cuñado

En este momento estás viendo Mi marido, mi hija y mi cuñado

Mario me quedó mirando con una sonrisa mientras dejaba el celular sobre la mesa.

—Amor, acaba de llamarme Eduardo. Consiguió un mejor trabajo aquí en Chiclayo —comentó.

Levanté la mirada con curiosidad y le respondí:

—¿En serio? ¿Qué ha sido de la vida de ese loco? Llevamos tanto tiempo sin saber de él.

—¡El tío Eduardo es un vacilón! —interrumpió Sandra con entusiasmo—. Siempre me hacía reír con sus ocurrencias.

Mario se acomodó en la silla antes de continuar.

—Me preguntó si podría hospedarse con nosotros temporalmente mientras encuentra un departamento donde quedarse. ¿Tú qué piensas, preciosa?

—¡Di que sí, mamá! ¡Por favor! —suplicó Sandra, juntando las manos.

Hice un gesto despreocupado con la mano.

—Por mí no hay problema. Sobre todo tratándose de tu hermano y, aparte, es mi amigo antes de conocerte.

—¿De verdad conociste a papá gracias al tío Eduardo? —me preguntó Sandra con ojos curiosos.

—Así es, cariño… —confirmé, mirando a Mario—. ¿Verdad, amor?

—Es cierto, pequeña —respondió Mario volteando hacia su hija Sandra—. Cuando conocí a tu madre, que de paso era muy sobrada la señorita, que ni siquiera me daba bola…

Le di un golpecito juguetón en el hombro a mi esposo.

—¡Eso no es cierto! Nunca he sido presumida… Tú eras el seriecito, con esa cara de niño bueno que no rompe un plato —le repliqué a mi marido.

Mario soltó una carcajada.

—Lo que sucede, hija —dirigiéndose a Sandra—, es que pertenezco a otra generación. Recuerda que le llevo siete años a tu tío, exactamente igual de años que a tu mamá. En aquella época yo iba ocasionalmente a la universidad por asuntos de mi tesis, mientras tu madre y Eduardo apenas comenzaban la carrera.

—Seguro que cuando viste a papá te enamoraste al instante —comentó Sandra con picardía, dirigiéndose a mí.

—¡Para nada! ¡Con lo feísimo que es! —bromeé con mi hija.

Al escuchar esto, Mario por querer reírse, se atragantó con su jugo de piña con papaya, provocando risas entre nosotras.

—¡Ay, por favor, mamá! ¡Si papá es guapísimo! —protestó Sandra con una sonrisa.

—Ja, ja, ja… —Mario se recuperó del atragantamiento y respiró profundamente—. ¿Ves, hija? ¡Qué cruel es tu madre conmigo! ¡Mira cómo me trata después de tantos años!

Mi nombre es Diana. A mis cuarenta y tres años, resplandecía conservando una belleza cautivadora. Aunque me gradué en Biología, nunca llegué a ejercer la profesión. Poco después de terminar la universidad, Sandra llegó a nuestras vidas. Con el buen empleo de Mario, ambos acordamos que me dedicaría a cuidar de nuestra hija y a administrar el hogar. Mi figura estilizada, fruto de la disciplina en el gimnasio, complementaba perfectamente mi piel con un suave tono dorado, cabello negro cortado a la altura de los hombros, profundos ojos oscuros y labios que dibujaban una sonrisa seductora.

Sandra, por su parte, acababa de cumplir dieciocho años y había heredado mi estructura física, aunque contrastaba con su tez clara y aquellos expresivos ojos verdes, estas dos últimas características, regalo genético de su padre.

Mi esposo Mario es gerente de uno de los bancos más prestigiosos de la ciudad. A sus bien llevados cincuenta años, mantiene una figura atlética gracias a su dedicación al deporte, especialmente al fútbol.

Era sábado, y mi familia esperaba con entusiasmo la llegada de mi cuñado Eduardo, especialmente Sandra. De pronto, sonó el timbre del intercomunicador.

—¡Mami, yo abro! —dijo Sandra—. Es el tío Eduardo.

Al abrir la puerta, se encontró con un hombre atractivo, muy parecido a su padre, aunque visiblemente más joven.

—¡Tío Eduardo! —gritó emocionada mi hija, lanzándose a sus brazos—. ¡Qué alegría verte!

—¡Hola, mi niña! ¡Pero cómo has crecido, Sandrita!

Detrás de ella, aguardaba para recibir a mi cuñado.

—¡Cuñadita, siempre tan hermosa! —exclamó Eduardo, abrazándome con efusividad.

—Ay, tú siempre tan zalamero. No cambias, Eduardo… Pasa, pasa…

—¿Y Mario? —preguntó él, buscando con la mirada.

—Tuvo que salir un momento, pero no debe tardar —respondí.

Le invité a desayunar. Acompañados por Sandra, compartimos una conversación muy amena, llena de recuerdos.

—¿Te acuerdas del profesor de Biotecnología? —me preguntó Eduardo.

—¡Cómo no voy a acordarme! ¡Si coqueteabas con su mujer delante de él! —respondí entre risas.

—¡Tío, te pasaste! —intervino Sandra, divertida.

—No, sobrina. Primero, no sabía que era su esposa, y segundo… ¡Parecía su hija! Además, siendo sinceros, fue ella quien me coqueteó. ¿O no, cuñada?

—Siii… pero casi se arma un chongo —alegué, dirigiéndome a mi hija—. Gracias a Dios, todo se resolvió. Tu tío pidió disculpas y dijo que fue un malentendido. Y ahí quedó la cosa.

—Ay, tío… Tú sí que eras tremendo. Espero que hayas cambiado.  

—Bueno, Eduardo. Debes estar cansado… Sandrita, por favor, acompaña a tu tío y muéstrale su habitación —le solicité a mi hija.  

Una vez en el cuarto, Sandra le explicó a su tío dónde guardar su ropa, dónde estaba el baño y otros detalles.  

—¡Vaya, sobrina! ¡Te has convertido en toda una mujer! ¡Tienes el mismo cuerpo que tu madre!  

—¡Qué halagador eres, tío! —respondió Sandra, dándose una vuelta para que el hermano de su padre viera su hermoso cuerpo—. ¿Qué te parece?  

—La verdad, te pareces muchísimo a tu madre… y no solo físicamente, ¿eh?  

Sandra lo abrazó por la cintura y le dio un beso en la mejilla.  

—Me alegra que estés aquí, tío.  

—A mí también, princesa —dijo Eduardo, devolviéndole un beso en la nariz.  

—Bueno, descansa un rato. Te aviso cuando el almuerzo esté listo.  

Cuando Sandra salió del cuarto, se quedó pensativa por un momento:  

“¡Vaya, el tío Eduardo está buenazo! ¡Está para comérselo!”  

Mientras estaba en la cocina, mi hija me comentó:

—Mamá, después de tanto tiempo sin ver al tío Eduardo, se parece más a papá.

—Sí, hija… ¡Y está guapísimo!  

—¡Está churrísimo, mamá!  

Reímos las dos.  

Sandra continuó ayudándome a preparar el almuerzo. Cuando estuvo todo listo, señalé:  

—Voy a darme una ducha, cariño. Huelo a comida.  

—Yo también voy a subir a bañarme, mamá —dijo Sandra.  

Al llegar al segundo piso, donde están las habitaciones, vimos que la puerta del cuarto de Eduardo estaba entreabierta. Mientras caminamos por el pasillo, comenté:  

—Voy a avisarle a tu tío que el almuerzo pronto lo vamos a servir.

—Vamos, te acompaño, mamá.

Al llegar a la habitación de Eduardo, lo encontramos dormido completamente desnudo.

—¡Mamá! —susurró Sandra—. ¡El tío Eduardo está calato!

—¡Baja la voz o podría escucharnos…! ¡Mira hija, tu tío tiene un lindo cuerpo y una buena verga!

—¡Y eso que está dormida! —reímos discretamente, cubriéndonos la boca para no despertarlo.

Después de entornar la puerta de la habitación de Eduardo, llevé a mi hija a su dormitorio y, una vez dentro con la puerta cerrada, nos permitimos reír más libremente, aunque con discreción.

—¡Qué tal pichulaza, mamá! —comentó Sandra—. Si así es cuando está dormida, imagina cómo será cuando esté erecta.

—¡Tienes razón, Sandrita! Su verga es igual al de tu papá. No tiene nada que envidiar a los actores de películas porno.

—¡Nooo! ¡Tan grande es la pinga de papá! ¡Caray, mami! Ya me picaste la curiosidad… Ji, ji, ji…

—Ji, ji, ji… Sí, cariño… Los dos hermanos son muy pichulones…

Ambas reímos en voz baja y agregué

—Bueno, cielo. Voy a bañarme, más tarde nos encontramos en la cocina.

—De acuerdo, mamá. Yo también me voy. Después de bañarme, le tocaré la puerta al tío Eduardo para que baje a almorzar.

Cuando nos separamos mi hija y yo, me puse a pensar en el tamaño del pito de mi cuñado. Es notable el parecido con la polla de Mario. ¡Carajo! ¡Está para darle una buena mamada! Mientras tanto mi hija deliberaba:

«¡Está como para chuparse los dedos con el tío Eduardo! ¡Qué rica verga! Ay, no… Ay, no, no debo pensar en eso. Es el hermano de papá».

Cuando Mario y Eduardo se reencontraron, se abrazaron efusivamente y se sentaron a la mesa para almorzar junto con nosotras.

—¿Y cómo está mamá, hermano? —preguntó Mario a Eduardo.

—Bien, Mario. Allí está la viejita. Gracias a Dios, todavía está fuerte. La prima María me ha dicho que todos los días le va a dar una vuelta, como pasa por allí camino a su trabajo. Me dijo que no tenía ningún problema, todo lo contrario, le encanta conversar con mamá.

—Gracias a Dios, que mi suegra se encuentra bien. Ella es muy linda conmigo. Siempre me dice: “mi niña”… ¿Y cuándo te vas a incorporar a tu nuevo trabajo, cuñado? —pregunté a Eduardo.

—El lunes de la próxima semana, Dianita. Voy a aprovechar esta semana para visitar algunos familiares y amigos.

—Tío Eduardo, ¿y qué milagro que todavía no te casas? —indagó Sandra.

—Es que sobrina, hasta ahora no ha nacido la mujer que me turbe el corazón…

—¿Qué te turbe el corazón? A ti lo que te tiene turbado es otra cosa, seguramente andas de mujer en mujer… —intervine.

—Mira, Sandrita, cómo es tu mamá. Me está haciendo mala fama —respondió Eduardo.

—Ja, ja, ja… No creo que el tío Eduardo sea un mujeriego. ¡Si es todo un caballero! —respondió Sandra riendo.

—Bueno, hermanito. Tú quédate en casa. Si me permiten, tengo que regresar a la oficina —dijo mi esposo.

—Papi, ¿me llevas al centro, por favor? Necesito hacer unos trámites allí.

Quedamos solos Eduardo y yo, conversando alrededor de la mesa y compartiendo muchas anécdotas. Mi cuñado siempre ha sido un hombre muy alegre, bastante divertido y algo atrevido.

—¡Vaya, Diana! De verdad que mi hermano me ganó por puesta de mano —comentó Eduardo.

—¿Y qué te ganó? —pregunté haciéndome la desentendida.

—A ti, cuñada. ¡Estás absolutamente preciosa!

—Vamos, loquito. Me casé con Mario porque estoy y siempre he estado muy enamorada de él.

—Eso me parece muy bien, pero no quita que tengas un cuerpo impresionante. A pesar de los años, todavía guardas una belleza indiscutible y una figura de campeonato, que los chicos de la universidad siempre te han deseado. Seguramente lo tendrás atolondrado a Mario en la cama.

—Ji, ji, ji… Bueno, ya te lo podrás imaginar… ¡Y tú eres un envidioso!

—Por supuesto que sí, mi hermano está disfrutando de ese maravilloso cuerpo que tienes.

—¿Te gusta, cuñado? —me giré para mostrarle mi figura. En ese momento llevaba puesto un short de lycra, un top de tirantes y sandalias tipo Ipanema.

Para lo cual, Eduardo, se levantó y me tomó de las caderas, intentando darme un beso en los labios. Logré esquivarlo, pero llegó a besarme en la comisura de los labios y le sonreí.

—¡Oye, mañoso! ¡Recuerda que soy la mujer de tu hermano! —le repliqué, dándole un suave tirón de oreja—. ¡Atrevido! Ven, ayúdame a lavar los platos del almuerzo.

Lo tomé de la mano y lo llevé a la cocina. Mientras yo lavaba la vajilla, él se encargaba de secarla.

—Diana, ¡cómo ha crecido mi sobrina, eh! —comentaba Eduardo—. Ya es toda una mujer. Ustedes dos son bastante parecidas, en todos los aspectos.

—¡Oye, pendejo! ¡¿Ya le has visto el cuerpo a mi hija?! ¡Ustedes los hombres son unos pervertidos! ¡Ni tu sobrina se te escapa! Para eso me tienes…

—¿Para eso te tengo a ti…? —preguntó Eduardo.

—¡Oye, enfermo! ¡Nunca quise decir eso! Ya, ya, ya… sigue secando los platos que quiero irme a bañar.

En esos instantes yo me encontraba un poco perturbada. La presencia del hermano de mi esposo me despertaba emociones excitantes. Cuando terminamos con los quehaceres en la cocina, me dirigí a mi dormitorio a darme un baño, mientras Eduardo se quedaba en la sala viendo televisión. No podía resistir más; si seguía allí con él, iba a lanzarme a sus brazos o a hacer que me folle en la misma cocina. Estaba ardiendo de deseo y me sentía con la vagina empapada. Por otro lado, pensé por un instante, que tal vez él quiera cogerse a su sobrina y eso me preocupaba.

Después de bañarme, me recosté en la cama con la idea de hacer una siesta, pero lamentablemente no pude conciliar el sueño, estaba demasiado caliente. Hacía tiempo que no me sentía así por un hombre que no fuera mi marido. Entonces, escuché voces a lo lejos, parecían ser Eduardo y Sandra subiendo a sus habitaciones. Decidí hacerme la dormida. Llevaba un polo blanco de Mario, que estando de pie, cubría la mitad de mis glúteos y recostada sobre la cama, dejaba al descubierto mis piernas y todo mi trasero. Estaba echada de costado, con la cabeza vuelta hacia la derecha y la pierna recogida. No llevaba ropa interior y la puerta estaba abierta.

—¡Mira a mamá! —susurró Sandra—. Está profundamente dormida… ¡Puuuchaaa! Tápate los ojos, tío. Ya te ganaste con las piernas y el culo de mamá.

—¡Qué va, sobrina! ¡He visto tantos traseros y piernas en mi vida…!

—Pero no a mi mamá… Graciosito… Ji, ji, ji… Vamos a mi cuarto; me voy a dar una ducha, y mientras tanto, me esperas en mi cama para seguir conversando.

«Este huevón no sabe —pensaba— que su hermano disfruta mucho de este culo y de este cuerpo… Sandra, ¿está llevando a Eduardo a su habitación? Espero que mi cuñado no se pase de la raya con mi hija; si lo hace, le voy a cortar las bolas».

Mi hija salió de la ducha envuelta en una toalla que apenas cubría sus nalgas, y encontró a Eduardo en su cama viendo televisión. Mi cuñado llevaba puesto un polo y unas bermudas.

—¿Quién está jugando, tío?

—La “U” contra Cristal, sobrina… Y el partido está emocionante. Van dos a dos —respondió Eduardo.

Al ver a mi hija vestida así, mostrando sus lindas piernas, dijo:

—Mmm… Señorita.. Está usted muy, pero muy buena, ¿eh?

—¿Tú crees, tío? ¿Te parece? —dijo Sandra, recostándose en la cama con la cabeza apoyada en el pecho de Eduardo, dejando que él admirara sus hermosas piernas y pies. Mi cuñado aprovechó para abrazarla y acariciar su hombro y brazo. Pasaron un par de minutos, y mi hija dijo:

—Tío, disculpa. Me acordé de que dejé mi ropa interior en el baño —diciendo esto, se levantó bruscamente, propiciando que se le desatara la toalla cayendo ésta sobre la cama y mostrándose completamente desnuda ante la mirada atónita de Eduardo.

—¡Mierda! Oye, tío… Ay, bueno… Ya estarás acostumbrado a ver mujeres calatas… Y no creo que te importe ver a tu sobrina así, ¿verdad? —comentó mi hija con una sonrisa, mientras se dirigía al baño y regresaba desnuda. Recogió la toalla de la cama y se la volvió a poner, cubriendo su cuerpo antes de echarse nuevamente sobre el hombro de su tío, como si no hubiese pasado nada.

—¡Sandrita! ¡Me has dejado boquiabierto! —exclamó Eduardo.

—Ji, ji, ji… ¡No me digas que te has excitado! Mmm… A ver, a ver… Sí, veo un bulto en tu entrepierna… Ji, ji, ji…—respondió mi hija, mirando que se notaba el falo erecto de Eduardo y al mismo tiempo comenzó a frotar el pene de su tío por encima de la tela por unos segundos.

—¡Epa! ¿Qué haces, Sandrita? Te recuerdo que no soy de piedra… —mi hija sonrió.

Mientras tanto, yo me había situado junto a la puerta del dormitorio de mi hija para escuchar su conversación y pensé:

«¡Qué bien puta ha salido Sandra! ¡Esta niña… aunque ya no es una niña, está seduciendo a su tío! ¡Se lo quiere comer, la muy pendeja! Me lo quiere quitar. No, eso no se lo voy a permitir… ¡Pero qué estoy pensando! ¡No puedo competir con mi hija! Además, es el hermano de Mario».

—¡Al fin terminó el partido! Cinco minutos más y Cristal le metía otro gol a la “U” —dijo Eduardo—. Bueno, princesa, me voy a mi dormitorio, no quiero que tu mamá me vea aquí.

—Pero no tiene nada de malo, tío… Antes me veías sin ropa más a menudo.

—Tú lo has dicho, pequeña… ¡Antes! Ahora eres toda una mujer y una mujer muy hermosa.

—Okey, tío. Pero hazme un favor antes de irte a tu cuarto. ¿Puedes darme un masaje?

—¡¿Un masaje?! Pero, ¿y si se despierta tu madre? No creo que le vaya a gustar.

—No te preocupes, tío. Ella cuando duerme, lo hace como un lirón —ni bien terminó la frase, Sandra apartó la toalla de su cuerpo y se acostó boca abajo en la cama, completamente desnuda, mostrando a su tío un bonito trasero respingón.

Eduardo se quedó perplejo. No podía creer que la niña que conoció hace algunos años, ahora como mujer, le estuviera exhibiendo su cuerpo sin ningún pudor.

Yo seguía escuchando a mi hija y a su tío, y de vez en cuando asomaba un poco la cabeza para observar lo que estaba sucediendo.

—¡Ah, tío! Sobre mi tocador, hay una loción corporal. Con esa me haces el masaje.

Mi cuñado, como niño obediente, tomó la loción y comenzó a aplicársela en el cuerpo de mi hija. Iniciando desde los hombros, luego a lo largo de sus brazos, después la espalda.

«¡La puta madre! —reflexionaba, Eduardo—. Ya estoy bien empalmado… ¡Pero qué rico ojete tiene mi sobrina!»

A continuación, se salteó hacia las piernas. No quiso masajear sus nalgas.

—¡Tío, Eduardo! ¡Quiero que también lo hagas con mi nalgas!

—Está bien, está bien, hija… Aquí voy —respondió mi cuñado.

Eduardo echó un poco de loción en las nalgas de mi hija y procedió a masajear los glúteos, los abrió un poco y con el dedo pulgar frotó el ano, provocando en mi hija un suspiro. Frente a esta situación, Eduardo comienza a excitarse. Después se dirigió hacia las piernas y pies.

—¡Qué bien lo haces, tío! Mmm… ¡Se siente rico! Ahora tiito, voy a darme la vuelta para que le des masaje a ese lado.

Para evitar que su tío se sienta más incómodo, Sandra se colocó la toalla sobre su ojos. 

—Muy bien pequeña, empecemos por tus hombros —decía Eduardo visiblemente excitado al observar sus bien parados senos y la vulva depilada de mi hija. 

Al finalizar los masajes en sus hombros, continuó con los brazos.

«¡Carajo! Ahora debo masajear esas deliciosas tetas de Sandra» —reflexionó Eduardo.

El hermano de mi esposo, no vaciló más y empezó a amasar las tetas de su sobrina. No conformándose con eso, comenzó a tirar de los pezones.

—Mmm, mmm, mmm… Ay, tío Eduardo… ¡Qué delicioso! ¡Me gusta mucho!

Eduardo, continuaba masajeando los senos de mi hija, dedicándose mucho tiempo en ambos pezones, que hacían que Sandrita se deleitara de esas caricias que el hermano de su padre le estaba haciendo. 

—Oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… tío, tío, tío… se siente rico, mi amor… aaah, aaah, aaah… ufff, ufff, ufff…

Eduardo, al ver esa reacción de su sobrina, comenzó a succionar los pezones uno a uno detenidamente por varios segundos.

—Aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… —Sandra suspiraba de las mamadas que le proporcionaba mi cuñado—, ufff, ufff, ufff, oooh, oooh, oooh…

Posteriormente, pasó a masajear el vientre de mi hija. Luego prosiguió con su pierna derecha hasta llegar a sus pies. En esa parte de su cuerpo, disfrutó de cada uno de sus dedos, empezando por el dedo pequeño y terminando con el dedo gordo.Después, cambió a la pierna izquierda, avanzando lentamente hasta llegar a su muslo. Allí se detuvo por un momento y con sus pulgares acarició las ingles de Sandra. Notó que su vulva estaba encharcada de sus fluidos. Mi cuñado ya no pudo contenerse más. Abrió las piernas de la hija de su hermano, se inclinó hacia adelante y procedió a succionarle el clítoris.

—Aaarrg, aaarrg, aaarrg, oooh, oooh, oooh, ufff, ufff, ufff… ¡Sigue, sigue tío…! ¡Me gusta, me gusta…! Mmm, mmm, mmm… aaay, aaay, aaay… ¡Qué rico tiito, qué rico…! Sigue, sigue por favor… oooh, oooh, oooh, ufff, ufff, ufff, aaah, aaah, aaah…

«¡Dios santo! —pensé en ese momento— ¡Este huevón le está mamando la concha a mi hija…! ¡Ay, qué rico! Cómo quisiera estar en su lugar».

Fue tanta mi arrechura al observar que mi única hija estaba siendo sometida sexualmente por el hermano de mi esposo cuando inconscientemente empecé a acariciar mi clítoris. Esa escena de tío-sobrina, especialmente porque la sobrina era mi propia hija, me había aumentado el apetito sexual.

Eduardo, al mismo tiempo que le chupaba el coño a Sandra, procedió a desnudarse por completo.

—Sluuup, sluuup, sluuup… ¡Qué rica concha, sobrina! Está jugosísima, mi amor… sluuup, sluuup, sluuup… glup, glup, glup… mmm, mmm, mmm…

Después de varios minutos en que Eduardo le hacía cunnilingus a su sobrina, retiró su cabeza, se puso de rodillas, colocando las piernas de Sandra sobre sus hombros y procediendo a introducir su potente tronco.

—Ufff, ufff, ufff, aaah, aaah, aaah… ¡Qué rica pinga, tío! Oooh, oooh, oooh… ¡La siento grande…! Aaay, aaay, aaay… Destroza el coño de tu sobrina… Mmm, mmm, mmm, aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh… ¡Sigue, sigue así, mi amor…! Mmm, mmm, mmm…

—Tienes el coño apretadito, sobrina… Mmm, mmm, mmm… ¡Qué rica estás, mi niña! Oooh, oooh, oooh…

Pude ver toda la escena lujuriosa, ya que Eduardo se encontraba de espaldas a la puerta y sus pelotas se bamboleaban al ritmo de cada arremetida que le hacía a mi hija.

Luego, mi cuñado giró el cuerpo de mi hija y la colocó en la posición de perrito, continuando con la penetración.

Sin duda, Sandra, había heredado el grande y duro culo de su madre, que resulta un plato apetitoso para cualquier hombre y, en esos momentos su tío lo estaba disfrutándolo.

—¿Te gusta, sobrina? ¿Te gusta, mi amor?

—¡Sí, tío, siii! Aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm, ufff, ufff, ufff… Hazme tuya… aaay, aaay, aaay… Sigue culiando a la hija de tu hermano… oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… ¡Lléname de tu semen, cariño…! Aaah, aaah, aaah… ¡Lléname de tu esperma, tío! Ufff, ufff, ufff… No te preocupes… me estoy cuidando … aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh…

Era increíble la energía que irradiaba mi cuñado. Sandrita ya había alcanzado un orgasmo y se acercaba otro más.

—¡Ay, tío! ¡Ay, tío! Oooh, oooh, oooh…. ¡Me corro nuevamente! Mmm, mmm, mmm… ¡Me corro, me corro, me cooorrooo…! Aaah, aaah, aaah, ufff, ufff, ufff…

Sandra alcanzó un intenso orgasmo y, junto a ella, yo también. Tuve que taparme la boca con la mano para que no me escucharan. Inmediatamente después, Eduardo eyaculó dentro del coño de mi hija, inundando de su tibia leche toda su vagina.

A continuación, Sandra y Eduardo se recostaron sobre la cama. Sandrita, apoyó su cabeza sobre el pecho desnudo de su tío.

—Oooh… Hace tiempo que no tenía un polvo tan bueno, mi hija —dijo Eduardo—. Estuviste maravillosa, Sandrita.

—Mmm… Tío, tú también. ¡Me encantó, mi amor!

—Debes entender, Sandrita, que de esto no se dice nada a nadie, ¿eh?

—No te preocupes, tío Eduardo. Te lo prometo. No soy una niña.

Regresé de inmediato a mi habitación, tras salir del cuarto de mi hija, mi cuñado asomó la cabeza para confirmar si aún dormía en mi habitación y, al verme, pensó: «¡La puta madre! ¡Qué buena está Diana! Tengo que cachármela a ella también. ¡Si ya me follé a la hija, también tengo que follarme a la madre!».

Luego, Eduardo entró a su habitación, me metí a la ducha y me masturbé allí, recordando la buena cogida que tuvieron mi hija y mi cuñado.

Estaba indecisa sobre si reprocharle a Sandra lo que había visto minutos antes en su habitación, pero después lo reflexioné y lo dejé pasar. No quise armar un escándalo. Al fin y al cabo, cada quien hace con su cuerpo lo que mejor le parece.

Ya en la noche, durante la cena, donde los cuatro nos deleitamos de una buena comida y hablamos de diversos temas, noté que tanto mi hija como su tío Eduardo se lanzaban miradas cómplices.

Antes de dormir, como todas las noches, Mario y yo conversamos sobre los eventos del día.

—¿Y cómo lo ves a Eduardo, princesa? —preguntó mi marido.

—Cariño, es increíble lo mucho que se parece a ti.

—Bueno, por algo somos hermanos de padre y madre, ¿no? Y, ¿qué me cuentas de su forma de ser?

—No ha cambiado nada, de hecho, ahora lo encuentro más loco y más coqueto…

—¿Cómo así, mi amor? —preguntó Mario.

—Quizás no te hayas dado cuenta, pero me mira con unos ojos que quisieran devorarme entera…

—Ja, ja, ja… ¡No puedo creerlo! Pero, mi amor, si estás buenísima…

—¡Y no solo a mí, cariño! También a Sandrita.

No quise contarle a mi marido que su hija y su hermano ya habían fornicado, para no alterarlo.

—¿Estás segura, Diana? —preguntó mi esposo.

—¡Claro que sí, Mario! Nosotras las mujeres intuímos esas cosas rápidamente.

—¿Qué harías si Eduardo intentara besarte alguna vez?

—¡Lógicamente lo rechazaría, Mario! —le mentí a mi marido, porque no me faltaban ganas de acostarme con su propio hermano.

—Pero, ¿por qué, cariño? —indagó mi esposo.

—¡¿Cómo por qué?! Porque es tu hermano y, además, es otro hombre… Solo acepto besos tuyos, Mario y de nadie más… Mi amor, ¿qué te pasa, no te estoy entendiendo?

—¿Recuerdas, preciosa, que alguna vez hablamos de incluir a otra persona en nuestras relaciones sexuales? ¿Que nuestros encuentros ya no eran tan excitantes como antes?

—Sí, sí, lo recuerdo —le respondí—, pero pensé que sería con otra mujer… Bueno, eso no lo discutimos muy bien, hasta que nos olvidamos del asunto… Pero, meter a otro hombre a nuestra cama y, además, que ese hombre sea tu propio hermano…

—Pensándolo bien, sería mejor aún, la relación sería más discreta, ¿tú qué dices, cielo?

Me quedé pensando unos segundos, y luego continué:

—No voy a negar que tu hermano es bastante guapo y, además, tiene una buena verga…

—¡¿Qué?! ¿Le has visto la pinga a Eduardo?

Le conté a Mario sobre el incidente cuando lo encontramos mi hija y yo dormido en su dormitorio.

—Ja, ja, ja… ¿También mi hija vio el falo? —preguntó mi esposo.

—Siii… Además le dije a Sandra que tiene el pene muy parecido al tuyo…

—Ja, ja, ja… ¡Se habrá emocionado mucho Sandrita! —comentó Mario.

—Mmm… –me sorprendió la respuesta de mi esposo–. Pareciera que te excita saber que tu hija y yo nos emocionamos con la verga de tu hermano…

—Mmm.. Aunque no lo creas: ¡Sí!

—¡Eres un enfermo! —le dije, lanzándole la almohada a la cabeza en tono de broma.

—¡Tú serías capaz de entregar a tu hija y a tu esposa en los brazos de tu propio hermano! —le respondí, dándole un pequeño golpe en el hombro—. ¡Solo para excitarte viéndonos a nosotras follar con él!

—No te voy a engañar, princesa… ¿Sabes una cosa…? Me volvería loco de arrechura viéndolas coger a ustedes con otro hombre —contestó sonriendo.

Lo dejamos así y comenzamos a follar como si fuera la primera vez que teníamos sexo, y yo más, imaginándome con el hermano de mi esposo, que, por cierto, estaba divino. Todavía no me pareció el momento adecuado para decirle a Mario lo que había pasado con Sandra y Eduardo.

El lunes siguiente por la mañana, cuando mi marido y Sandra salieron a sus respectivas actividades, Eduardo y yo nos quedamos solos.

—¿Y qué tal, Eduardo? —le pregunté a mi cuñado—. ¿Qué planes tienes para hoy?

—Pensaba visitar a un amigo al que no veo desde hace algunos años, ¿por…?

—Antes de irte, ¿podrías hacerme un favor…?

—¡Claro que sí, Dianita!

—Vamos a mi cuarto —le dije—. Quiero mostrarte unas sandalias de tacón que me acabo de comprar y quisiera saber tu opinión.

Subimos a mi habitación. Él se sentó al borde de la cama mientras me observaba sacar unas sandalias de piel de leopardo. Me las puse, y estas eran de taco aguja, con una cinta dorada alrededor de mis dedos y otra cinta igual arriba de mi empeine. Mis uñas estaban pintadas de un color rojo carmesí.

—¿Y qué tal? ¿Cómo me quedan? —pregunté.

—¡Preciosas! Además, tienes unos pies hermosos… Mmm… Pero se verían mucho mejor con un vestido adecuado… Muéstrame algunos…

Le mostré algunos vestidos nuevos que había comprado hace algunos días y él escogió uno de ellos.

—Este me gusta… Puedes probártelo —me dijo.

—Mmm… Es un poco alto, pero no importa, voy al baño.

—¡Vamos, cuñada! ¡Puedes probártelo aquí mismo!

—¿Delante de ti? ¡Estás loco, Eduardo!

Me miró con cara de niño insatisfecho y le dije:

—Está bien, pero date la vuelta.

Después de un momento, le dije al hermano de mi marido:

—Ya puedes mirar.

—¡Vaya, Diana! Te ves increíble, cariño…

—¿De verdad lo crees, Eduardo? —le pregunté, girando sobre mí misma.

—¡Claro que sí! —respondió. Se levantó, me tomó de la cintura, me dio un beso en el cuello y luego otro.

—¡Basta, basta, no te pases, Eduardo! —le decía, aunque sin intención de alejarme—. ¡Pueden llegar Mario o Sandra!

Eduardo continuó besándome el cuello y sentí cómo empezaba a mojarse la concha, luego me dio un beso con lengua que aumentó mi deseo y, por supuesto, el suyo también.

Después de unos segundos, me alejé un poco de él y dije:

—¡No, no! ¡Esto no está bien, Eduardo! Estoy traicionando a Mario y, peor aún, con su propio hermano.

—Pero, preciosa, ¿quién va a enterarse? Sé que tú lo deseas tanto como yo…

Inmediatamente recordé la conversación que había tenido con mi marido la noche anterior y pensé que era la mejor oportunidad para hacer realidad su deseo… y el mío también. Fue entonces cuando me abalancé sobre su cuello, abrazándolo fuerte y continuamos besándonos apasionadamente.

—No te imaginas, Dianita, cuánto he deseado tenerte entre mis brazos, amor… —dijo entre besos.

Eduardo me condujo hacia la cama, despojándome del vestido. Sus manos recorrían mis senos sobre el sostén. Mis glúteos y piernas eran frecuentemente el destino de sus caricias. Por encima de mi calzón, manipulaba a su antojo mi vulva, luego comenzaba a sacar las bragas lentamente, pero con firmeza. De allí, retiró mi sujetador, dejándome completamente desnuda y a su merced, para después chupar mis pezones. Por mi parte, también ayudé a desnudarlo. Mi actitud era irreconocible, parecía una perra en celo. Deseaba disfrutar con cuñado a toda costa.

Su rostro lo colocó frente a mi vulva, comenzando a succionar con sus labios el clítoris, degustando mis labios interiores con gran frenesí, provocando de mi interior gemidos intensos y placenteros:

—Oooh, oooh, oooh, aaah, aaah, aaaah, mmm, mmm, mmm… ¡Me gusta, me gusta…! Aaay, aaay, aaay, oooh, oooh, oooh… ¡Sigue, sigue así, amorcito…! Mmm, mmm, mmm, ufff, ufff, ufff… ¡Sigue comiendo mi coño! Aaah, aaah, aaah… ¡El coño de la mujer de tu hermano! Oooh, oooh, oooh…

Después de que Eduardo disfrutó varios minutos de mi panocha, lo cual me llevó a un orgasmo, me dio media vuelta y me colocó en cuatro.

—¡Qué rica que eres, cuñadita! ¡No te imaginas las veces que he soñado con follar esta deliciosa concha que tienes!

—Aquí me tienes, Eduardo… aaah, aaah, aaah, mmm, mmm, mmm… Soy toda tuya… oooh, oooh, oooh… Todo el cuerpo que ves y tocas… aaay, aaay, aaay, ufff, ufff, ufff… que le pertenece a tu hermano, ahora es tuyo… ¡Solamente tuyo! Ufff, ufff, ufff, oooh, oooh, oooh…

Apenas terminé de hablar, incrustó su potente verga dentro de mi chorreante vagina:

—Aaarrg, aaarrg, aaarrg… mmm, mmm, mmm… oooh, oooh, oooh… ¡La siento toda, Eduardito…! Aaay, aaay, aaay, oooh, oooh, oooh… ¡Qué deliciosa pinga tienes, cariño…! Ufff, ufff, ufff… ¡Rico, rico…! Aaah, aaah, aaah, mmm, mmm, mmm, oooh, oooh, oooh…

Eduardo continuaba bombeando mi jugosa concha y yo disfrutaba de las embestidas que él me ofrecía.

—¡Ahora eres mi puta, mi perra, mi furcia…! —resoplaba mi cuñado, excitado porque finalmente podía fornicar a la mujer que tanto deseaba—. ¿Sientes mi polla, puta?

—¡Sí, cabrón! Aaarrg, aaarrg, aaarrg, oooh, oooh, oooh… ¡La siento enterita dentro de mí…! Oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… ¡Eres un hijo de puta! Mmm, mmm, mmm, aaay, aaay, aaay… ¡Te estás tragando a la mujer de tu hermano…! Ufff, ufff, ufff… ¡Me encanta tenerte dentro de mí…! Aaah, aaah, aaah… ¡Sabrosa tu pichula, Eduardo…! Aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh…

Eduardo me tenía arrodillada, con las piernas bien abiertas, con el culo bien empinado, mis tetas y mi rostro reclinados sobre la cama, y la mirada puesta en la puerta. Al colocarme en esa posición, me pareció ver una sombra humana que se reflejaba desde la habitación de Sandra, pero no era ella, de eso estaba segura, por la silueta; pensé zafarme de la verga que tenía incrustada dentro de mi vagina, pero después lo medité mejor y pensé que lo más seguro que era mi esposo Mario, que estaba disfrutando cómo su hermano follaba a su esposa. Al darme cuenta de eso, todo mi cuerpo fue invadido de lujuria, lascivia, perversión, aumentando mucho más las ganas de coger con Eduardo.

—¡Sigue, sigue, cabrón…! Oooh, oooh, oooh, aaah, aaah, aaah, mmm, mmm, mmm… aaay, aaay, aaay, mmm, mmm, mmm… ¡Dame duro, dame duro, hijo de puta…! Ufff, ufff, ufff… —me excitaba sobremanera al saber que mi marido se encontraba allí, escuchando y viendo cómo se la follaban a su mujercita y nada menos que su propio hermano—. ¡Rómpele el coño a tu cuñada…! Mmm, mmm, mmm, aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh…

—¡Cómo te gusta la verga, mi putita…! ¡Qué rica eres cachando…! ¡Cómo envidio a mi hermano, mi amor…!

—¡Siii! ¡Soy una puta! Oooh, oooh, oooh, aaay, aaay, aaay, mmm, mmm, mmm… ¡Dilo, dilo, Eduardo! Ufff, ufff, ufff… ¡Soy una golfa, una ramera…! Aaah, aaah, aaah, mmm, mmm, mmm… Me gusta sentirme una puta… Oooh, oooh, oooh, aaah, aaah, aaah… ¡Soy una perra…!

No solo eres una puta, sino que disfrutas de la verga como si fuera un dulce… Eres una zorra… Una perra… Una cualquiera…

A mí me encantaba que mi cuñado me hablara guarradas, cochinadas, ya que eso avivaba mi deseo. Después de varios minutos en los que mi cuñado me estaba bombeando el coño, mis fluidos caían gota a gota hacia la cama, formando un charco bastante visible. Luego, hice que Eduardo se acostara sobre la cama boca arriba, con su vergota apuntando hacia el techo, claramente cubierto de nuestros fluidos, y me coloqué encima de él en la posición del sesenta y nueve. Comencé a darle una buena mamada a su pija. Él, a su vez, introdujo su lengua y labios dentro de mí, haciéndome embriagar de placer.

—Aaay, aaay, aaay, mmm, mmm, mmm… ¡Eres un bruto…! ¡Pero así me gusta papacito…! Oooh, oooh, oooh… Así mi amor… Aaah, aaah, aaah… ¡Qué rico se siente…! Aaah, aaah, aaah, ufff, ufff, ufff, oooh, oooh, oooh… ¡Eres un puerco…! Mmm, mmm, mmm, aaay, aaay, aaay… ¡Cómo te gusta chupar mi coño…!

Esa posición impedía que Eduardo pudiera ver hacia la puerta de la habitación, pero yo sí podía hacerlo, por lo cual, observé que Mario se había sacado la verga y se estaba masturbando, mientras que su mujercita le chupaba la polla y las pelotas a su propio hermano. Aproveché para hacerle un guiño a mi marido y regalarle una sonrisa de puta, dándole a entender que me encontraba disfrutando de la follada y de la verga de su hermano.

Después de varios minutos de disfrutar en esa posición, no pude contener un nuevo clímax.

—¡Mierda, mierda, mierda…! Oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm, aaay, aaay, aaay… ¡Estoy por correrme, cabrón…! Aaah, aaah, aaah, aaay, aaay, aaay… ¡No puedo más, no puedo más, no puedo más…! ¡Me vengo, me vengo, me veeengooo…!

Mi corrida fue espectacular, que de seguro le bañé la cara a mi cuñado, porque mi cuerpo reacciona así, cuando estoy excitada mis flujos vaginales son abundantes.

—¡Yo también voy a correrme, Dianita…! ¡Voy a correrme! —expresaba mi cuñado.

—No te preocupes, Eduardo… ¡Córrete, amor! ¡Córrete! Quiero recibir tu semen en mi boca… Sluuup, sluuup, sluuup… glup, glup, glup… sluuup, sluuup, sluuup… glup, glup, glup… ¡Qué bárbaro, Eduardo…! Glup, glup, glup… sluuup, sluuup, sluuup… ¡Qué cantidad de leche, cariño…! Glup, glup, glup… sluuup, sluuup, sluuup… glup, glup, glup… sluuup, sluuup, sluuup… glup, glup, glup… 

Mientras me tragaba el esperma de Eduardo, observaba a mi esposo gozando ver a su propia mujer tragar el semen de su hermano.

A los pocos segundos, escuché que timbraba mi celular: era Sandrita. Mi esposo bajó rápidamente y en silencio las escaleras. 

—¡Hola, hola! ¡Diana, mi amor! —hablaba en voz alta Mario, subiendo las escaleras y fingiendo que recién llegaba a casa.

Entre tanto, Eduardo fugó directamente a su habitación y se encerró en ella.

—¡Hola, cariño! ¡Estoy en nuestra habitación! —le respondí inmediatamente.

Justo terminaba de conversar con nuestra hija, cuando mi marido entró a nuestra alcoba, cerró la puerta y se echó conmigo en la cama, dándome un beso con lengua que duró varios segundos.

—Mmm… Tu boca sabe y huele a esperma, mi gatita… Pero me encanta…

—¡Eres un enfermo…! ¿Te gustó lo que viste, amor?

—¡Ja! ¡No solamente me gustó, sino que me encantó! —respondió él—. Y a propósito, ¿dónde está mi hermano?

—Se fue corriendo a su dormitorio.

Esa vez, Mario y yo follamos como desquiciados.

Después de follar, Mario me dijo:

—¡Carajo, mi amor! Después de tanto tiempo que me he tirado un polvo tan rico…

—¿Realmente te excitó verme coger con tu hermano? —le pregunté a mi marido.

—¡Estuviste maravillosa, mi amor! Especialmente cuando le estabas mamando la verga, me sonreíste y me guiñaste el ojo…

—Ja, ja, ja… Sabía que eso te gustaría… Por eso lo hice a propósito…

—Nunca pensé que me pondría tan arrecho ver a mi mujer follar con otro hombre, en serio, mi amor…

—Mmm… Entonces a partir de ahora, mi querido esposo, tendrás que acostumbrarte a compartir a tu mujercita con otro hombre, y más aún, si ese hombre es tu hermano… Ji, ji, ji…

—¡Mierda! ¡Te vas a convertir en una puta…!

—¡Y eso te gusta, amorcito…! —le dije dándole un beso en sus labios.

—¡Bueno…! Te dejo, mi cielo… Solo regresé a casa por unos documentos…

Después de haber fornicado con mi marido, él tomó un baño rápido y se fue a su oficina. Yo también me di una buena ducha y fui a tocarle la puerta a Eduardo, diciéndole que ya podía salir, que Mario había regresado a su oficina.

—¡Diana! —preguntó mi cuñado— ¿Mario, sospechó algo…?

—No te preocupes Eduardo, no sospechó absolutamente nada… podemos estar tranquilos…

—¡Puuucha, cuñada! ¡Pero, qué rico qué coges mujer!

—Ja, ja, ja… Me alegro que te haya gustado, Eduardo.

—Vamos a tener que repetirlo, sin lugar a dudas… —dijo Eduardo.

—Cuando quieras, cariño… Pero, eso sí, con mucho cuidado… ¡Ya sabes!

—Pierde cuidado, preciosa. No nos conviene a ninguno de los dos —me respondió Eduardo con una sonrisa, sin saber que su hermano ya sabía de lo nuestro—. Bueno, me voy, preciosa, regreso para almorzar.

—Okey, te estaremos esperando.

Por la noche, antes de dormir, estuvimos follando con mi marido nuevamente, estimulados especialmente por lo acontecido esa mañana. Después del coito, Mario me dijo:

—Cariño, mañana por la tarde estaré viajando para Lima…

—Seguramente por tus reuniones mensuales, ¿verdad? Espero que te comportes bien, ¿eh? El hecho de que te guste verme follar con otros hombres no significa que me guste que tú hagas lo mismo con otras mujeres…

—No, no, mi amor. A mí me gusta más saber que estás cachando con otro hombre. Pierde cuidado, princesa, más bien te dejo el camino libre… No, le dejo el camino libre a Eduardo para que te coja bien rico preciosa…

—Ja, ja, ja… En ese aspecto tienes toda la razón.

Al día siguiente, después que Mario se fue a Lima, todo transcurrió con total normalidad entre Eduardo, Sandra y yo.

Por la noche, antes de dormir, esperaba a que Eduardo llegara a mi dormitorio, pero no lo hizo. Ya era casi medianoche, así que decidí ir a buscarlo. Al salir, escuché unos gemidos provenientes de su habitación. Al acercarme a la puerta, me di cuenta que mi hija y su tío se encontraban follando otra vez. Pensé: «¡Mierda! ¡Está pendeja de mi hija me está quitando la leche que me pertenece!». 

No estaba segura si irrumpir en la habitación o volver a mi cuarto. Finalmente, opté por entrar. Abrí la puerta lentamente y entré en forma sigilosa. Yo llevaba puesto un babydoll con una tanga y un brasier, todo de color rojo. Me quedé pegada a la puerta, sin cerrarla completamente. Felizmente, la luz de la lámpara estaba encendida, lo que me permitía ver cómo fornicaban. Observé las pelotas de mi cuñado que rebotaban sobre el culo de Sandra y el ruido que hacían cuando la verga invadía la cueva lujuriosa de mi hija, percibiendo una buena cantidad de flujo vaginal que escurría por su vulva y empapaba la sábana. Ellos, en la arrechura del momento, no se habían percatado de mi presencia. Además, estaban en la posición del misionero, con Eduardo de espaldas a mí, mientras mi hija tenía las piernas sobre sus hombros.

—Aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… —escuchaba los chillidos de mi hija—. ¡Así, así, cabrón! Ufff, ufff, ufff, aaay, aaay, aaay, mmm, mmm, mmm… ¡Dale duro a tu sobrina…! Aaah, aaah, aaah… Siento toda tu verga, tío… toda tu verga… mmm, mmm, mmm, oooh, oooh, oooh… 

—¡Baja un poco la voz, Sandra! Tu madre nos podría escuchar —le dijo mi cuñado.

—¡Rica tu pinga tío, rica…! Oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… No te preocupes, amor… aaah, aaah, aaah, siii, siii, siii… Ya te he dicho que ella… mmm, mmm, mmm… tiene el sueño muy profundo… ¡Ay, Dios…! ¡Ay, Dios…! Me vengo, me vengo… ¡No la saques…! ¡No la saques…! Me corro, me corro, me corrooo… 

Mientras Sandra experimentaba un orgasmo, Eduardo eyaculó en su vagina, inundándola de esperma. 

Lo que hice de inmediato fue encender la luz de la habitación y ambos se giraron para mirar quién había hecho eso. 

—¡Mamaaa…! —exclamó asombrada mi hija. 

—¡Diana…! —añadía mi cuñado. 

—¿Me podrían explicar qué sucede aquí…? —lo dije con calma y serenidad, con las manos en la cintura—. Porque estoy convencida de que no están mirando la televisión… 

—No, no… No es lo que aparenta, Diana —afirmó Eduardo. 

—Bueno, he notado que estabas introduciendo tu majestuosa polla en el chorreante coño de mi hija… ¿No es cierto, señorita Sandra…? —respondí al hermano de mi marido—. O más bien, te encontré follando a la hija de tu propio hermano. 

—¡Ay, mamá! ¡Ay, mamá! —sollozaba mi hija—. Perdóname, por favor perdóname. Yo fui quien lo buscó… ¡Te ruego que no se lo cuentes a papá! ¡Por favor, mamá! 

—¡Ya, ya! ¡Sin llanto, por favor! No se alarmen, no diré nada… Eso quedará como un secreto entre nosotros tres… 

—Gracias, Dianita —respondió Eduardo—. De verdad, te agradezco mucho… No sé cómo compensar lo que harás por nosotros… 

—Por supuesto, este silencio tendrá un precio.. —les dije a los dos. 

—Eeeh… ¿Qué quieres decir, mamá? —preguntó mi hija desconcertada. 

—Es muy simple… A partir de ahora en adelante, tú y yo vamos a compartir a Eduardo —contesté de manera firme. 

—¡¿Quééé?! ¡Estás loca, mamá…! ¡Mi tío Eduardo es el hermano de tu esposo…! 

—¡Sííí…! ¡Él es el hermano de tu papá y el cuñado de tu madre! ¿Te preocupó eso antes de abrirle las piernas a tu tío…? 

—Aparte que Eduardo y yo, ya hemos cogido una vez… ¿No es cierto, cuñadito…?

—¡¿De verdad te la has tirado a mamá tío…?! —le preguntó a mi cuñado.

—Eh, ejem… 

—¡Son ustedes una mierda…! ¡Carajo!

Sandra salió de la habitación desnuda y molesta, dejándome sola con Eduardo. Nos quedamos mirando por unos segundos y finalmente ambos sonreímos.

—¡Eres una pendeja, Diana! —manifestó Eduardo—. Se la lanzaste así a Sandra, como si fuera algo insignificante…

—¡Ay, ya, deja de estar hablando cojudeces…! ¡Aquí los pendejos somos los tres! ¿Sí o no…?

Eduardo, empezó a recorrer con su mirada todo mi cuerpo.

—¡Madre e hija, tienen el mismo cuerpo! —comentó Eduardo—. Sin duda, lo que se hereda no se hura.

Comencé a agarrar los huevos y la pija de Eduardo, muy mojados por los flujos de mi hija y por su esperma, le pregunté:

—¿Crees poder echarte un polvo más…? —inquirí con una sonrisa coqueta.

—Eso lo vamos a averiguar ahora mismo.

El hermano de mi marido me tiró a la cama y comenzó a besarme fervorosamente, quitándome el babydoll, el brasier y la bombacha, dejándome completamente desnuda y a su merced. Recorrió con sus labios y lengua todo mi cuerpo, desde el cuello hasta la punta de mis pies. Mientras tanto, en la medida que podía, me apoderaba de su polla, que ya se encontraba completamente erecta, segregando más líquido seminal. Yo sabía que esa verga, enfangada con semen y con los flujos de mi hija, muy pronto iba a estar dentro mío y eso me excitaba más.

Me colocó en cuatro patas y de un solo empellón introdujo su inmensa verga hasta el fondo de mi chocho, que ya se encontraba bastante húmedo.

—Aaarrg, aaarrg, aaarrg, mmm, mmm, mmm, oooh, oooh, oooh… ¡Eres un bruto, Eduardo! Ufff, ufff, ufff… Sigue, sigue, amorcito… aaah, aaah, aaah, mmm, mmm, mmm… Así como se lo metías a mi hija… oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm, aaay, aaay, aaay…

—¡Eres bien arrecha cuñadita! Igual que Sandrita.

—¡Deja de hablar huevadas! Oooh, oooh, oooh, aaah, aaah, aaah… Sigue comiéndome el coño… ufff, ufff, ufff, siii, siii, siii… ¡Lo siento, rico amor! Mmm, mmm, mmm…

Eduardo permaneció perforándome la concha por varios minutos, probablemente porque ya había eyaculado con mi hija. No podía resistir más los embates de su gruesa y larga pichula dentro de mi vagina, por lo que exploté en un sonoro orgasmo.

—Aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm, aaay, aaay, aaay, siii, siii, siii, la puta, la puta, la putaaa… —mis gritos fueron tan violentos y sonoros que se escucharon por toda la casa y, debido a eso, Sandra ingresó efusivamente al dormitorio y nos dijo:

—¡Son una sarta de enfermos! ¡¿Y tú mamá, podrías no ser tan gritona?! ¡No me dejan dormir, carajo!

Después que Sandra se fue a su habitación, Eduardo y yo nos reímos en voz baja.

—¡Eres muy chillona, amorcito! —observó el hermano de mi esposo.

—¡Ay, pero qué quieres que haga! Si me cachas tan rico… mmm… estuvo delicioso cuñadito… continúa, cariño…

—Mmm… yo todavía no acabo, preciosa, así que vamos preparando tu rico culito, que por cierto está hecho un primor…

—¡Eres goloso, pendejo! Pero primero lúbricalo bien con tu saliva.

Después que Eduardo, preparó mi anillo anal en la pose del perrito, separé mis nalgas con ambas manos para facilitar la penetración, cosa que Eduardo lo hizo bien despacio y me lo metió hasta el fondo del recto.

—Aaarrg, aaarrg, aaarrg, aaay, aaay, aaay, mmm, mmm, mmm… ¡Qué rica se siente tu polla…! Oooh, oooh, oooh, aaay, aaay, aaay… ¡Rico, rico, rico…! Entró todita Eduardo… mmm, mmm, mmm, aaah, aaah, aaah… Así, así, cariño, destrózame el culo… oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… como lo hace tu hermano… aaay, aaay, aaay, aaah, aaah, aaah…

—Siii, cariño. Se ve que mi hermano disfruta bien de este lindo agujero, ¿eh?

—¡Por supuesto, amor! Oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… Siempre lo usa…

Eduardo comenzó a perforar mi recto de manera excesiva. Insertaba su miembro, lo retiraba por completo y luego rápidamente lo volvía a poner, repitiendo esto varias veces. A la vez, sus dedos acariciaban el clítoris, provocando en mí una intensa sensación de placer. Permanecimos en esa posición durante varios minutos, hasta que noté que mi intestino se estaba llenando de un líquido caliente que evidentemente era el esperma del hermano de mi esposo. No logré aguantar más, así que empecé a sentir electricidad que me recorría de los pies a la cabeza, acelerando mi respiración y mis pulsaciones. Exploté en un intenso orgasmo. 

—Aaarrg, aaarrg, aaarrg, aaay, aaay, aaay, ooh, ooh, ooh, mmm, mmm, mmm… ¡Hijo de la gran puta…! ¡Hijo de la gran puta…! Aaah, aaah, aaah, mmm, mmm, mmm… ¡No lo saques! ¡No lo saques! Oooh, oooh, oooh… ¡Rico, rico, rico…! Ufff, ufff, ufff, mmm, mmm, mmm…

Manteniendo mi posición en cuatro patas, recibiendo las últimas gotas de semen de mi cuñado, con el culo en pompa y él, medio recostado sobre mi espalda, pensé que en la habitación contigua estaba mi hija, quien probablemente había escuchado todo y seguramente se encontraba muy molesta. 

—¡Mierda! ¡Olvidé que Sandrita está en su habitación! —comenté—. Me estará puteando en estos momentos… 

—Pero qué puedes hacer, Dianita… Eso no se puede evitar… Con el tiempo se irá acostumbrando.

—Ja, ja, ja… ¡Eres una mierda, Eduardo…! Yo también tendré que acostumbrarme, ya que mañana es tu turno de cachar con ella… 

—Ustedes dos me van a dejar con los huevos secos… —se quejó mi cuñado. 

—¡Mírenlo al huevón este, lo que está diciendo…! Te estás cogiendo a la madre y a la hija, además de a la esposa de tu hermano y a la hija de este… ¡No me jodas, Eduardo! ¡Cuántos hombres desearían estar en tu lugar!

—No estoy quejándome, princesa… Solo lo menciono como un comentario… 

Me dormí en la cama de mi cuñado y, antes de que saliera el sol, regresé a mi habitación, tomé una ducha, me vestí y bajé a preparar el desayuno. 

En mis pensamientos pensaba: “Carajo, qué buen polvo tuve con Eduardo… Cuando baje mi hija, ya imagino la expresión que hará… Realmente soy una perra… Cuando se lo cuente a Mario, seguramente se va a poner muy cachondo el pendejo… No puedo creer que a un hombre le excite saber o ver a su mujer follando con otro… Bueno, mejor para mí, así tengo dos hombres a mi servicio”. 

Aproximadamente a los veinte minutos, Sandra apareció y por la forma en que se encontraba vestida, era muy probable que iba a salir a la calle. 

—Hola mamá… Buen día —respondió. Me sentí confundida. Supuse que iba a estar enojada conmigo por lo ocurrido con su tío Eduardo—. Y, ¿cómo te encuentras esta mañana? 

—Eeeh… Buen día, hija… Bien, Sandrita… 

—Por supuesto que debiste despertar en excelente forma, con los polvos que te echaste con el tío Eduardo, no es de extrañar… ¡Si tus gritos resonaron en toda la manzana…! 

—Perdóname, cariño… Honestamente no pude evitarlo —le contesté—. Y sin intención de recriminarte, tú también causaste mucho alboroto… 

—¡De tal palo, tal astilla! ¿Acaso no…? Quiero hablar contigo sobre esto, ahora que el tío Eduardo no está presente. 

—Claro, claro, Sandrita, ¿qué sucede? 

—Bueno, ahora que nos hemos convertido en las amantes caseras del tío Eduardo, he considerado que mejor lo compartamos: hoy me toca a mí y mañana a ti, y así consecutivamente, ¿qué te parece…? No vaya a ser que en cualquier momento ambas coincidamos en la misma cama con él… Ji, ji, ji…

No podía creer lo que estaba escuchando de los labios de mi hija, resultó ser tan pendeja como yo, más bien corregida y aumentada. Bueno, al final eso era lo que yo deseaba.

—Pe-pe-pero, ¿estás segura, mi amor? —cuestioné.

—Sí, mamá… En realidad lo que siento por tío Eduardo es solo sexo y… aunque parezca algo pervertido, me excitó mucho el parecido que tiene con papá… Y te cuento algo, pero no lo tomes a mal

—No, no, hija… Cuéntame con confianza, soy tu madre a pesar de todo…

—¡Me imaginé que estaba follando con papá y eso me puso más arrecha todavía…! ¿Estaré mal…?

—Mmm… No hija… Mmm… no, no está mal, sino que es raro… —intentaba mantenerme lo más tranquila posible, ya que lo que me contaba no me parecía correcto, pero quién era yo en aquellos momentos para reprocharle esos sentimientos—. Es más, debo confesarte que yo también sentí deseos sexuales por tu abuelo cuando era una adolescente como tú… ¿aunque no lo creas?

—¡Por eso me parezco tanto a ti! Ji, ji, ji…

—Ja, ja, ja…

Al terminar el desayuno, Sandra se fue a visitar a una amiga, entre tanto Eduardo bajaba para desayunar.

—Buenos días, preciosa. ¿Cómo ha amanecido mi dama encantadora…? Mmm… ¿Acaba de salir Sandrita, no..?

—Sí, se fue a visitar a una amiga… Yo amanecí bien… Me dejaste mis dos agujeros llenos de leche… Ji, ji, ji… Y un poco adoloridos…

—Ja, ja, ja… No recuerdo haber follado así con una mujer. Eres espectacular Dianita. 

—Gracias, amor. Pero tú tampoco te quedas atrás… Lamentablemente hoy te toca follar con mi hija…

—¡¿Queee…?! —exclamó mi cuñado, visiblemente confundido—. No lo entiendo.

Entonces, le conté sobre la conversación que había tenido con mi hija unos minutos antes.

—¡No puedo creer que Sandrita te haya dicho eso! La verdad que me siento como el hombre más afortunado del mundo…

—¡No, el más degenerado y pervertido que conozco! —le respondí—. Así que más te vale cumplir con nosotras dos y no andar buscando por ahí, porque sé cómo eres…

—No te preocupes Dianita… Y pensar que tengo a dos mujeres espectaculares en casa… Mmm… Bueno, ya regreso princesa. Estoy aquí para almorzar juntos.

—Así es cuñado… Aprovecha, que Mario todavía está de viaje.

Me quedé sola en casa haciendo mi labor culinaria como todos los días, porque me encanta cocinar. Mientras tanto, la señora que se encarga de la limpieza hacía su rutina habitual.

El almuerzo entre los tres fue muy ameno. Compartimos anécdotas de la mañana, hasta que mi hija tocó un tema más delicado:

—Tío Eduardo… Supongo que mamá ya te habrá contado lo que hablamos esta mañana…

—Eeeh… Sí, sí… —noté que Eduardo estaba algo sorprendido por la naturalidad con que su sobrina abordó el asunto. Aunque, para ser sinceros, creo que no es algo tan complicado para los jóvenes de hoy en día—. Por supuesto, Sandrita, esta noche tendré el honor de tu compañía y mañana el de tu señora madre…

—¡Caray, Eduardo! —dije yo—. Lo dices como si cada noche nos fueras a dar una clase magistral…

—¡Sí! ¡Una clase magistral de sexo! Ja, ja, ja… —respondió mi hija.

—¡Ay, hija! ¡Lo dices así, tan naturalmente!

—Pero, ¡claro, mamá! Hoy me va a follar a mí y mañana a ti. ¿O estoy mintiendo?

—¡Bueno, bueno, chicas! —dijo, Eduardo—. Tal vez no sea el más indicado para decirlo, pero tenemos que afrontarlo. Así todos podremos disfrutarlo y, sobre todo, que Mario no se entere cuando regrese.

—Tienes razón, Eduardo —respondí de inmediato, reconociendo que el hermano de mi marido tenía razón. En especial porque yo era la que más complicada estaba en esto: ser infiel a mi esposo con su propio hermano, permitir que Sandrita cogiera con su tío y, para colmo, compartir al mismo hombre con mi propia hija.

Eduardo se retiró a su alcoba a descansar, y yo me quedé sola con mi hija. Quería hablar con ella para que no perdiéramos el rumbo y evitar cualquier confrontación entre nosotras en el futuro.

—Sandrita, cariño. ¿Podemos charlar un momento?

—Por supuesto, mamá… ¿De qué se trata?

—Si crees que no debería involucrarme en este trío sexual, no tengo problema en apartarme. Siento que te estoy dando un mal ejemplo al serle infiel a tu padre, compartiendo al mismo hombre, y ese hombre es el hermano de tu papá.

—¡No, mami! ¡Para nada! —objetó mi hija—. Por el contrario, me parece excitante… aunque no lo creas, me da mucho morbo. Como ya te comenté: cuando estaba cogiendo con tío Eduardo, imaginaba que era papá quien estaba allí.

—Parece que hemos despertado el lado retorcido de nosotras… Ji, ji, ji —le dije a Sandra, quien me respondió con una sonrisa.

—Me va a poner más cachonda cuando tío Eduardo me esté cogiendo y tú escuchando todo… Ji, ji, ji… 

—Ja, ja, ja… Igual me va a pasar a mí, sabiendo que Eduardo te estará haciendo cosas ricas… Ja, ja, ja…

Y así fue que esa misma noche, mi hija Sandra se fue a la cama muy temprano con su tío Eduardo. Mientras tanto, yo me quedé abajo viendo la televisión un rato. Alrededor de las diez y media, antes de irme a mi recámara, me asomé a la puerta de mi cuñado y pude escuchar los alaridos de placer de mi hija. Abrí ligeramente la puerta y vi que Eduardo tenía a mi hija apoyando sus manos sobre la ventana, mientras que por detrás mi cuñado insertaba su potente tronco dentro de la vagina de su sobrina y ella disfrutando de su gruesa y larga verga. 

–Mmm, mmm, mmm, oooh, oooh, ayyy, ayyy, ayyy, ufff, ufff, ufff… ¡Qué rico tío, qué rico…! Oooh, oooh, oooh… Así, métemela, como se la metías a mamá… Aaah, aaah, aaah…

–¡Cómo te gusta la pinga, Sandrita…! ¡Eres igual de puta como tu madre… Mmm… Te chorreas igual que ella…

Ese huevón nos veía como putas… Aunque no le faltaba razón. Mi hija y yo nos estábamos convirtiendo en unas rameras, pero en vez de molestarme, me excitaba sobremanera. No quise seguir escuchando, porque me estaba poniendo muy caliente, así que decidí retirarme a mi dormitorio y usar el vibrador en mi coño para calmarme y dormir tranquila.

Al día siguiente, durante el desayuno, estuvimos los tres conversando animadamente sobre muchas cosas, y mi hija mencionó lo siguiente:

—¡Ay, mamá! ¿Y cómo lo haremos cuando papá regrese a casa?

—¿Cómo haremos qué cosa, hija?

—¡Lo de seguir follando cada noche con el tío Eduardo!

—Si, justamente estaba pensando en ello cuando ustedes dos estaban fornicando…

—Ja, ja, ja… —rieron mi hija y Eduardo. Yo sonreí.

—No hay problema, al menos con ustedes dos… —continué—. Siempre y cuando, hijita, no seas tan chillona como hasta ahora… El problema será para mí. Cómo lo voy a hacer para disfrutar del buen falo de tu tío Eduardo…

—Ji, ji, ji… Entonces, tío Eduardo será solita para mí… Ji, ji, ji… —respondió Sandra bromeando, acariciando el brazo de su tío y lanzándole una mirada coqueta. 

—No te hagas ilusiones, mi amor… —le respondí a mi hija—. Encontraré una solución para eso. Estoy segura que tu tío no me va a soltar así tan fácilmente… Ja, ja, ja… ¿O sí…?

—No, no. De ninguna manera. En realidad chicas, disfruto intensamente de sus lascivos cuerpos… Tanta falta me hace Diana como Sandrita… Me estoy mal acostumbrando, ¿eh? —reconoció el hermano de mi esposo.

–¡Y tú también cachas bien rico tiíto…! ¿No es así, mami…?

–¡Oye, niña, contrólate! Caray, has salido igual que tu madre. Cualquiera que nos escuche, va a pensar que somos unas golfas. 

Los tres nos reímos de la ocurrencia.

Los dos salieron de la casa y me quedé pensando en cómo lo resolvería. Yo no tenía ningún problema, ya que a mi marido le excitaba que otro hombre me cogiera; el problema era Sandra, que no sabía que su propio hermano se estaba acostando con nuestra hija.

Llegó la noche y me fui con Eduardo a su habitación. Mientras tanto, Sandrita nos miró con una sonrisa mientras subíamos por las escaleras.

Esa noche, mi cuñado y yo nos tiramos dos polvos deliciosos, y me quedé dormida, desnuda entre sus brazos. Por la mañana, mi hija tocó la puerta para indicarnos que se nos hacía tarde. Reaccioné inmediatamente y salí del cuarto desnuda, rumbo al mío. Al verme así, mi hija me dijo:

—¡Mujer adúltera! ¿No te da vergüenza salir así después de coger con el hermano de tu marido? Ja, ja, ja…

Le respondí con una sonrisa y luego le saqué la lengua mientras me dirigía a mi dormitorio para darme un baño rápidamente. 

Mientras el agua recorría mi cuerpo, reflexionaba: “Realmente soy una prostituta. Debo admitir que mi hija también lo es. Lo positivo de esta situación es que Sandrita y yo parecemos más amigas que madre e hija. Desde que compartimos a Eduardo, muchas cosas han cambiado entre nosotras, espero que sean para bien y que no me arrepienta más tarde. Lo bueno es que ella lo ha tomado de manera sexual, sin involucrar sentimientos. De verdad que nos parecemos mucho, como dice el refrán: de tal palo, tal astilla. Por ahora, me siento tranquila.

Pasaron varios días en los que nos turnamos cada noche para disfrutar de la buena verga de mi cuñado. Es más, por la casa caminábamos desnudas o semidesnudas delante de Eduardo y él también hacía lo mismo. De vez en cuando nos regalaba un beso profundo, otras veces nos daba nalgadas. Igual nosotras: cogíamos su polla con sus huevos, otras veces cuando estaba sentado viendo televisión o leyendo un libro, nos colocábamos entre sus piernas y le hacíamos una mamada de campeonato, pero sin hacerlo terminar, para que se guarde para la noche. Hasta que un sábado por la mañana llegó mi marido. Yo estaba sola y nos sentamos a la mesa para acompañarlo mientras desayunaba.

—¡Qué bueno que llegaste, mi amor! —le dije—. No te imaginas cuánto te hemos extrañado…

—¿De verdad me has extrañado, cariño…? Con el pendejo de mi hermano que seguramente te ha estado metiendo la pinga por tus tres agujeros todos los días… 

—¡Ay, no hables así, Mario! ¡No es para tanto…! Ji, ji, ji… Solo cada dos días…

—Ja, ja, ja… ¡Parece que mi señora esposa se ha convertido ahora en una zorra…! Ja, ja, ja… A ver, ¡cuéntame, cuéntame, mi amor…!

Empecé a contarle a mi esposo todo lo que su hermano y yo habíamos hecho en su dormitorio. Le describí con detalle cómo me había metido la verga en mi boca, vagina y culo, en todas las posiciones y en cada rincón de su habitación, incluyendo el baño. Después de terminar mi relato, pasé mi mano por su entrepierna y sentí un gran bulto en su pantalón: su polla estaba completamente erecta, como un tronco.

—¡Cómo te excita que tu mujercita esté follando con otro hombre! ¡Eres un degenerado! ¡Un pervertido! ¡Un depravado! ¡Y encima un cornudo! Mi cornudito! Ji, ji, ji…

—¡Qué buena noticia me has dado, princesa! ¡Me has puesto tan arrecho! Pero… Mmm… ¿por qué lo hicieron dejando un día de por medio? No lo entiendo, cariño…

Miré a mi marido profundamente a los ojos y, después de unos segundos, le dije:

—Mario, espero que no te molestes, pero… Eduardo tenía sexo conmigo un día y al día siguiente con Sandrita…

Mi esposo me miró desconcertado por un instante, luego se sonrió, y dijo:

—¡¿Queee…?! ¡¿Mi hermano, además de follarse a mi mujer, también se está follando a mi hija?!

Yo bajé la mirada hacia la mesa, temiendo que se enfadara.

—¡Te has enojado…! —le dije, sin apartar la vista de la mesa.

—¡Nooo…! ¡Es una noticia estupenda! ¡Estupenda! ¡No te imaginas el morbo que me da, que mi propio hermano, en mi propia casa, se esté cogiendo a mi mujer y a mi propia hija…!

De la emoción, Mario me dio un beso largo en mis labios. Mientras tanto, yo pensaba: “¡Carajo! ¿Quién entiende a los hombres cornudos? Creo que también se excitarían viendo a su propia madre con un hombre que no sea su padre”.

Durante el almuerzo, la conversación entre los cuatro fue amable y entretenida, tocando temas sin importancia. De vez en cuando, Sandra, Eduardo y yo intercambiábamos miradas cómplices por nuestras travesuras.

Aprovechando que era sábado, nos trasladamos al salón para disfrutar de unas botellas de pisco que le habían regalado a Mario y también para celebrar el regreso de mi esposo a casa. Estoy segura de que él celebraba más por el hecho de que su hija y su mujer se habían convertido en unas zorras. Después de más de una hora, y gracias al alcohol, nos pusimos muy alegres. Sandra y yo comenzamos a bailar. Yo llevaba puesto un vestido corto muy por encima de las rodillas, con tiritas sobre los hombros y mi hija un top con una minifalda, que con cada giro que hacíamos, se levantaban un poco, mostrando una vista sexy de nuestras tangas.

—Míralos, mamá —me susurró Sandra al oído—. Se les salen los ojos a estos arrechos… Ja, ja, ja…

—Ja, ja, ja… Tanto tu tío como tu padre nos quisieran coger aquí mismo…

—¡Ay, mamá! ¿Crees que papá se excita conmigo?

—Te lo voy a demostrar. Deja caer la servilleta de tus manos y, al recogerla, dale la espalda a tu padre, que está frente a la vitrina. Por el reflejo, te darás cuenta de que te está mirando el culo.

Efectivamente, Mario no pudo evitar verle el culo a su propia hija, ya que llevaba un tanga de hilo dental color lila.

—¡Sí, mami! ¡Tienes razón! —respondió mi hija—. ¡Me ha visto el culo sin disimular…! ¡Y el tío Eduardo se ha dado cuenta! Ji, ji, ji… ¿Y a ti no te molesta?

—Ja, ja, ja… ¡No! ¡De ninguna manera! Soy como tú. A mí también me pone bien cachonda toda esta situación, que es nueva tanto para mí como para ti.

Por otro lado, Mario y su hermano que estaban sentados juntos en el sofá, no se cansaban de observarnos bailar y, especialmente, de recorrer nuestros cuerpos con sus miradas.

—Perdona, hermanito —dijo Eduardo—. Pero me pareció notar que se te fueron los ojos hacia el culo de Sandrita…

—Aunque no lo creas, Eduardo… No sé, pero desde hace un tiempo, Sandra se está pareciendo mucho a su madre, y la verdad, tengo muchas ganas de cachármela…

—¡Carajo, Marito! ¡No pensé que tuvieras esas inclinaciones…!

—Esas y muchas más, hermanito… —respondió Mario—. Por increíble que parezca, tu hermano mayor es un pervertido…

—¡Nooo…! ¿Tanto así, Mario?

—Tanto es así, que me he enterado que te has follado a Diana y a mi hija en mi propia casa y, me ha dado morbo saberlo…

Eduardo no sabía dónde esconderse. Se le subieron los colores a la cara, y dijo:

—¡Por favor, perdóname Mario…!

—No te preocupes, Eduardo, en verdad te digo que no te preocupes… Por el contrario, me vas a ayudar mucho…

—¿Cómo así, hermano…?

Era evidente que los dos hermanos habían consumido mucho alcohol, además que ya estaban bastante excitados, lo que llevó a Mario por el camino de la lujuria y lascivia, como dicen: “más puede la arrechura que la cordura”. 

—De aquí a un momento, le dices a mi hija que te espere en tu habitación —dijo mi esposo—. Pero, en lugar de ingresar tú, yo lo haré… Tú más bien, te metes en mi dormitorio para cogerte a mi mujer…

—¡Carajo, Mario! ¿Y cómo se va a enterar Diana de esto…? —preguntó, Eduardo.

—No te preocupes, sé cómo decírselo y estoy seguro que no pondrá ninguna objeción… ¿Sí o no…?

Mi cuñado respondió con una sonrisa.

Después de unos minutos, Mario me sacó a bailar mientras Eduardo lo hacía con mi hija. En esos momentos, él me compartió el plan que tenían.

—¡Eres un hijo de puta, Mario! —le reclamé a mi marido—. ¡¿Qué tanto puede tu arrechura…?! Aunque…, yo también tengo muchas ganas de coger con tu hermanito…

—¿Y ahora quién es la arrecha…? —se rió él.

—Ja, ja, ja… ¡Tú tienes la culpa! —le respondí.

Después de bailar varias canciones, le dije a mi hija que era hora de irse a acostar y dejé a los hombres continuar su charla.

Pasaron media hora y de repente sentí que la puerta de mi habitación se abría.

—Hola, Dianita —susurró Eduardo.

—Hola, Eduardo… Mmm… ¿Eso significa que Mario está ingresando a tu dormitorio?

—Exactamente, cariño…

—¡Este hijo de puta es un pendejo…! Ni su propia hija se le escapa. Bueno, lo importante es olvidarnos de ellos y empezar a disfrutar de nosotros… ¿Qué dices cuñadito…?

Mientras tanto, en el dormitorio de Eduardo, mi hija estaba completamente desnuda sobre la cama, recostada de lado, esperando, supuestamente, a su tío. Pero quien entraba era su propio padre y, en la oscuridad del cuarto, no tenía ni idea que era él.

Mario, en la penumbra, vio el cuerpo desnudo de su hija. Se desnudó también y se acercó a sus pies, comenzando a chuparle los dedos uno a uno, suavemente. 

Mi hija, sintiendo la lengua, cambió de posición y se quedó boca arriba, disfrutando del hombre que suponía era su tío Eduardo.

—Oooh, oooh, oooh tío… mmm, mmm, mmm… Qué rico lo haces, amor —musitaba Sandra—. Aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh…

Mario continuó acariciando el cuerpo de su hija. Avanzó lentamente por su pierna derecha, deleitándose con la piel juvenil y fresca de Sandra, usando su lengua y labios. Al acercarse a su vagina, acarició con su lengua ambas ingles, luego se dirigió hacia el ombligo, deteniéndose un buen rato a succionar los pezones de nuestra hija.

—Mmm, mmm, mmm, oooh, oooh, oooh, ayyy, ayyy, ayyy… —gemía Sandra, disfrutando de los placeres que su padre le proporcionaba—. Así, así, tiito… así, así… me gusta mucho… mmm, mmm, mmm… cómo me chupas las tetas… aaah, aaah, aaah, ufff, ufff, ufff…

Después de varios minutos de saborear las tetas y pezones de su hija, Mario se trasladó hacia la vulva, donde introdujo primero dos dedos dentro de ella, para luego chupar el clítoris al mismo tiempo.

—Aaarrg, aaarrg, aaarrg, ayyy, ayyy, ayyy, oooh, oooh, oooh… Así, cabrón, así… —disfrutaba Sandra de los labios y dedos de su propio padre—. Sigue, sigue, por favor… mmm, mmm, mmm, oooh, oooh, oooh… ¡Sigue mamándome el coño…! Aaah, aaah, aaah, mmm, mmm, mmm…

Posteriormente, Mario colocó a nuestra hija en cuatro patas. Continuaba con sus dos dedos dentro de la concha de Sandra, mientras con los dedos de la mano izquierda frotaba su clítoris y su lengua acariciaba el ano. Ingentes cantidades de flujo vaginal brotaban de la caverna de Sandra, recorriendo sus piernas y algunas gotas caían a la cama.

—¡Quiero que me la claves, hijo de puta…! Ayyy, ayyy, ayyy, oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm… ¡Por favor tío! ¡Métemela! Aaah, aaah, aaah, ufff, ufff, ufff, mmm, mmm, mmm…

Mi marido dejó de hacer lo que estaba haciendo, dirigió su verga hacia la entrada del coño de nuestra hija, al estar bien lubricada, introdujo su grueso y largo cipote profundamente hasta tocar el cuello uterino, comenzando a taladrar la vagina de Sandra.

—Aaarrg, aaarrg, aaarrg… ¡Eres un animal, tío…! Pero me gusta que me folles de esa forma…! Oooh, oooh, oooh, aaah, aaah, aaah… así, así, como te la culeas a mamá… mmm, mmm, mmm, aaay, aaay, aaay…

Cuando Mario escuchó esas palabras, pensó en mí, imaginándose que su hermano me estaba cogiendo de la misma manera en nuestra propia cama, y eso lo excitó más, aumentando la velocidad de sus embistes.

Nuestra hija incrementó su flujo vaginal, señal de que estaba a punto de llegar al clímax.

—¡Tío, Eduardo! Aaah, aaah, aaah… ¡Tío, Eduardo! Oooh oooh, oooh… ¡Me vengo, me vengo, me veeengooo…! Aaah, aaah, aaah, oooh, oooh, oooh, mmm, mmm, mmm, ufff, ufff, ufff…

Sin embargo, mi esposo no tuvo piedad de nuestra hija. Después de que ella alcanzó el orgasmo, retiró su pinga de su coño e inmediatamente se lo introdujo en el ano.

—¡Ayyy, concha de tu madre, tío Eduardo! ¡Eres una mierda…! —fueron los gemidos de mi hija, afortunadamente su ano ya estaba bien lubricado por la lengua de su padre.

—¿¡Hija, te hice doler…?! —preguntó, Mario.

En esos momentos, mi esposo se dio cuenta que había cometido un gran error.

—¡¿Papá?! ¡¿Eres tú, papá…?!

—Sí, mi niña, soy tu padre —le respondió mi esposo, con toda su verga incrustada aún dentro del recto de nuestra hija.

—¡Sácala…! ¡Por favor, saca la verga de mi culo, papá! ¡Soy tu hija, papi! Oooh, oooh, oooh…

—Cariño, ya es muy tarde para remediar esto… Es mejor que disfrutemos este momento, Sandrita…

Mi hija lo pensó mejor y no le quedó otra opción que disfrutar de la buena pichula de su padre. Eduardo y yo escuchábamos en nuestra habitación los gritos de mi hija mientras le perforaban el culo, tal como Eduardo lo hacía conmigo.

—¡La puta que los parió…! —le decía yo a mi cuñado, con la pinga que la metía y la sacaba de mi culo una y otra vez—. Oooh, oooh, ooooh… Por un lado… ufff, ufff, ufff… en tu dormitorio… mmm, mmm, mmm… mi marido está follando… aaah, aaah, aaah… a nuestra hija… y tú aquí, su hermano… oooh, oooh, oooh… le está metiendo la verga… aaah, aaah, aaah… a su mujer… mmm, mmm, mmm… madre e hija… aaah, aaah, aaah… siendo folladas al mismo tiempo… ayyy, ayyy, ayyy, mmm, mmm, mmm… por dos hermanos… ufff, ufff, ufff, oooh, oooh, oooh…

Después de unos minutos, escuché a mi hija alcanzar un orgasmo estruendoso justo en el instante en que su propio padre liberó su semen en su intestino. Luego, tras sentir cómo Eduardo derramaba su tibio y abundante semen en mi intestino, no pude resistir más y tuve un clímax parecido.

Mi casa parecía un burdel. Donde dos putas estaban siendo folladas por dos clientes super dotados.

En el cuarto de Eduardo, mi hija Sandra se dejó caer sobre la cama, aún sintiendo la verga de su padre dentro de su ano, mientras Mario, encima de su espalda, la llenaba de besos en su mejilla. Tras unos instantes, mi hija rompió el silencio: 

—Ay, papá, ¿cómo te atreviste…?

—Discúlpame, mi amor… Sé que eres mi hija y te amo… Pero te he deseado desde hace mucho tiempo… Lo hemos disfrutado tanto, cariño… 

—Creo que no puedo reclamarte nada. Yo también lo he disfrutado, papá.

—Igualmente, me enteré de que tú y tu madre han follado con tu tío Eduardo durante mi ausencia, todos los días. 

—¿Y cómo lo supiste, papá? 

—Mmm… Es una larga historia, mi bebé… Ya te contaré.

Hay situaciones en la vida que nos lleva a cometer actos que nunca por nuestras mentes pensábamos que lo íbamos a hacer. Y los que están leyendo este relato, sea mujer u hombre, seguramente muchos lectores han disfrutado mucho de esas libertades… Si no lo siguen disfrutado aún.

Mario y Sandra se quedaron dormidos abrazados, pero una hora después, mi hija despertó a su padre con una buena mamada de polla que lo puso inmediatamente erecto, comenzando a fornicar como si fuera la primera vez. Esa madrugada, tanto padre como hija cogieron en tres ocasiones.

Entre tanto, en mi dormitorio, después de la follada que tuve con mi cuñado, continuamos cachando dos veces más, hasta que exhaustos, nos quedamos dormidos.

Al día siguiente, que fue domingo, nos despertamos muy tarde, pero antes de darnos una ducha, tanto Mario como nuestra hija se echaron un polvo más, lo mismo hicimos Eduardo y yo.

A partir de ese entonces, los cuatro nos convertimos en unos pervertidos: andábamos por la casa desnudos. Una noche follábamos en mi cuarto mi marido y yo, mientras que en el dormitorio de Sandra lo hacía ella con su tío Eduardo. A la siguiente noche, mi hija y su padre follaban en nuestro cuarto, entretanto mi cuñado y yo lo hacíamos en la habitación de él. Después de un tiempo, llegamos a probar los tríos: en la habitación de mi hija, su padre y su tío, disfrutaban de su cuerpo, perforando sus tres agujeros, terminando llena de leche mi hija. Otras veces, me tocaba el turno a mí. En mi habitación, donde mi esposo con su hermano se deleitaban con mi cuerpo, inundando mi vagina y mi culo de abundante esperma.

Deja un comentario