El juego de las llaves

El juego de las llaves

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Durante años lo habíamos mencionado entre bromas, con la ligereza de quien juega a mirar al borde del abismo sin intención real de saltar. Las sobremesas entre amigos, las copas largas y las confidencias solapadas con risas nerviosas hacían que aquella idea, el famoso “juego de las llaves”, volviera una y otra vez a resonar como una propuesta en el  grupo. Pero nadie se atrevía a convertir la fantasía en acto. Hasta esa noche. No sabría decir quién encendió la mecha, pero fue Gon quien lo propuso en voz alta. Lo hizo con una naturalidad desarmante,”¿Y si dejamos de hablar y simplemente… jugamos?”. El silencio que siguió fue breve pero denso. Después, las risas. Y luego, las miradas. Algunas eran cómplices, otras curiosas. Algunas ardían.

Éramos cuatro parejas que nos conocíamos desde hacía tiempo. Esa familiaridad era parte del riesgo y del vértigo. Gon y Laura, él siempre el primero en cruzar líneas, con esa manera de hablar de sexo que incomoda solo a quien tiene algo que esconder. Laura, su mujer, era puro magnetismo: piel bronceada, sonrisa voraz, un cuerpo moldeado con pechos pequeños y firmes y un culo perfecto. Por otra parte, Loreto, mi cuñada, había venido esa noche con JR, un padre del colegio, separado como ella, fuerte, afeitado, de sonrisa fácil y mirada segura. Loreto tenía esa mezcla de dulzura y provocación que convertía cada gesto suyo en un juego peligroso. Loreto es monísima de cara, y es una mujer de generosas y sensuales curvas, grandes tetas y un culo gordete, muy latino. Isa y Santi eran, en apariencia, los más reservados. Isa tiene un cuerpo que desafiaba cualquier descripción, los pechos más grandes que he visto en mi vida, enormes y objeto de bromas, deseo y morbo. Y por último, María, mi mujer, esa mujer que seguía deslumbrando como si el tiempo le tuviera respeto. Y yo, que no imaginaba hasta dónde iba a llevarnos aquella noche.

El vino hizo lo suyo. Las inhibiciones comenzaron a caer, una a una, como prendas lanzadas al suelo. JR, con la experiencia de quien ya había cruzado ese umbral, propuso que antes del sorteo hiciéramos una ronda de “reconocimiento”. Una especie de antesala. Las mujeres pasarían por cada uno de nosotros, los hombres, para un contacto previo. Nada comprometido. O tal vez sí… No me sorprendió que JR ya hubiese participado en alguna fiesta de este tipo y dijo que lo primero era establecer normas consensuadas entre todos, para lo cual Isa no tardó en preguntarle a ChatGPT entre las carcajadas de las propuestas de todos, de tal forma que se establecieron las reglas básicas: usar preservativo y respetar la negativa a algo que no le apetezca al otro. Dicho esto, JR que era el invitado con menos peso social en el grupo y que estaba liderando la organización, propuso hacer una ronda rápida antes de sortear, ¿y en qué consistía?: los chicos nos sentaríamos en círculo y cada una de las chicas pasaría por cada uno de los hombres con carta libre para hablar, besar, preguntar, lo que quisiera, por ir dando ambiente y de paso, todo el mundo tenía opción de “probar” a todo el mundo.

Alguien puso música de fondo y comenzó la ronda de reconocimiento, Isa fue la primera. Se sentó sobre mí, fue directa. El calor de su cuerpo lo percibí. Me miró y preguntó sin rodeos: “¿Por qué quieres jugar?”. Mi respuesta fue silenciosa: una mirada a sus pechos, tan desbordantes que parecían querer escapar del vestido. Su carcajada fue deliciosa. Se inclinó, me besó con una mezcla de juego y hambre, y acercó su pecho a mi cara. Me perdí en su volumen, y en su atrevimiento. Cambio de turno, y esta vez vino mi mujer, María. Su beso fue distinto. Un beso de amor, sí, pero también de fuego contenido. “Esto es una locura”, susurró. Le pregunté si quería irse. “Ni loca”, contestó, y su sonrisa me hizo temblar más que cualquier caricia, siguiente turno y vino Laura, fue alegría desatada. Se sentó sobre mis piernas, me besó largo, con lengua y con ganas. “Esto es una puta locura”, dijo. Su vestido ligero apenas resistía las manos que se posaban sobre su espalda, sobre ese trasero que tantas veces había imaginado, y que ahora estaba al alcance de mis dedos. Y finalmente coincidí con Loreto, le pregunté: “¿Cómo hacemos esto?”, y me contestó: “Carpe diem, cuñado”. Sus piernas se cruzaron sobre las mías, su voz era un ronroneo, y su mirada no tenía nada de fraternal. “Aprovecha”, me dijo, y guio mi mano hacia el calor bajo su vestido. El mundo se volvió más lento en ese instante, casi se detuvo mi aliento.

Una vez terminada la ronda, ya no éramos los mismos. Algo había cambiado. Las miradas y respiraciones eran nerviosas. Todo estaba cargado. Como si supiéramos que habíamos cruzado un umbral, y ya era inevitable. En lugar de usar llaves, alguien escribió los nombres de las chicas en papelitos. Las reglas eran claras: no podías coincidir con tu pareja. Cada uno sacaría un nombre. El resto era sencillo.

Gon fue el primero. Sacó un papelito, lo abrió, leyó y sonrió: María. Me sentí raro. María se giró hacia mí. Me sostuvo la mirada apenas un segundo antes de coger la mano de Gon. Él la atrajo con confianza y le dio una vuelta sobre sí misma, como quien evalúa una adquisición. Se reían, sí, pero en sus ojos brillaba algo más oscuro. Se alejaron entrelazados. Santi fue el siguiente, leyó el nombre de Loreto. Al pasar junto a mí, ella me lanzó una sonrisa incendiaria. No pude evitar deslizar la mano por su muslo desnudo, deteniéndome justo en el límite. La sentí temblar. Me incliné y le susurré: “Qué mala suerte tengo…”Ella me guiñó un ojo, me besó fugazmente y desapareció por el pasillo con Santi.

La casa era amplia. Dormitorios, una buhardilla con cojines, sofás, rincones… todo dispuesto, todo dispuesto a ser invadido por esta inesperada fiesta. JR fue el tercero. Sacó a Laura. Ella sorprendida y encantada al mismo tiempo. Se acercó a él acariciándole el brazo con descaro, palpando el músculo como quien prueba la tensión de una cuerda.

Y entonces quedamos por descarte Isa y yo. Ella me miró como si ya supiera lo que vendría. Me acerqué, queriendo decir algo, romper el hielo, jugar a la falsa cortesía: “¿Dónde vamos? Su respuesta no dejó espacio a equívocos: “Donde sea. Pero no quiero hablar.”

El aire se volvió espeso entre nosotros. Mis dedos temblaban por el deseo de tocarla, explorar la curva generosa de su pecho, atrapar la fuerza de su cadera con ambas manos. Isa no esperó. Me tomó del cuello y me besó como si el tiempo fuera a acabarse en ese instante. La empujé con suavidad contra la pared del pasillo. Sus labios eran salvajes, su lengua danzaba con la mía, vibrante y emocionada. La sentí temblar cuando mis manos bajaron por sus costados, rozando sus caderas, apretando, palpando su culete, sus pechos. A través del vestido, su cuerpo ardía. Ella jadeaba y reía. Me atrajo de la mano, tirando de mí por el pasillo. Entramos en una habitación infantil. Todo era ajeno, y eso lo volvía más morboso. Isa me empujó sobre la cama y comenzó a desvestirse con lentitud. Sus movimientos eran precisos y sensuales. Eran decididos. Se quitó el vestido y luego el sujetador, dejando caer ambas prendas con un erotismo preciso. Su cuerpo era abundante, generoso, yo no sabía por dónde empezar, me abrumaban esos pechos inmensos y rebosantes. Ella lo notó, y sonrió con una mezcla de ternura y perversión. “¿Qué esperas?”, susurró. Me incliné sobre ella. Mi boca buscó su piel, mis manos se llenaron de curvas, quería devorar esas grandísimas tetas ajenas a mí hasta ese momento. Ella se arqueaba bajo mis caricias. Gemidos, sudor y deseo

Nuestros cuerpos se entrelazaron con naturalidad feroz. Nos dejamos llevar. Isa era todo lo que había imaginado y más. Tenía un poder suave, sumiso y salvaje al mismo tiempo. Me guiaba, me empujaba, me atrapaba. Su sexo estaba húmedo. Me decía cosas al oído, que no sabía que necesitaba oír. Cada susurro, cada gesto, era un nuevo permiso para ir más allá. La habitación se llenó de aliento, de sudor, de piel. Mientras tanto, en otros rincones de la casa, los murmullos se mezclaban con jadeos. En la buhardilla, María cabalgaba sobre Gon, con el pelo suelto, las sandalias aún puestas, gimiendo como si estuvieran solos en el mundo. En el dormitorio de invitados, Loreto reía mientras Santi devoraba su jugoso coño con fascinación. Laura, siempre tan desinhibida, se rendía bajo JR, admirando cada músculo con la devoción de quien contempla una escultura.

Y yo, yo no habría cambiado mi emparejamiento por nada. Tumbados, con la respiración aún alterada, Isa me miró, me acarició el pecho con sus dedos suaves. Dijo: “quiero que esto dure más” con una sonrisa sucia. Me incliné y la besé. Mis dedos volvieron a su sexo como si ya no pudieran estar en otro lugar.

De camino a casa, en la calurosa noche, María y yo apenas hablábamos. Pero en la mirada compartida, en los dedos entrelazados sobre su muslo, había algo nuevo. O tal vez algo muy antiguo y liberado. ¿Lo has pasado bien?, me dijo sin rodeos. Asentí. “¿Y tú?” Ella sonrió. Y su silencio lo dijo todo. “¿Volveremos a jugar?”

Por coco

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