La Urgencia de su Hija (Relato)

La Urgencia de su Hija (Relato)

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Era muy de madrugada cuando David estaba frente al ordenador viendo porno. A sus cuarenta tacos podríamos decir que “era un pajillero”, si es que alguna vez dejó de serlo…

Se había divorciado de la que fue primero su novia y luego su mujer durante catorce años pues, se casaron cuando apenas tenía veinte y ella dieciocho y la dejó embarazada.

Tras el divorcio su hija quedó a cargo de su mujer pero, tras cuatro años divorciados conoció a un trotamundos que rulaba los mares, no se lo pensó, se apuntó como polizona en su velero y dejó a la hija a cargo del padre.

Milena era la hija, una muñequita rubia de trenzas en el pelo y cara angelical. Para ambos fue duro adaptarse a su nueva normalidad, ya que él aún seguía soltero y sin compromiso y vivía en un apartamento de una sola habitación.

Por lo que tuvo que pasar él al sofá y ella quedarse en su cuarto, para estudiar y dormir, pues iba a comenzar su primer año de universidad. Lo que iba a ser temporal se convirtió en algo consumad, llevando ya más de un año en dicha situación.

David a veces tenía un encuentro esporádico con alguna mujer, normalmente una puta, por lo que aprovechaba cuando su hija salía de fiesta para hacer una llamada y follar, pero aquel sábado no era el caso por lo que se afanaba en el ordenador que compartían para ver web cams de putitas on-line y cascársela cuando oyó que abrían la puerta…

Miró el reloj, las dos de la madrugada. Y concluyó que aún era temprano para las horas a las que solía volver su hija, normalmente entre las cuatro y las cinco, por lo que lo pilló con los pantalones bajados y su verga en ristre masturbándose con una putita on-line a la que echaba monedas como si fuesen trigo para las gallinas mientras esta se iba desnudando y estas se traducían en vibraciones de un aparatito que tenía insertado en su coño.

Inmediatamente se subió los pantalones y guardó su dura erección con dificultad, concluyendo que su vaquero notaba un bulto ostensible y rezando para que su hija no lo viese se giró sentado en la silla del ordenador esperando que esta apareciese para saludarlo.

Pero en cambio lo que ocurrió es que su hija entró llorando a su habitación…

—¿Papi aún estás despierto? —le preguntó gimoteando.

—¡Sí hija estaba jugando a videojuegos! —dijo el padre metiéndole. Pero, ¿qué ha ocurrido? —añadió alarmado por su llanto.

—¡Ay papá, algo horrible, horroroso…! —lo describió echándose en sus brazos.

El padre la abrazó y esperó a que se calmase terminando esta sentada en sus muslos pues era más bien chiquita de cuerpo y aún algo aniñada en comportamiento podríamos decir.

Hacía apenas unos meses que tenía novio, a su padre no le gustaba ni un pelo pero, ¿qué iba a hacerle? Ella estaba muy enamorada, ¡súper ilusionada con su novio! Este tenía un coche y era dos años mayor que ella por lo que la llevaba al centro de fiesta los fines de semana y como padre, David se imaginaba lo que podrían hacer en aquel coche cuando no estaban en un local de copas.

Algo que le horrorizaba tan sólo pensarlo pues, Milena seguía siendo su muñequita rubia como él a veces le decía. Aunque ya era mayor de edad aún conservaba ese aire juvenil, el cual además trasladaba a su out-fit con faldas de tablas, camisas y blusas de punto. Pero de nuevo, ¿qué le iba a hacer un padre amoroso como David? Pues consentirla.

De modo que, esperó pacientemente a que terminase de gimotear en su hombro.

—¡Tranquilízate y explícame qué te ha pasado hija! —le espetó su padre cuando pensó que ya se le pasaba.

—¡Es horrible papá, horrible! Si te lo digo me vas a regañar mucho, ¡muchísimo! —le dijo entre sollozos.

—¡Que no hija, no te diré nada pero me tienes preocupado, si no me lo cuentas, cómo  podré ayudarte! —le dijo el padre.

De nuevo otra ristra de gimoteos y sollozos salieron de la boquita roja de su hija que lloraba sentada en su regazo como si fuese en realidad una niña más que en una adolescencia tardía como era el caso.

—¡Venga relájate y cuéntamelo! Voy por un vaso de agua para que bebas y te relajes, ¿vale? —le dijo su padre.

Cuando volvió la encontró sentada en su silla del ordenador ya aparentemente más calmada pero con la mano en la frente mientras miraba al suelo.

—Aquí tienes niña —le dijo su padre.

Milena cogió el vaso de agua y casi se lo terminó de un solo trago, luego lo dejó sobre la mesa y respiró hondo, aspirando después los mocos que le caían por la nariz de forma muy poco estética.

—Verás papá, estaba con Marcus y… me vas a regañar si te lo cuento pero es que… —le dijo sin poder acabar y de nuevo volvió a gimotear.

Su padre tomó asiento en la cama junto a la silla y poniéndole la mano en las rodillas desnudas espero que esta se serenase.

—Verás es que hemos tenido un accidente —le dijo sin querer ser más explícita.

—¿Un accidente, qué tipo de accidente? ¿Estas bien? —le preguntó David inmediatamente pensando que había sido un accidente de tráfico.

—¡No, estoy bien pero…! Es que tengo mucho miedo papá —le dijo ahora.

—Miedo por qué hija, estás bien yo te veo bien, ¿qué te pasa? —preguntó el padre cada vez más intrigado por lo que no quería contarle abiertamente.

—Está bien hija suéltalo ya, lo que te ha pasado con Marcus, ¿es de tipo sexual? —le dijo finalmente su padre deduciendo que aquello que la atormentaba no era tanto físico como mental.

—¿Sexual? —preguntó su hija como haciéndose la tonta—. ¡Oh papá, esto es muy vergonzoso para mí! —dijo gimoteando de nuevo en su hombro.

—¡Vamos hija reponte! Sea lo que sea lo que te ha pasado suéltalo ya y afrontémoslo —le dijo su padre sujetándole los hombros y hablándole directamente mientras la miraba a sus bonitos ojos azules, vidriosos y enrojecidos por tanta lágrima.

—Se le ha salido el condón mientras estábamos… ¡y lo tengo dentro! —dijo finalmente su hija rompiendo a llorar por enésima vez.

David quedó mudo por unos momentos. La visión de su hijita siendo follada por un novio que le doblaba casi la estatura no se le iba de su mente.

—¡Marcus, le mato! —espetó su padre ante Milena.

—¡No papá, no! Ha sido un accidente pero luego, cuando hemos hablado y le he pedido que me acompañara a urgencias me ha dicho que no, ¡que si le daba mucha vergüenza! ¡Que su padre podía estar trabajando aquella noche! Y me ha traído a casa, ¡dejándome tirada con este problemón! Yo le he dicho que entonces no quiero volver a verlo, así que hemos terminado, papá, ya no quiero volver a verlo, ¡nunca más! —le explicó su hija entre gimoteos y actos de rabia contra quien le había fallado.

—Está bien hija, no hay más que hablar, ¡vámonos a urgencias! —dijo su padre levantándose para cambiarse.

—¿A urgencias, contigo? —preguntó su hija sorbiendo mocos.

—¡Claro, con quien si no! ¡Vamos hija cuanto antes vayamos antes respiraremos aliviados!

David cogió una chaqueta de cuero negro y llamó a un Cabify a través de so móvil. Su hija estaba ya lista para cuando regresó, con su outfit de sábado noche, una minifalda de tablas, camisa blanca y chaqueta vaquera, con medias hasta la rodilla y zapatitos de charol negro. Sin duda ambos no pegaban: ¡Ni con cola!

¡Su padre lo tuvo que hacer!

Blanca les dejó en casa y ahora sí, al alba, se despidió de David prometiéndole que también se iba ya a descansar.

—No dudes que te llamaré si te necesito, ¡muchas gracias Blanca!

—¡Ha sido un placer ayudaros! —dijo ella—. ¡Qué descanséis!

—¡Que descanses tú también! —dijo David.

Y de esta forma se despidieron entrando en su bloque de pisos.

Subieron a su pequeño apartamento y estaban rendidos y hambrientos por lo que como ya casi era el desayuno se prepararon unas tostadas y tomaron un café y un cola cao.

—¿Quieres que te vaya preparando un baño Milena? Como ha sugerido la doctora —le dijo el padre.

—¡Oh bueno papá, aunque no sé si podré hacerlo! —dijo ella alarmada.

—¡Vamos hija tienes que intentarlo! No vas a dejar eso ahí dentro, ¿no? —dijo David pensando más en sí mismo que en su hija, pues le horrorizaba saber que aún tenía un condón usado por un chico para follar a su hija.

—¡Está bien papá, pero si yo no puedo te pediré ayuda! —dijo Milena.

Esta parte no gustó nada a David, quien pensó cómo podría ayudarla en un tema tan íntimo y delicado.

Cuando la bañera estuvo llena, el padre la probó con el codo como hacía cuando la bañaba y confirmó que estaba cliente sin llegar a quemar.

—¡Ya está Milena! —dijo mientras ella esperaba en el pequeño salón donde su padre dormía en el sofá cama.

Entonces esta entró con su toalla liada al cuerpo desnudo y le pidió que la dejase probar.

—Voy a probar pero si necesito ayuda te llamaré, ¿vale papá? —le dijo una vez más.

—¡Está bien hija, tú relájate y haz como te ha dicho la doctora, ¿vale? —dijo él esperando no tener que llegar a ese extremo.

Así que le cerró la puerta pero no del todo y se echó en el salón.

Pasaron cinco minutos en los que David comenzó a dormir sin poder remediarlo y a eso de los diez minutos Milena le reclamó, teniendo que levantar la voz.

David despertó entre sueños, pensando que todo aquella noche no había sido más que eso, un desagradable sueño. Pero no, la realidad se imponía y su hija esperaba en el baño y le reclamaba.

—¡Papá ven! —gritó una vez más.

David accedió de nuevo al baño, ya se había cambiado y llevaba puesto su pijama consistente en una camiseta y sus bóxer.

—¿Qué pasa cariño? ¿No has podido? —le preguntó.

—¡Lo he intentado de verdad! Introduzco mis dedos hasta el fondo pero no lo detecto. ¡Es como si lo tuviese al fondo! —dijo ella alarmada.

—¡Está bien hija! Pediré cita mañana con una ginecóloga —dijo un agobiado padre.

—¿Estás loco? ¡Quiero tener eso fuera ya! —se quejó la hija.

—Pero, ¿qué quieres que haga yo? —se quejó David.

—Pues sácamelo, ¡vamos papá! Tú has estado con otras mujeres tienes que hacerlo tú —le dijo Milena.

David sintió vértigo ante la petición de su hija, pero de alguna forma sabía que era mejor solución, la más rápida desde luego y tal vez la única opción para terminar con aquello pronto.

—Está bien Milena, pero esto será difícil —dijo él poniéndose de rodillas junto a la bañera.

—¿Difícil por qué? Tú tienes experiencia papá, tú puedes hacerlo, no me importa si tienes que meterme tus dedos —le dijo su hija.

—Está bien Milena, lo dices como si fuese sencillo para mí, meter mis dedos y ya está —se quejó él mostrándose enfadado.

—¡Vale papá, lo siento! Pero por favor inténtalo al menos —añadió más aplacada ahora su hija.

David introdujo su mano en la bañera con espuma que ella había echado intentando que sus dedos enjabonados discurrieran mejor. Esto había permitido teñir el agua de jabón de forma que su cuerpo desnudo no se apreciase sumergido en el agua caliente.

—Antes echa un poco más de agua papá, me está dando frío —le rogó.

David abrió el grifo y agua muy caliente fue atemperando de nuevo la bañera.

—¿Mejor? —dijo el padre.

—¡Oh sí, ya está otra vez calentita! —respondió la hija tras dejar correr el chorro un par de minutos.

Ahora David metió su mano bajo el agua. Las pequeñas rodillas de ella salieron del agua cuando esta abrió sus muslos para facilitarle el acceso.

A tientas David palpó su cara interior del muslo derecho, sentado en ese mismo lado de la bañera, con su misma mano derecha siguió su muslo como si fuese el camino que le llevaría al objetivo pero Milena se estremeció al sentir sus dedos acariciarla tan íntimamente.

—¡Oh papá! —dijo ella agarrando su brazo.

—¿Qué pasa hija? —dijo su padre alarmado.

—¡No es que me dio impresión! —se quejó su hija.

—Pues estamos apañados hija sí aún no lo he intentado.

—¡Vale, ya está! ¡Inténtalo por favor! —dijo su hija soltándole.

Ahora David se concentró de nuevo, volvió a coger su muslo y no se entretuvo como antes llevando su mano hasta sus ingles y posándose en sus labios vaginales. Al instante notó que todo su sexo estaba suave como la mantequilla, pues sin duda su hija se lo depilaba. Algo comprensible por otra parte, pero impactante para un padre.

Turbado decidió dirigir su mente hacia el objetivo y paseando su índice por sus labios vaginales lo movió hacia abajo, en dirección al perineo, donde sabía que se encontraba la entrada y lo insertó suavemente.

De nuevo Milena cogió su brazo soltando un pequeño grito.

—¡Papá, no tan deprisa! —se quejó ella.

—¡Está bien Milena! Lo haré despacio pero tengo que introducirlo para sacarlo, ¿lo entiendes verdad?

—¡Sí, sí, lo entiendo! —dijo Milena soltándole el brazo una vez más.

De forma que muy despacio el padre comprendió que no podía entrar sin más y sacó su dedo para luego introducirlo de nuevo, repitió la operación por dos o tres veces.

—¿Más relajada? —preguntó a su hija que aún no le había soltado el brazo.

—¡Sí, sí! Esto va a ser complicado —convino finalmente.

—¡Ves lo que te había dicho! —dijo él—. Necesito que cierres los ojos, así tal vez te concentres y no estés tan a la expectativa, ¿vale?

Milena asintió con la cabeza y de esta forma David se pudo concentrar de nuevo en su objetivo. Ahora sí introdujo su dedo hasta el fondo soltando su hija un largo suspiro y apretando su brazo más fuerte, pero David, decidido a conseguirlo no se detuvo, lo introdujo hasta el fondo y lo movió en su interior.

—¿Ya lo tienes? —preguntó Milena con los ojos cerrados.

—¡Creo que le rozado, pero está muy resbaladizo hija! Entre el semen y tus flujos no hay quien lo coja —se le escapó.

—¡Oh papá, qué vergüenza! —dijo su hija oyendo sus palabras.

—¡Vamos Milena, al pan, pan y al vino, vino! Follaste con tu novio y ahora tenemos este problema, lo tengo que intentar con dos dedos a ver si hago pinza y lo saco —le dijo.

Milena asintió con sus ojos cerrados.

—¡Sí, sí, haz lo que tengas que hacer! —le dijo.

Ahora David sacó su índice y lo juntó con su dedo corazón profundizando poco a poco en su vagina.

—¡Oh papá, eso es mucho! —se quejó su hija apretando de nuevo su brazo fuera del agua.

 Era consciente de que no podía ir directo al grano así que trató de relajarla antes con unas caricias en sus labios vaginales antes de entrar.

—¡Oh papá, eso que me haces es muy perturbador, sabes! —se quejó Milena.

—¡Lo sé hija, pero tienes que relajarte y no apretar de lo contrario no podré hacerlo! —se quejó el padre.

—¡Está bien, haz lo que tengas que hacer!

Ahora David volvió a sus caricias y fue metiendo y sacando sus dedos índice y corazón hasta que su sexo se fue abriendo bajo el agua caliente y su hija apretó sus dientes ante el torrente de sensaciones que tanto manoseo sobre su vagina, le provocaban.

El padre rozó el condón ya con ambos dedos dentro y apretando un poco más trató de capturarlo haciendo pinza pero este se escurría una y otra vez lo que provocaba que tuviese que seguir intentándolo y esto derivaba en más movimientos dentro de la vagina de su hija.

De repente Milena no pudo más, le vino de manera fortuita y natural. Un gran orgasmo comenzó a agitarla bajo el agua y a apretar su vagina en torno a los dedos de su padre.

—¡Oh papá, ya no puedo aguantarlo más! Creo que ya me viene —dijo su hija comenzando a correrse.

Este no supo que hacer pero tuvo claro que era ahora o nunca así que ante las contracciones vaginales incipientes movió sus dedos hacia atrás y luego hacia adelante penetrándola tan profundamente como pudo.

Aferrada a su brazo se estremeció varias veces mientras su padre trataba de capturar el resbaladizo condón.

Sus dedos llegaron hasta el tope, hasta su cérvix, consiguiendo enganchar el condón arrollado al fondo de su vagina.

—¡Oh papá, no he podido evitarlo! ¡Qué vergüenza! —dijo su hija apurando las sensaciones de su orgasmo sobrevenido.

—¡Tranquila hija ya está, creo que ya lo tengo! —dijo su padre moviendo aún sus dedos en su vagina pero ya suavemente.

Tras esto sacó sus dedos y le mostró el fruto de su esfuerzo en aquella mañana de domingo.

—¡Oh papá, eso es asqueroso! —dijo la hija apartándolo de su cara.

—¡Está bien hija! —dijo su padre levantándose y deshaciéndose del condón ella taza del váter.

Entonces Milena fue consciente del efecto secundario que había tenido su tratamiento, cuando una abultada tienda de campaña había crecido en el bóxer de licra paterno.

Cuando David se dio cuenta se la tapó doblando su pene erecto a un lado y huyó despavorido.

—¡Oh Milena esto… yo…!

Salió corriendo del baño y fue hasta al cocina, allí halló suficiente intimidad como para coger dos trozos de rollo de cocina de celulosa y pajearse tan desesperadamente como se había corrido su hija soltando chorros y más chorros de semen en la celulosa mientras gruñía como un poseso.

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