– ¡¡Una sola vez, por favor Marta, una sola vez!!.
Desde que Juan se lo propuso, Marta no hacía más que darle vueltas, su mente solo pensaba en lo difícil que sería para ella hacer algo tan desagradable, cada vez estaba más convencida que su matrimonio acabaría siendo un desastre por culpa de ese disparate.
Su marido nunca le había dado motivos que le hicieran pensar que la propondría algo tan desagradable, por eso ahora se encontraba en una encrucijada de difícil solución. La insistencia de Juan se estaba convirtiendo en un problema que la empujaba hacia el abismo.
El desasosiego estaba cambiando su estado de ánimo y eso no se podía disimular. Rocío, su compañera de trabajo, le preguntaba si le pasaba algo, la encontraba últimamente muy rara y ausente. Ella decía que no pasaba nada, que todo estaba bien, pero la realidad era otra.
No tenían niños, aunque ella siempre había querido tenerlos. La culpa era de su marido que lo andaba retrasando poniendo como excusa que las circunstancias laborales que tenían no eran compatibles con la buena educación de los hijos.
La vida siempre les había sonreído, los dos tenían un buen trabajo, su posición económica era desahogada, la relación con la familia era buena, sus amigos eran buena gente y su matrimonio era perfecto, o eso creía ella.
Marta ya no tenía ninguna duda, la proposición de su marido, sería el principio del fin su matrimonio, pero algo en su interior le decía que debía hacerlo. La educación conservadora que ella había recibido tanto de su familia, como del colegio de monjas donde estudio, se basaba en ser la esposa fiel que siempre debe agradar a su marido.
Por las tardes salía del trabajo a eso de las siete u ocho, todo dependía de si tenía que atender algún cliente de última hora. Su casa no quedaba lejos, solía ir andando, unos diez minutos aproximadamente, la primavera estaba tocando a su fin dejando paso al verano, los días eran soleados, la temperatura ambiente era muy agradable e invitaba a pasear.
Esa tarde no quiso llegar pronto a su casa, por la mañana en el desayuno, Juan le había comentado que tenían jaleo en el trabajo y llegaría bastante tarde. De camino a su casa, se detenía en los escaparates de las tiendas de ropa o zapatos, los tenía más que vistos, pero la posibilidad de encontrar un chollo, es algo irresistible para una mujer.
Caminando se sentía cansada, su trabajo no era de estar sentada y como los tacones la estaban empezando a molestar, decidió sentarse en una de esas terrazas que abundan en los centros de las ciudades, el camarero la atendió enseguida, pidió una cerveza, saco el móvil de su bolso y miró el WhatsApp, Juan no había escrito nada y lo volvió a meter en el bolso. La terraza estaba situada en un bulevar muy transitado y eso le permitía observar a los transeúntes, el hecho de ver a esas personas que deambulaban de un lado para otro, le distraía de sus pensamientos. Miraba a la gente queriendo encontrar una respuesta, necesitaba que alguien la ayudase con esa angustia que no la dejaba vivir, pero se encontraba sola y tenía que resolverlo por ella misma.
En un momento que dejó sus pensamientos aparcados, se fijó que frente a ella, a unas dos mesas de distancia, se había sentado un chico joven, más o menos de su edad, unos treinta y cinco, se fijó en él, no tenía malas pintas, vestía bien con un aire casual, no era Brad Pitt, pero no estaba mal. Al cabo de un rato se dio cuenta que el chico no dejaba de mirarla y eso le hacía sentirse incómoda.
– Será capullo, no deja de mirarme, me está poniendo mala ese gilipollas. Todos los tíos son iguales, en cuanto ven unas piernas se quedan clisaos y para colmo yo con este vestido tan corto.
Cambió de postura recolocándose la falda y llamó al camarero para pedir otra cerveza, después de tomar un par de sorbos de cerveza, se quedó mirando al capullo y empezó a sopesar la posibilidad de que ese chico fuera la solución al loco deseo de su marido. No tenía ninguna prisa por llegar a su casa y el mirón parecía ser un buen candidato.
– Madre mía que papeleta, no sé qué hacer, me da mucha vergüenza. Venga Marta no seas tonta, oportunidad como esta no vas a tener muchas, el chico no está mal, no le conoces de nada y después de todo, si te he visto no me acuerdo. Total para lo que le quieres te vale y te sobra. Bueno va, esperemos que por lo menos sea amable, ¡¡y limpio!!.
Con estos pensamientos, Marta se autoconvencía para dar el primer paso. Estaba sentada frente al mirón, descruzó las piernas, subió un poco la falda con un sutil movimiento y las abrió ligeramente, lo suficiente para que el mirón captara la señal mientras las volvía a cruzar.
Estaba segura de que aquel chico se había dado cuenta a la primera. La visión de la entrepierna de una mujer con unas braguitas negras, no pasa desapercibida para un hombre.
El juego de la seducción había comenzado y ahora era ella la que a veces le miraba fijamente y otras se hacía la despistada con un aire interesante. A todo esto y por si el mirón no se había dado cuenta, abría y cerraba las piernas con cierto descaro, cruzando y descruzando las piernas. El juego estaba empezando a rozar lo indecente, pero el fin, siempre justifica los medios.
Después de un buen rato de tensión, el mirón apuró su consumición, se levantó y se dirigió sin titubeos hacia su mesa. La gran apuesta de Marta parece que había dado resultado.
En esos momentos en los que vio al mirón acercarse a su mesa, Marta se dio cuenta de lo que había provocado y pensando en las consecuencias, le entró pánico.
– Si te apetece y tienes tiempo puedo invitarte a tomar algo en mi casa, vivo ahí enfrente, número veintitrés, tercero, derecha.
Al oír lo que le propuso, Marta mirándole fijamente, se quedó callada por unos instantes y haciéndose la digna sorprendida le contestó después.
– No te conozco de nada, ¿por qué iba a subir a tu casa?.
– ¡¡Porque me la has puesto dura enseñándome las bragas!!. ¿Tú que eres, una calientapollas?.
Y diciendo esto, el mirón se fue dejándola con la palabra en la boca y muy cortada.
La tensión había dejado paso a la inquietud, Marta estaba muy azorada, ahora le tocaba decidir a ella, seguía jugando y ensañaba sus cartas o las tiraba encima de la mesa y abandonaba.
El chico se lo había dejado muy claro, si subía a esa casa, era para follar con él. Nerviosa, sacó el teléfono del bolso, miró el WhatsApp, no tenía mensajes y lo volvió a guardar. Tenía el estómago encogido, solo tenía dos salidas, irse y olvidarse de todo lo sucedido con ese chico, que probablemente no volvería a ver más o apechugar con lo que claramente iba a pasar en esa casa.
– Vamos Marta, ahora o nunca.
Llamó al camarero y pagó su consumición. La decisión ya estaba tomada, se levantó recomponiendo un poco su vestido, se colgó el bolso y miró a su alrededor pensando que todo el mundo se había dando cuenta de lo que iba a hacer. En el trayecto, dirigiéndose al número veintitrés. Los nervios le estaban jugando una mala pasada, las piernas le temblaban como nunca le había pasado y caminar le producía inseguridad pensando en que si tropezaba y se caía, sería un ridículo espantoso.
Pulsó el tercero derecha y esperó. Sin que nadie preguntara se abrió la puerta, se dirigió al ascensor, presionó el tres y mirándose en el espejo se preguntó, ¿Seguro qué sabes lo que estás haciendo?.
Tercer piso, se abre la puerta, el mirón estaba esperándola en el rellano de la escalera, la cede el paso para entrar a su casa. Entran a un pequeño recibidor que da paso a un pequeño pasillo y al salón. Entrando en este último, Marta echa un vistazo rápido y comprueba que está limpio y ordenado, lo que le da una ligera idea de cómo es el chico, deja el bolso en una silla y se vuelve hacía él.
– Nada de besos, no me voy a desnudar, ni voy a ir a tu cama y si quieres follarme tiene que ser aquí.
– Como quieras, pero será más incómodo. Voy a por un condón.
– Olvídate del condón, lo quiero a pelo.
– No sé si lo sabrás, pero hay unas cosas que se llaman enfermedades venéreas.
– Yo no tengo ninguna, ¿y tú?
– Creo que no.
– Pues o me follas a pelo, ¡¡o no me follas!!.
Marta se sentó en la mesa del comedor subiéndose la falda hasta la cintura, hecho su braguita hacia un lado y comenzó a darse saliva para estar lubricada. Quería ir rápido para que el mal trago pasara pronto. El mirón se la saco y se acercó a ella mirándola descaradamente a la entrepierna. La tenía ya bastante dura, de un tamaño más que considerable y más grande que la de su marido.
Sin preámbulos de ningún tipo, Marta se la cogió con una mano y con la otra le bajo el pellejo dándola bien de saliva, le masturbó unos instantes para ponérsela bien dura y abriéndose los labios de su vulva la puso a la entrada de su vagina.
– Al principio, ves despacio y ten cuidado, no he venido aquí para que me hagas daño.
– Tranquila que no soy un bestia, y mucho menos con una preciosidad como tú.
– Ahórrate los cumplidos y córrete pronto.
Se tumbó de espaldas en la mesa y subió las piernas doblando las rodillas, el mirón apartó del todo las braguitas hacia un lado y se recreó con la visión de un chochito totalmente depilado y brillante, la agarró de las caderas por debajo de las piernas y comenzó a penetrarla de poquito a poquito y muy despacio, sintiendo el gran placer que le daba penetrar esa delicada rajita. Ella permanecía inerte con los ojos cerrados y él la miraba contemplando su bello rostro y su bonita figura sin entender cómo esa preciosidad sin pedir nada a cambio se abría de piernas para él.
Para Marta, era la primera vez en su vida que lo hacía con alguien con quien no sentía ni el más mínimo afecto, ella notaba como ese duro y poderoso miembro entraba en su vagina sintiéndose como una puta con su cliente. Afortunadamente el chico había dicho la verdad, no era un bruto y la penetraba con delicadeza. Marta seguía con los ojos cerrados, no quería verle, solo esperaba que aquello acabara pronto. Poco a poco el ritmo de las penetraciones fue en aumento y empezó a sentir cómo ese duro trozo de carne hacía tope en el cuello de su útero.
En esos momentos, Marta solo pensaba en cómo podía gustarle a su marido que ella se abriese de piernas para otro hombre. Las embestidas del mirón seguían aumentando rápidamente, parecía que el final estaba cerca, abrió los ojos, el mirón tenía los suyos clavados en ella. Las penetraciones eran ya tan rápidas y profundas, que Marta empezó a sentir un leve dolor en lo más profundo de su ser, se agarró con sus manos al borde de la mesa y mirándole fijamente a la cara, aguanto hasta recibir la primera descarga en su interior. Con un fuerte gruñido el mirón comenzó a llenar sus entrañas, Marta sentía como esos chorros de líquido caliente, quemaban sus entrañas, pero no movió un músculo ni cambió la expresión de su cara.
El frenético ritmo del mirón fue cesando poco a poco, su rápida respiración indicaba el esfuerzo que hizo en el coito. Marta lloraba por dentro sin que sus lágrimas salieran de sus ojos, se sentía sucia, muy sucia y seguía sin comprender como esto le podía excitar tanto a su marido.
El mirón poco a poco fue abandonando su interior y Marta por fin se sintió liberada, esa pesadilla había terminado. Antes que los líquidos salieran desparramándose por el piso, los retuvo cubriéndose con las braguitas.
Se incorporó de la mesa y poniéndose en pie se recompuso el vestido bajándolo a su sitio. El mirón hacía lo mismo guardándose lo suyo y subiéndose los pantalones. Marta cogió el bolso y sin decir ni una sola palabra, se dirigió a la puerta de salida.
– No entiendo para qué has subido a mi casa. Pensaba que tenías ganas de echar un polvo, pero me he equivocado, te has abierto de piernas sin ganas, como el que va al dentista a sacarse una muela. Perdona, no quiero ser grosero, pero la verdad es que parecías una puta.
– No me ofende que me llames puta, porque creo que hoy lo he sido contigo, aunque no me hallas pagado. Siento mucha vergüenza de lo que acabo de hacer y no puedo explicarte el por qué de todo esto, porque para mí, tampoco tiene una explicación.
Salió de la casa y bajando en el ascensor le entró un WhatsApp de su marido. “Donde andas, acabo de llegar a casa”, respuesta “ahora te veo, no tardo en llegar”.
Pensando en cuál sería la reacción de Juan cuando se lo contase, caminaba deprisa en dirección a su casa, la braguita ya no podía empapar más líquidos, la gravedad y el movimiento al andar hacían que el interior de sus muslos se pringasen con los fluidos que salían de su vagina y creándose una costra seca al contacto con el aire.
Abriendo la puerta de su casa rezaba por qué no se hubiera equivocado. Lo que acababa de hacer, se lo había pedido muchas veces su marido, pero una cosa es la ficción y otra muy distinta es la realidad.
Juan estaba en el dormitorio cambiándose de ropa, Marta se dirigió allí y sin preámbulos, abrazo a su marido, se colgó de su cuello y le beso en la boca frenéticamente.
– Joder Martita como vienes
– Amor mío, lo que me has pedido tantas veces, lo acabo de hacer esta tarde con otro hombre.
Juan se separó un poco para mirarla a la cara, como no entendiendo lo que en realidad había dicho.
– ¿Es una broma?.
– No mi amor, no es una broma, estoy muy sucia, otro hombre se ha corrido dentro de mí y mis bragas están manchadas con su semen. Si me he equivocado, perdóname amor mío, yo solo he hecho lo que tanto deseabas.
Sin dejar de mirarla a los ojos, Juan metió su mano derecha por debajo da la falda y palpó con las yemas de los dedos la braguita empapada de un fluido viscoso y caliente.
Sacó su mano de la entrepierna, miró sus dedos llenos de unos restos brillantes y pegajosos, los aproximó a su nariz, cerró los ojos aspirando su aroma y los chupó hasta dejarlos totalmente limpios.
Marta temblando, pudo comprobar que cuando abrió los ojos, la expresión de su cara había cambiado, su mirada le delataba, era la de un ser depravado y a partir de ese momento se dio cuenta que para ella comenzaba otra pesadilla.
La empujó tirándola de espaldas a la cama, se colocó de rodillas frente a ella, subió su falda hasta la cintura y la separó las piernas de una forma obscena y vulgar. La visión de las bragas de su mujer cubiertas de restos blanquecinos y pegajosos, le excitaban hasta transformarle en un ser despreciable.
Marta, dándose cuenta que había despertado a una bestia, permanecía inmóvil con la vista perdida en el techo. Su marido estaba siendo imprevisible y sentía terror de lo que pudiera pasar. Ella había imaginado este momento como un acto de amor y sexo con su marido, pero ahora lo único que sentía, era asco.
Juan hundió la cara entre las ingles de su mujer, el olor acre de esa mezcla de fluidos, penetraba en su cerebro, era el olor de la hembra infiel que tanto deseaba. Lamía con ansia la costra reseca del interior de los muslos, las ingles y la sucia tela de las bragas. Era el anticipo del majar viscoso que retenía en su vagina. Se retiró para poder verla y con un placer obsceno, abrió más y más sus muslos hasta dejarla espatarrada. La mujer elegante y femenina que era Marta, de repente se había convertido en la sucia hembra de un degenerado vicioso.
Introdujo los dedos índice y anular en el interior de la parte íntima de las braguitas y con gran satisfacción comprobó la suave y densa humedad que retenía, las aparto hacía un lado y ante él apareció lo que su mente enfermiza siempre había deseado. El precioso chochito de su mujer lleno de restos de un semen que no era suyo, arrimó su boca y con su lengua fue limpiando los labios externos de su vulva, introdujo la lengua en su rajita y paladeó el denso líquido con el que otro hombre había llenado a su mujer.
El sabor de la infidelidad inundaba sus pailas gustativas y sintiendo una excitación como nunca la había sentido, se puso en pie, sé bajo el pantalón del pijama y tumbándose encima de ella la penetro como un salvaje.
– No Juan, así no por favor, ¡no!, ¡¡no por favor!!.
– ¡Así me gusta, que seas una buena zorra y que vengas a casa con el coño chorreando!,……¿dime como te follaba?,……¿le comiste la polla?……¿la tenía más grande que la mía?……¡¡Que cachondo me pone que seas tan puta!!.
– ¡No!….no….noo….noooo….por favor.
– Cuéntamelo todo y ábrete de piernas como te abrías para él. No te hagas la remilgada, que seguro que a él no le decías que no. Me gusta metértela y sentir la suavidad del semen de otro hombre.
El hombre con el que otras veces había hecho el amor, se había convertido en un ser despreciable y repugnante.
Las lágrimas brotaban de sus ojos sin que el monstruo que tenía encima se diera cuenta, solo sentía dolor y el asco que le daban las babas de aquel cerdo jadeando en su cara.
Tumbada boca arriba, miraba al techo dejándose violar por su marido. Le imploró que no lo hiciera y trató de resistirse, pero al final se dio cuenta que era mejor dejarle acabar y que todo terminase cuanto antes.
Cuando todo acabó, le apartó como pudo y se levantó de la cama, la corrida de aquel cerdo caía por sus muslos, rápidamente comenzó a desnudarse e hizo un montón con su ropa para tirarla a la basura, no quería volver a ponerse esas prendas con las que había sido ultrajada. Se dirigió al cuarto de baño para ducharse y eliminar cualquier vestigio del horror que había sufrido.
Salió del baño envuelta en un albornoz, su marido le pedía perdón, pero ella ni le miraba ni le contestaba, cogió ropa interior limpia, un pijama y se fue a otra habitación cerrándose por dentro con la seguridad de un cerrojo.
Metida en la cama lloraba desconsoladamente. No podía dormir pensando en cómo se había portado el malnacido de su marido. Ella que lo único que había hecho era seguir sus deseos, no lo entendía.
Poco a poco se iba dando cuenta que su vida ya no volvería a ser la misma. Pensó en abandonarle, pero se dio cuenta que económicamente no era una buena idea.
Por la mañana, su marido ya se había ido, entraba a trabajar muy temprano. Al entrar en la cocina e ir a desayunar se encontró una nota en la mesa, “Perdóname amor mío, anoche no pude controlarme, era otro hombre el que estaba dentro de mí, lo siento de veras, no volverá a ocurrir, te quiero”. La leyó sin tocarla y se marchó a trabajar.
A Rocío su compañera, la pidió que le echara una mano y se encargara de todos los clientes, no quiso darle muchas explicaciones y prometiéndole que algún día se lo contaría todo, se encerró en un pequeño almacén donde se guardaban todo tipo de cosas.
El día entero, se lo pasó pensando en cuál sería la mejor forma de vengarse de su marido. Tenía que ser algo que le humillara y no olvidara en toda su vida. Por la cabeza le pasaban muchas ideas, a cuál más descabellada, pero casi todas entrañaban riesgos que ella no debería asumir.
Después de darle muchas vueltas, llego a la conclusión, que lo mejor sería una nueva infidelidad en la que él estuviera presente. Eso a él, no le gustaba, no quería que nadie le viera como el cornudo consentidor, pero la sola idea de que sin su consentimiento viera a su mujer poseída por otro hombre, sintiendo la terrible vergüenza de ser el cornudo calzonazos que asiste a tan obsceno espectáculo, sería su gran venganza antes de divorciarse y perderle de vista para siempre. A todo esto recibía con cierta frecuencia WhatsApp de su marido que ni veía ni contestaba.
Al salir del trabajo y pensando en su perfecto plan, se encaminó decidida a la casa del mirón, le contaría todo lo sucedido, estaba dispuesta a todo y como fuera, trataría de convencerle para que la ayudara. Sabía que sin su colaboración, su plan no se podría llevar a cabo, pero estaba dispuesta a todo, costase lo que costase.
No tardó mucho en llegar, número veintitrés, tercero, derecha. Pulso en el interfono y esperó.
– Quien es.
– Soy Marta, la chica de ayer.
– ¿Qué quieres?.
– Hablar contigo, solo hablar, ábreme por favor o si lo prefieres baja y nos sentamos en la terraza de enfrente.
Se oyó el zumbido de desbloqueo que abre la puerta de entrada. Al atravesar el portal hizo lo mismo del día anterior, se dirigió al ascensor, entró y presionó el tres volviéndose a mirar en el espejo, esta vez no se hizo ninguna pregunta, ahora sí estaba segura de lo que hacía. El mirón estaba esperándola en el rellano de la escalera con la puerta de su casa abierta.
– Hola, buenas tardes, puedo pasar.
– Adelante.
El mirón extendió su brazo derecho en dirección a la entrada de su casa, indicándole que pasara. Cosa que hizo hasta llegar al salón.
– Tú dirás.
– ¿Te importa que nos sentemos?.
– No, en absoluto.
A una indicación de él, Marta se sentó en un sillón y él en el sofá de al lado.
– Me llamo Marta, y lo primero que quiero es pedirte disculpas por mi comportamiento de ayer.
– Disculpas aceptadas, yo soy Pedro.
– Gracias Pedro. No sé cómo empezar, me da mucha vergüenza lo que te voy a contar, es un sin sentido, pero desafortunadamente, es real.
Marta comenzó a relatarle parte de su vida para ponerle en contexto, los tres años que llevaba casada y lo aparentemente normal que había sido su matrimonio hasta hace unos cuantos meses en que su marido empezó a insinuarle la posibilidad de tener sexo con otro hombre, al principio pensó que todo era un juego de provocación para subir la excitación en los momentos íntimos, pero desgraciadamente se convirtió en una obsesión y ella con el mejor de sus deseos quiso complacer a su marido dándole su regalo sorpresa.
– Mi infidelidad la viví contigo, sobre esto no creo que tenga que comentarte nada. Lo peor vino cuando llegue a mi casa y se lo conté a mi marido.
Con todo lujo de detalles le describía a Pedro el grado de excitación de aquel maniaco que olía sus bragas sucias y el horror que había sufrido cuando su marido la violó llamándola zorra, ninguna mujer por muy infiel que fuese se merecía que la trataran así. Pedro la escuchaba atentamente con cara de incredulidad, no sabía que decir de tan infames actos.
– Algunos vicios son inconfesables, pero lo que me acabas de contar es inadmisible, lo que no entiendo es cómo se puede llegar a perder el control de esa manera. Por decirlo de una manera suave, tu marido es un degenerado y un imbécil. Perder a una preciosidad como tú en estas circunstancias, no tiene lógica y no es de ser una persona muy lista. De todas formas no entiendo por qué me cuentas a mí todo esto.
– Porque necesito tu ayuda.
– ¿Mi ayuda?, no veo en que te puedo ayudar.
– Me voy a separar de él, lo tengo decidido, pero antes quiero humillarle y que sienta un gran dolor. Si tú me ayudas, se arrepentirá toda su vida de lo que me hizo.
– Espero que lo que me vayas a pedir no sea ilegal, mi vida actualmente es muy buena y no quiero marrones.
– Quiero que me vuelvas a follar estando él delante.
– ¡Estás loca!, un tipo como tu marido se puede poner violento y armarse la de Dios es Cristo.
– ¡No!, le conozco muy bien, es un pusilánime que agachará las orejas viendo como le humillo con otro hombre. Se sentirá avergonzado cuando le haga cornudo en su propia cara, pero aguantará el dolor sin rechistar pensando en que ese es el castigo que merece por lo que me hizo. Además tú le sacas cuerpo y medio, te aseguro que no tiene ni media ostia.
Pedro, no tenía nada claro si aceptar o no aceptar, Marta describió a su marido como un sin sangre a la hora de afrontar las dificultades, pero las cosas se podían torcer en cualquier momento y acabar como el rosario de la aurora.
Pedro al final aceptó, era hombre curtido en mil batallas amatorias, pero nunca se le había dado el caso de estar con una mujer casada delante de su marido, y eso le producía un morbo muy especial, que le hacía difícil rechazar la invitación de esa maravillosa mujer de cuerpo escultural y extraordinaria belleza.
Marta lo tenía todo planeado, cuando, donde y como. Sería al día siguiente, el sábado por la tarde en su propia casa, en su alcoba, en la cama conyugal. Ella se ocuparía de todo, Pedro solo tendría que estar a la hora acordada llamando a la puerta de su casa.
– Me imagino, que cuando lo hagamos disimularas para que él se crea que estás disfrutado.
– No, no voy a disimular, quiero disfrutarlo de verdad y que él lo vea. Me gustaría que fueras un buen amante y me hicieras llegar al cielo, o al infierno lo que más te guste. Lo único que no estará permitido es el sexo anal.
Dime tu número de móvil para mandarte un WhatsApp y estar en contacto. Pedro le pasó su número y ella le hizo una perdida para que tuviera el suyo.
– ¿Te puedo hacer una pregunta personal?.
– Sí, claro que puedes.
– ¿Qué vas a hacer mañana cuando todo termine, te quedarás a pasar la noche en esa casa encerrada en una habitación?
– No, haré un pequeño equipaje con lo necesario para unos días y me iré a un hotel. Pasados esos días, no tengo claro lo que haré.
– Si quieres, puedes quedarte esos días aquí en mi casa, tengo una habitación que no utilizo y a ti te puede venir bien, lo digo de corazón, no pretendo nada, solo quiero echarte una mano.
– Acepto tu invitación y te doy las gracias. Ayer cuando me invitaste a subir a tu casa, me pareciste un chulo engreído, pero tengo que reconocer que me equivoqué, no te conozco de nada, pero tengo la sensación de que eres un buen tipo.
Se levantaron, Marta cogió su bolso para marcharse y cuando Pedro abrió la puerta de entrada a la casa para que se fuera, se quedaron un instante mirándose sin saber qué hacer. Ella más decidida, se acercó a él y con un beso en la mejilla se despidió dándole las gracias.
De camino a su casa, iba pensando en cómo afrontar el encuentro con el cerdo de su marido. Sin darle muchos detalles, hablaría con él, para decirle lo que iba a pasar el sábado en su propia casa. Le pondría las cosas muy claras para que se fuera haciendo a la idea de lo que tendría que soportar y se volvería a encerrar en una habitación para pasar la noche.
Al entrar a su casa se dirigió directamente a la cocina, quería cenar algo ligero antes de dormir. Su marido ya estaba en casa y al escuchar su entrada, fue hacia donde ella estaba.
– Hola, cariño, que tal estas, te he mandado unos WhatsApp, pero no los has visto.
Su intención era acercarse y darla un beso, pero ella poniendo las palmas de sus manos a modo de barrera, le paró en seco con sus palabras.
– ¡No me toques!, si me vuelves a tocar te denuncio. Y no me llames cariño, me ofende esa palabra en tus labios. No Juan, ya no te quiero. Ayer, el monstruo que llevas dentro me violó y destruyó mi vida.
– Marta por favor, Perdóname, no sabía lo que hacía, no era yo. Tienes razón, había un monstruo dentro de mí que no pude controlar. Marta no quiero perderte.
– A la dulce Marta que tú conociste, la has perdido para siempre. Escúchame bien lo que te voy a decir. Desde este momento, no me tocarás ni te dirigirás a mí de ninguna forma, harás todo lo que yo te diga cuando te lo diga y por supuesto, no te daré ninguna explicación de lo que haga con mi vida. Para mí, ya solo eres parte del mobiliario de esta casa
– ¡¡Lo has entendido, pedazo de cabrón!!.
– Si Marta, lo he entendido y haré lo que tú me digas.
– Mañana por la tarde, vendrá el chico con el que ayer te puse los cuernos, le llevaré a nuestra habitación y me lo follaré en nuestra cama delante de ti, quiero ver cómo te salen los cuernos aguantando la humillación de ver cómo me corro con una polla bastante más grande que la tuya. Y ahora lárgate, ¡tu presencia me da asco!.
La cena fue rápida, un poco de fruta y un yogur. Como por la mañana había recogido todos sus utensilios de aseo del baño de su dormitorio, se dirigió al otro baño de la casa, se desmaquilló, se lavó los dientes y se metió en la cama satisfecha por cómo se habían desarrollado los acontecimientos.
El sábado por la mañana daría una vuelta paseando por la ciudad, quería estar sola y poner en orden sus ideas, tenía que empezar a planificar su futuro. Llamaría a Pedro para quedar con él y comería fuera de su casa, donde la pillase.
Por la mañana, antes de salir, dejo una nota en la mesa de la cocina que decía, “La corrida empezará a las cinco de la tarde”.
La mañana era espléndida, el sol iluminaba la ciudad con su luz de verano, Marta se paseaba por la zona comercial del centro, todas las tiendas estaban abiertas y no podía resistirse a la llamada de sus escaparates. Estaba feliz comprándose ropa que no le recordara tiempos pasados, quería iniciar una nueva vida y esas prendas le ayudarían a conseguirlo.
Marta llegó a su casa sobre las cuatro de la tarde. Tenía que estar todo preparado antes de que llegara Pedro. Hizo el pequeño equipaje que se llevaría y se cambió de braguitas poniéndose unas muy especiales. Se dirigió a donde estaba su marido y le dio instrucciones.
– Cuando mi amante entre por esa puerta, permanecerás en silencio alejado de nosotros, pero te aconsejo que abras bien los ojos para que no te pierdas nada.
– No lo voy a hacer, me iré a otro lado para que él no me vea. No estoy dispuesto a pasar por ese calvario.
– Siempre serás un mierda y un cobarde. Te pone cachondo que tu mujer venga correando semen de otro hombre, pero te da vergüenza que te vean siendo el cornudo consentidor. Tú eres el único culpable de todo lo que nos está pasando y me da lo mismo que lo veas o que no lo veas, porque solo de pensar en la polla que me van a meter, se me hace el coño agua.
Sonó el timbre del portero automático, Marta se dirigió a la entrada para abrir la puerta y Juan desapareció escondiéndose en una habitación.
Marta abrió la puerta y poniéndose el dedo índice en los labios, le indicó silencio hablándole en un bajo tono de voz.
– Pasa, a mi marido le da vergüenza que le veas y se ha escondido en una habitación, a mí me da lo mismo, ven, vamos mi dormitorio.
Le agarro de la mano, atravesaron el salón y continuaron por el pasillo hasta llegar al dormitorio.
– Marta estás preciosa, que pena que esto solo sea para dar un escarmiento a tu marido.
– Disfruta el momento, estamos solos y seré tuya.
Marta se pegó a él colgándose de su cuello y le besó suavemente en los labios, Pedro la abrazó por la cintura y abrió lentamente los labios para que sus lenguas comenzaran a jugar. El vestido que llevaba Marta, era de corte recto con unos finos tirantes que dejaban sus hombros al descubierto realzando sus pequeños pechos. La suave y fina tela junto a su color verde pistacho con un estampado del mismo tono le daban un aire muy fresco y juvenil. No era muy ceñido, pero definía perfectamente las bonitas formas de su cuerpo.
– Hoy por la mañana, he dado una vuelta por el centro y he comprado algunas cosas, entre ellas este vestido. Nada más verlo en el escaparate supe que lo habían hecho para mí.
-Me gusta, estás muy bonita con el puesto.
– Pues si te gusta el vestido, más te va a gustar la sorpresa que hay debajo.
Se besaban con los ojos cerrados, Marta acariciaba la nuca de Pedro con su mano derecha y con la otra arañaba su espalda por encima de la tela de su camisa.
– Marta, creo que tu marido está mirándonos desde fuera de la puerta escondido en la penumbra del pasillo.
– Bájame la cremallera del vestido y quítemelo muy despacio, quiero que vea como me desnudas.
Pedro hacía lo que le había pedido y cuando retiró el vestido, solo unas pequeñas braguitas blancas que se perdían entre sus nalgas, adornaban su espléndida figura. La abrazo, la beso en la boca y ella se colgó de su cuello iniciando el juego amoroso.
Le hizo ponerse de perfil para que su marido no perdiera detalle y muy lentamente, le quito la camisa acariciando su torso desnudo, desabrochó el botón del pantalón vaquero y bajando la cremallera, metió su mano dentro sobándole el paquete. Le sacó el miembro de su escondite y mirando a donde estaba su marido, comenzó a masturbarle muy lentamente haciendo que adquiriera una dureza considerable.
-Joder Marta, como me estás poniendo.
– Eso es lo que quiero, para que ese hijo de puta vea lo que me vas a meter. Quiero verle la cara que pone cuando me poseas.
Ellos estaban situados al otro lado de la cama, frente a la puerta, Marta se puso delante de Pedro dándole la espalda y él la abrazo mordiéndola el cuello. Con una mano acariciaba sus pequeños pechos y con la otra sobaba su sexo por encima de las bragas.
– Cabrón, sal de tu escondite y entra en la habitación si es que los cuernos te dejan pasar por la puerta. Mírame bien, ¿te gusta lo que ves?, ¿mira las braguitas que llevo puestas?, ¿no las reconoces?.
Marta cogió la mano con la que Pedro la sobaba el coño y la metió por dentro de las bragas para que su marido lo viera bien y no perdiera detalle.
– Míralas bien, son las de nuestra noche de bodas, me las puse para ti ¡¡Imbécil!!, pero ibas tan borracho aquella noche, que después de vomitar, te quedaste dormido con la cabeza apoyada en la taza de váter. Míralas bien, eran para ti, pero ahora las está disfrutando otro.
A medida que el contacto entre los amantes se iba haciendo más explícito, el marido de Marta no perdía detalle del espectáculo y poco a poco iba entrando en la habitación, hasta quedarse apoyado en el quicio de la puerta en completo silencio.
Marta se subió de rodillas a la cama, se inclinó hacia delante y apoyando las manos en el colchón, adoptó la postura de una perrita sumisa, abrió las piernas todo lo que pudo para deleite de su amante y le voceó a su marido.
– ¡¡Mírame bien, cornudo de mierda!!, porque ahora es cuando un verdadero hombre se va a follar a tu mujer.
Pedro Tenía una excitación descomunal, ver a Marta ofreciéndose a él en esa posición con un tanguita que apenas llegaba a cubrir los pequeños labios de su vulva, le producía un nuevo y morboso placer, mientras su marido se mantenía a una prudente distancia soportando todos los insultos de Marta.
Se acercó a ella, acarició su espalda, su cintura, sus nalgas y con gran deleite observo el bulto que formaba su vulva protegida por la fina tela de las braguitas. Lo acarició delicadamente unos instantes y aparto la tela dejando la sonrosada vulva a la vista, ensalivó los dedos de su mano y los paso por la rajita abriéndola y lubricándola, hizo lo mismo para lubricarse él y colocándose en posición, puso la punta entre los labios menores, acomodándola justo a la entrada de la vagina, agarró a Marta de las caderas y con determinación la penetro de un solo golpe de cadera llegando hasta al fondo de tan maravillosa cavidad.
Al sentirse penetrada, Marta mirando a los ojos de su marido, tenso su cuerpo y dio un pequeño grito mezcla de sorpresa y dolor. Pedro no estaba siendo muy delicado, pero eso a Marta no parecía importarle demasiado y se dejaba follar para placer de Pedro y vergüenza de su marido.
– ¡Mírame, cabrón!, así es como me folla un hombre de verdad, la tiene tan grande que me hace daño. ¡¡Pero me gusta cuando me la mete!!.
La excitación de los amantes era máxima. Pedro viendo como esa delicada muñequita soportaba sus embestidas, poco a poco fue aumentando el ritmo y sus golpes de cadera se fueron haciendo más rápidos y profundos. Marta, ya totalmente dilatada, recibía el mete-saca estoicamente y los sonidos que salían de su garganta eran cada vez más altos y groseros. Al igual que los insultos a su marido.
La imagen que Pedro estaba grabando en su retina, era la de un matrimonio desquebrajándose, en el que él estaba tomando parte activa sin importarle lo más mínimo el desenlace. Para él ya era imposible aguantar más y con una respiración agitada y unos fuertes gruñidos comenzó a derramarse en el interior de la espléndida mujer que poseía. Sujetándola por las caderas la embestía como un toro, mientras Marta agarrada con todas sus fuerzas a las sabanas, miraba a su marido con la cara congestionada mientras recibía las descargas.
Hasta ese momento Pedro, no había dicho ni una sola palabra, pero sintiendo que toda su eyaculación estaba ya dentro de Marta, no pudo contener una exclamación.
– ¡¡Joder Marta!!, ayer, fuiste una puta y hoy eres una diosa.
Sofocados y jadeando, permanecieron unidos durante unos minutos, Marta miraba al cornudo con una pérfida sonrisa y Pedro se movía hacia delante y hacia atras, disfrutando de su todavía importante erección.
– Salte muy despacio, no quiero que se pierda ni una gota.
Pedro se retiró con cuidado y marta dando un giro sobre sí misma, se colocó tumbada de espaldas en la cama y con las piernas abiertas frente a su marido. Con su mano izquierda, apartó sus bragas para que su marido lo pudiera ver todo y con el dedo anular de su mano derecha recogía el semen que salía de su vagina.
– ¡Te gusta lo que ves!.
El cornudo la miraba sin decir nada, Pedro se estaba empezando a vestir subiéndose los pantalones y Marta seguía tocándose intencionadamente para provocar a su marido.
– Mira, estoy muy llena, ven y cómetelo todo, te va a gustar, está calentito. Ayer te lo comiste reseco, pero hoy está reciente y te va a gustar mucho más.
Hubo un silencio incómodo, Pedro miraba la escena sin decir nada, Marta aguantaba la postura mirando al cornudo con desprecio, y él muerto de vergüenza les miraba a los dos sin saber qué hacer, hasta que en la habitación resonó un grito lleno de rabia.
– ¡¡¡Ven aquí, hijo de puta y cómetelo todo!!!, porque como no te lo comas, no me vuelves a ver más el pelo en toda tu puta vida.
Un silencio sepulcral se apoderó de la habitación, el cornudo comenzó a moverse y poco a poco se fue arrodillando hasta ponerse entre las piernas de su mujer, apoyó las manos en el suelo y aproximo su boca a un sexo enrojecido por el frotamiento, del que brotaba una gran cantidad de coágulos pastosos de color blanquecino.
Marta con las piernas abiertas de par en par y apoyadas en el borde de la cama, le agarró la cabeza y la pego contra su sexo.
Estar en esa postura, ante el hombre con el que su mujer había copulado, le daba mucha vergüenza. La humillación con la que le castigaba su mujer era muy dolorosa para él, pero aun así, abrió la boca y con su lengua recogía todos coágulos y fluidos, masticándolos y tragándoselos
La mezcla de olores y sabores de esos fluidos, le proporcionaban un gran placer a su mente enfermiza. Para él, eran deliciosos, produciéndole una excitación difícil de controlar. La vergüenza había desaparecido y el ansia le dominaba.
Marta le incitaba con palabras soeces y él se tragaba hasta la última gota que salía de su vagina.
Pedro observaba la escena con una mezcla de escepticismo e incredulidad. Ver como un hombre se rebajaba hasta tocar fondo por culpa de su depravación, le producía un sentimiento de rechazo y vergüenza ajena.
– Vale, ya está bien, levántate y sal de la habitación, aquí ya no pintas nada. Las bragas sucias, las dejaré encima de la cama para que te des una paja con ellas mientras piensas en lo que has perdido.
Al mismo tiempo que su marido salía de la habitación, Marta se levantaba de la cama quitándose las bragas y limpiándose con ellas los restos de semen, flujo y babas.
Pedro ya estaba totalmente vestido y miraba con atención los movimientos de Marta, que después de dejar las bragas sucias encima de la cama, se puso el vestido sin ropa interior.
– Ayúdame con la maleta y vámonos, esta casa ya no es mi sitio.
Salieron, bajaron a la calle y caminando se dirigieron a la casa de Pedro.
En el trayecto no hicieron ningún comentario, Pedro arrastraba la maleta con ruedas y Marta caminaba junto a él con la mirada perdida tratando de ordenar sus pensamientos. Sobre las siete treinta de la tarde, llegaban a casa de Pedro.
– Marta ven y te enseño tu habitación, el cuarto de baño del pasillo te lo dejo par ti sola, yo no lo utilizo y visitas no tengo muchas.
– Voy a sacar las cosas de la maleta y a darme una ducha.
– Muy bien, yo voy al salón, te espero allí y si quieres charlamos un poco. Es un poco pronto para meternos en la cama.
– Vale sí, a mí también me apetece hablar un poco y conocernos un poco más.
Pedro se sentó en el salón, encendió el móvil y se puso a curiosear en las redes sociales hasta que llegase Marta.
En unos quince minutos apareció Marta, iba vestida con una camiseta de tirantes sin nada debajo y un pantalón corto, sin ropa interior.
– Qué bien te sienta todo lo que te pones. Estas bonita te pongas lo que te pongas.
– Eres muy amable, muchas gracias. He aprovechado a ponerme cómoda después de ducharme.
– Me parece muy bien. ¿Te encuentras cómoda?…..¿Estás bien?.
– Si Pedro, estoy bien. La vida con mi marido ya está olvidada y desde ahora, solo miraré hacia delante.
– Marta quiero pedirte perdón por mi comportamiento, sé que he sido muy brusco cuando lo hacíamos delante de tu marido, tenía que haber dominado mis impulsos, pero la situación me ha superado y creo que te he hecho un daño innecesario.
– No tengo nada que perdonarte, te has portado como esperaba que lo hicieras. Daño solo me lo ha hecho el hijo puta con el que me casé, tú, solo te has portado como un hombre. ¿Te parece que hablemos de nosotros?, somos unos perfectos desconocidos que vamos a compartir casa durante algún tiempo y no quisiera meter la pata en ningún momento, o que tú te sientas incómodo.
– Vale, te hago una pequeña sinopsis para empezar. Tengo treinta y seis años, actualmente no tengo pareja, no tengo hijos, soy profesor de tecnología en una escuela de formación profesional, tengo pocos amigos, pero muy buenos, me gustan las motos, el futbol no, me gustan las mujeres bonitas, nunca le he sido infiel a mis parejas y si te sientes a gusto en esta casa y te quedas por algún tiempo, ya iras descubriendo mis habituales rarezas. ¡Y tú!, quien eres, ¿quién es la bonita Marta que a apareció en mi vida como por arte de magia?.
– Marta es una mujer que ama la vida, tengo treinta tres años, me gusta el arte en todas sus variedades, trabajo en una tienda de antigüedades, y sé distinguir las buenas de las malas, estoy muy unida a mi familia, no tengo hijos, pero quiero tenerlos, jamás volveré a ser infiel a mi pareja y creo que mi mayor defecto es comprar mucha ropa y zapatos que abarrotan mi armario.
Con estas presentaciones, fueron iniciando una conversación para conocerse mejor. Los dos eran sinceros y hablaban sin tapujos de sus vidas y de su forma de pensar. La charla era animada y el tiempo no importaba, hicieron una pequeña cena fría y continuaron chalando hasta bien entrada la madrugada.
– Marta, qué te parece si dejamos esto por hoy. Mañana domingo, si te apetece, podemos salir a dar una vuelta, comemos fuera y seguimos conociéndonos.
– Me gusta, es una buena idea y cuanto antes empiece a vivir otra vida, mejor.
– Una última cosa antes de acostarnos, a ver qué te parece. Cada uno se tiene que encargar de su habitación y de su cuarto de baño, del resto de la casa me encargo yo, la cocina la limpia el que la ensucie y la ropa sucia, como tú quieras, yo no tengo ningún problema en compartir la lavadora. Lo digo por si quieres preservar tu intimidad.
– No tengo ningún problema en compartir todo contigo, así ahorraremos un poco de dinero.
El domingo fue un día tremendamente divertido para ambos. Pasándolo juntos de la mañana a la noche, se abrieron el uno al otro dándose a conocer y contándose anécdotas y situaciones que les hacían reír.
En el fin de semana siguiente desde que empezó a vivir en la casa de Pedro. Marta fue a ver a sus padres para contarles la decisión de separarse de su marido. Les comento la mala situación por la que atravesaba su matrimonio, pero sin darles detalles de lo sucedido. Entendieron su decisión, la apoyaron y lo comentaron con el hermano de Marta para que este la pusiera en contacto con un abogado amigo suyo.
La convivencia era la normal entre dos personas que se estaban empezando a conocer. Sin cambiar sus rutinas, los dos trataban de no hacer nada que molestara al otro. Marta, por lo general comía con su compañera de trabajo todos los días. Pedro, a la una del medio día ya había terminado sus clases y quedaba con otros profesores a tomar el aperitivo en algún bar cercano antes de ir a casa a comer.
Por las tardes, Pedro no daba clases, algunos días se quedaba en casa para corregir exámenes o preparar los trabajos del día siguiente, otros salía a dar una vuelta en moto, quedaba con los amigos o simplemente salía a pasear.
Algunas veces, que cada vez se fueron haciendo más frecuentes, iba a esperar a Marta a la salida de su trabajo para hacer algo juntos. Marta se sentía cómoda con la actitud de Pedro y le empezaba a ver de una manera más íntima y cercana.
Iba ya para dos meses que compartían vivienda. Sin darse cuenta, su relación se fue haciendo cada vez más estrecha, las muestras de cariño provocaban nuevas sensaciones y las mariposas revoloteaban a su alrededor. Pedro no quedaba tanto con sus amigos y a Marta se le iluminaban los ojos cuando le tenía cerca. No se decían el cariño que estaban empezando a sentir el uno por el otro, pero en sus vidas ya no había sitio para nadie más.
Un jueves por la tarde, Pedro le preguntó si tenía algún plan para el sábado por la noche, ella le dijo que no y Pedro la sorprendió invitándola a cenar, cosa que Marta aceptó sin que Pedro terminase de hablar. La reserva le costó conseguirla, pero sabía que merecida la pena. Sería en un restaurante que tenía una terraza en el ático del edificio.
El sábado a la tarde Marta estaba feliz, presentía que esa noche sería muy especial y se vistió para gustarle. Lucía un vestido lencero de finos tirantes, que sin sujetador realzaba aún más su bonita figura, todo esto acompañado por unos zapatos de largos y estilizados tacones que alargaban sus piernas hasta el infinito y un bolso de mano en el que a duras penas cabía un pañuelo y un pintalabios.
Como vivían en el centro de la ciudad, casi todo les pillaba a dos pasos y decidieron caminar hasta llegar al restaurante. Por el camino, Pedro descuidadamente cogió la mano de Marta, a lo que ella accedió sonriendo interiormente. Más que caminar, se deslizaban sobre una nube, se sentían libres y la vida se abría para ellos sin el menor atisbo de recuerdos infames.
El portero del edificio donde se encontraba el restaurante les saludó preguntándoles a donde iban, les abrió la puerta del ascensor y les indicó el piso al que debían acceder.
Cuando se abrieron las puertas del ascensor, se encontraron en un vestíbulo que el restaurante tenía a modo de recepción.
– Buenas noches, ¿a qué nombre está hecha su reserva?. Preguntó el encargado de la recepción.
– Marta, respondió Pedro.
– Muy bien, síganme por aquí.
Caminaron tras el recepcionista. La iluminación de la terraza era tenue, las mesas tenían una buena separación entre ellas y estaban casi ocupadas al completo, en todas había una pequeña lámpara que emitía una cálida luz y que junto a los boleros que sonaban, las envolvía en una perfecta intimidad.
– Esta es su mesa, han hecho muy buena elección pidiendo esta mesa y si me lo permiten, le aconsejo a la señorita que ocupe este sitio, desde aquí tendrá una de las mejores vistas de la ciudad. En seguida paso nota para que les atiendan.
Corría una ligerísima brisa que hacía muy agradable la noche, la ciudad estaba a sus pies y Cupido observándoles, afilaba sus flechas sentado en la balaustrada para cuando fuera el momento de atravesar sus corazones.
– Siempre he soñado con algo parecido a este momento. Pensaba que ya no quedaban hombres románticos, pero has hecho que me lleve una agradable sorpresa,.
– Hace tiempo que había oído hablar de este sitio, pero no he querido venir hasta estar con alguien que para mí fuera muy especial.
– ¿Tan especial soy para ti?.
– Mira si serás especial, que espero y deseo no encuentres otro sitio donde vivir y te quedes todo el tiempo que quieras compartiendo casa conmigo.
Marta se le quedó mirando a los ojos, le dedicó su mejor sonrisa y le contestó.
– Ya hace tiempo que no busco nada, ni casa, ni hotel, ni nada. Sé que estoy abusando de tu hospitalidad, pero tú también eres muy especial para mí y me encuentro muy a gusto a tu lado. Ayer viernes hablé por teléfono con mi madre y le dije que estaba muy contenta porque me habías invitado a cenar. Ella me hizo una pregunta que le respondí sin pensármelo y después me dio un consejo que no olvidaré.
– ¿Y qué consejo te dio?.
– Cuando sea el momento te lo diré.
Entre tanto se acercó el metre a tomarles nota, compartieron unos entrantes y de segundo los dos pidieron pescado con verduras salteadas, tomaron un buen vino blanco con un ligero punto de acidez y de postre un dulce y cremoso tocinito de cielo para ella y un café expreso con unas gotitas de orujo para él.
La sobremesa estaba siendo perfecta. Las miradas a los ojos cada vez eran más intensas y las palabras fluían desinhibidamente por ese puntito que suele dar el vino. Los boleros seguían sonando y algunas parejas bailaban a la luz de la luna.
– ¿Me sacas a bailar?.
Sin decir ni una palabra, Pedro se levantó de su asiento y extendiendo su mano derecha hacia Marta con la palma hacia arriba, para sacarla a bailar.
Al llegar a la pista, Marta se pegó literalmente a Pedro echándole los brazos por encima de los hombros y juntando las manos por detrás de la nuca. Pedro la abrazo por la cintura y Marta dándole un beso en la mejílla, descanso su cabeza sobre el hombro izquierdo de él.
El contacto de sus cuerpos era natural, sin exageraciones. Desde su unión en la casa de Marta, no habían vuelto a tener contacto físico más allá de cogerse las manos. Bailaban acompasadamente y Marta pasaba sus labios por el cuello de Pedro haciéndole cosquillas. Eran la pareja perfecta.
Continuaron bailando durante algún tiempo como bailan los enamorados, con sus cuerpos muy pegados y mejilla con mejilla. Pedro no pudo aguantar más sin decir lo que sentía y la susurró al oído.
– Marta, te quiero.
Al oír esto, Marta le miró con ojos vidriosos y dándole un besito en los labios, le contestó.
– Y yo a ti, tenía tantas ganas de oírte decir eso, que de lo feliz que me haces, tengo ganas de llorar. Llévame a casa, quiero estar contigo a solas.
Cupido desde la balaustrada, les miraba satisfecho, ya hacía tiempo que había gastado con ellos todas sus flechas.
Cogidos de la mano abandonaron el restaurante. No era tarde, las calles estaban llenas de gente que ellos no veían, caminaban solos en un mundo de sueños. Sin soltarse de la mano, llegaron a casa, entraron en el portal y sin dejar de besarse se introdujeron en el ascensor. Tercer piso, se abren las puertas, salen al descansillo. Pedro abre la puerta de la casa y cogiendo a Marta en brazos la introduce en su hogar. Avanza por la casa hasta llegar a su habitación y sin soltarla, le pregunta.
– No tengo mucho que ofrecerte, pero si lo deseas, desde ahora esta será tu casa.
– Lo deseo con toda mi alma. Pero bájame al suelo, me estoy haciendo pis y no aguanto más. Acuéstate no tardo nada.
Marta salió corriendo hacia el baño y Pedro se desnudó introduciéndose en la cama y cubriéndose con la sabana de cintra para abajo.
Al llegar, Marta se había quitado el vestido y solo unas pequeñísimas braguitas de un color gris claro cubrían su espléndido cuerpo. Se situó frente a él y con un sutil movimiento las deslizo hacia abajo dejándolas caer por sus largas piernas. Retiró la sabana de su lado, se acostó y se abrazó a Pedro besándole en la boca.
– Si tanto le quieres, ¡hazle feliz!, porque si es un buen hombre, te lo devolverá con creces, eso es lo que me dijo mi madre.
– Pedro, hazme el amor, te necesito. Necesito tus besos, tu calor, tu cariño. Te necesito como hombre, pero ten cuidado, ya no tomo precauciones y me puedo quedar embarazada.
– Esta noche y todas las noches, quiero perderme en tu interior y hacer vibrar tu cuerpo hasta que la mañana nos alcance. Nada me hará más feliz, que dormir todas las noches abrazado a ti y notar como tu tripita va creciendo día tras día.
Al oír esto, Marta se subió a horcajadas encima de Pedro y tumbándose sobre él, aproximo la boca a su oído.
– Estoy en mis días fértiles, estoy mojada y te deseo. ¡¡Hazme mamá!!.
Por Lecturas Informales